8 de diciembre de 2018

COMO MUJER: “MORIR DE DOLOR NO ES UNA OPCIÓN”

Por: Erika Sánchez Zamora
Ciudad de México (Aunam). Madre y sostén de una familia, conformada únicamente por mujeres, Alicia Zamora Cruz sabe lo difícil que es cuidar y dirigir a quienes más ama en medio de uno de los municipios con mayor índice de violencia e inseguridad, Ecatepec de Morelos, ubicado en el Estado de México, el cual a finales del año pasado ocupó el primer lugar en feminicidios, según la asociación civil Mujeres en Cadena.



Alicia nació exactamente un seis de enero del año 1969, en el estado de Veracruz, convirtiéndose en la octava hija de diez que tuvieron Pánfilo Zamora e Irene Cruz, una pareja de campesinos, que poco después se mudaron a la ciudad de México, en busca de mejores oportunidades laborales para poder mantener a sus hijos, razón por la cual su infancia no fue fácil.

Una de las cosas que más recuerda, con una expresión de desánimo, es que su madre nunca estuvo al pendiente de ellos, y que su padre y sus dos hermanos mayores se la pasaban trabajando la mayor parte del tiempo, por lo que entre ella y sus hermanas se encargaban de cuidarse a sí mismas, se preparaban para ir a la escuela y hacían juntas la comida y las labores del hogar.

A pesar de que nunca les faltó lo básico para cubrir sus necesidades primarias, les era muy difícil salir adelante, para poder llegar a la primaria se caminaban alrededor de media hora desde su pequeña casa, ubicada en Iztapalapa, la cual poco a poco fue creciendo gracias al aporte económico de sus hermanos, todo para poder tener un mejor lugar en donde vivir.

Hoy en día la casa de su madre y algunos de sus hermanos es un hogar grande, sin embargo Alicia no vive más ahí, pues fue en el año de 1998 cuando junto con su pareja, Jorge Sánchez, y sus pequeñas hijas, Karina de seis años y Erika de uno, se mudó a su actual hogar en Ecatepec, ella recuerda que entonces era un lugar que inspiraba tranquilidad, además de que eran casa que apenas comenzaban a venderse, por lo que no tenía muchos vecinos, un año después nació su tercera hija Andrea.

Fue cuando ella y sus hermanas comenzaron a ir a la secundaria y preparatoria que su padre empezó a acompañarlas y estar un poco más cerca de ellas, sin embargo, ella siempre creció preocupada por cuidar y apoyar a sus hermanas, sin haberse detenido un momento a pensar en sus propios deseos y necesidades.

Por tal razón Alicia nunca pensó en qué quería hacer de su propia vida, no tenía alguna afición, ni sabía exactamente si deseaba estudiar alguna carrera, pues al concluir la preparatoria se quedó en la carrera de Sociología, pero confiesa que no conocía nada sobre dicha carrera y decidió no tomarla, pues ella únicamente tenía claro su profundo deseo de estudiar para “ser maestra y de esa manera poder seguir apoyando a quienes más lo necesitan”.

Después de haber decidido no seguir estudiando comenzó a trabajar como secretaría en Laboratorios LeRoy, lugar donde conoció a Jorge, quien formaba parte de la administración del lugar, tuvieron su primera cita en El Moro, lugar reconocido por sus deliciosos churros y chocolates, emblemático del centro histórico de la Ciudad de México, desde entonces ambos formarían parte importante en la vida del otro.

Alicia y Jorge se casaron poco tiempo después de tener a su primera hija, se mudaron juntos y comenzaron una nueva vida en su propio hogar, razón por la que ella dejó de trabajar y decidió ser madre de tiempo completo, pues no deseaba repetir la historia que vivió con sus padres, dijo, al tiempo en el que se acomodaba su cabello corto y castaño con un poco de canas naciendo desde la raíz.

Alicia narra, con la mirada pérdida, que aunque los dos siempre buscaron que sus hijas tuvieran una infancia tranquila y amena, el pasado turbulento de Jorge comenzó a afectarlos, pues debido a una juventud llena de excesos, en cuanto a alcohol y otras sustancias, la Hepatitis C que él presentó durante el año 2008, provocó que, tras una larga estancia en el hospital, falleciera a principios del 2009, dejando un enorme vacío en la vida de las cuatro.

Después de superar el duelo por la pérdida de su esposo, y con el apoyo de su familia y la de él, logró encontrar un trabajo en el área de recursos humanos de Wal-Mart plaza Aragón, sin embargo, por las largas jornadas de trabajo que debe cubrir, su salud física se ha deteriorado un poco, pues ha adelgazado demasiado y se enfermó de anemia, lo cual hace más complicada su situación.

