LOS RITUALES Y POEMAS NUESTROS DE CADA DÍA: OMAR HAHNEMANN

Por Cecilia Estefanía Bucio Juárez
Ciudad de México (Aunam). El día es tan gris y lluvioso que todo apunta a que la cita tendrá que realizarse en otra ocasión. Por fortuna, no fue así. El lugar del encuentro es la estación del metro Escuadrón 201; el destino, el Instituto de Educación Media Superior (IEMS) Iztapalapa plantel número 4.


“¡Cecilia!” se escucha en medio de la estación, un grito que pronuncia mi nombre proveniente de la zona en donde se encuentran los torniquetes. Ahí está él, Omar Hahnemann Sánchez Hertz, que viste casi totalmente de negro: zapatos, pantalón, incluso el color de cabello hace juego con su ropa. Lo único de un color distinto es la cazadora azul que lleva puesta encima. Porta una camisa de Black Sabbath, una famosa banda británica de heavy metal. “Al rato voy a ir al concierto”, aclara.

Para llegar al lugar de la entrevista, hay que tomar un microbús con dirección a la escuela, pero antes de partir un incidente que ocurre dentro de la unidad capta la atención de todos los pasajeros: un intento de asalto. El chofer reta a los presuntos delincuentes y llama a las autoridades correspondientes (que por suerte se encuentran cerca), por lo que el asunto no pasa a mayores.

Al llegar al instituto, el profesor empieza a contar la historia de la escuela. Dice que fue gracias al “Peje”, Andrés Manuel López Obrador, que las IEMS se crearon. El breve, pero sustancioso recorrido por las instalaciones del plantel es acompañado por la voz de Omar que trata de emular el tono tabasqueño del líder de Morena.

Por fin se llega al lugar en donde se llevará a cabo la conversación: el libro-club El principio del placer, un sitio dedicado a que los alumnos se acerquen a la lectura y se sumerjan en la historias de los libros. El libro-club es una habitación con dos sillones color azul en el fondo, repisas de libros con varios títulos a lo ancho y largo del lugar, un librero color madera en la esquina izquierda y un escritorio con dos sillas, una para los profesores y otra para las visitas.

Para comenzar se advierte al profesor, en todo sarcástico, que todo lo que diga puede y será usado en su contra. Con una sonrisa, la misma que lo caracteriza, él asiente con la cabeza. “Está bien, nada más no me vayas a secuestrar, eh”.

“La vida es una delicia, hay que aprovechar cada instante”

Omar Hahnemann nació el 13 de octubre de 1978 en el Distrito Federal, hijo de Lorenzo Apolinar Sánchez Martínez y Matilde Josefina Hertz Ortiz. Su abuelo materno era alemán, de ahí el apellido Hertz, pero su mamá llegó al mundo ya en suelo mexicano. “Mis padres son chilangos hasta decir basta”, recalca.

Su segundo nombre, el peculiar Hahnemann, tiene una historia propia. “Mis papás estudiaron medicina homeopática y me pusieron el apellido de Samuel Hahnemann, fundador de la homeopatía. Ellos, queriendo que yo también estudiará medicina, me ponen el nombre de Hahnemann”.

Omar es el benjamín de la casa: delante de él hay tres hermanos –un arquitecto, un físico y un ingeniero–, y una hermana, que es pedagoga. Cuenta que en su infancia él quería escribir, pero su madre lo alentaba a estudiar “algo que deje dinero”. Hahnemann no sabe a ciencia cierta el porqué nació en su persona el gusto por la escritura y también por la música, pues desde pequeño le decía a su mamá que quería tocar el violín, pero ésta nunca lo apoyó.

Ahora vive en Ecatepec de Morelos, donde ya lleva alrededor de 11 años. “A veces pensaba que mi familia era nómada porque he vivido en muchas partes de la Ciudad de México y El Estado de México: Canal de Norte, Metro Consulado, Aragón, Ecatepec, Tlalnepantla Oriente, en Tepito viví nueve años, en el sur no he estado”.

