MI FAMILIA ME SACÓ A ESCONDIDAS, ME QUERÍAN MATAR: MOISÉS MARTÍNEZ

Por: Efraín Salas Álvarez
Ciudad de México. (Aunam). La ciudad se mueve a un ritmo acelerado, todo fluye con una relativa normalidad, pero en la casa del peregrino dentro de la delegación Gustavo A. Madero parece no ser así, el tiempo se congelo, ya que tras la partida de casi cinco mil migrantes rumbo a la frontera de México con Estados Unidos, solo quedan unos cuantos que siguen buscando la forma de tener una vida mejor.


Son alrededor de las cinco de la tarde, es un domingo caluroso, una reja metálica color gris, separa la vida cotidiana de la ciudad de aquellas personas que han viajado kilómetros huyendo de la violencia en sus países hasta llegar allí, a la casa del peregrino, al caminar lo primero que encuentras son carpas sobre las que reposan paquetes de comida por un lado y una pila de ropa por el otro.

Al recorrer los pasillos es sencillo ver rostros cansados, caras largas desanimadas por tanto caminar, seres humanos agobiados por la presión social, ninguna sonrisa en sus rostros, solo una mirada fría, cansada, son los ojos de aquellos que sólo piden paz, son los rostros de la fatiga, miradas perdidas en medio de un universo que los observa.

Justo en el dormitorio se encuentra Franklin Morales, hondureño de 45 años que se encuentra en aquella habitación junto con cuatro personas más, todas postradas sobre literas improvisadas a un costado de aquel cuarto lleno de desorden, sobras de comida, ropa tirada, basura, líquidos que vuelven pegajoso el andar; ese es el ambiente de aquél sitio, el día a día de aquellas personas con las miradas perdidas en medio de un mundo que los observa.

Franklin responde al llamado del doctor Salvador Uriostigue Castañeda, Subdirector de los Servicios Médicos de la Alcaldía Gustavo A. Madero, se dirige a la salida del establecimiento, con paso lento, una mirada clavada en el suelo toma asiento un pequeño patio con una banqueta color amarilla con arbustos alrededor de los que cuelgan algunas prendas.

Justo antes de comenzar se acerca Moisés Martínez, guatemalteco de 32 años nacido en un departamento de retableo, Guatemala, proveniente de una familia de escasos recursos, creció casi toda su infancia en el puerto de Chamberico, se sienta justo al lado de Franklin , una vez que logro acomodarse dijo:

“Nunca había salido de mi país, hasta que se agravó la situación, desde hace cinco años cuando explotó la violencia, la delincuencia, los maras, no tuve otra opción, más que abandonar”.

Moisés quien vestía con un suéter color marrón, con una camisa naranja por debajo, pantalón negro y tenis del mismo color; se dispuso a hablar también, dejando a un lado la bolsa de cacahuates japoneses que llevaba en la mano y de la cual estaba comiendo unos pocos, con mucho respeto nos dios la mano a todos, mirándonos a los ojos se sentó para después clavar la mirada en el piso.

Los altos índices de violencia que sufren tanto Guatemala como Honduras han sido una de las principales causas de la migración, ya que según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal (CCSPJP) ciudades como Guatemala y San Pedro Sula ocupan un puesto dentro de las 50 ciudades más violentas del mundo con una tasa de 53. 49 asesinatos por cada mil habitantes en Guatemala.


“Mi familia me sacó a escondidas, ya que me querían matar, yo no agarre para aquí, para México, sino para la frontera, pero si hablamos de Guatemala, toda esta pérdida en la delincuencia, ahorita que venía la caravana, yo vine para acá”, de la que se enteró por medio de las noticias.

Mientras que la ciudad de San Pedro Sula ocupa el lugar número 26 dentro del ranking con una tasa de 51. 18 homicidios por cada mil habitantes, Los Maras son un grupo criminal que ha alcanzado un enorme crecimiento dentro de dichos países centroamericanos, quienes reclutan a jóvenes con la finalidad de que trabajen para ellos.

“En Honduras, los problemas son similares, en mi caso personal, fui amenazado yo no puedo estar viviendo en San Pedro, porque estoy tatuado, me quieren involucrar en una pandilla tribal, te dicen `te damos cinco horas para que desaparezcas o te vamos a matar´, no hay forma de vivir en Honduras, el gobierno no hace nada, siempre es lo mismo”, afirmó Franklin mientras clavaba la mirada en el suelo.