Confiesa que al final ella siente que terminó dejando a sus hijas solas, de alguna manera, y su preocupación crece diariamente con las noticias que escucha día con día, en donde al menos una es acerca de la desaparición de alguna jovencita.


Hoy, expresa angustiada que sin duda alguna se siente desprotegida por vivir en Ecatepec, pues regularmente sus compañeras del trabajo le cuentan alguna anécdota relacionada con la constante inseguridad en la que viven los más de un millón de habitantes del municipio, le es imposible estar tranquila al tener tres hijas que diariamente tienen que moverse en transporte público por la ciudad para asistir a la Universidad y al trabajo.

La invade la tristeza al momento de contar que es muy observadora en cuanto a cómo van vestidas sus hijas, qué bolsa o mochila llevan, memorizar día con día la ropa que portan, por si en alguna ocasión es necesario dar una descripción de la última vez que las vio; “es imposible imaginar la impotencia que yo sentiría si alguna desaparece, y morirme de dolor no es una opción”.

Su semblante se ve un poco más relajado cuando cuenta que, a pesar de lo anterior, siempre motiva a sus hijas a seguir el camino que ellas deseen, que sigan estudiando y superándose día con día, siempre y cuando eso las haga felices, pero que lo más importante es no alejarse de la realidad y estar siempre alertas, pues “ser mujer no es sinónimo de debilidad y debemos estar nosotras para cuidarnos a nosotras”.










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BOLSONARO, EL FASCISMO QUE GANÓ LAS ELECCIONES

  • El ultraderechista derrotó en meses a trece años de gobiernos de izquierda en Brasil
Por Eduardo Torres Flores
Ciudad de México (Aunam). “Es el retorno del fascismo a América Latina…”, con estas palabras, el politólogo y maestrante en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México, Pablo Rojas, introduce al análisis de lo acontecido en Brasil: la victoria de Jair Bolsonaro, el candidato por el Partido Social Liberal (PSL) en las elecciones presidenciales del coloso sudamericano.


El también profesor de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) afirma que Bolsonaro no solo es ultraderechista sino que es un llamado abierto a la dictadura militar pues ha homenajeado a los torturadores de la expresidente Dilma Rousseff, integró a su gabinete a exmilitares y constantemente reitera su intención de perseguir a grupos de oposición como el Movimiento de los Sin Tierra, de inspiración marxista.

Rojas advierte que se trata de “lo más regresivo en términos de las conquistas en pro de los derechos sociales e individuales humanos”. Bolsonaro ha emitido fuertes y polémicas declaraciones contra las minorías raciales, sexuales, contra las mujeres y grupos políticos de izquierda desde que funge como diputado y especialmente a partir de su candidatura por el ejecutivo.

Contrariamente a los derechos que ataca propone la libre portación de armas bajo la creencia de que la violencia se combate con violencia, algo que para el latinoamericanista resulta paradójico pues Bolsonaro recibió en su propia campaña una puñalada el 6 de septiembre durante un acto público en el estado sureño de Minas Gerais.

Rojas agregó que no hay de perder de vista que el fascismo de Bolsonaro también implica el sector económico y de relaciones internacionales “Ha propuesto abrir la frontera con Venezuela y toda la amazonia a la intervención de Estados Unidos, lo que permitiría la invasión estadunidense a Venezuela. Además la apertura sería también para explotar una reserva de una riqueza natural única en el mundo a los grupos económicos” comentó.

Según el académico, Brasil fue el primer país de América Latina en tener una dictadura como las que se presentaron en la mayoría del subcontinente durante la segunda mitad del siglo XX. En el gigante lusófono la dictadura incluyó intereses de las burguesías internas y de los sectores conservadores populares bajo una bandera nacionalista.

La pregunta que para el maestrante en Estudios Latinoamericanos es importante formularse es ¿Cómo fue posible que después de vivir gobiernos como los del Partido de los Trabajadores, Brasil haya dado un giro tan brusco de vuelta al pasado militarista?

El Partido de los Trabajadores (PT) es el partido de izquierda más fuerte en el país sudamericano. Gobernó Brasil desde 2003 cuando Luiz Inácio Lula Da Silva asumió la presidencia hasta 2013, cuando en medio de varios escándalos de corrupción la presidenta Dilma Rousseff fue obligada a dimitir.

“Hay que entender que los gobiernos del petismo no cambiaron estructuras sino que buscaron administrarlas y gestionarlas. Sin realizar reformas profundas como la hacendaria, políticas, de medios de comunicación el PT solo realizó alianzas con las burguesías internas que le permitieron generar todo un panorama de programas sociales para los sectores más pobres”. Explica el profesor.