El profesor se saltó el kínder, a lo que achaca el que su letra sea algo .fea y su nula habilidad para las manualidades. Cursó la primaria en la escuela Bartolomé Gutiérrez, por metro Canal del Norte, y la secundaria en el plantel no. 81 República de Colombia. Pero lo que marcó su historia como estudiante fue su paso por el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Naucalpan. “Escogí ese plante por culpa de mi hermano. Allí conocí muchos maestros, muchos puntos de vista” comenta con cierta nostalgia.

Después asistió a la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para estudiar Literatura y Lenguas Hispánicas y después realizó el estudio de especialización en Literatura Mexicana del siglo XX en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad Azcapotzalco.

Omar Hahnemann declara que un hecho que marcó su vida sucedió cuando apenas tenía cuatro años.

“Me iba a ahogar en Acapulco, pero me rescataron. Todo apuntaba a que yo me iba a morir. Para mí ese hecho había sido intranscendental, yo lo veía y sabía que me iba a ahogar, pero no le había tomado importancia”.

Un día uno de sus hermanos mayores le preguntó: “¿nunca te has preguntado por qué no te moriste ese día?”. Sus ojos revelan asombro al recordar aquel momento. A partir de esa pregunta comenzó a cuestionarse el porqué estaba vivo, “cuál era mi misión aquí en la tierra. Por azares del destino me encaminé hacia la docencia y me gustó. La vida es una delicia y hay que aprovechar cada instante”.

El entrevistado se define a sí mismo como muy divertido y buen consejero. “Eso me lo han dicho muchas generaciones, pues porque más que nada, no sé cómo llamarlo, no tengo un adjetivo, les transmito ganas de vivir, eso me lo han dicho muchísimas veces, y me hace feliz”, comenta mientras su rostro devela una sincera satisfacción de poder contagiar a las personas con su alegría.

Uno de los defectos que lo acompañan es que suele ser rencoroso aunque, aclara, eso le ha ayudado pues en ocasiones el rencor que tiene hacia la vida o algunas personas le ha servido para superarse.

“Cuando tomé teatro en el CCH, me ayudaron mucho a canalizar todas esas energías negativas y convertirlas en positivas. El hecho de ser rencoroso y terco lo pude canalizar en ‘no me voy a dejar, no voy a hacer esto’, y poco a poco me fui puliendo como persona”.

Antes de optar por la licenciatura en Literatura y Lenguas Hispánicas, Omar planeaba estudiar química en alimentos, pero por culpa de dos personas en especial tomó un camino diferente. La primera de ellas fue Luis Fernando “El lobo”, un maestro de filosofía que con sus clases hizo que se diera cuenta que las ciencias no eran lo suyo. La segunda fue una exnovia, que le dijo que “pues sí te gusta la química, pero no la amas. Lo tuyo es la literatura”.

Otra situación que lo orilló a estudiar letras hispánicas fue el leer Pedro Páramo, de Juan Rulfo. “A partir de que lo leí marcó mi existencia, reforzó mi idea de estudiar literatura, cuando yo leí las técnicas narrativas que utilizaba Rulfo simplemente fue fenomenal”.

Sin embargo, elegir esta carrera no tuvo el apoyo de toda su familia. Su padre se enojó porque esperaba que, siendo el hijo menor, estudiara medicina. “Cuando le salgo con el chistecito de que quiero hispánicas, me dejó de hablar dos años, o sea durante ese periodo mi papá nada más era abastecedor; yo le pedía para libros y él me decía cuánto es y esa era nuestra única conversación”.

Con el tiempo, su padre aceptó su elección y le confesó que le gustaba ver cómo la casa se llenaba de libros y observar un cambio en sus pláticas, que ya no eran sobre los chismes de siempre. “Fue hasta después que sintió respeto por lo que estudiaba, pero porque me di a respetar”. Esa misma terquedad hizo posible que se convenciera del esfuerzo puesto en sus estudios.

