LA REINSERCIÓN SOCIAL EN MÉXICO, META DIFÍCIL PARA LOS EXCONVICTOS

Por Miriam Xochiquetzal Torres Moreno
Ciudad de México (Aunam). Siempre hay historias tontas, divertidas o injustas del porqué las personas terminan en la cárcel, pero al salir en libertad están marcadas de por vida, la sociedad las margina constantemente e inclusive pierden contacto con sus familias por falta de credibilidad. Es difícil que los exconvictos reciban una oportunidad para demostrar que cambiaron y pagaron por lo que hicieron.


De acuerdo con la Segunda Encuesta Nacional sobre Cultura Constitucional, elaborada por el Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el 57.8% de los más de dos mil encuestados consideró como injusta la liberación de las personas de la cárcel incluso cuando éstas ya han cumplido su pena.

"El estigma que tenemos los ex convictos es que somos malos, violadores y que buscamos hacerles daño. Hasta la fecha voy caminando por la acera y se cruzan al otro lado, me subo al microbús y guardan su celular. Eso me hace sentir mal porque ignoran mi historia, siento tristeza porque no me conocen, no saben lo que he sufrido, el daño que me han hecho y eso duele" dice Damián entre lágrimas.

Él piensa que quizá su cuerpo robusto asusta a las personas o tal vez sea su mirada la que no genera confianza, su aspecto siempre atemoriza a las personas, quienes creen que va robarles.

Damián, sin un hogar

Damián Ramón Palerde nació en los Estados Unidos de América. Su madre era una mexicana ilegal, quien huyó del hospital a días de haber dado a luz por miedo a que el gobierno estadounidense le quitara a su hijo. Así que ella regresó a México, dejó al niño a cargo de su abuela y volvió al vecino del norte.

Damián pasó los tres primeros años de su vida en Tlatelolco, hasta que el terremoto del 85 destruyó su hogar. Junto con su abuela fueron a uno de los albergues instalados por la Cruz Roja, pero en un día, después de que Damián regresara de la fila de la comida, no encontró a su abuela.

Junto con un grupo de niños huérfanos fueron trasladados a Puebla a una casa hogar a cargo del padre Alejandro García Durán de Lara, apodado “Chinchachoma”, donde se quedó hasta los diez años. A esa edad empezó a fumar tabaco, mariguana y consumir “chochos”. Decidió fugarse de la casa hogar y regresó a la Ciudad de México, donde fue encontrado en las calles y llevado a Villa Margarita, un centro de asistencia del gobierno mexicano.

“Ahí nos seleccionaban por edades, luego cubrían nuestros cuerpos con cal para matar las bacterias y después venía el baño con la manguera”.

Durante su estancia en Villa Margarita (antes para jóvenes y actualmente para mujeres mayores indígenas), Damián conoció a Martha, una niña de once años con la que decidió fugarse y vivir como pareja en la calle para no seguir soportando las condiciones deplorables de ese lugar. Sin embargo, su escape tuvo consecuencias peores.

Según lo estipulado en el artículo 10° del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, donde se establece que "toda persona privada de libertad será tratada humanamente y con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano", Damián fue víctima de la violación de sus derechos cuando fue encontrado en la calle con Martha.

“Cuando nos encontraron, a ella la subieron en una camioneta, más de ocho hombres la violaron mientras a mí me golpeaban ¡Una niña de once años! Ella murió por el desgarre vaginal que le provocaron. Eso me hizo ser más cruel, ser frío, no creer en la sociedad y mucho menos en la policía”.

El camino a la cárcel

Después de esa experiencia, aquel niño luchó por sobrevivir y optó por el medio que se lo permitiera: robar. A los 13 años lo detuvieron por asesinar a un judicial en el barrio de Tepito; no obstante las autoridades negociaron un trato con Damián, en el que le ofrecían ir o al Consejo Tutelar de Menores o al Colegio Militar. Escogió la segunda opción donde estuvo encerrado durante tres años.

Al salir del colegio acudió a la fundación Renacimiento, que se encarga de apoyar el desarrollo integral de jóvenes abandonados. Después empezó con un trabajo en Cinemex y a estudiar la carrera de técnico en Ingeniería Mecánica, en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), pero conoció a María, una chica cuya familia se dedicaba a robar tráileres.

Para ofrecerle más regalos a su enamorada, Damián entró al negocio de robar transportes. Sin embargo, fue detenido en Puebla cuando tenía 22 años, después de que un atraco a un camión de Sony Ericcson saliera mal.