Una de las líneas de investigación del profesor Rojas es la política brasileña, principalmente el PT por lo que identifica en históricamente que para el PT en el gobierno la estrategia de conciliación de clases ha resultado en un incremento de la asistencia social a costa de un gran crecimiento del poder de las burguesías nacionales quienes lograron catapultarse gracias al Estado a los mercados regionales y mundiales mientras restringían la implementación de cambios estructurales más profundos.

Sobre el rápido crecimiento de la derecha hasta su triunfo electoral, opina que los grupos más conservadores lograron aprovechar el descontento popular por el fenómenos de los nexos entre poder político y económico expresado en la corrupción como los caso Odebrecht y JBS para canalizarlo contra el PT.

La cooptación del movimiento de 2013, la aceptación del programa de ajuste neoliberal y el propio impeachment ejecutado contra Rousseff fueron señales del remonte de la derecha brasileña que culminaría con la victoria de Bolsonaro en las recientes elecciones.

“Los grupos conservadores adoptaran la estrategia de la antipolítica. No significa que sea en serio, Bolsonaro no tiene nada de antipolítica ni antisistema. Él lleva viviendo más de 30 años del erario público desde que se jubiló como capitán del ejército saltando de puesto en puesto, incluso sus hijos viven de la política. Sin embargo logró canalizar la idea de “todos son iguales” radicalizando su discurso a la derecha”, puntualizó Rojas.

Para el profesor de la UACM lo que se vivió en Brasil fue consecuencia de que el PT se alejara de sus base de votantes al dejar de ir a las periferias a interactuar directamente con los sectores más pobres del país. Sin embargo, afirma que la de Brasil no es una derrota solo del PT sino que lo es para toda la Izquierda latinoamericana.

“México está en un frente doble. La ultraderecha que representa Donald Trump en el norte y ahora el fascismo abierto de Bolsonaro en el sur. Si las fuerzas progresistas que asumirán el gobierno no logran hacer transformaciones de fondo en seis años, puede que tengamos pronto en peligro de la derecha ultraconservadora e incluso fascista, ya tuvimos un Bronco en estas elecciones”, advierte el latinoamericanista.

Pablo Rojas afirma que las estrategias y tácticas de la izquierda latinoamericana han sido derrotadas y deben replantearse en una gran discusión social evitando aislarse de los sectores populares con sus propios códigos. Agrega que deben de abandonarse ciertos dogmatismos y la idea de ser un “grupo iluminado” al que la sociedad venga.

Propone lograrlo por medio de la disputa a los sentidos comunes, crecimiento de la autoestima social por medio de las pequeñas y grandes victorias políticas, la generación de organización permanente y la crítica constante a lo que esté pasando.

“Si tenemos que renunciar al rojo y negro, la hacemos y utilizamos colores, banda y reggaetón. Hay que regresar la política a la gente y convertirla en una actividad cotidiana de toda la sociedad”, concluye.

Ni Norteamérica ni Sudamérica: derechamérica. Por Eduardo Torres.


Foto: Fabio Rodrigues Pozzebom/Agência Brasil










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5 de diciembre de 2018

MI FAMILIA ME SACÓ A ESCONDIDAS, ME QUERÍAN MATAR: MOISÉS MARTÍNEZ

Por: Efraín Salas Álvarez
Ciudad de México. (Aunam). La ciudad se mueve a un ritmo acelerado, todo fluye con una relativa normalidad, pero en la casa del peregrino dentro de la delegación Gustavo A. Madero parece no ser así, el tiempo se congelo, ya que tras la partida de casi cinco mil migrantes rumbo a la frontera de México con Estados Unidos, solo quedan unos cuantos que siguen buscando la forma de tener una vida mejor.


Son alrededor de las cinco de la tarde, es un domingo caluroso, una reja metálica color gris, separa la vida cotidiana de la ciudad de aquellas personas que han viajado kilómetros huyendo de la violencia en sus países hasta llegar allí, a la casa del peregrino, al caminar lo primero que encuentras son carpas sobre las que reposan paquetes de comida por un lado y una pila de ropa por el otro.

Al recorrer los pasillos es sencillo ver rostros cansados, caras largas desanimadas por tanto caminar, seres humanos agobiados por la presión social, ninguna sonrisa en sus rostros, solo una mirada fría, cansada, son los ojos de aquellos que sólo piden paz, son los rostros de la fatiga, miradas perdidas en medio de un universo que los observa.