“Mi compromiso es con la educación de los jóvenes”

Omar Hahnemann precisa que se encaminó a la docencia por dos sucesos. El primero fue la aparición de la figura del padre Fernando, a quien conoció en una parroquia de Tepito. “Que en paz descanse, él me hizo respetar la religión, me enseño a buscarle el lado filosófico y cultural. Por su culpa, yo leí mucho y me volví catequista cuando tenía más o menos 17 años. Di clases durante 5 años”.

El otro hecho fue cuando hizo su servicio militar. En ese entonces, la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) se unió con el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) para hacer la regularización de personas que no habían terminado la secundaria, y como Omar Hahnemann estaba cursando el primer año de la carrera, le dijeron que no marcharía, que mejor diera clases. “Enseñarles a los chavos lo que es la literatura, lo que yo estaba estudiando, me agradó mucho”.

Al terminar la carrera, su hermana tomó tres meses de incapacidad por embarazo, por lo que Omar dio sus clases de secundaria, en las que “fue malísimo”. Después una compañera de la facultad le habló sobre un empleo disponible a nivel preparatoria. Fue así como ingresó al Colegio Francés Hidalgo de México, donde dio clases de lengua española durante tres años. “Si tuvieses la oportunidad de ver cómo daba clases dirías ‘este no es Hahnemann’. He cambiado mucho mi manera de dar clases”, subraya.

Fue profesor en esa institución durante tres años. Después estuvo en la Universidad del Valle de México (UVM) del 2005 al 2011. En las “peje prepas”, los institutos educativos puestos en marcha por el político tabasqueño, empezó en 2008, primero en el sistema semiescolar y después en el escolarizado a partir del 2011.Pero Omar Hahnemann tenía una meta que logró cumplir.

“Yo siempre dije ‘mato por dar clases en la UNAM, yo tengo que dar clases en la UNAM’ y por azares del destino, no lo hagas, tardé mucho en titularme. Salí en el 2001 y me titulé hasta el 2006, cinco años perdidos de mi vida, cinco años en los que yo quería entrar a la UNAM, pero para entrar a la UNAM necesitas el título. En cuanto me titulé, metí mis papeles y tardaron cinco años en hablarme”.

Un día llamaron a la casa de su mamá y preguntaron si quería tomar un grupo para dar clases. Así empezó su camino docente en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) número 8, Miguel E. Schulz. Después se fue a la preparatoria número 7, Ezequiel A. Chávez, donde cubrió a una maestra que se fue de año sabático, y ahora está en la preparatoria número 3, Justo Sierra.

Sánchez Hertz cavila sobre qué habría hecho de no haber seguido una carrera como profesor.

“Si no hubiera sido docente, creo que habría buscado la forma de meterme a un periódico a escribir, o hubiera buscado la forma de salirme del país, pero como no tenía el titulo eso me cercó mucho”.

Omar ha sido profesor por casi 15 años y con orgullo presume cómo ha mejorado. La misma vida, en sus palabras, lo fue llevando.

“En la facultad nos decían que el camino seguro para los humanistas es la docencia, porque no hay trabajo, y por eso cuando te das cuenta de cómo está el país, y te das cuenta de que la única forma de cambiar al país es desde la enseñanza, le entras con más ganas”.

“La educación es una de las formas de cambiar al país, no se puede de otra forma. Tienes que enseñarles mentalidad y educación a los chavos, porque al fin y al cabo son ellos quienes van a estar gobernando al país en unos años”.

Mueve las manos, golpea el escritorio en el que se encuentra y aclara que la paga del docente no es muy remunerada, “es más la paga moral o sea cuando los chavos llegan y te dicen ‘por tu culpa empecé a leer’, ‘gracias a ti mejoré mi ortografía’, ‘ya tengo el hábito de lectura’. Es ahí cuando dices que valió la pena tu esfuerzo”.

