EL SAQUEO DE LA RIQUEZA MINERA DE HIDALGO

Por Raúl Parra Rosales
México (Aunam). Hay oscuridad total, a cada paso disminuye el oxígeno. La atmósfera es húmeda y el terreno, irregular. Gotas de agua caen lentamente sobre los cascos de los cautivos, quienes gritan despavoridos ante la imposibilidad de ver lo que hay a su alrededor. Instantes después de esfuma la penumbra; los forasteros respiran aliviados al retomar consciencia del lugar donde están: la Mina de Acosta, en Mineral del Monte, Hidalgo.

Cerca del mediodía, 40 alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) llegan a la Mina de Dolores. Por la módica cantidad de cinco pesos, un tranvía les ahorra media hora de camino y les permite tener una vista privilegiada del colorido pueblo a aquellos que van en la parte superior. El recorrido a la Mina de Acosta se hace en un santiamén.


El costo del acceso al Museo Memorial Mina de Acosta es de 40 pesos para el público general y 30 para estudiantes. En el panorama prevalece el verde del pasto, mientras que la edificación es blanca y tiene el techo rojo. Rufino Carmona Jiménez, un minero retirado que a sus 53 años gana mil 200 pesos mensuales por hacer visitas guiadas, ya espera al grupo dentro del museo.

El hombre moreno, de baja estatura y cabello corto, que está curtido por la experiencia y porta un casco amarillo, explica que el museo es conocido a nivel internacional. “Me ha tocado hacer entrevistas para Televisa, Venga la Alegría, Reforma en prensa, y hasta para Venezuela”, expresa con orgullo.

La historia minera de Hidalgo está definida por el saqueo. Durante los más de 450 años que se mantuvo con vida, entre 1552 y 2005, el distrito minero Real del Monte-Pachuca tuvo tres amos extranjeros: los españoles, los ingleses y los estadounidenses. En el siglo XIX, los mineros nacionales percibían un salario diario del equivalente a dos pesos en la actualidad.

El museo es pequeño, está compuesto por apenas una sala donde se exhiben teodolitos, máquinas de escribir, relojes, sumadoras, calculadoras, brújulas, bombas de vapor, lámparas de carburo y equipos fotográficos utilizados durante las distintas etapas del desarrollo de la mina.

El grupo se dirige a la calesa, enclavada en el patio central del lugar. Esta estructura metálica de color rojo, que se erige varios metros sobre el suelo, es la entrada principal a la mina. Antaño, cuando aún se encontraba en funcionamiento, permitía que siete u ocho mineros descendieran hasta las entrañas de la tierra mediante el uso de un sistema de claves y toques.


Por indicación del guía, y debido a cuestiones de seguridad, los visitantes pasan a un pequeño cuarto donde se ponen cascos de diversos colores. Éstos representan una categorización jerárquica: el rojo es para los soldadores; el naranja para los mecánicos; el azul para los electricistas; el amarillo para la gente de producción; y el blanco, inalcanzable para los mexicanos, le pertenece a los jefes.

Finalmente llega la actividad que originó el viaje: conocer el socavón de la mina. Los estudiantes se aglutinan e ingresan al túnel, encabezados por Rufino Carmona. Sus dimensiones son estrechas; algunos se agachan para no golpearse la cabeza. En los muros hay fotografías que exhiben las condiciones paupérrimas en que trabajaban los mineros nacionales en el siglo XIX: tan sólo vestían huaraches y sombreros de palma, sin ninguna garantía de seguridad.

Las paredes del túnel están enmohecidas, la luminosidad es escasa. El verde del hongo sobresale cual diamante entre el pardo de las rocas, tal como lo hicieran el oro, la plata, el cuarzo, el plomo, el bronce, el zinc y el cobre durante los años mozos de la mina. La imperante humedad refleja el problema más grande de cualquier excavación: el exceso de agua.

El grupo avanza, conforme más se adentra el frío se vuelve insoportable. A la derecha hay una veta de plata, reducto del esplendor pasado. En el trayecto, los visitantes conocen una letrina minera, conocida como ‘cuba’. Al final han recorrido los 450 metros del túnel de la Mina de Acosta que desemboca en la Mina “La Dificultad”. Ahora se encuentran a 120 metros de profundidad, en el primer nivel, pero ya no descenderán más; no son tan desafortunados.

De acuerdo con Rufino Carmona, de todo lo que extrajeron del distrito minero Real del Monte-Pachuca a lo largo de su historia, tan sólo el 2 por ciento se quedó en territorio nacional; el resto fue a parar a Estados Unidos y a Europa. Sin embargo, para él, lo peor es la pérdida de oportunidades laborales: “Cierran las minas y se acaba la principal fuente de empleo”.





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