Justo en el dormitorio se encuentra Franklin Morales, hondureño de 45 años que se encuentra en aquella habitación junto con cuatro personas más, todas postradas sobre literas improvisadas a un costado de aquel cuarto lleno de desorden, sobras de comida, ropa tirada, basura, líquidos que vuelven pegajoso el andar; ese es el ambiente de aquél sitio, el día a día de aquellas personas con las miradas perdidas en medio de un mundo que los observa.

Franklin responde al llamado del doctor Salvador Uriostigue Castañeda, Subdirector de los Servicios Médicos de la Alcaldía Gustavo A. Madero, se dirige a la salida del establecimiento, con paso lento, una mirada clavada en el suelo toma asiento un pequeño patio con una banqueta color amarilla con arbustos alrededor de los que cuelgan algunas prendas.

Justo antes de comenzar se acerca Moisés Martínez, guatemalteco de 32 años nacido en un departamento de retableo, Guatemala, proveniente de una familia de escasos recursos, creció casi toda su infancia en el puerto de Chamberico, se sienta justo al lado de Franklin , una vez que logro acomodarse dijo:

“Nunca había salido de mi país, hasta que se agravó la situación, desde hace cinco años cuando explotó la violencia, la delincuencia, los maras, no tuve otra opción, más que abandonar”.

Moisés quien vestía con un suéter color marrón, con una camisa naranja por debajo, pantalón negro y tenis del mismo color; se dispuso a hablar también, dejando a un lado la bolsa de cacahuates japoneses que llevaba en la mano y de la cual estaba comiendo unos pocos, con mucho respeto nos dios la mano a todos, mirándonos a los ojos se sentó para después clavar la mirada en el piso.

Los altos índices de violencia que sufren tanto Guatemala como Honduras han sido una de las principales causas de la migración, ya que según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal (CCSPJP) ciudades como Guatemala y San Pedro Sula ocupan un puesto dentro de las 50 ciudades más violentas del mundo con una tasa de 53. 49 asesinatos por cada mil habitantes en Guatemala.


“Mi familia me sacó a escondidas, ya que me querían matar, yo no agarre para aquí, para México, sino para la frontera, pero si hablamos de Guatemala, toda esta pérdida en la delincuencia, ahorita que venía la caravana, yo vine para acá”, de la que se enteró por medio de las noticias.

Mientras que la ciudad de San Pedro Sula ocupa el lugar número 26 dentro del ranking con una tasa de 51. 18 homicidios por cada mil habitantes, Los Maras son un grupo criminal que ha alcanzado un enorme crecimiento dentro de dichos países centroamericanos, quienes reclutan a jóvenes con la finalidad de que trabajen para ellos.

“En Honduras, los problemas son similares, en mi caso personal, fui amenazado yo no puedo estar viviendo en San Pedro, porque estoy tatuado, me quieren involucrar en una pandilla tribal, te dicen `te damos cinco horas para que desaparezcas o te vamos a matar´, no hay forma de vivir en Honduras, el gobierno no hace nada, siempre es lo mismo”, afirmó Franklin mientras clavaba la mirada en el suelo.

Los jóvenes no tienen posibilidad alguna de escoger, deben decidir entre la vida de sus familiares, o el trabajo que ellos les ofrecen, no tienen nada más.

“Agarran a los jóvenes, amenazándolos les dicen `entras con nosotros, o te matamos a tu mamá, a tu hermano´. Yo viví un caso, tuve un amigo que era marero, él se dedicaba a mensajería, lo mandaban de una colonia para otra con mensaje de ellos, él se quiso salir, se tapó las letras, la MS, no quería saber ya nada de ellos, pero para que regresara con ellos, por presión, le mataron a su hermana, la violaron, le quitaron la cabeza”.

La infancia para un niño hondureño en el seno de una familia pobre no es fácil, pues las oportunidades se reducen; una constante pobreza aunado al incremento dentro de los productos de la canasta básica hace que la prioridad para los niños sea el trabajar con el fin de ayudar a mantener a la familia, por eso se ven la necesidad de abandonar los estudios para conseguir dinero.

“Mi infancia fue muy triste, yo estudié hasta la primaria, fue muy dura porque mi padre tenía una bloquera, cuando tenía 10 años me puso a hacer bloques para venderlos, pero cuando crecimos me fui con mi mamá, se separaron y él se juntó con otra mujer tuvo otro hijo y a nosotros ya no nos mantuvo, tuvimos que lavar carros, éramos cuatro hermanos; mi hermana salía a lavar ropa a los vecinos, mi mamá hacía tamales para sobrevivir fue muy duro, allá no tiene opción, somos muy pobres, debes ayudar a tus padres” comentó Franklin con un tono de voz apagado, entrecortado a ratos y con los ojos llorosos levantó la mirada.

