25 de julio de 2018

INTERPRETARÁ LA FILARMÓNICA DE LAS ARTES TEMA INÉDITO DE CRI-CRI

En el concierto “Cri-Cri por siempre”
Por: Melanie Claudia Enríquez Fuentes
Ciudad de México (Aunam). La Orquesta Filarmónica de las Artes (OFIA) presenta su segundo concierto familiar con distintos temas selectos del inolvidable Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri. El espectáculo girará alrededor de un cuento narrado por la abuelita del propio Cri-Cri, papel protagonizado por Evangelina Martínez.


Al respecto de este espectáculo, el maestro Enrique Abraham Vélez Godoy, director concertador, comentó: “Estamos contentos de poder repetir el repertorio de Cri-Cri, ya que es música para toda la familia y sigue muy vigente, hay que mantenerla viva y darla a conocer a las nuevas generaciones. Es música bien hecha”.

La propuesta es renovar el espectáculo que se realizó el año pasado, con la participación de la primera actriz Evangelina Martínez. Todo girará alrededor de un cuento narrado por la abuela del propio Cri-Cri, musa inspiradora, en donde se irá hilando canción tras canción.

Es un show para toda la familia, que hará recordar momentos especiales a chicos y grandes con las canciones del emblemático Grillito Cantor, además de conmemorar a los abuelos en su mes (28 de agosto) como figuras clave en todas las familias mexicanas.

Para esta ocasión se escribió un nuevo libreto a cargo de Tere Careaga Medina, que además contará con la participación de cuatro actores jóvenes con carrera y experiencia sólida en teatro profesional: Pedro Trejo, Juan Pablo Ruiz, Mayte de Samaniego y María José Bernal. La dirección escénica de Omar Olvera y la coproducción de Dunkel Arts con Diego Careaga y David Dohi Márquez, quienes estarán a cargo de la producción escénica.

Dentro del repertorio podremos escuchar temas como: Ché araña, Casamiento de palomas, Di por qué, El comal, Cochinitos dormilones, La patita, entre otros; así como también la interpretación de “El perro de cuerda”, un tema inédito del reconocido cantautor infantil, Francisco Gabilondo Soler, el cual nunca fue grabado y en esta ocasión especial se tuvo la oportunidad de revivirlo gracias al apoyo de GabSol, empresa que facilitó el material original con el que trabajaba el maestro Gabilondo Soler.

Los conciertos se llevarán a cabo el sábado 4 de agosto a las 16:00 y 19:00 horas en el Auditorio Fra Angélico del Centro Universitario Cultural CUC, ubicado en la calle Odontología 35, colonia Copilco Universidad. Los boletos se encuentran a la venta en la página web http://filarmonicadelasartes.com y en el punto de venta de la orquesta ubicado en avenida Cerro del Agua número 241 piso 1, colonia Copilco de lunes a viernes de 9:00 a 17:00 horas.









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¡LLÁMAME GEEK!

Por: Guillermo Armenta Ugalde
Ciudad de México (Aunam). “Me gustan mucho los RPG, es un género que a casi nadie le gusta en dónde juegas el rol del héroe. Recuerdo que me gustaba Final Fantasy y recientemente he jugado Mass Efect, es una space opera, que no he podido acabar. También soy un fanático de Star Wars, ya compré mis boletos para ver el episodio ocho en unas semanas. Los investigadores suelen tener ese perfil y… sí, podrías definirme como un geek”

Juan Carlos Ramírez realiza esta última afirmación con una leve sonrisa en su rostro. Por primera vez, desde que iniciamos la conversación, voltea a verme a los ojos. Sus manos, en constante movimiento desde que comenzamos, permanecen quietas.


Un mundo organizado

El encuentro tiene lugar en uno de tantos cafés cerca del metro. Juan Carlos Ramírez, tal como en cada una de sus clases, llega unos minutos antes de la hora acordada. La paleta de colores de su vestimenta se compone de tonos negros y grises. A simple vista parece una persona antisocial, pero de inmediato demuestra estar abierto a charlar con toda comodidad.

Nos sentamos en el área de fumadores, debido al poco espacio que hay adentro. Cada uno está colocado al lado del otro y no frente a frente, porque los asientos están muy separados entre sí. Después de comentar algunas cosas triviales como el clima, empezamos a charlar más serios.

¿Dónde surge su interés en estudiar una carrera sobre organizaciones?

“El principal motivo fue el impacto que me causó la materia de teoría de la organización durante la licenciatura en Administración. El profesor que la impartía era uno de los mayores expertos del tema en el país y se me hizo sumamente interesante. Como administrador no me gustaban las asignaturas de finanzas y prefería lo que tenía que ver con análisis”.

El ritmo de la voz de Juan Carlos Ramírez es rápido. Sus ojos miran hacia el vacío y nunca a mí directamente. Sus manos permanecen juntas, de manera similar a la pose que se hace al momento de orar.

¿Por qué en un principio eligió Administración?

“Yo estudié en CCH (Colegio de Ciencias y Humanidades) Oriente. En un inicio quería estudiar medicina, pero me di cuenta de que no era lo mío, sobre todo las materias de fisionomía. También llevaba materias de ciencias sociales. En los últimos momentos quería estudiar Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Políticas, pero al final me asignaron la carrera de Administración hasta Cuautitlán. Sólo estuve un semestre y preferí entrar a la UAM (Universidad Autónoma de México) porque me quedaba muy lejos”.

