ESTHER, LA MADRE QUE LO DA TODO

Por Malinalli Yáñez Vargas
Ciudad de México (Aunam). Esther Samaniego López creció en la localidad de Arato en Paracho Michoacán un 29 de febrero de 1940; en un ambiente frío, rodeado de trojes con olor a leña; lugar donde apenas residían 50 habitantes.


Ella recuerda que su infancia fue en condiciones deplorables (de escasos recursos) aunque confiesa fue la niña consentida, pues era la menor de seis hijos. Jugaba con muñecas de hojas y cabello de elote que ella misma hacía, así como con juguetes de cartón y trastes rotos.

“Fuimos odiados (refiriéndose a sus hermanos y ella) por muchas razones... no teníamos papá, nos ofendían y a veces los mismos familiares fueron nuestros enemigos”.

Esther Samaniego quedó huérfana de padre cuando apenas tenía seis meses de edad; su padre Rafael Samaniego Calvillo fue asesinado, por lo que su abuelo materno representó su figura paterna, quien en vida fuera Eleuterio López Jasso, el abuelo que la quiso mucho.

Esther Samaniego, su madre y hermanos

Entre risas describe el único día que su abuelo, el señor López Jasso le pegó fue por desobediente, pues los lunes comían caldo de res, pero ella se resistió a comer por lo que él le pegó con una riata de máquina.

La aratense convivió apegada a su madre, la señora Guadalupe López Obregón, sólo los tres primeros años de edad: “El día que ella se fue de la casa, nada más la vi cuando salió de la puerta y dijo que en la tarde volvería, pero no regresó”.

Explica que lloraba al escuchar que su abuelo regañaba a su madre debido a que ésta se iría y los dejaría a ella y a sus hermanos. Su madre se casó por segunda ocasión, con David Chavira Hernández y con quien tendría otros seis hijos. El abuelo López no perdonó que Guadalupe los abandonara por realizar su vida con otro hombre.

Esther Samaniego confiesa que a los ocho años empezó a trabajar haciendo blusas de punto de cruz de las que ganaba por cada una, tres pesos, por lo que necesitaba hacer cinco blusas para comprarse un par de zapatos: “Hacía dos blusas a la semana; incluso cocía de noche con la luz de la vela, pues no teníamos servicio de electricidad”.

A los 18 años ella cuidó de unas chivas que tenía, con la cuales ganaba algo de capital. Explica que cuando no había leche de vaca ordeñaba una de sus chivas y tomaba de su leche.

Las chivas eran tan latosas que un día Esther Samaniego tuvo que darlas a un señor de la comunidad de Urapicho, influenciada por el abuelo López; dinero que terminaría perdiendo 300 pesos de ese entonces.

Se volvió enfermera y asistente en el consultorio del Doctor Gómez en Paracho a los 23 años, lugar donde trabajó poco más de cuatro años gracias a que a los 17 años, aprendió primeros auxilios por tres meses en Zamora Michoacán, en el Hospital “San José”.

Cuenta que a los 25 años cuando conoció a quien sería su esposo, Rodolfo Vargas García. En una posada del municipio de Paracho, él la invitó a bailar entre ritmos de polka, pero ella se negó pues no le cayó en gracia.

Otro día se encontrarían cerca del centro del mismo pueblo para saludarse; él regresaría a alcanzarla para confesarle su amor, declaración que Esther Samaniego aceptaría. Pero no durarían mucho y en tres años no se verían por azares del destino.

Fue hasta un 24 de junio de 1968 que Esther Samaniego y Rodolfo Vargas se reencontrarían en la plaza del pueblo y decidirían casarse un 17 de febrero de 1969; boda que ella define como triste debido a las carencias económicas que sufrieron.

Boda de Esther Samaniego y Rodolfo Vargas

Su primera hija, Lorena Vargas Samaniego, traería un poco de alegría como bálsamo que cura la herida. Cuando la niña cumplió un año, Esther Samaniego y Rodolfo Vargas, decididos por darle una mejor calidad de vida, migraron a la capital de México un 8 de diciembre de 1970.

Esther Samaniego declaró que la vida en la ciudad fue bastante difícil; primero vivieron en la colonia Nativitas con el hermano de Rodolfo Vargas, quien les cedió un espacio. Pero debido a los malos tratos de éste fue que tuvieron que verse en la necesidad de rentar un cuarto modesto en la colonia Martín Carrera.

Después de tiempo residieron en la Colonia Obrera; Esther Samaniego “tenía que partirse en muchas partes”, para llevar y recoger de la escuela a sus ahora cuatro hijas, cocinar, lavar y ayudar su esposo en el taller ubicado también en La Obrera.

En la Villa con sus hijas Lorena y Araceli

Revela que hubo tiempos difíciles en que no tenían ni para comer por lo que tuvo que sacar adelante a la familia, vendiendo lo que tejía.

En el taller de La Obrera con Rodolfo Vargas

Con lágrimas que ruedan sobre su rostro cansado, valora lo mucho que su hermana, Guillermina Samaniego, la apoyó durante esos momentos críticos; pues le mandó en muchas ocasiones dinero, gracias a las ganancias que obtenía de sus animales en la granja.

La situación económica mala, poco tiempo después cambió; Esther Samaniego y Rodolfo Vargas hicieron su casa en 1983 en la ciudad de Nezahualcóyotl, una casa modesta que con esfuerzos obtuvieron.

Otro de los momentos más difíciles en su vida, fue la enfermedad de pulmonía que sufrió en 1988, “tan mal estuve que yo no podía ni caminar, sólo gateaba”. Ella había bajado demasiado de peso, calcula pesaba sólo 45 kilos.

Recuperada de la pulmonía, visitando Uruapan, Michoacán

La boda de su primera hija en 1997 fue un golpe duro para ella, le costaba asimilar ese desprendimiento, extrañaba demasiado a Lorena. Fue un año después, en el 98 que conoció a su primera nieta, Malinalli a quien cuidó con amor en su niñez.

Ahora como madre de profesionistas reconocidas y abuela de cuatro nietos se dice orgullosa de verlos crecer y realizar sus metas, entre ellos “al niño de la casa”, José, que a pesar de sus problemas de audio-lenguaje ha logrado superar adversidades siempre acompañado de Esther Samanigo.







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