Según el Sistema de Administración de Centros Educativos (Sace) de Honduras informó que 17 mil 462 alumnos han abandonado los estudios en el año 2018 a causa de la ola de pobreza, violencia y corrupción que sufre Honduras, pero los estragos de la violencia no solo los han vivido los salones de clase sino que también las calles de las principales calles de Honduras y Guatemala.

Franklin recuerda cuando salía a altas horas de la noche sin temor a que algo malo le pasara, pero las cosas cambiaron, al respecto dijo: “yo nací en Concepción, Intibuca, pero de pequeños se fueron a vivir a San Pedro, antes uno podía estar toda la noche caminando, ahora a las siete de la noche, vació, por miedo del mareo, que se ha apoderado de la calle, comenzó desde el 99, pero fue hasta el 2005 cuando explotó”.

En medio de sonrisas esporádicas la mirada de aquellos hombres transmitía una profunda impotencia, o al menos es lo que decían sus puños, mismas que golpearon en repetidas ocasiones contra sus palmas, aquel hablar semilento de aquellos dos hombres generaba un ambiente nostálgico, de las familias que dejaron atrás, de lo largo que fue el camino.

Ambos recuerdan el momento en que dijeron basta, por una parte Franklin estaba harto de tener que pagar cuotas a los maras por cualquier tipo de negocio; “allá se usa mucho el moto taxista, si yo voy a trabajar de moto taxista, llega el marero y me dice `Me vas a pagar 300 lempiras (moneda hondureña) al día, sino me los me das, ejercen presión, ellos se creen dueños de todo, les cobran renta a los sitios de taxi, a los autobuses, a todos los negocios´”

Moisés estaba harto de la corrupción dentro de Guatemala, ambos sin conocerse ya compartían algo, la opinión hacia sus gobiernos, aquellos a los que ellos consideran el responsable de todo, “los gobiernos, hay corrupción en los gobiernos, no sé si las pandillas han comprado el gobierno, pero allá la ley, no existe” el rostro de Moisés denotaba aquella incredulidad de la situación.

Ambos comparten un mismo deseo, que es trabajar, a pesar de que han leído aquellos comentarios emitidos por varias personas dentro de las redes sociales hacia la estancia de los migrantes en México, ellos son conscientes de que lo que quieren es trabajar.


"No quería quedarme acá, sin ofender, mi moneda vale más que las de ustedes, si yo allá, como soy albañil, ganaba 200 quetzales al día, aquí me están consiguiendo una chamba en 700 pesos semanales, que son como 250 quetzales, pero ni modo, tengo que empezar de abajo, mi plan es acomodarme, tratar de ayudar a mi familia, sacarlas de ese infierno” al menos sus ojos se iluminaron mostrando algo de optimismo.

Pero Franklin, quien rara vez despegaba la mirada del suelo, era consciente de que la discriminación que sufría en Honduras por sus tatuajes, disminuirá en México, lo que le permitirá conseguir un empleo, al respecto comentó:

“Yo en Honduras no podía trabajar, iba a una compañía y me dedican `quítate la camisa´ no eres un delincuente, eres un marero, me miraban como un delincuente, siempre la mala imagen por tener un tatuaje, aquí no veo la discriminación, tomar esa visa monetaria porque yo lo que quiero es trabajar. Buscar horizontes, donde la vida sea mejor para uno”.

Ambos recuerdan que no fue fácil llegar a la ciudad, llegaron a base de esfuerzo, de mucho dolor y sacrificio, son conscientes del peligro que representa llegar estos momentos a la frontera, el contexto socio político con Donald Trump como presidente no es el mejor para la llegada de un número tan alto de migrantes que buscan entrar, Franklin es quien dice:

“Cada quien debe agarrar su rumbo, pero para mí está muy difícil que ellos pasen, la frontera está llena de carteles y su negocio es pasar droga, pero ahorita como está el ejército, como van a pasar droga, esta gente se va a enfrentar a la milicia y a los carteles, de todo corazón espero que pasen, pero está difícil”.

Pero la memoria no es corta, saben que antes de poder llegar a Estados Unidos les espera un arduo y tortuoso camino hacia la frontera, de entre sus recuerdos ambos expresan lo que les significo llegar hasta este punto, de lo complicado que fue cruzar Chiapas, Oaxaca y Veracruz, de lo complicado que fue lidiar con algunas autoridades que lo único que querían era obtener provecho de aquellas personas.