Durante cada una de sus ideas, mueve sus manos guiando su voz. Afuera, el tráfico se vuelve caótico y ruidoso, pero el profesor no se inmuta y sigue hablando indiferente a lo que pasa en el exterior.

“Me di cuenta de que la Administración en México se orientaba mucho a lo financiero, y yo esperaba algo más enfocado a lo social y la investigación. Estudiar esa carrera me dejó muy insatisfecho, por eso decidí seguir mis estudios hacia el análisis de las organizaciones”.

Enseñando la ley de la gravedad


¿En qué momento comenzó a dedicarse a la docencia?

Juan Carlos Ramírez piensa unos momentos su respuesta, organiza sus ideas. Al final, emite una leve risa.

“Al egresar del posgrado estaba preparado para ser docente-investigador. Yo no estaba conforme con la idea de ser profesor, prefería indagar, pero no se puede vivir de investigador. Al principio era renuente, pero después me di cuenta de que me gustaba enseñar”.

Al principio Juan Carlos Ramírez dio clases en preparatoria, en materias como economía y formativas en ciencias sociales, por el componente de Administración que estudió. Incluso llegó a dar física y matemáticas, por la formación de su licenciatura, aunque piensa que no tenía nada que ver con él.

El profesor admite esto último con un toque de cinismo y cuenta con sus dedos cada una de las asignaturas que impartió, para procurar no olvidar ninguna. “Cuando entré a la UNAM no tuve un proceso de selección largo, sólo tuve que presentar el plan de estudios que les di a ustedes” afirma.

Cerca de otras latitudes

Tal como lo llegó a mencionar en sus clases, Juan Carlos Ramírez ha tenido la oportunidad de conocer a algunos de los grandes teóricos de su campo de estudio. Cada vez que narra estas anécdotas, lo hace como si se tratara de un evento casual, cotidiano. Tal como platicar de haberse encontrado con algún familiar al que hace mucho tiempo no se veía.

“Tuve la oportunidad de ver a Michel Crozier en dos ocasiones, en la primera ni siquiera me di cuenta. Fue gracias a un congreso al que pude asistir, se veía cansado, pero todavía era muy lúcido”.

Ramírez también comenta sobre oportunidades frustradas, con un pesar sobre su voz. Se trata de un momento muy leve que puede percibirse, porque disminuye un poco la rapidez con la que habla y sus manos se colocan una sobre la otra.

“En mi agenda estaba ir a estudiar a Canadá, pero en ese momento se impuso la visa obligatoria para entrar. Además, comenzaron a exigir un alto nivel de francés que yo no dominaba por completo”. De manera similar a lo que hace en clase, coloca su dedo pulgar en su barba y después lo coloca en su nariz. “También pude haber ido a Australia y Colombia, pero por problemas familiares no pude hacerlo”.

Insatisfacción

Tras preguntar por sus motivos por estudiar un grado tan alto de estudios, la plática se torna un poco más personal, alejándose de la rigidez con la que en un inicio comenzó.

“Una de mis metas es acceder al Sistema Nacional de Investigadores. Desde que estoy en la maestría tengo esa inquietud, es un proyecto de vida. Cuando terminé la licenciatura quedé insatisfecho, sobre todo en lo teórico. Por eso quise estudiar una maestría, para llenar todos esos huecos en la investigación y el análisis porque los administradores solemos quedarnos cortos en eso. Pero, como dice un profesor, ‘uno nunca puede negar la cruz de su parroquia’”.

Maestro entre maestros

Hacemos una pausa y pregunto si desea tomar algo, pero el analista de las organizaciones declina, no quiere perder el hilo conductor y la inspiración.

¿En su familia es común tener grados académicos tan altos?

“No. Yo soy el que tiene mayor escolaridad. Una de las explicaciones, que a veces me doy a mí mismo, para entender porque soy profesor, es que por parte de mi mamá casi todos sus familiares son maestros normalistas de Guerrero. A lo mejor hay algo genético por ahí”. Juan Carlos emite una risa, pero a pesar de esto, su mirar sigue posicionado hacia otro punto mientras habla.

Una vez que el ambiente parece reflejar mayor confianza, aprovecho para hacerle una pregunta a Juan Carlos Ramírez más alejada de lo laboral y lo académico.

¿Es fanático de los videojuegos?

“Cuando no tengo nada que hacer, es mi pasatiempo de elección. Tengo el Playstation uno, dos y tres, aún no me compro el cuatro, pero ya casi. Desde que era niño he tenido un montón de consolas, el Nintendo, Supernintendo. Desafortunadamente, desde que empecé en la docencia ha disminuido mi tiempo jugando. A mi hermano también le gusta y cuando éramos más chicos hacíamos torneos de FIFA o Mario Kart”.

¿Y del rock?

“Si, de hecho, toco la guitarra desde el CCH. En mi salón había un taller organizado por los alumnos del que formaba parte. A mi papá le gustaba el rock más clásico como The Beatles. No soy un gran experto, pero sé tocar la guitarra eléctrica, acústica, el bajo y un poco el piano. En la UAM intenté formar una banda, pero no se dio porque había poca gente que supiera tocar. Tan es así que antes tenía mi cabello largo, pero lo corté después de la maestría”.

Juan Carlos Ramírez parece haber dejado su faceta de investigador y se desenvuelve de manera más libre, divirtiéndose con lo que platica.

¿Qué deparará el futuro?

Después de plantearle la interrogante sobre la posibilidad de ligar su gusto por los videojuegos y todo su bagaje académico, Juan Carlos Ramírez recordó que sus amigos lo alentaban a poner su propia empresa u organización.

