EL SECRETO ENCUBIERTO, MERCADO DE SONORA

Por: Diana Karen Kraules Aedo
Ciudad de México (Aunam). — Estoy segura que el Mercado Sonora es en sí mismo algo universal, al menos para los que viven en la Ciudad de México, ya que en verdad encuentras de todo tipo de cosas en un lugar donde se conjugan la tradición y la modernidad, la medicina y la fe, la magia y lo real.

Mi primera impresión al llegar a dicho mercado fue de asombro ya que parecía como si estuviera en el metro sólo que el olor que emanaba el lugar era diferente, la entremezcla de aromas de animales poco aseados, velas con fragancia a canela y madera, el no faltante olor de plantas medicinales y la particular emanación de comida, caracteriza la peste del lugar.


Los pasillos son muy estrechos y concurridos debido a que los vendedores pasan con sus diablitos cargados de cajas, animales, plantas, ropa, entre otros productos, los puestos son muy altos y es casi imposible no detenerse en cada uno, pues además del típico “le doy precio”, en la mayoría de los locales hay mínimo una cosa que logra llamar tu atención.

Ubicado en la delegación Venustiano Carranza, específicamente en Fray Servando Teresa de Mier 419, se encuentra El Mercado Sonora. Está formado por dos naves de aproximadamente diez pasillos cada una; la primera se encuentra del lado izquierdo, en ella hay varios locales que ofrecen objetos de santería y personas que te brindan el servicio de las limpias o te invitan a leerte el futuro. Aún recuerdo que Mariana, una comerciante del lugar, me ofreció leerme la mano por 15 pesos, dijo que aproximadamente se tardaría 10 minutos y que si me animaba me entregaría una tarjeta de tarot que incluiría las cartas del destino.

Ya más adentrada en la nave, me ofrecían objetos cada vez más raros y exóticos, como cráneos de dudosa procedencia o plantas que parecían haber salido de alguna película de la prehistoria, debido a que eran realmente enormes y extrañas.

En la segunda nave, en la que está a la venta animales exóticos. El ambiente y las personas que se encuentran ahí son más hostiles que las anteriores, ya que te empujaban con sus bolsas como si fueras una puerta de cantina.

Mi atención se dirigió hacia una enorme boa alvina que estaba tras una gruesa y alta vitrina, pregunté el precio y me dijeron que no estaba a la venta. Lo mismo ocurrió cuando pregunté por un gato persa y un gato arábigo.

En un puesto de golosinas en el que me detuve, una señora me dijo que tuviera cuidado porque ya habían secuestrado a dos personas que igual habían ido a la “zona de descarga” bautizada así por los mismos comerciantes, que se encontraba hacia donde me dirigía. De momento sentí un miedo estremecedor, pero al mismo tiempo una curiosidad por saber qué había ahí llegó a mi cabeza.

Seguí caminando y me detuve cuando vi un conjunto de cajas de madera, una de ellas contenía un enorme pavorreal. En ese momento una señora que pasó a lado mío me agarró fuertemente el brazo y dijo que no preguntara el precio de dicho animal si no lo iba a comprar. Al instante, dos señores se me acercaron, de nuevo el miedo regresó a mí y no tuve otra opción que regresar por el camino de donde había llegado. Sabía que mí recorrido por ese mercado había terminado, sin embargo, todavía no puedo evitar seguir pensando en qué ocultaban ahí…

Foto: Maurice Marcellin




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