“Muy difícil, se sufre, lo más difícil fue Chiapas y Oaxaca, por el clima, en Veracruz a media noche empezó a llover, como pudimos nos metimos a un corredor de un taller, pero mucha gente se quedó afuera, nosotros venimos muy enfermos por el cambio de climas, entonces el trayecto es aún más difícil”.

Pero Moisés se enfrentó a un sector de la población, uno que no estaba de acuerdo con la llegada de los migrantes, que para su desgracia tenía un título de autoridad dentro del gobierno mexicano, pero que a pesar de ello logro conseguir el transporte necesario para llegar.

“Yo llegue a una caseta, nos bajaron y un federal tenia alto mando, les decía a todos los choferes `a estos delincuentes no les des jalón (expresión utilizada en Guatemala para expresar el acto de llevar a una personas hasta otro punto) déjalos ahí, si salieron de su país que miren como salen´ pero en eso, se levantó una muchacha de derechos humanos y se puso a hablar con él, pero si traigo malos recuerdos de las autoridades”.

Los semblantes tan duros lo decían todo, no era un tema menor, ya no solo era el cansancio, ahora también lidiaban con enfermedades, con una incertidumbre cada vez más grande de no saber qué es lo que pasaría al día siguiente, es complicado lidiar con tantas personas que vienen a verlos a diario, algunos con buenas intenciones, otros con el fin de explotarlos como si fueran mercancía.

“No me puedo quejar, nunca nos ha faltado un palto de comida, un vaso de agua, un pantalón, esta camisa, todo lo que tengo puesto me lo han regalado, yo solo puedo decir que todos los mexicanos son buena gente, todos han sido buena gente” dijo Franklin mientras se señalaba aquel pantalón grisáceo, con los tenis negros a rayas y aquella camisa de cuello color azul.

La caravana migrante pasó, cada uno se dirige hacia donde su corazón lo guía, pero después del paso de miles de migrantes por la ciudad, solo quedan unos pocos con la esperanza de poder quedarse aquí, e iniciar de nuevo, desde cero, trabajando para poder vivir, todo ser humano tiene derecho a volver a empezar, a querer crecer, todo ser humano tiene derecho a una nueva vida.

*Los nombres fueron cambiados, por seguridad de los entrevistados.







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LAS CALLES TIENEN DUEÑO EN LA JARDÍN BALBUENA

Por: Alexa Denisse Saenz Castillo
Ciudad de México. (Aunam). Los habitantes de los edificios y casas de la colonia Jardín Balbuena ubicada en la alcaldía Venustiano Carranza; apartan los lugares en las calles con la finalidad de guardar un espacio a sus automóviles con cubetas, costales, ladrillos, piedras, y tubos.


La problemática que yace en las calles de Jardín Balbuena “tiene tiempo de existir; pero ha ido en aumento en los últimos tres años, pues cada vez hay más edificios y por lo tanto más gente que vive en ellos”, expresó Yesenia Villalobos, mujer de 37 años que vive en la colonia y es parte del Consejo Vecinal Kennedy.

Villalobos consideró que la razón de dicha problemática reside en que: “es insuficiente el lugar para tantos automóviles que existen en la colonia y en la ciudad”; sin embargo, expresó su inconformidad pues “muchos vecinos tienen cubetas fuera de sus hogares aunque no tienen carros; eso solo muestra su egoísmo e intolerancia con los otros”.

Según contó, el problema de los lugares no solo genera discusiones, también aumenta la violencia, pues hubo casos donde los automóviles salieron dañados, ya que los propios vecinos poncharon las llantas o rayaron los carros; y otros sucesos donde hubo discusiones que llegaron a la violencia física.


Como consecuencia a todas las quejas de los habitantes, las autoridades de la delegación implantaron un teléfono para denuncias anónimas que comunica con Yazmín Moncada Barrientos, encargada de la Jefatura de Unidad Departamental de Quejas, Denuncias y Responsabilidades de la alcaldía, la cual envía a personas encargadas de quitar todo tipo de objetos que invadan la vía pública.

Villalobos afirmó que la solución está en la sociedad, pues opinó que “como ciudadanos tenemos que ser compartidos y respetuosos con el prójimo, ya que hay que tomar en cuenta la calle es libre y todos podemos hacer uso de ellas siempre y cuando no se estorben las entradas o garajes de las casas”.



