DECADENCIA DE UNA TRADICIÓN

Por: Aislinn Flores Rodríguez.
Santa Cruz de Arriba, en el municipio de Texcoco, Estado de México, es un pueblo alfarero por tradición; desde hace décadas las familias se dedican a elaborar utensilios y figuras de barro en pequeños talleres instalados en sus hogares. A pesar de la aglomeración de visitantes en la famosa “Feria de la Cazuela” que organiza el pueblo todos los años, en julio, en los últimos años la actividad alfarera ha decaído.




El pueblo de las cazuelas, como normalmente se le denomina a la localidad de Santa Cruz de Arriba, está ubicado en la llanura de su municipio, en las tierras bajas situadas entre las antiguas riberas del lago de Texcoco y el Somontano. Es una comunidad que se ha dedicado a la actividad artesanal del barro a través de un proceso histórico con cambios en la producción.

El origen exacto de la ocupación alfarera en Santa Cruz de Arriba es incierto. Una versión, sin comprobar todavía, dice que hace más de 500 años Nezahualcóyotl, rey de Texcoco, repartió diversos oficios a cada una de las comunidades que gobernaba. En Tepetlaoztoc ordenó la fabricación del pulque, en Nativitas la elaboración de tlacoyos, y en Santa Cruz de Arriba la fabricación de utensilios de cocina con barro.

La versión verificada hasta ahora data de hace 150 años. Investigadores encontraron un estandarte en 1870, donde ya se hacía mención a una organización independiente de alfareros. Actualmente este objeto está resguardado por Margarito López, uno de los pocos alfareros de loza que sobreviven de la segunda generación del siglo XX.

En la segunda mitad del siglo XX, había en el pueblo aproximadamente 52 talleres artesanales familiares en funcionamiento. Hoy, tan solo prevalece un 10% de ellos. En entrevista con José Norberto Huescas Martínez, alfarero de Santa Cruz de Arriba que se ha dedicado de lleno al oficio desde 1992, afirmó ser testigo del cambio drástico en el interés de los habitantes por continuar la tradición: “Quedamos muy pocos artesanos en el pueblo”.

Su taller está dividido en tres secciones: una para moldear las figuras, otra para pintarlas y la última para exhibirlas en estantes. Un trabajador apodado El Alce se encontraba concentrado en su tarea. “Mi papá fue alfarero”, comentó sin despegar la vista de la figura, “así que me he dedicado a esto toda mi vida”.

El padre de José Huescas también era artesano. Nunca le enseñó a su hijo el oficio, pero este último siempre lo observaba y así aprendió a hacerlo solo. Por muchos años trabajó en la fábrica Tapetes Luxor en el municipio de Texcoco, pero ésta cerró, y para sustentarse económicamente tuvo la idea de dedicarse a la cerámica.

El Alce, en el taller de Huescas

“La alfarería es hermosa, pero la actividad ha disminuido porque el trabajo es muy pesado y los jóvenes de hoy tienen otro tipo de intereses, buscan otros horizontes donde puedan generar más ingresos. Las manos de un artesano siempre están cuarteadas y resecas, a ningún muchacho le gustaría tenerlas así”.

El artesano piensa que de haber estudiado una carrera hubiera dejado la cerámica, así que no culpa a su hijo, estudiante de una ingeniería, de dedicar más tiempo a la escuela y de no tener interés en continuar con la tradición familiar. “Jóvenes vienen a pedirme trabajo y les hago ver el panorama laboral para que evalúen si quieren quedarse. Les digo que si tienen la opción de meterse en una empresa o estudiar, hagan mejor eso, porque dedicarse a la alfarería tiene ciertas desventajas”.

Él se percató de que en otros trabajos dan prestaciones, y que en la alfarería, cuando se es mayor de edad y el cansancio físico ya no permite al cuerpo trabajar con barro, el artesano no obtiene ninguna pensión, así que tiene que buscar alguna forma de sustentarse. Sin embargo, Huescas aclaró que con esto no quiere decir que dedicarse a la cerámica sea una mala idea:

“El olor del barro me fascina; trabajarlo, moverlo, recortar, hacer figuras y ser creativo en el proceso, todo me gusta. Es un trabajo que involucra muchas cosas, desde conseguir el material hasta transportarlo, prepararlo, venderlo y competir en el mercado. Espero que surjan más artesanos que revivan el espíritu del pueblo. Una acción que se podría llevar a cabo para recuperarlo es que las escuelas fomenten talleres para que los niños aprendan a hacerlo desde un principio. Es necesario que los padres también promuevan el interés de los jóvenes por continuar esta actividad en Santa Cruz de Arriba.”, dijo entusiasmado, mientras recorría con la mirada sus obras.