Los jóvenes no tienen posibilidad alguna de escoger, deben decidir entre la vida de sus familiares, o el trabajo que ellos les ofrecen, no tienen nada más.

“Agarran a los jóvenes, amenazándolos les dicen `entras con nosotros, o te matamos a tu mamá, a tu hermano´. Yo viví un caso, tuve un amigo que era marero, él se dedicaba a mensajería, lo mandaban de una colonia para otra con mensaje de ellos, él se quiso salir, se tapó las letras, la MS, no quería saber ya nada de ellos, pero para que regresara con ellos, por presión, le mataron a su hermana, la violaron, le quitaron la cabeza”.

La infancia para un niño hondureño en el seno de una familia pobre no es fácil, pues las oportunidades se reducen; una constante pobreza aunado al incremento dentro de los productos de la canasta básica hace que la prioridad para los niños sea el trabajar con el fin de ayudar a mantener a la familia, por eso se ven la necesidad de abandonar los estudios para conseguir dinero.

“Mi infancia fue muy triste, yo estudié hasta la primaria, fue muy dura porque mi padre tenía una bloquera, cuando tenía 10 años me puso a hacer bloques para venderlos, pero cuando crecimos me fui con mi mamá, se separaron y él se juntó con otra mujer tuvo otro hijo y a nosotros ya no nos mantuvo, tuvimos que lavar carros, éramos cuatro hermanos; mi hermana salía a lavar ropa a los vecinos, mi mamá hacía tamales para sobrevivir fue muy duro, allá no tiene opción, somos muy pobres, debes ayudar a tus padres” comentó Franklin con un tono de voz apagado, entrecortado a ratos y con los ojos llorosos levantó la mirada.

Según el Sistema de Administración de Centros Educativos (Sace) de Honduras informó que 17 mil 462 alumnos han abandonado los estudios en el año 2018 a causa de la ola de pobreza, violencia y corrupción que sufre Honduras, pero los estragos de la violencia no solo los han vivido los salones de clase sino que también las calles de las principales calles de Honduras y Guatemala.

Franklin recuerda cuando salía a altas horas de la noche sin temor a que algo malo le pasara, pero las cosas cambiaron, al respecto dijo: “yo nací en Concepción, Intibuca, pero de pequeños se fueron a vivir a San Pedro, antes uno podía estar toda la noche caminando, ahora a las siete de la noche, vació, por miedo del mareo, que se ha apoderado de la calle, comenzó desde el 99, pero fue hasta el 2005 cuando explotó”.

En medio de sonrisas esporádicas la mirada de aquellos hombres transmitía una profunda impotencia, o al menos es lo que decían sus puños, mismas que golpearon en repetidas ocasiones contra sus palmas, aquel hablar semilento de aquellos dos hombres generaba un ambiente nostálgico, de las familias que dejaron atrás, de lo largo que fue el camino.

Ambos recuerdan el momento en que dijeron basta, por una parte Franklin estaba harto de tener que pagar cuotas a los maras por cualquier tipo de negocio; “allá se usa mucho el moto taxista, si yo voy a trabajar de moto taxista, llega el marero y me dice `Me vas a pagar 300 lempiras (moneda hondureña) al día, sino me los me das, ejercen presión, ellos se creen dueños de todo, les cobran renta a los sitios de taxi, a los autobuses, a todos los negocios´”

Moisés estaba harto de la corrupción dentro de Guatemala, ambos sin conocerse ya compartían algo, la opinión hacia sus gobiernos, aquellos a los que ellos consideran el responsable de todo, “los gobiernos, hay corrupción en los gobiernos, no sé si las pandillas han comprado el gobierno, pero allá la ley, no existe” el rostro de Moisés denotaba aquella incredulidad de la situación.

Ambos comparten un mismo deseo, que es trabajar, a pesar de que han leído aquellos comentarios emitidos por varias personas dentro de las redes sociales hacia la estancia de los migrantes en México, ellos son conscientes de que lo que quieren es trabajar.