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3 de diciembre de 2018

LA VOZ SIN VOZ: AMELIA UNA MUJER CON SUEÑOS

Por: Andrea Reyes González
Ciudad de México (Aunam). Bajo la calidez del sol de la mañana, en el estrecho patio de su casa, la figura erguida y delgada de Amelia Romero de 66 años se preparaba para relatar la historia de su vida. Una mujer dedicada al hogar y a su familia, le cuesta encontrar palabras para dar inicio pues no tuvo voz por muchos años. Hace memoria y aprieta los ojos para comenzar a relatar los sueños contenidos y nunca dichos.


El semblante amable, los ojos oscuros como el cabello, Amelia Romero recuerda su infancia con la voz tranquila: “nací en La Luz de Juárez, Guerrero, el 24 de junio de 1952”. ¿Qué si era bonito?, repite la pregunta y ríe. “No, no era un lugar bonito, porque era muy seco. Pero a pesar de eso mi infancia fue bonita, porque nos gustaba ir al campo con mi padre José Romero y mi hermano menor, Fernando Romero, cortábamos flores, nos mojábamos en la lluvia, hacíamos fogata y jugábamos a la comidita”.

“Tuve trece hermanos, yo fui la segunda. Mi papá fue muy cariñoso con nosotros, enérgico cuando ya estábamos grandes, pero siempre muy comprensivo. Mi madre Carmen no era enojona, pero no opinaba mucho”, asegura con un movimiento de cabeza. “De diez o doce años ayudábamos en la casa a hacer tortillas, a cargar el agua y a alimentar a las gallinas. Pero como estábamos chiquillos la infancia la disfrutas”.

Sus ojos brillan mientras hace una descripción detallada de los paisajes, Amelia posee una memoria nítida y da vida a sus recuerdos con un movimiento y gesticulación enérgica; “hacia yo un manojo de flores después de la lluvia mientras cantábamos por el campo, cuando eres niño no te importa nada”, dice y sonríe casi con nostalgia.

Sin embargo, no todos sus recuerdos parecen contener ese tinte de alegría en la niñez:

“No había luz, nos alumbrábamos con un candil o una vela, le echábamos petróleo para que encendiera, a veces no teníamos dinero para el petróleo, en ese tiempo costaba cinco centavos y tratábamos de acostarnos temprano para no gastar mucho. Un litro de petróleo nos duraba de tres a cuatro noches. No había teles, ni radio, ni relojes. Nosotros nos guiábamos por el sol, mediamos las horas por la luz, le atinábamos en el día y en la noche por el canto del gallo”.

Recuerda a su familia y habla de ellos con emoción: “mi familia se mantenía sembrando maíz, frijol, cacahuate, semilla de calabaza. Y mi mamá en el hogar hacia las tortillas y la comida, mientras con mis hermanos íbamos a la barranca a buscar agua, porque era un lugar muy seco. Comíamos bien, mi padre tuvo buen ganado y siempre teníamos queso y leche. No sufrimos de comida, dentro de todo, yo pasé una infancia bonita porque me gustaba mucho mi tierra”.

En un ambiente cálido, sin importar las pocas o muchas carencias, Amelia tuvo una familia ensamblada y numerosa: “conviví mucho con Inés y Fernando, mis hermanos, porque éramos los más grandes. Cuando yo tenía doce, mi hermana de catorce años se fue con su esposo. Yo me puse muy triste pero además los quehaceres se me hicieron más pesados, hacia tortillas y acarreaba agua del pozo para lavar trastes. Tenía doce años y todas las labores de la casa me tocaban a mí”, dice moviendo la cabeza.

“Con mi hermano convivíamos aún más porque íbamos a dejarle de comer a papá al campo, yo a él lo quise mucho. Cuando mi papá le pegaba yo lo abrazaba y lloraba con él, me daba mucho coraje que le pegaran, pero nunca le replicaba a papá porque no se le podía decir nada cuando se enojaba, estuviera bien o mal”, dice con una mueca en el labio que le tuerce la expresión como si recordara algún regaño injusto.

Amelia se estira en su silla, el sol le da en los brazos y parece disfrutar el calor, responde cautelosa a la pregunta sobre su grado de escolaridad: “sí, estudié primer y segundo año en la primaria “Hermenegildo Galeana”, así se llamaba, porque ahora esa escuelita ya la tiraron, tenía tres salones. El primer año lo estudié de 8 años, no es como aquí; como no había maestros entrabas hasta que estuviera uno. Me acuerdo bien que me dio mucho coraje cuando me enteré que ya no iba a haber maestro para tercer grado, y mi papá no me dejó irme a estudiar a otro lado”, dice y la voz se le vuelve enérgica al recordarlo.