“Tengo un buen conocimiento sobre las guitarras. A veces he pensado en poner un taller que haga guitarras, pero soy muy desidioso para hacer ese tipo de actividades”. Juan Carlos Ramírez me confesó otro de sus deseos: publicar un libro. Esta vez, sus palabras muestran una mayor emoción y sus manos se mueven más que nunca, dejando a un lado los gestos rápidos y breves por ademanes más energéticos.

“Sería algo más parecido a un ensayo, un formato más libre. Tal vez sea una narración o historia de vida, que ligue con todos los temas que he investigado. Mira, soy un experto en organizaciones, pero la verdad es que muchas veces creo que no son más que un pretexto para hablar de otras cosas, tal como lo estamos haciendo ahora”.




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23 de julio de 2018

CUANDO LAS PALABRAS FALLAN LA MÚSICA HABLA: LUIS BARRÓN


Por: Andrea Gutiérrez Sánchez
Ciudad de México (Aunam). Con tan solo 19 años de edad Luis Javier Barrón Pedraza ya se encuentra en la compañía del Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández, como corista de este gran espectáculo. “Fue un poco de suerte el que esté en esa gran compañía, mi maestro de canto se llama Óscar Barrera Castañeda y él es quien me llevó con Rufino Montero Gutiérrez, quien dirige el coro del Ballet Folklórico”.


En la zona de comida de una plaza comercial nos encontrábamos, frente a frente sentados en una mesa pegada a la venta, que deja a la vista el estacionamiento de los automóviles. Se encuentran la mayoría de las mesas vacías.

Luis Javier Barrón me mira con ciertos nervios y una gran sonrisa metálica. Su cabello oscuro hace que su piel se vea más pálida. Parece un niño, de no más de 17 años, característica que hace que te sorprendan más, que haya cantado en el Auditorio Nacional de México.

El inicio de todo

Lleva un chaleco negro, con una playera gris, que combina con un pantalón de mezclilla azul claro y unos zapatos negros. Su comportamiento es amistoso y habla como si llevara años de conocerme. Su sonrisa deja asomar unos dientes perfectamente alineados y color marfil.

“Fui con el profesor Rufino para que escuchara tres piezas que iba presentar en un examen de admisión, para la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al llegar el maestro, me trató feo y empezó a tocar la pieza muy rápido, una cosa exageradamente veloz, dando a entender que llevaba prisa y que ya se quería ir”. Sonríe Luis Javier Barrón al recordar la anécdota.

“Empecé a cantar y al acabar la pieza me dijo, ‘a ver qué otra traes’ y ya esa pieza si la empezó a tocar bien. Me realizo correcciones, su actitud ya no era tan pesada como al principio, cambió su forma de verme cuando terminé de cantar”. Mientras habla, suele mover mucho sus manos para poderse expresar, las coloca en su café, y cada vez que habla más las mueve, muy efusivamente, como si hablara con las manos.

“Mi instructor, Óscar Barrera, también forma parte del coro del Ballet, entonces me dijo que el profesor Rufino me había citado, yo no lo creía la verdad, pensé que jugaba con mis sentimientos”. Hizo una pausa y empezó a jugar con su chocolate caliente, su mano casi cubría todo el vaso, pues pidió el más chico.

“pensaba que algún día entraría a ese coro, pero me veía ahí en unos dos o tres años, cuando tuviera un nivel más alto. Entonces el maestro me pidió que fuera y empecé a ir a los ensayos” me cuenta y en su rostro se ve el entusiasmo al recordar esas anécdotas y contárselas a alguien más, su risa acompaña cada pausa que hace.

“Fue muy curioso, porque llegué y el maestro me trató como si no existiera, hasta dudé si en verdad me había mandado llamar. Llegué en abril y me mantuvo ensayando hasta principios de agosto, cuando tuve mi primera presentación” comentó.

Barrón Pedraza ha formado parte de múltiples coros y agrupaciones musicales, como el Ensamble Vocal Eviternum, donde se ha desarrollado como corista y solista, del mismo modo es pianista acompañante de esta agrupación. También forma parte de las filas de Coro Gabriel Saldívar del Centro Cultural Ollin Yoliztli, bajo la dirección de la Maestra Ethel González Horta.

Un interpretante recrea una obra, es un arte complejo, lleno de aristas y de especialidades, pero irreemplazable. El intérprete musical es un creador, pues sin su preparación, la música no existe en la realidad, sino solo en el papel.

Una pasión que inició desde pequeño

Su pasión por la música empezó desde muy pequeño debido a una guitarra que tenía colgada en su casa. “Cada vez que pasaba tocaba las cuerdas, yo tenía esa inquietud de aprender a tocar el instrumento, me gustaba el sonido que producía y veía la vibración de las cuerdas, me fascinaba”.

Al principio no tenía el apoyo de su familia, pues sus papás no creían que se comprometería con la música siendo tan pequeño, pero después de insistir mucho lo metieron a clases de guitarra, con la condición de que debía de aprender a tocarla en medio año.

Al pasar el tiempo sus padres vieron su pasión por la música y decidieron comprarle su primera guitarra, pues para sus clases llevaba la que estaba colgada en su casa y no tenía una propia como sus demás compañeros.

“Me daba pena llegar con esa guitarra toda fea, porque mi abuelo le había pegado monedas en toda la caja de la guitarra y ahí me veías quitándole todas las pinche monedas para que no me diera tanta pena, pero por el pegamento se veía la figura.” al narrar estas palabras, muerde su labio agrietado, pero no deja de sonreír, es una persona con mucho sentido del humor.