Ritual número 1: El poema nuestro de cada día

Omar Hahnemann opta por realizar sus clases de forma amena, esperando que a sus alumnos les nazca el gusto y aprecio por la literatura. Una de sus dinámicas dentro del aula es la de leer un poema a sus pupilos, un día de cada semana, y discutir sobre el mismo.

“Decidí leerles por culpa de un maestro que quiero mucho y respeto más, el profesor Carreño Gallo, […] Me encantaban sus clases, él siempre llegaba y nos leía un poema. ‘Hoy les voy a leer el poema nuestro de cada día’ decía y lo comentábamos un poco y luego nos daba clase”.

Aunado a esta historia, narra que estuvo a punto de desertar de la facultad en el segundo semestre pues se cuestionaba si estaba en la carrera correcta. “Dije una semana más y si no me convence, me voy y ya a ver a que me dedico”.

Recuerda que cuando llegó a la clase, un jueves, el día estaba soleado, “yo llegué y no saludé a nadie, me senté en el rincón y llegó el maestro y dijo ‘les voy a leer un poema de León De Greiff’. Se llamaba Tergiversaciones”.

Se queda callado un momento y sus ojos miran hacia arriba como si buscará el poema en su archivero mental y continúa, “no me lo sé de memoria, me sé una parte”. Comienza a recitar de memoria el poema y golpeando con sus manos el escritorio, delata pasión al evocar aquella composición que tanto bien le hizo:

“Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa
Dicen que soy poeta…, cuando no porque iluso
Suelo rimar —en verso de contorno difuso—
Mi viaje byroniano por las vegas del Zipa…,
Tal un ventripotente agrómena de jipa
A quien por un capricho de su caletre obtuso
Se le antoja fingirse paraíso… al uso”


Sonriendo, y aún concentrado, pronuncia “lo bueno que no me lo sé, después hay una parte que no recuerdo habla sobre Poe, Víctor Hugo y la última estrofa dice:

“¡Y tanta tierra inútil por escasez de músculos!
¡Tanta industria novísima! ¡Tanto almacén enorme!
Pero es tan bello ver fugarse los crepúsculos”.


Al terminar, sus ojos lucen sorprendidos y afirma: “cuando él leyó esa parte, yo estaba llorando, estaba arrinconado en el final de la banca,” imita la forma en la que se colocó aquella vez, con los brazos cruzados y el rostro sobre ellos. “Estaba llorando y me di cuenta de que esto era lo mío, de aquí soy y eso me convenció a terminar de amar a la literatura, y fue cuando dije que lo iba a aplicar con mis alumnos”.

Omar comenzó a poner en práctica esa estrategia durante sus clases en la UVM. “Tenía un grupo muy rebelde, de esos que nadie quería, ¡ay el 416!”, dice mientras actúa unos desmandes de desagrado para imitar como se referían al grupo. “Me la jugué y les leí un poema y me funcionó”.

“Son mis poemas de tradición: tengo que leerles Canonicemos a las putas de Jaime Sabines, a Octavio Paz cuando les hablo de mentalidad, a Julio Cortázar porque Cortázar es Cortázar. Cada poeta que escojo lo enfoco hacia alguna necesidad que veo que ustedes tienen”.

Ritual número 2: promesa a Ekatherina

Ekatherina era una paciente que llegaba al consultorio de los padres del entrevistado. Tenía SIDA por lo que la idea del suicidio rondó por su cabeza. Pero cuando llegó a México y descubrió su clima y sus paisajes se dedicó a viajar por el país. En una de sus pláticas con Ekatherina, Omar hizo una promesa.

“Un día me preguntó a qué me dedicaba y le respondí que era maestro. Luego me dijo ‘prométeme que le vas a decir esto a tus alumnos: los rusos matarían por tener un país como el de ustedes, porque allá en Rusia el clima es horrible, nosotros mataríamos por un clima como el que tienen, y ustedes lo no lo valoran, no ven su cultura no ven su gastronomía, no ven nada. Enséñales a tus alumnos a que vean eso’ me dijo”. Desde esa vez, Omar Hahnemann honra ese juramento.