Estuvo recluido en una casa de seguridad durante 15 días y después ingresó al reclusorio de San Miguel, en Puebla, a donde llegó en estado de coma. En dicho centro penitenciario le asignaron la clave 100 (alta peligrosidad) y lo trasladaron al reclusorio de Puente Grande. De ahí estuvo en Santa Marta Acatitla y finalmente terminó en el Reclusorio de Oriente, con una condena de 98 años y 9 meses.

Para Damián, la cárcel no es un centro de rehabilitación, sino una universidad para aprender a delinquir: hay cursos, impartidos por los mismos internos, sobre cómo robar, lo que confirma la ausencia de oportunidades de crecimiento para los reos.

Sobre este ambiente, el Reporte sobre la discriminación en México 2012 subraya que en las cárceles mexicanas “no hay programas educativos serios (los mismos reclusos son los que imparten las clases). La falta de acceso al trabajo redunda en la imposibilidad de que los reclusos puedan mantener a sus familias, perpetuando así el círculo vicioso de la pobreza y la marginación”.

Este resultado coincide también con el Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria 2014 , que da una calificación de 6.8 para los Centros Federales de Readaptación Social (CEFERESO) en cuanto a su desempeño en el tema de la reinserción social de los reos.

Así mismo, la Auditoría Superior de la Nación (ASN) concluyó, en 2016, que las políticas de reinserción social del Sistema Nacional Penitenciario no funcionaron, pues aunque el 88.3% de los 24 mil 776 internos registrados participó en actividades de reinserción social, un 45% de ellos volvió a delinquir al salir de la cárcel.

¿Libertad y reinserción?

Damián salió antes de cumplir su condena gracias a que una hermana, quien ignoraba su existencia, se enteró de la noticia del asalto al camión de Sony Ericsson por un periódico de Estados Unidos. Al ver la nota ella vino a México y logró sacarlo de la cárcel.

Después de eso, Damián decidió pedir asilo en la fundación Renacimiento porque "salí, pero en realidad no hay oportunidades. Uno comete errores de chavo, pero cuando quieres empezar de nuevo te cierran las puertas. Pedí trabajo de limpieza en el metro, en Wal-Mart y no me lo dieron por los antecedentes penales; inclusive la credencial de elector no te la dan en seguida porque debes pasar un tiempo afuera de la prisión para que vuelvas a tener los derechos de un ciudadano".

José Vallejo, director del albergue Renacimiento y ex director de la correccional de Tlalpan menciona que “el preso no sufre tanto en la cárcel como cuando es liberado porque entonces viene el rechazo de la mayoría de la sociedad. Un gran número de reos sale con la motivación de querer cambiar, pero la sociedad se encarga de ir apagando ese interés por las pocas oportunidades que les dan”.

Ya en libertad, Damián conoció a una chica con la que sostuvo una relación amorosa durante varios meses. Al enterarse de que estaba embarazada, el decidió sincerarse y contarle su pasado por lo que su pareja lo abandonó y dejó atrás a su hijo, ya que ella no quería estar relacionada con un criminal.

“He pasado hambre por mi hijo. Había veces que me pedía de comer y no tenía dinero. Incluso pensé en salir a robar, pero no lo hice; conseguía aunque fuera para un taquito y veía con orgullo cómo se saboreaba su comida. Si su pancita estaba llena, yo me sentía realizado”, cuenta Damián.

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) emitió el año pasado un pronunciamiento sobre antecedentes penales, en el cual subraya la urgencia de garantizar el ejercicio de los derechos fundamentales de aquellas personas que han dejado la prisión, con el fin de alcanzar una reinserción social efectiva y combatir la estigmatización que afecta a los exconvictos y a sus familiares.

“Me duele que a mi hijo también lo marginen porque hay personas que me conocían por ratero y ahora lo tachan a él de serlo; le dicen que su padre es un delincuente, un asesino y eso te hace sentir odio porque él no tiene la culpa de mis errores”.

De acuerdo con estadísticas del 2012 del INEGI, 10,583 jóvenes fueron juzgados con una sentencia condenatoria, de los cuales 4,959 (46.9% del total) fueron internados en una comunidad para adolescentes en conflicto con la ley, la mayoría de ellos fueron procesados por el delito de robo en sus distintas modalidades, lo que se relaciona con su perfil de personas de bajos recursos

"Cuando robas lo haces por necesidad y hambre, porque este pueblo no te da para más. Robar no es la única salida, pero sí la más fácil porque los salarios que te ofrecen son muy bajos y no te alcanza" dice Damián.

Conforme al Quinto Informe de Gobierno del ex presidente Felipe Calderón Hinojosa , sólo 21 personas liberadas en 2011 ocuparon un trabajo a través del programa que maneja la Dirección de Prevención y Readaptación Social.