Conforme fue creciendo, se le fueron presentando las oportunidades para que pudiera seguir aprendiendo música. En la Escuela Nacional Preparatoria Plantel número seis, empezó a tomar talleres de canto.

“La prepa fue la etapa decisiva para mí. Cuando llegué al concierto preparatoriano escuché cómo empezaba a afinar la orquesta, y ese sonido de cómo todos los instrumentos empezaban a ensamblar en un mismo tono me fascinó, me enamoré. Decidí que la música tendría que estar conmigo”.

En un inicio Luis Javier Barrón quería estudiar química, pero una semana antes de decidir su futuro recordó una frase de Hans Christian Andersen que lo hizo cambiar de opinión “cuando las palabras fallan la música habla”.

Ahí fue cuando él decidió dedicarse, de manera profesional a la música. “Tenía que hacer algo el resto de mi vida que no me fastidiara y me hiciera sentir orgulloso, que me llenara como persona y me hiciera completamente feliz, aunque me muera de hambre, moriré de hambre feliz”.

Sacrificio por la música

El camino no ha sido fácil para este también corista de tesitura, tenor y pianista acompañante, en el actual Coro de la delegación de Iztacalco, pues tuvo que pasar tragos amargos por parte de su familia.

“En una fiesta, mi tío me pidió que cantara unas canciones, así que me preparé y llevé mi guitarra, un amplificador y un micrófono, empecé a cantar, pero como que a mis tías no les gustó, entonces a media canción pusieron las mañanitas en la rockola”.

Mientras me cuenta su historia se ríe y muestra una gran sonrisa, pero en sus ojos se asoma un brillo que lo delata, es una persona que oculta sus verdaderos sentimientos. “Ellas trataron de bajarme del escenario pero me decidí a terminar la canción. Sentí feo, sentí muy feo, pero eso me motivó a mejorar”.

¿Qué otros obstáculos te has encontrado?

“Me consume demasiado tiempo, por lo que llego a mi casa a las diez u 11 de la noche, ceno y estudio lo que necesito para el siguiente día. Es un estudio constante casi no tengo tiempo. Me he encontrado con obstáculos financieros, la música es cara: un libro, las partituras, los instrumentos son caros. Mis papás sí me apoyan, pero no al cien, hay cosas que no les alcanza y tengo que arreglármelas”.

Luis Barrón ha tenido que sacrificar muchas cosas para cumplir su sueño, pues la profesión en la que está le exige ser constante y practicar todos los días, incluso cuando se llega a cancelar un ensayo, él debe de practicar en su casa.

Debido a esta exigencia que pide la carrera de música, ha tenido que faltar a muchos eventos importantes de su familia y amigos, pues no puede salir de fiesta como un joven promedio de su edad. “Es algo que no me termina de gustar de mi carrera”, dice.

Una conexión

¿Cuál es la mejor experiencia que has tenido hasta ahorita?

Se queda pensando, guarda un largo silencio al tratar de recordar. “La mejor experiencia que he tenido fue en una ocasión que me tocó interpretar una canción de solista en una parroquia, es una melodía que a mí me trae recuerdos por abuelita, se llama alegre entre las nubes”.

Sonrió. “Al cantarla me acuerdo mucho de ella. Habla sobre cuando alguien deja este plano y descansa en paz en el cielo, cuando la interpreté logré generar cierta empatía con la gente que estaba ahí, porque empezaron a llorar y yo al acabar de cantarla también lloré, ahí fue donde entendí realmente, el lazo que tiene el artista y el público. Logré transmitir lo que quería a la gente”.

Lo que hizo especial esta canción es que él escribió la letra y la compuso, en honor a su abuela.

En los escenarios

¿Y cómo es la relación con tus compañeros de trabajo?

“Los músicos tienen un ego muy grande, somos muy orgullosos, creemos que somos mejores que los demás; que nadie es digno de trabajar con nosotros, por lo que es difícil trabajar con las personas. Intento formar un buen equipo de trabajo, para que se vea un resultado en grupo y no individual que cada persona aporte algo en especia”.

Casi no ha bebido de su chocolate caliente, solo suele tomarlo de vez en cuando, pero para tener quietas sus manos. Este joven cantante, se ha presentado en escenarios como: La sala mayor del Palacio de Bellas Artes, la explanada del castillo de Chapultepec y en el Auditorio Nacional. Así mismo ha tenido diversas funciones en otros estados de la República Mexicana, como: Querétaro, Estado de México, Aguascalientes y Puebla.

Debido a su experiencia en los escenarios, dice “Es casi una experiencia religiosa”, bromeando sobre lo que siente al estar en uno, haciendo alusión a una canción de Enrique Iglesias.

“Yo lo veo como un flujo de energía, el artista intenta transmitir algo a la gente que lo escucha. Lo más padre son los aplausos, cuando el público se paran se siente muy padre, las luces en la cara, yo me siento como si estuviera llegando al cielo. No sé cómo explicarlo”.

Trato de ser mejor de lo que era ayer

Cada vez empieza a llegar más gente, hay más ruido, es la hora de la comida. Se escucha una licuadora del café que está enfrente de nosotros y hace que él se distraiga un poco.

¿Hasta dónde te gustaría llegar?

“Trato de ser mejor de lo que era ayer, no me visualizo cuando este grande, porque siento que cuando llegue a ese punto luego me quedaré de ¿ahora qué?” Bebe un poco de su chocolate caliente, que parece ya estar frío. “Cada vez que tengo una presentación o tengo que ensayar algo, lo voy haciendo lo más perfecto que puedo”.