Ritual número 3: frutas con sabor a vida

Al iniciar la descripción de este ritual, se le ve por primera vez en la entrevista, más serio y reservado. “Lo de las frutas, y más bien la manzana, surge porque alguna vez una amiga mía se quería matar. De repente me llamó para despedirse, y fue que yo me acordé de algo que había visto hace mucho tiempo en el metro, un letrero que decía ‘Antes de hacerlo (aventarse a las vías), huele una flor, come una fruta, dale la mano a un amigo’”.

“Me acuerdo mucho que era una mano con una flor, no recuerdo qué tipo era, y yo cuando lo vi dije ‘¿esto qué?’. Cuando me habla mi amiga, y me dice que se quiere matar, me acordé del cartel y le dije ‘antes de que tú lo hagas, saborea una fruta’. Historia conocida se salvó, saboreó la manzana y me dijo ‘te veo mañana’ y colgó”.

Prosigue relatando lo que le sucedió a un primo suyo. “Cuando yo estaba dando clases en 2003 o 2004 no recuerdo, me llamaron y me informaron que mi primo se había suicidado. Me sentí muy mal, porque dices cómo es posible que alguien que se ve normal, alguien que se ríe, alguien que se ve feliz, tiene una súper máscara y por dentro está desecho”.

Sus ojos se muestran algo cristalinos y posa la mirada en un solo sitio. “Te derrotas, no te lo puedes creer. A partir de ese momento dije ‘ni una muerte por suicidio más’, y con esa generación hice por primera vez que me hicieran la promesa de lo de la fruta”.

Aún serio afirma: “no es por presumirla, pero sí ha salvado más de 20 vidas, eso te lo puedo decir. Luego llegan los chavos y me cuentan con pena ‘hice lo de la fruta’. No les voy a preguntar por qué se querían matar, lo único que les digo es ‘¿a qué les supo la fruta?’, y créeme que casi todos me han dicho ‘sabe a vida’. La paga, para el docente, es lo moral, el que te digan gracias a ti no lo hice, es fenomenal, no hay un cheque que te lo pague”.

Ritual número 4: los arbolitos de Hahnemann



Esta dinámica inició con sus alumnos de la UVM, debido a que una mañana estaban muy inquietos y al preguntarles por qué se encontraban así respondieron que ese día habían tenido muchos exámenes.

“Como eran poquitos les dije que íbamos a leer en mi lugar favorito de la UVM. De hecho, era una jacaranda que la habían podado, la habían dejado como suelen dejarlas cuando los podan, en nada”.

“Les un poema y les dije que cuando se sintieran mal vieran a los árboles, porque los arboles reflejan mucho la actitud que nosotros debemos tener. Aunque todo el mundo te destruya, aunque todo el mundo te haga daño, tú tienes que seguirle, no queda de otra”.

Cuando entró a la preparatoria número 8 se presentó la misma situación. Acababa de llegar y los chavos estaban muy alterados, todo el mundo les había aplicado examen y él les dijo “vamos a hacer una dinámica. Los saqué al patio y los llevé a un árbol que estaba podado. Les leí Derrota de Rafael Cadenas, lo traía por casualidad, y se quedaron llorando y un alumno me dijo: ‘¿esto es un rito? Y me cayó el veinte y dije: ‘pues sí, tienes razón, y más que un rito es un ritual’ y a partir de ahí lo hago casi al finalizar el curso”.

“La literatura es muy padre, te ayuda a valorar la existencia, pero hay algo que se llama realidad y hay que tomarla por los cuernos”.
Todas estas actividades han pasado a conformar su propio ritual, “son dinámicas que vas tomando y las haces hasta cierto punto inconscientemente. Eso de los arbolitos y de los días de lectura me ha funcionado mucho porque cuando las realizo, ellos se dan cuenta de que la literatura no es tan lejana a su realidad, sino al contrario, empiezan a valorarla”.