Después de buscar inútilmente un empleo estable, Damián decidió viajar a Estados Unidos y pedir la nacionalidad por haber nacido ahí. El juez falló a su favor y actualmente vive en Oregón trabajando como gerente de calidad de Nike.

James, el chico de las pizzas


James es un chico de 19 años, tez blanca y ojos color marrón. Cuando salió de la prisión, su mamá no fue a recogerlo. Para ella era difícil superar el dolor que le causaba saber que su hijo estuvo en la cárcel. Él no sintió rencor por esto, entendió que había cometido un error y debía asumir las consecuencias.

"No tengo nada en contra de mi mamá. Muchos allá dentro tienen rencor porque su mamá no los ve, pero quienes cometimos el error fuimos nosotros. Yo asumí esa responsabilidad" dice mientras frunce el ceño.

"Me gusta contar mi historia porque funciona como una advertencia. Al principio tuve miedo de decir que estoy tachado por la ley, que las personas me miraran y dijeran ‘mira, ahí va un ratero’ al pasar". Pasan unos pocos segundos antes de que James empiece a relatar cómo fue encarcelado.

“Salí de fiesta el 9 de febrero de 2015 y me llevé la pistola que siempre traía, por si se presentaba alguna emergencia. Intoxicado por las drogas seguí a mis amigos hasta un camión; no sabía bien lo que hacía. De pronto, me encontraba asaltando un microbús y mis amigos gritaban ‘¡esto ya va a valer!’. Sentí que no me quedaba otra opción más que seguir con ellos, pero llegó la policía y nos arrestó”.

Durante su estancia en el Reclusorio Sur sufrió la experiencia aterradora de disfrutar su libertad un momento y al siguiente verse privado de ella, una sensación que nunca olvidará.

En la cárcel, pelear por un pan puede costar la vida. No obstante, James nunca dejó que los demás reclusos abusaran de él. Algunas veces querían robarle sus pertenencias o se las escondían; otras querían que probara sustancias que él no consumía e incluso en una riña le rompieron el tabique nasal.

La ruta del cambio


Cuando salió del reclusorio, James no tenía a donde ir. Así fue como llegó a la fundación Renacimiento, sitio que le brindó una oportunidad de salir adelante. El director del lugar, José Vallejo, lo puso en contacto con Alejandro, quien es el fundador del proyecto PIXZA que tiene como objetivo capacitar a personas en situación de calle o similar a la de James para incorporarse al mundo laboral.

James entró al programa y tuvo 15 días para demostrar si en verdad quería el empleo. Después de ese periodo de prueba se enfrentó a su siguiente reto: inventar una pizza en un mes.

"Inventé la pizza James que tiene milanesa, chorizo y salchicha. En PIXZA te dan un mes para posicionar tu versión y venderla. Todas las ganancias que se recauden de esa pizza son para quien la inventa. Gracias a esto pude conseguir un lugar donde vivir y tener más bienes, pero lo más importante es que me reintegré con mi familia".

"Yo sentía miedo y rencor por lo que había pasado porque cuando tú vas a un empleo, siempre te piden los antecedentes penales. Cuando pasé los 15 días de prueba en PIXZA igual me los pidieron y pensé ‘tengo la capacidad, pero con esto no lo voy armar’. Sin embargo, Alejandro me dio una oportunidad para que demostrara que no todas las personas que han estado presas quieren seguir con sus mañas; al contrario, quieren mejorar".

La Sala Superior de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) menciona que "si una persona comete un ilícito, no puede quedar marcado con el estigma de ser infractor el resto de su vida porque ello obstaculizaría su reinserción social".

James está consciente que hay jóvenes quienes no aprovechan la segunda oportunidad que se les brinda, pero también sabe que hay otros como él que buscan superarse y no se les permite porque están marcados ante la sociedad.

Reglamentos como la Ley Nacional de Ejecución Penal, en su artículo 4º declara que "las personas sujetas a esta ley deben recibir el mismo trato y oportunidades para acceder a los derechos reconocidos por la Constitución, tratados internacionales y la legislación aplicable...". Este apartado contempla la no discriminación a personas con antecedentes penales.

No obstante, existe una contradicción en el modelo de readaptación social que propone el Estado: por una parte hay leyes que protegen el derecho de la reinserción de los ex reclusos, pero estas regulaciones los detienen al existir cláusulas en las normas de derecho laboral como lo es la de "no ser condenado por delito alguno".

A pesar del distanciamiento con su familia, la discriminación que sufrió cuando salió de la cárcel y las críticas recibidas, James se convirtió en un ejemplo a seguir para sus amigos, quienes lo admiran por salir adelante. Con una gran sonrisa en los gruesos labios, estira su playera color verde para enseñar la leyenda impresa que dice "soy un agente de cambio".

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