Con una sonrisa en los labios dice, “Mi forma de ver las cosas es, mira a las estrellas, y tal vez no llegues a ellas, pero cuando menos te das cuenta ya estás en la luna. No tengo metas, porque si no llego me sentiré frustrado de que no lo logré. Trato de disfrutar el camino, cada nota que voy tocando, cada nota que voy cantando, que sea la mejor”.

El compositor no suele mirarme a los ojos, es algo tímido, suele cruzar su mirada con la mía solo unos segundos y después ve hacia otro lado.

¿Cuál es tu mayor sueño?

“Ya vivo mi mayor sueño”. En su rostro se puede ver el reflejo de satisfacción y orgullo de todo lo que ha logrado hasta ahora.

“Tengo varios sueños y aspiraciones, pero el mayor es lograr ser un gran intérprete, no un excelente cantante, no un excelente músico, quiero que cada vez que interprete una pieza logre conectar con la gente. Tener esa conexión, esa empatía para lograr transmitir todo lo que quiero transmitir a los demás”.

Después de su fase como intérprete, le gustaría ser maestro y formar una academia, donde formé alumnos de todas las áreas artísticas, desde danza, música, teatro, entre otras. “Quiero formar una compañía donde se representen todas las artes en un sólo espectáculo” expresó.

Se escucha a un niño que llora a lo lejos y él empieza a inquietarse. Me pregunta por lo que estoy anotando en mi libreta, con una sonrisa pícara. Ahí es donde me percato que su atención ya no está conmigo y que ya quiere terminar la entrevista.

Me dice que las personas deben de hacer lo que más les gusta “Todo implica un trabajo duro y constante, de todos los días, poco a poco se irán dando las cosas. Se debe de luchar por lo que quieres y a lo mejor llega a salir bien, o a lo mejor sale mal, pero al final de cuentas es algo que quisiste”.






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DESDE LOS OJOS DE UN BAILARÍN: FERNANDO CAMACHO

Por: Itzel Valencia Muños
Fotos: Alex Rodríguez e Itzel Valencia
Ciudad de México (Aunam). Su nombre es Fernando Camacho Fabián, nació en México, el 19 de agosto de 1998. A primera vista resalta por su cabello castaño, largo de la parte superior y corto de los lados, ojos color café claro, que contrastan con su piel blanca. Pero, no es un chico común: él es un bailarín, estudiante de ballet de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea.


Camacho comenzó su carrera a los 17 años, y tan solo en dos años ha logrado posicionarse dentro de las filas de importantes obras, como El Cascanueces o La bella y la bestia de Luisa Díaz González.

Antes de su llegada al mundo, esperaban por él, un padre perseverante, trabajador y amoroso. La persona que le inculcó nunca rendirse a pesar de la dificultad del reto. Su nombre: Ronaldo Camacho Arias. También, una madre cariñosa, bondadosa y positiva; sin duda alguna, el claro ejemplo de que el trabajo duro tiene recompensas y que las adversidades tienen un aprendizaje. De nombre, Adriana Guadalupe Fabián.

Además, dos hermanos que, a su vez, son sus mejores amigos; Rolando y Alejandro Camacho Fabián, quienes forman gran parte de su apoyo y lo impulsan a conseguir sus metas. Nunca rendirse y siempre apoyarse unos a otros.

De la primera clase al telón

La vida lo orilló a darse cuenta de que quería dedicarse a la danza, pero cuando tomó sus primeras clases de balé comprendió que eso implicaba trabajar en la perfección. Al ver que tenía que exigirse para sacar las cosas de forma impecable, solo se enamoraba más de la disciplina.

El apoyo de su familia lo ayudó mucho: “Me dijeron ‘sí vas a hacer algo, dedícate por completo a ello y estúdialo enserio’. Al igual, me enfrenté a mí mismo y firmemente decidí que quería bailar y lo que debía hacer era no darme por vencido, echarle ganas y lograr mis mentas” declaró.

Cuando comenzó a tomar clases de ballet tenía 16 años, entró compitiendo con chicos más jóvenes, que ya hacían splits, segundas, grandes saltos, y él apenas comenzaba a aprender. Sin embargo, no se dio por vencido y poco a poco notó sus avances y mejoras durante el proceso. “Me percaté que sí se puede, solo es trabajar duro, es no dejar de soñar”.

Fernando Camacho tenía una expresión de orgullo mientras contestaba “Dije, ‘si ellos pueden por qué yo no’. Ese fue uno de mis agarres para seguir motivado y continuar hasta triunfar”.

Una experiencia inolvidable

“La mejor experiencia fue ser solista en el cuarenta aniversario de la escuela en Bellas Artes, fue un momento inolvidable, no podía creer que estaba en ese lugar frente al escenario”.
Fernando Camacho emocionado, contó que ese día, su papá le dijo lo orgulloso que estaba él y de su forma de actuar, cuando interactúa en el escenario, así como con la forma en que trasmité los personajes y sus sensaciones.

“Yo también lo sentí, fue como si el escenario me diera luz, todo desaparece y sólo quiero transportar al público, deseo contar una historia, convertir al auditorio parte de ella”.

Sin embargo, esta misma experiencia fue muy dura para el bailarín, debido a que el arduo y exigente entrenamiento, le costó diferentes lesiones durante los ensayos, entre ellas: Una de espalda y otra en un hombro. Además, tuvo algunos enfrentamientos con los directores.

