TRAS EL RASTRO DEL TURIGO

Por Ximena Navarro Esquivel
Las lluvias y vientos que azotaron la capital del país habían dejado un cielo claro, inusualmente despejado, que perduró hasta la tarde, cuando una pareja fue en busca del Turigo: un vehículo dedicado al transporte de una sola persona, que se puede encontrar en la Plaza de la República o el Monumento a la Revolución.

Este medio de transporte de dos ruedas, similar al patín del diablo, es “hermano” del Turibús.

El último es un transporte cuyo fin es promover y elevar a la Ciudad de México como un destino turístico de categoría internacional, según el propio gobierno de la ciudad.

Los rayos solares calan mientras se recorre la Plaza de la República, espacio que ha albergado por 77 años al Monumento que conmemora la Revolución Mexicana de 1910. Dicha área no sólo resguarda al mausoleo de los héroes revolucionarios, sino también a jóvenes de cabellos de colores sobre patinetas, a adolescentes solitarios, parejas de enamorados, niños en bicicleta y al escurridizo Turigo.

El Ninebot, nombre otorgado por la empresa Segway Inc. en 2002, pero rebautizado por las autoridades de la Ciudad de México en 2016 como Turigo, fue anunciado a través de las redes sociales de la Secretaría de Turismo de la Ciudad de México, así como en medios nacionales como El Universal o Milenio el pasado febrero.

De acuerdo con el anuncio reciente, el Turigo debía de aparecer rápidamente entre las parejas entrelazadas de jóvenes o entre los adolescentes que arman una coreografía frente a propios y extraños; sin embargo, el Turigo se resistió a ser hallado.

Al ingresar a la plazoleta por el lado de Insurgentes Centro, se aprecia la entrada del Museo Nacional de la Revolución, espacio, donde, por lo general se ubica algún guía de turistas, quien brinda información acerca de las actividades turísticas del lugar (como Turigo). Vestida con un chaleco negro, una joven de no más de 25 años es cuestionada sobre esta novedad, hace una mueca de molestia e indica que esa información la tienen los policías.

Al caminar debajo del monumento a la lucha más reciente y significativa en la historia de México, se aprecian a jóvenes sentados con las piernas cruzadas sobre el suelo polvoriento; a niños risueños deseosos de huir de la mano de sus padres; mas no se divisa a ningún policía y mucho menos a un Turigo.

En una de las esquinas del mausoleo está parada una muchacha; también de chaleco negro y de no más de 25 años, pero mucho más risueña que su compañera, quien dice haber visto a algún ninebot o “patín del diablo eléctrico”. De repente señala al vehículo de no más de 14.2 kilogramos que se abre paso entre los jóvenes, sus patinetas y las quinceañeras de vestido azul marino con sus respectivos chambelanes.

Turigo es conducido por un joven de cabello largo y lacio, de piel blanca, cuyos anteojos se ven obstaculizados por el juego que el viento de la tarde hace con su pelo castaño claro. Responde amable a las preguntas que una pareja de jóvenes estudiantes le hace respecto al Ninebot.

“Existen dos paquetes. El de $299 y el de $350, en el último también te dan un pase para el turibús, en el primero no. Te conviene más el segundo porque comprende todo un día sobre el Turibús. También te incluye la capacitación y el recorrido de una hora sobre el Monumento a la Revolución…¡Ah! Y el casco también va incluido”. Con una sonrisa agrega: “Es preferible que hagas el recorrido entre semana, porque en fin de semana es muy difícil circular”.

Después, el joven continúa su marcha hasta llegar a una pequeña estación solitaria conformada por una mesa de madera, una lona de plástico con el nombre “Turigo” y un banco de metal negro ubicados afuera del edificio del Frontón México.

Vox populi acerca de Turigo

“O comes o te subes al Turigo”, señala la señora Elizabeth Velez, quien asegura que jamás había oído hablar sobre este medio de transporte, hasta hoy. Lo considera “caro” y el recorrido le resulta predecible. Elizabeth conoce este medio de transporte creado por Segway Inc. gracias a que acaba de acercarse a la “estación” del mismo, orillada por las súplicas de su hijo de once años y cara regordeta.

Ni el joven de suéter guinda sentado junto a la estatua de Jiménez Deredia dispuesta sobre la explanada, ni la chica de cara pecosa, cabello rojizo y mirada llena de desconfianza, ni dos jóvenes sobre patineta -cuyas risas nerviosas impidieron que informaran sobre sus respectivos nombres-, han oído de este aparatito.

Los rayos del Sol han cedido al avance del día. Ya no calan, pero sí cala el viento helado. El cielo continúa con un azul inusual. El vendedor de rosas rojas ha pasado dos veces y ha fracasado en ambos intentos. Pero el Turigo se ha ocultado.

Hay un bebé de un año y medio que ya sabe andar en una pequeña bici sobre la cuesta de Plaza de la República, pero el Turigo ya no es visible. Los jóvenes vendedores de “cupcakes” andan sobre la Plaza, pero del Turigo y su recorrido nadie sabe nada.

Ni en el Caballito de Sebastián, ni Bellas Artes, ni mucho menos la Alameda se puede hallar al vehículo motorizado. El “carrito” (el cual consolida la prioridad que tiene el gobierno de la Ciudad de México respecto al turismo) no es hallado los fines de semana con facilidad, tampoco es conocido por quienes tienen la tarea de guiar al turismo en lugares como el Monumento a la Revolución.

El ninebot de dos ruedas, largo manubrio y superficie plata con azul, es escurridizo, es difícil de encontrar, tanto como el cielo cristalino en la capital del país.






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