Por otro lado, Gregorio y Mario Cortés Vergara, ceramistas reconocidos a nivel nacional e internacional, aseguran que el auge de la alfarería en Santa Cruz de Arriba se dio entre los años de 1975 y 1980.

En esa época se manejaban cazuelas pero también se empezó a utilizar otro tipo de arcilla y técnicas, como la pasta y la cocción en gas, que representan otra forma de la alfarería tradicional. Con la llegada de utensilios hechos de plástico a principios de la década de los ochenta, el barro quedó rezagado por no ser considerado tan práctico, la gente prefirió el plástico. Si bien hubo un auge, a los pocos años se presentó una decadencia.


José Huescas

En entrevista telefónica, Gregorio Cortés puntualizó que otra razón de ese decaimiento es que los alfareros no han sido capaces de transformarse. La gente que se dedicaba a hacer cazuelas se quedó estancada y no modificó su técnica a alguna otra rama, como pudieron haber sido las macetas, ornatos modernos y figuras contemporáneas. Al no vender los artesanos sus cazuelas, perdieron su fuente de empleo.

En nuestro país la alfarería no ha sido tan impulsada ni ha tenido un boom como lo tiene en España, por ejemplo. Los españoles tienen cientos de talleres en comunidades que se dedican al manejo del barro, pero que realizan diseños modernistas. Lo mismo pasa en Colombia, donde se han modificado las formas tradicionales de manejar el barro y se les ha dado un contexto actual. Santa Cruz de Arriba no fue capaz de innovarse y eso la ha llevado al exterminio como una comunidad alfarera. México es uno de los pocos países que no invierte en un apoyo hacia los artesanos.

Gregorio y Mario Cortés Vergara, además de ser alfareros, son expertos en instrumentos de origen prehispánico y elaboran réplicas de estos. Han exportado sus creaciones a Bélgica, Francia e Italia, además hicieron un viaje a algunos museos de Sudamérica para abrir un diálogo e intercambiar conocimientos con los alfareros de otros países. A partir de esto es que ellos quieren un reconocimiento por la tradición de la alfarería pero más enfocado a un contexto arqueológico musical.

Solo hay dos familias en México que se dedican a elaborar instrumentos prehispánicos de barro, y una de ellas es la Cortés Vergara, reconocimiento del que se sienten orgullosos. Gregorio mencionó que en otros países les han dado un poco más de facilidades porque en el nuestro no hay un área donde se estudien los instrumentos musicales de origen prehispánico.

“Pero seguimos día con día manejando el barro con mucho amor. Creemos que es una tradición que podría generar muchos empleos y una gran pasión. Recuerdo a don Jocundo Rodríguez, un alfarero de la comunidad con una de las trayectorias más largas. Cuando era niño yo visitaba las grandes obras que hacía y me quedaba fascinado. Pero su trabajo hasta ahí se quedó, al parecer desde su muerte ningún miembro de su familia ha hecho artesanías. Ahora muy pocos quieren ensuciarse las manos, eso nos llevó al declive”.


El escritor Carlos Espejel en su libro ¿Arte popular o artesanías?, publicado por la UNAM, plantea algo que va de la mano con lo dicho por Gregorio Cortés: “la pérdida de muchos objetos se debe a la ineluctable desaparición de las viejas generaciones de maestros artesanos que, al morir, se llevan consigo alguna forma de su exclusiva producción, un estilo de decoración, algún motivo decorativo especial, una técnica de su invención, la preparación de algún ingrediente. (…) se pierde con ellos una parte de la tradición, un estilo de vida y una parte minúscula, pero insustituible, de la cultura del país y de la civilización del artesano”.

Gregorio realiza talleres en muchos lugares de México para incentivar a los jóvenes a aprender el arte de la alfarería, pero es un tanto complicado cuando el país no da apoyo en la creación de nuevos ceramistas:

“Muchos jóvenes prefieren atarse una soga al cuello antes de ser alfareros porque creen que enfrentarían una situación económica difícil. Entiendo su falta de información sobre tema, pero la cerámica en el mundo es muy bien pagada, al contrario de lo que se cree. Lo que falta es saber venderla, yo descubrí cómo y afortunadamente vivo con un buen sueldo”.

Cortés Vergara es un orgulloso texcocano que considera que su ciudad es una de las más importantes en la etapa prehispánica y la gran tradición alfarera. “Para mí es fascinante pasar tiempo en mi taller, que ha sido visitado por gente de más de 70 países. Quiero hacerles notar que Santa Cruz de Arriba puede recuperar su tradición”, concluyó. La solución, entonces, es dar talleres al público en general donde se pueda demostrar de manera tangible que sí es posible realizar las cosas y despertar el interés en todos.



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