“Fue difícil porque hubo muchos desacuerdos entre el grupo de baile, los directores y coreógrafos; cuando me lastimé el hombro, fue porque había un paso que contenía una cargada de escopeta” explica el bailarín subiendo los brazos y simulando que toma de la cintura a su compañera.

“A la directora no le gustaba la posición de los dedos y otros detalles y lamentablemente mi pareja no brincaba, por lo que yo cargaba todo su peso desde abajo y para la tercera vez que la cargué se me fue el hombro de lado”. Fernando Camacho considera que, estar lesionado causó más dificultades con los directores, a pesar de ello, priorizó su salud, pero nunca dejó de lado su responsabilidad y se presentó el día del estreno.

Personajes de aprendizaje

Fernando Camacho destaca la importancia que tiene cada uno de los personajes que ha interpretado, pues han sido la base de su preparación y experiencia frente al auditorio.

Considera que siempre se divierte, porque ama lo que hace. Para él, presentarse ante el público es un aprendizaje y un regalo que desea devolver, ya que en cada escenario busca que las personas que lo observan sientan cada uno de sus movimientos.

“Cuando estoy tras bambalinas, precisamente en las piernas del escenario doy varias vueltas y giros de calentamiento, pero ya que estoy por entrar a escena me mentalizo de todo lo que conozco del personaje y lo reflejo en mí, además, trato de trasportarlo a mis experiencias”

Fernando Camacho puso como ejemplo, las veces que le toca representar al papá de Bella en la obra La Bella y la Bestia, pues el personaje le recuerda a su abuelito, por su sabiduría, los años y la forma de proteger y amar a su familia, “me reflejé en él y a cada paso, no era Fernando, era él quien guiaba mi rastro”.

Modelos en el mundo del ballet

La proyección del bailarín Camacho se basa en personas significantes que han estado presentes en su carrera, la mayoría no son profesionales, debido a que le gusta formarse por sujetos que han causado impacto por su historia, personalidad, entrega y constancia.

“Hay una niña de 14 años, se llama Ana Jimena. Es muy buena bailarina, muchos la critican por su estatura y dicen que no va a poder destacar, pero yo creo que ella se ve grande en el escenario, sabe trabajar y sacar la función con empeño. Esta chica va en contra de todo lo negativo que escucha, al contrario, se mata en su labor y nunca deja de luchar y eso hace que se vea única en escena”.

Otro de sus ídolos es su maestro ensayador, Carlos Rodríguez, porque le mostró todo el camino por el que atravesó; su comienzo y las dificultades que tuvo. Pero lo más valioso para él son los resultados con base en el trabajo, su interés por perfeccionar hasta el último detalle como su línea de pie y el apunte de ellos.

De su maestro aprendió, que lo más mínimo puede hacer la diferencia, enseñanza que convierte a Rodríguez en uno de los mejores profesores y a Camacho en un alumno destacado.

“Carlos me explicó que, si te entregas completamente a la danza, ésta te va a devolver grades recompensas. Y creo que he dado muestra de ello, nunca me he rendido”.

El ballet no es como aprender matemáticas


-Conozco a un chico que se llama Alejando Mendoza, salió de la Escuela Nacional y en la actualidad es solista de la compañía. Él es una persona que se luce en el escenario, pues es muy humilde, no critica a las demás personas, no las hace menos, es sencillo.

Fernando Camacho cree que los bailarines deberían aprender ese tipo de cualidades, porque para él, cuando una persona comienza a entrenarse busca conocimientos, no entra con superioridad. “Desafortunadamente, conforme van avanzando y destacando a muchos se les olvida ese valor y se trasforman en personas egocéntricas”.

Para el joven bailarín, el ballet no es como aprender matemáticas, “en ellas te aprendes la fórmula y siempre sigues un procedimiento, pero aquí trabajas y estudias constantemente, nunca terminas de instruirte. Por lo que, los bailarines que ganan fama no deben sentirse superiores, al contrario, agradecer el éxito y ayudar a los demás”.

Fernando Camacho lamenta que, muchas veces, los ídolos y personajes destacados, sean groseros y déspotas con los bailarines que apenas están estudiando, mencionó que los jóvenes solo buscan aprender de ellos, pero muchas veces lo único que reciben, es una actitud indiferente.

¿Tú crees que, si este tipo de personas tuvieran una personalidad más humilde, menos egoístas y compartieran su trabajo con ustedes el ballet sería más rico en conocimientos?

“Yo creo que sí, pero desgraciadamente el ballet es una danza muy celosa, y hace que exista una competencia constante entre compañeros, por eso muchas veces en lugar de aprender y tener mejores espectáculos, donde pudieran empaparse del trabajo colectivo, hay individualismo”.

El compañerismo

Fernando Camacho cree que el compañerismo es necesario para su carrera, al contrario de la dinámica que suele seguir el ballet por el alto grado de competitividad entre compañeros. Porque, a su parecer, de forma grupal los resultados son diferentes y la satisfacción y recompensa los nutre de saber.

“Por fortuna, convivo en un grupo en que todos nos hemos apoyado, desde que entramos compartimos y nos ayudamos, incluso los profesores reconocen nuestra unidad y trabajo como equipo”.

Declaró que, como recompensa, por su trabajo en equipo tuvieron la oportunidad de presentar su proyecto llamado siete en movimiento. Trabajo con el cual representaron a la Escuela Nacional, en la convivencia anual de las escuelas del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en la Escuela Nacional de Folclor.
También destacó que, por el compañerismo y dedicación que existe entre todos los bailarines de su grupo, tuvieron la oportunidad de ir a Cuba Al igual, nos llevaría a Cuba en una gira que nos ayudó a conocer más y relacionarnos con diferentes técnicas de aprendizaje.

