EN BUSCA DE LA MARIPOSA MONARCA

Texto y fotografías por Diego Valadez
Temascaltepec, Estado de México, (Aunam). Pequeños huéspedes naranjas anidan en las copas de los árboles, procrean a sus descendientes y perecen en el frío suelo de la montaña. Cada año emprenden una larga travesía desde el norte del continente americano y hacen de los espesos bosques de coníferas, en los límites entre el Estado de México y Michoacán, su hogar por un tiempo.


Miles de turistas avanzan hacia el poniente del país para visitar alguno de los cinco santuarios de la mariposa monarca entre febrero y marzo, los meses más esperados tanto por los visitantes locales como por los foráneos pues es cuando se da la partida de las mariposas jóvenes a Canadá y al norte de Estados Unidos, dando un espectáculo que tiñe los cielos invernales de amarillo, negro y naranja.

Curvas cerradas, altos desfiladeros y el volcán Xicoténcatl en el fondo acompañan al viajero hasta el Centro de Cultura para la Conservación Piedra Herrada, en el municipio de Temascaltepec, Estado de México. El vértigo y la sensación de mareo podrían parecer inevitables, sin embargo, la mejor decisión que puede tomarse es disfrutar del paisaje de alta montaña sin importar sus estragos.

Una vez que el vehículo se detiene y sus pasajeros descienden, el olor a leña quemada y pino invaden el espacio. Áreas de juegos infantiles, puestos de antojitos típicos y artesanías bordean el camino empinado de terracería que lleva del estacionamiento a un cerro cubierto de encinos, pinos y oyameles que ha sido rodeado, en gran parte, por una gruesa malla metálica.

“¿Me muestran sus boletos, por favor?”, interrumpe una voz amable el ruido de las risas y los cantos de los niños que juegan unos cuantos metros atrás.

Un hombre de baja estatura, complexión robusta y ataviado con un sombrero texano cuida el acceso al área natural protegida. La taquilla no es visible por ningún sitio por lo que es preferible encontrarla en algún punto remoto del aparcamiento antes de acercarse a la entrada. El vigilante también funge como vendedor, y lo demuestra al sacar del bolsillo derecho de su chamarra café una planilla de boletos.

“Van a subir con ella”, menciona el ahora también taquillero al señalar a una mujer peinada con una larga trenza negra, que porta una gorra y un chaleco beige que muestran claramente el nombre del centro cultural para la preservación bordado en letras verdes y negras.

Martha Pérez, originaria de San Mateo Almomoloa, ha guiado a cientos de personas a los nidos de las mariposas, quienes eligen cada año un punto diferente del bosque para pasar el invierno, razón por la cual la duración y dificultad del recorrido pueden variar.

La guía incita a su grupo a tomar una estaca larga, gruesa y afilada para utilizarla como bastón durante el ascenso a la montaña. En un principio parece innecesario, pero resulta indispensable una vez que la calzada empedrada que penetra a las profundidades del bosque termina.


Martha Pérez avanza, la pendiente cada vez se vuelve más pronunciada. Muchos integrantes desertan durante el trayecto –en especial los de mayor edad– y optan por llegar a la cima cómodos sobre el lomo de un caballo. Una brecha estrecha de terracería en medio del monte es ahora la única conexión con el espacio comercial. Reina ahora el trinar de los pinzones y el suelo firme ha sido remplazado por tierra suelta repleta de madrigueras de tejones y conejos, y la poca luz solar ha sido cubierta por el denso follaje de los árboles.

Una hora más tarde, el paso es más inaccesible: arbustos espinosos y ramas afiladas parecen impedir que la mano humana intervenga en el espacio; no se cansa de poner traba tras traba. Sin embargo, la guía anuncia finalmente el avistamiento de nidos de mariposas monarca: un grupo de siete pinos y oyameles, de entre 15 y 20 metros de altura, tiene sus copas cubiertas con aquella con insectos.

Es probable que la niebla o la lluvia desciendan unas cuantas horas más tarde, por la sensación de frío y humedad en el ambiente y el color cenizo de las nubes. El grupo de visitantes intenta traspasar una muralla de arbustos que divide el punto de interés con la vereda de piedras y tierra utilizando su estaca. Sin embargo, al notar la dificultad del bastón para encajar en el suelo, optan por sostenerse de grandes piedras y troncos cubiertos por musgo.

Cadáveres y restos de alas y antenas esparcidos por el suelo caracterizan este rincón de Piedra Herrada, en contraste con las ráfagas de alas naranjas que surcan los aires con un movimiento gracioso y fugaz, se posan de rama en rama y vuelven a sus posiciones originales a esperar su hora para regresar a la tierra.

“Curiosamente, las mariposas llegan los últimos días de octubre y los primeros de noviembre, justo cuando en los pueblos de por aquí celebramos a los difuntos. Cuando decoramos con carrocillo y tesito (hierbas de aroma dulce) los altares, hay gente de por aquí que cree que las mariposas son una señal de los que ya no están”, explica el señor Jerónimo Sánchez, hombre de 60 años y vigilante del parque, mientras recibe a los visitantes con una sonrisa al lugar de observación y juguetea con el poncho gris de lana sobre sus hombros.

Cámaras, celulares y poses salen a la luz después de más de una hora de caminata y tranquilidad: las personas mayores intentan experimentar con las tecnologías más actuales para compartir con todos sus contactos la nueva experiencia, aunque sin detenerse a pensar que pudieron haber disfrutado más de la naturaleza sin centrarse tanto en las redes sociales.

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