Un profesor diferente: La anticlase

Al maestro Omar Hahnemann casi nunca se le ve molesto, al contrario, siempre muestra una sonrisa a las personas que pasan por su lado, y en el salón de clases no es la excepción. Puntual y alegre, tiene una forma distinta de enseñar literatura, “inclusive la manera en que les hablo, hay maestros que les hablan con toda pulcritud, y a ver alumnos siéntense por favor” imita la postura y gestos de un “típico” maestro, serio y taciturno.

Él no es así, incluso algunas veces bromea con los alumnos y les dice “pumitas, pumitas”, de la misma manera en que una persona llama a su gato para que se acerque, “y eso los hace ver esto como una anticlase, y me lo han dicho, es que tu clase es la anticlase, tu esperas una clase formal y llegan y se quedan de ‘qué onda’ y eso también es parte de mi compromiso. Hay que estar actualizado, con eso del internet y las redes sociales, tengo que estar a las vivas con los memes”.

Omar Hahnemann confiesa estar orgulloso de sí mismo. Imitando el clásico acento argentino menciona “ojalá hubiera tenido un maestro como yo: sencillito y carismático”. Agrega estar también orgulloso de sus alumnos “aunque no lo parezca, estoy orgulloso de ellos, de los que van triunfando, y de los que se quedaron a mitad del camino, me entristece, pero tengo la esperanza que todavía se puedan levantar”.

En un futuro planea realizar una maestría. “Salió la convocatoria para enero y voy a trabajar en mi proyecto, tengo escasos dos meses para hacer un proyecto de tesis de maestría, espero sí me lo acepten y si me quedo, digo no hay peor lucha que la que no se hace”. También espera aprender a manejar, empezar con el alemán, y perfeccionar su inglés y francés. “Me gustaría aprender náhuatl, debería ser un idioma obligatorio en las escuelas, debemos estar orgullosos de nuestra sangre”.

Le agradaría escribir, “he descuidado mucho eso, tengo cuentos, escribo cuentos he escrito poesía, pero entre más lees, menos te las crees que pueda funcionar un libro tuyo y conforme vas leyendo más, te das cuenta que lo que le puedes decir a la humanidad es mínimo. Tengo una amiga que me dijo no tengas miedo, pero si tengo”, cuando expresa esto suelta una sonrisa algo nerviosa, y sus ojos demuestran sinceridad.

Asegura que no hay fórmulas para la felicidad, “no sigas fórmulas, ¿para qué las sigues? no hay una fórmula para ser feliz porque la felicidad es relativa, bendito Einstein. A ti puede hacerte feliz la sonrisa de una persona, depende de cada quien. La felicidad no tiene fórmulas, cada quien se hace su propia felicidad”.

Le pido recuerde una frase que menciona cuando da clases, referente al café. Es un maestro que se caracteriza porque siempre llega a clases con un termo.

“La frase es de una amiga llamada Julieta: ‘el café debe ser negro como la noche, amargo como la vida y caliente como la pasión. Si no, no sabe’”, recita muy serio y seguro de lo que a continuación dirá. “No puedes dar una clase de literatura sin un termo y sin café”, después esboza una sonrisa.

Para concluir la charla afirma para vivir, no existen las llamadas fórmulas. “No existe una clave, tú eres la clave, y es un placer que tus ex alumnos te sigan considerando, que te vean como un personaje y que todavía les puedan enseñar cosas”.

El reloj casi marca las 2:45 de la tarde, lo que significa que tiene que apresurarse para dar su clase de las tres. Camina hacia el edificio principal de la escuela, y se despide con un sólido y franco abrazo. Cuando ya casi está subiendo por las escaleras dice “sí algún día quieres venir a visitarme, búscame en el cubículo 16, ahí estaré”.

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