Visión de sí

“Las ganas de seguir adelante impulsan mi carrera, los sacrificios (salir, comer bien, tener disciplina) valen la pena por seguir adelante y destacar”. El bailarín Fernando siempre está en busca de la máxima excelencia, tiene iniciativa de adquirir diferentes conocimientos en el mundo del ballet.

En la actualidad explora diferentes alternativas, para hacerse acreedor a una beca que lo haga llegar a Washington, Miami o Cuba. Participó en clases del Concurso Internacional de Danza Attitude y desea ingresar a la Compañía Nacional de Danza el próximo año.

“La belleza de vínculo del compañero al bailar hace la hermosura del baile”, es una de las premisas que guían a Fernando Camacho para su visión del ballet y su evolución.

Este bailarín en acenso busca representar este arte de forma que dejen huella en cada uno de los espectadores, desea que la experiencia sea única, donde todos los sentidos estén involucrados, pues él vive su sueño y arriba del escenario quiere hacérselos vivir a los demás.

“El ballet es muy bonito, te llena, por eso quiero que los demás se sientan como yo, como niño en dulcería, con escalofríos a cada salto, con sonrisas en cada giro y que se queden con hambre de más”.






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“EL DINERO NO NOS AJUSTABA, POR LO QUE FUI A LA CAPITAL A BUSCAR TRABAJO”

  • De Chiapas a la Ciudad de México, vida del señor Jorge García
Por: Daniel García
Ciudad de México (Aunam). El señor Jorge García, nacido en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Ha tenido una larga vida, a sus 87 años nos cuenta cómo fue que tuvo que salir de un pueblo mágico a una gran ciudad junto a sus cinco hermanos.


Cuando eran jóvenes tuvieron que dejar su tierra natal, para ir a la ciudad en busca de trabajo. “Éramos muy pobres, apenas teníamos para vivir, los seis salíamos a trabajar para traer pan a la casa. Cuando terminé la secundaria, me vi forzado a dejar los estudios, porque tristemente era o ir a la escuela o salir a trabajar en busca del pan”.

Cuando aún vivían en San Cristóbal de las Casas, los seis hermanos tenían sus obligaciones en su hogar, las mujeres partían, unas tenían que ir al mercado y vender en el puesto que poseían, así las demás hacían de comer. Mientras los hombres iban a trabajar de cargadores o llevar los productos al puesto del mercado donde vendían.

“En el mercado mi mamá atendía, mientras que mi hermano Armando y yo traíamos lo que se necesitara para vender. Era muy pesado, pero lo teníamos que hacer para vivir. Tenía que cargar los costales de azúcar, con un asa atado en la frente, para poder aguantar todo el peso y no se me cayera”.

Cuando sus padres tenían que salir a trabajar, quedaba como encargada de todos, la hermana mayor. Ella tenía que ver en esos días que iban a comer, la situación era muy difícil, porque no solo tenía que conseguir o preparar comida para ella, ya que debía ser comida suficiente para seis personas. “Algunos días lo único que comimos era fruta que cortábamos de árboles de casas de otras personas, nos teníamos que llenar con eso porque era lo único que había”.

Para sobrevivir tuvo que aprender a hacer muchas cosas, así pudo aportar económicamente en su casa. Aprendió a reparar electrodomésticos, a inyectar, entre otras.

“Tenía que aprender a hacer cosas rápido para que me dejaran trabajar, estuve un tiempo ayudando al señor que arreglaba los electrodomésticos, así que aprendí a como repararlos si llegaban a fallar, también estuve trabajando en una farmacia de un doctor, donde le apoyaba a inyectar a las personas. Tuve que desarrollar muchas habilidades y ayudar económicamente en mi casa”.

En su adolescencia, también descubrió un gusto por el beisbol. En esa época de sus 18 años comenzó a ir a practicar con el equipo de su colonia, hasta que entró en el grupo, donde hizo grandes amistades que hasta la fecha conserva. “Me gusta mucho el beisbol, cuando era joven lo practicaba e incluso a mis hijos los metí en equipos, pero no les gustó tanto y lo dejaron. A mí me gustaba porque era un escape de la realidad, todos los problemas cuando jugaba no existían”.

Jorge García cuenta que cuando va a San Cristóbal visita a un “gran amigo”, quien también pertenecía a su equipo de beisbol, con el que siempre entrenaba y tomaban “algunas cubas”. Pues a él le gusta ir a su lugar de origen para recordar esos momentos de juventud.

El señor Jorge García recuerda que, en su juventud, por la falta de dinero no podían salir seguido. Un día les ofrecieron un trabajo qué necesitaba de toda la familia, tenían que cuidar un terreno.

Las personas que les dieron ese encargo eran del gobierno, quienes se encontraban interesados en su casa, pero la familia García siempre tenían una respuesta negativa, cada vez que les hacían una oferta por su hogar.

Sin saber el giro que iban a tener, la familia García fueron a cuidar el terreno dejando la casa sola. Cuando terminó el tiempo que tenían que cuidar dicho terreno, regresaron a su casa y encontraron todo quemado, les incendiaron su casa, lo único que tenían. “Nos quemaron todas nuestras cosas que con mucho trabajo habíamos conseguido. Con dolor y rabia tuvimos que levantar, para ver que aún nos podía servir para venderlo”.