"No quería quedarme acá, sin ofender, mi moneda vale más que las de ustedes, si yo allá, como soy albañil, ganaba 200 quetzales al día, aquí me están consiguiendo una chamba en 700 pesos semanales, que son como 250 quetzales, pero ni modo, tengo que empezar de abajo, mi plan es acomodarme, tratar de ayudar a mi familia, sacarlas de ese infierno” al menos sus ojos se iluminaron mostrando algo de optimismo.

Pero Franklin, quien rara vez despegaba la mirada del suelo, era consciente de que la discriminación que sufría en Honduras por sus tatuajes, disminuirá en México, lo que le permitirá conseguir un empleo, al respecto comentó:

“Yo en Honduras no podía trabajar, iba a una compañía y me dedican `quítate la camisa´ no eres un delincuente, eres un marero, me miraban como un delincuente, siempre la mala imagen por tener un tatuaje, aquí no veo la discriminación, tomar esa visa monetaria porque yo lo que quiero es trabajar. Buscar horizontes, donde la vida sea mejor para uno”.

Ambos recuerdan que no fue fácil llegar a la ciudad, llegaron a base de esfuerzo, de mucho dolor y sacrificio, son conscientes del peligro que representa llegar estos momentos a la frontera, el contexto socio político con Donald Trump como presidente no es el mejor para la llegada de un número tan alto de migrantes que buscan entrar, Franklin es quien dice:

“Cada quien debe agarrar su rumbo, pero para mí está muy difícil que ellos pasen, la frontera está llena de carteles y su negocio es pasar droga, pero ahorita como está el ejército, como van a pasar droga, esta gente se va a enfrentar a la milicia y a los carteles, de todo corazón espero que pasen, pero está difícil”.

Pero la memoria no es corta, saben que antes de poder llegar a Estados Unidos les espera un arduo y tortuoso camino hacia la frontera, de entre sus recuerdos ambos expresan lo que les significo llegar hasta este punto, de lo complicado que fue cruzar Chiapas, Oaxaca y Veracruz, de lo complicado que fue lidiar con algunas autoridades que lo único que querían era obtener provecho de aquellas personas.

“Muy difícil, se sufre, lo más difícil fue Chiapas y Oaxaca, por el clima, en Veracruz a media noche empezó a llover, como pudimos nos metimos a un corredor de un taller, pero mucha gente se quedó afuera, nosotros venimos muy enfermos por el cambio de climas, entonces el trayecto es aún más difícil”.

Pero Moisés se enfrentó a un sector de la población, uno que no estaba de acuerdo con la llegada de los migrantes, que para su desgracia tenía un título de autoridad dentro del gobierno mexicano, pero que a pesar de ello logro conseguir el transporte necesario para llegar.

“Yo llegue a una caseta, nos bajaron y un federal tenia alto mando, les decía a todos los choferes `a estos delincuentes no les des jalón (expresión utilizada en Guatemala para expresar el acto de llevar a una personas hasta otro punto) déjalos ahí, si salieron de su país que miren como salen´ pero en eso, se levantó una muchacha de derechos humanos y se puso a hablar con él, pero si traigo malos recuerdos de las autoridades”.

Los semblantes tan duros lo decían todo, no era un tema menor, ya no solo era el cansancio, ahora también lidiaban con enfermedades, con una incertidumbre cada vez más grande de no saber qué es lo que pasaría al día siguiente, es complicado lidiar con tantas personas que vienen a verlos a diario, algunos con buenas intenciones, otros con el fin de explotarlos como si fueran mercancía.

“No me puedo quejar, nunca nos ha faltado un palto de comida, un vaso de agua, un pantalón, esta camisa, todo lo que tengo puesto me lo han regalado, yo solo puedo decir que todos los mexicanos son buena gente, todos han sido buena gente” dijo Franklin mientras se señalaba aquel pantalón grisáceo, con los tenis negros a rayas y aquella camisa de cuello color azul.

La caravana migrante pasó, cada uno se dirige hacia donde su corazón lo guía, pero después del paso de miles de migrantes por la ciudad, solo quedan unos pocos con la esperanza de poder quedarse aquí, e iniciar de nuevo, desde cero, trabajando para poder vivir, todo ser humano tiene derecho a volver a empezar, a querer crecer, todo ser humano tiene derecho a una nueva vida.

*Los nombres fueron cambiados, por seguridad de los entrevistados.







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