SIMPATÍA POR EL DIABLO


Por Brenda Paola Álvarez Rivera y Marlon Alexis Vázquez Alarcón
México (Aunam). Nueve treinta de la mañana. Los estudiantes, caminan entre los pasillos para llegar a sus destinos, quieren ganar banca para reposar mientras escuchan la cátedra del profesor. Chamarras, gorros y suéteres los arropan. Mientras, el viento no deja de soplar sus rostros llenos de ojeras.

Las bocas de los jóvenes pupilos expiden humo y éste se disuelve en el viento helado, sus cuerpos sucumbidos y temblorosos por el frío apenas comienzan a sentir como los cálidos rayos de sol llegan a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En uno de los "Jardines digitales" se encuentran sentados diez individuos, entre los edificios A y B. Uno de ellos decide sacar una pequeña bolsa transparente que contiene trozos de una hierba verde con un aroma peculiar. En seguida, la vista de sus amigos delata el gusto por lo que hay dentro; como si sus pupilas se dilatasen ante un halo de luz.

De playera negra, bermudas color beige y mirada desolada, un alumno toma un cuaderno de su mochila, con sutileza arranca una hoja de papel, la extiende sobre sus piernas y toma uno de los trozos de su planta. Cuidadosamente la muele hasta que queda hecha polvo. La desmenuza hasta no poder más, quita poco a poco las ramas y los coquitos con tal de que su “gallo” no vaya chueco o cueste trabajo prenderle fuego.

Con una mano toma una hoja de cáñamo, conocida como “sábana” y procura que el lado del pegol se posicione en el lado izquierdo para poder deslizar con mayor facilidad la lengua. Ya con la envoltura en dicha posición, vierte la hierba y la envuelve como a una mujer en sus brazos. Continua con el paso más importante, mojar el porro, tan sólo un breve beso basta para que quede en el punto preciso, pasa su lengua y procura que ésta termine de enrollarla por completo. Despacio pero eficaz, en un sólo instante consigue su cometido, como si fuese un acto de amor erótico.

Estrés, tareas, problemas personales o simple gusto pueden ser los detonantes para que todos prueben de a ratitos la hierba que les dará tranquilidad o un viaje celestial, sólo por un instante. Además, les brindaría colores y emociones en una mañana tan gris como esa.

Mientras tanto, una pareja de novios del mismo conjunto de amigos, yace acostada en el pavimento con la mochila bien puesta como almohada, no pierden ningún segundo de sus vidas y sin pudor se dan muestras de afecto. Gustan de manifestar su amor por medio de besos, abrazos, caricias y, por qué no, un discreto arrimón, con tal de darse algo de calor.

Los juegos también están presentes en dicho grupo. “¡Bolita!”, uno de los diez estudiantes está de pie y grita a sus amigos que están cerca de su cancha de futbol imaginaria. Tan sólo tienen un balón azul con amarillo que los divierte ante la espera de su turno. La mota que está a segundos de ser tocada por las diez bocas presentes.

“Pásala güey, me toca quemarle las patas al diablo”, “No te la acabes cabrón, todos nos queremos dar a la Mary Jane”, expresan los individuos al joven con la mota en mano. Poco a poco el fuego consume al porro, el humo rápidamente inunda el espacio estudiantil y los ojos de los jóvenes se tornan cada vez más rojos, sus miradas se van perdiendo lentamente.

De pronto, el ambiente cálido ocasionado por el fuego del porro se fusiona con el frío de una bebida fermentada en agua con cebada, uno de ellos saca una lata de cerveza Indio Pliser de su mochila. Frota la anilla de aluminio para destaparla con la mano cubierta por su suéter. Da un trago y se la pasa a su amiga del cabello teñido de color verde amarillento y raíz negra, es notorio el deslavado del tinte.

El consumo de estas sustancias se presenta cotidianamente sin que alguien se alarme, ya no es un acontecimiento, es un simple hecho que pasa desapercibido por su carácter de cotidiano. El olor a marihuana es tan común y característico de la FCPyS como el de los baños sucios o el olor a café recién hecho.

Ahora, el porro se ha terminado, el tiempo se ha agotado. El sol finalmente invade toda el área destinada al break de los estudiantes. Algunos ya comienzan a levantarse y despedirse uno de los otros. Las manecillas del reloj apuntan a las once horas, es hora de otro cambio de clase.






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