Tuvieron que vender la poca mercancía que aún les quedaba, tanto en el mercado local de San Cristóbal, así como ir a Tuxtla Gutiérrez a vender lo demás, aunque lo tuvieran que dar más barato, pero tenían que conseguir dinero para salir adelante.

Sin embargo, lo que ganaban de lo que quedó, no era suficiente para sobrevivir, por lo que Jorge García como el hombre mayor, tuvo que trasladarse a la capital del país a buscar trabajo. “El dinero no nos ajustaba, gracias a una amistad de mi papá pude entrar a trabajar en la Secretaría de Salud, en la parte de trópicos, donde tenía que llevar un control de insectos. Después mis hermanos me alcanzaron en el Distrito Federal”.

Jorge García tuvo que mudarse con un familiar en una ciudad que no conocía, pero tenía que ayudar a su familia. Después de trabajar en trópicos, tomó un curso de estadística para ser estadígrafo. Él esperaba conseguir un poco más de dinero, para poder ayudar a sus padres.

Además de estadígrafo, a veces le encargaban llevar paquetes a hospitales. Uno de ellos el 20 de noviembre, donde conoció a una enfermera llamada Hermila Rodríguez, la cual llamó su atención y con el tiempo comenzaron a salir hasta que se enamoraron y se casaron.

Con un brillo en sus ojos color café, al recordar cuando conoció al amor, contó lo siguiente:

“Un día que fui a entregar unos medicamentos al hospital 20 de noviembre, quien me los recibió fue una enfermera muy linda y después de varias entregas la invité a salir. Las cosas eran muy diferentes a lo que es ahora, no teníamos celulares, por lo que para una cita me estuvo esperando dos horas porque había ocurrido un accidente y había muchísimo tráfico, no tenía como decirle que ya estaba en camino, pero que había un percance. Lo unció que podía esperar es que no se fuera”.

Después de contraer matrimonio con Hermila Rodríguez, comenzaron a vivir cerca del metro chabacano en un edificio, tuvieron tres hijos, dos hombres y una mujer. Años después Jorge García compró un terreno en Xochimilco y construyó una casa para su familia, donde sus hijos adolescentes tuvieron que mudarse del centro al sur de la ciudad.

“Cuando nos fuimos a vivir a Xochimilco en el terreno que compré y donde construí una casa. Al principio fue un poco pesado acostumbrarse, porque la escuela de mis hijos les quedaba retirado, se tenían que despertar más temprano para ir a sus respectivas escuelas”.

Uno de los golpes más fuertes que ha tenido que atravesar Jorge García fue la pérdida de su esposa. Ella enfermó de pulmonía, además padeció una enfermedad mental que hacía que en ocasiones perdiera la conciencia. Ingresó al hospital, pero por accidentes del mismo hospital la esposa del señor García falleció.

“Cuando falleció mi esposa fue un golpe muy fuerte, sino es que el más fuerte que he enfrentado. Ella tenía pulmonía y una enfermedad mental, donde por momentos perdía la conciencia perdiendo el control de sí misma, después de cinco años padeciendo dichas enfermedades, fuimos al hospital López Mateos, pero enfermeros que la tenían que pasar de una camilla a otra la tiraron y la lastimaron, haciendo que una de sus costillas perforara su pulmón, lo que la llevó a la muerte”.

La muerte de su esposa llevo al señor Jorge García a una depresión, donde tuvo que acudir a atención psicológica para salir adelante, cuenta que sólo lo logró por la ayuda de sus tres hijos y sus cinco nietos, con los que quería pasar más tiempo.

Un año después de que su esposa falleciera le detectaron un tumor en el estómago, el cual tenían que remover quirúrgicamente. “Cuando me dijeron que me tenían que operar para quitar un tumor que tenía en el estómago, me espanté, apenas había pasado un año que mi esposa había fallecido y no pude evitar pensar, que a lo mejor yo era el que seguía, pero gracias a Dios no fue así y aquí sigo, a 12 años de esa cirugía”.

Después de haber superado la depresión por el fallecimiento de su esposa y la operación de su tumor, Jorge García va cada año a su tierra de origen, a dar gracias por un año más de vida.

“Después de eso, cada final de junio y principios de julio voy a San Cristóbal para la fiesta de la virgen del refugio, para dar gracias por un año más de vida. La fiesta de la virgen es muy grande y dura todo el día, desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. Hay misas, las mañanitas, marimba, cuetes, y sacan a la virgen para que dé un recorrido en la explanada de la iglesia. Posteriormente la gente entra a saludarla y pedirle por los suyos. Es una fiesta muy alegre”.

En la actualidad, el señor Jorge García vive con su hija y su nieto, a quienes expresa su amor, aun cuando dice que las peleas no faltan, pero considera que es algo normal en cualquier familia. De salud está bien, dentro de lo que cabe por la edad que ya tiene, sin embargo, tiene chequeos regulares para estar prevenido de cualquier enfermedad.

La mirada inexpresiva de Jorge García, cambio conforme recordaba cada una de sus anécdotas. Reflejo un tono de melancolía, al acordarse de todas esas vivencias difíciles, que él consideraba en su olvido. Pero también se encontraba feliz, de poder revivir a través de sus memorias los acontecimientos que lo formaron como persona.

Como cada año Jorge García, a sus 87 años, espera el momento de volver a San Cristóbal, para poder ver a sus viejos amigos y agradecer a esa tierra, por todas las experiencias que paso en su juventud.




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