“En el pueblo de Calihuala, Oaxaca, sí había para terminar primaria, hasta sexto, en ese tiempo ese pueblo era más grande y con más vida -mueve las manos como si con eso abarcara el tamaño del pueblo- ellos no estaban atenidos al temporal, había río y había escuela. Yo me quería ir a allá a terminar la primaria, pero mi papá ya no quiso ‘quien te lleva quien te trae’, me dijo”.

“Si el esposo decía no, era no, y la esposa no podía decir otra cosa, así que mi mamá no me apoyó. En ese tiempo era muy difícil porque no había transporte y teníamos que ir a caballo si estaba cerca, pero si era un pueblo más lejano a veces se iba a pie y tardábamos tres o cuatro días. Mi padre no tenía tiempo de llevarme y traerme de un pueblo a otro para ir a la escuela porque se la pasaba trabajando para darnos de comer”, baja un poco la voz como si le diera tristeza recordarlo.

“Yo más bien pienso que era porque en esas épocas tenían la idea de que una señorita de 11 o 12 años hay que cuidarla porque a los 14 años ya se casó y de esa edad se las llevan. ‘Con que sepas poner tu nombre es más que suficiente’, decía mi papá cuando le pedía que me llevara a estudiar”; Amelia entrecierra un poco los ojos, como quien sospecha. Su expresión vuelve a adquirir quietud, levanta la mirada un poco triste y expulsa un poco de aire; ni los recursos ni las ideas de sus padres permitieron que tuviera lo que anhelaba.

“Yo todavía no me quería casar, pero en el pueblo para nosotras no había más aspiración que esa, conocí al que a ahora es mi esposo a los 14 años. Lo conocí porque pasó por mi calle y me hizo la plática. Él no era del pueblo, era de Calihuala. Fuimos novios cuatro meses sin que nadie supiera. A veces cruzábamos dos o tres palabras porque mis tíos y mi papá me vigilaban. Todos querían que me casara con alguien del pueblo y Toño no lo era”, dice y se ríe.

“Me casé el 16 de febrero, el mismo mes que me pidieron, todo fue muy rápido. Él tenía 22 años y yo 15. A mi primer hijo lo tuve a los 16 años y a mi segunda niña a los 18. Ellos dos todavía nacieron en Calihuala, Oaxaca. La pobreza nos hizo salir de allá y venir a México donde tuve al resto de mis hijos, primero estaba preocupada, pero de no haber salido de ahí mis hijos no hubieran tenido estudio”, asegura.

Luego se fueron a la colonia San Lorenzo donde ella vivió un tormento, “creo que llené el canal de tanto llorar”, se ríe, pero en la mirada se le nota triste. “Estaba muy feo, se me hizo muy pesado. Además hacía muchos corajes, para mí ya no era vida, no veía a mis papás, peleaba con la esposa de mi cuñado. Yo siempre me quedaba callada, me estaba llevando la fregada”.

Se iba a morir dejando a sus tres hijos chiquitos, tenía 25 años. “Tuve ulcera gástrica, luego estuve muy mal de anemia. Estuve muy enferma de todo, pero el año que pensé que me iba a morir tenia pulmonía, sentía que se me desbarataba la espalda y el pecho. Tuve una vida muy pesada”, esta vez aprieta las manos y pierde la mirada mientras recuerda.

“Si yo hubiese podido, me hubiera gustado estudiar enfermería, me gusta mucho curar a los enfermos y ayudarlos, pero por falta de recursos y maestros no pude. Yo sí recuerdo que me gustaba estar estudiando, me gustaba recitar en la tribuna libre los días 15 de septiembre en mi pueblo, pero lamentablemente no pude continuar”, dice y encoge los hombros.

“Siempre la vida fue más difícil para las mujeres, de chiquita me tenían encerrada para atender a mis papás y cuando me case pensé que iba a salir de ahí; pero es lo mismo, te encierras y ahora hay que cuidar al marido. No se disfruta la vida, pero dentro de todo lo malo tengo recuerdos bonitos”, dice tranquila, con una sonrisa genuina.

Amelia Romero, humilde y de carácter tranquilo recuerda su vida y lo doloroso de haber vivido por y para otros, dejando de lado muchos sueños para poder adaptarse a los deseos de otros como muchas mujeres, sin embargo alberga en su memoria una fuente de alegría que le hace recordar que ha desempeñado un buen papel como madre y eso le otorga satisfacción a todo el camino recorrido durante más de sesenta años.

“Soy madre y tuve una vida pesada, pero no es todo lo que soy, también tuve sueños”, dice sonriendo, Amelia parece recuperar el aire mientras descubre que dentro de ella siempre existió la voz y que ni los años ni los demas pueden arrebatarle esa historia donde sólo ella ha sido protagonista.







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