VIVIR, ENFRENTAR Y ESTUDIAR EL DESEMPLEO: MARIANA SANTOS

Por Diana Laura Espinoza Delgadillo

El futuro se transforma en una amenaza cuando
la imaginación colectiva se vuelve incapaz de
ver posibles alternancias a la tendencia de
devastación, empobrecimiento y desempleo.

Franco Berardi, filósofo italiano del capitalismo.
México (Aunam). El desempleo ha impactado a la juventud de diversas formas. Algunos jóvenes se pasman al salir de la universidad y sólo se postulan para un trabajo cuando la oportunidad es evidente; otros, buscan trabajo activamente durante los primeros años, pero al no encontrarlo se desilusionan y dejan de hacerlo. Pero existen quienes, como Mariana Santos, se desenvuelven en mercado laboral con facilidad, aunque esto no sea una garantía de éxito inmediato.

Mariana Santos tiene la energía en la piel. Apenas camina o inicia una conversación, la jovialidad y frescura emanan de ella, sin importar que minutos atrás haya pasado un agobiante viaje en el metro de la ciudad para llegar a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), campus Colonia del Valle.

Es en ese plantel donde cursa el octavo semestre de Ciencia Política y Administración Urbana. Ataviada en un ligero vestido negro con flores rosas, mallas de tono obscuro y botas cafés, se define como una joven de 25 años con alta sensibilización por los problemas sociales que atañen a juventudes.

Su área de especialización es la precariedad del empleo juvenil, es decir la carencia o falta de estabilidad y seguridad que sufren las personas jóvenes al ser (sub)empleadas en una empresa pública o privada.

Sentada en unos troncos de madera a modo de mesas, en el jardín de la universidad, Mariana expresa que no comparte los estándares internacionales que consideran que la juventud va de los 18 a los 29 años. En su experiencia como integrante del Programa de Atención Integral a Jóvenes Buscadores de Empleo (PAJIBE), del Distrito Federal, ha visto hombres y mujeres de hasta 38 años depender de sus padres económicamente.

“Antes dejabas de ser joven cuando tenías un empleo y adquirías responsabilidades en tu casa o con tu pareja, pero ahora eso lo estamos logrando aproximadamente a los 30 o 35 años, según estadísticas”, señala.


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Pero sin duda, la enseñanza de desempleo juvenil más grande se la ha dado su propia vida. El dinero nunca es suficiente para costear servicios, educación, esparcimiento y cultura. Desde los 20 años, Santos buscó la manera de financiar algunos gastos.

En el Instituto de la Juventud de la Ciudad de México (Injuvedf) encontró la plataforma ideal para conectar su pasión por las razones sociales y su necesidad de remuneración económica. Se integró al programa Jóvenes en Impulso, donde por realizar labores comunitarias recibía una beca mensual de 800 pesos.

A lo largo de tres años trabajó, sin remuneración económica, en el Sistema de Transporte Colectivo Metro (STCM). Su habilidad para aprender rápido, su ímpetu y rechazo a la rutina la llevaron a realizar actividades que le exigían un alto nivel de responsabilidad. Desbloqueaba tarjetas, reponía saldos y llevaba el control de las tarjetas diferenciadas para madres solteras y estudiantes. Aunque le gustaba estar ocupada todo el tiempo, notó que sus jefes trabajaban menos que ella y abusaban laboralmente de sus capacidades.

“Se me exigía igual trabajo que a un empleado, cuando a mí no se me llegó a pagar ni un sólo peso. Además, me quedaba a trabajar ocho horas, el doble de lo que me pedían en el servicio comunitario. Ya había un tipo de explotación”, explica. “Al final dije ‘yo no puedo estar regalando mi trabajo de esta manera’. Ya era una cuestión conmigo misma de saber que no podía estar ahí todo el día sin recibir nada”.

Mariana habló con su jefe, quien a pesar de ver su esfuerzo dijo que no estaba en sus manos emplearla. La subgerente le dijo: “no porque tú realices una práctica dentro del STCM, el sistema tiene la obligación de contratarte”.

Afortunadamente, llegó una nueva gerente llamada Tania Arroyo. Ella le dio la oportunidad de presentar exámenes para quedarse con el puesto; sin embargo, le dijeron que su proceso concluyó por no aprobar el examen psicométrico.

Mariana todavía se ríe y lamenta que le hayan dicho que por una prueba de personalidad se quedó fuera. “Dije ‘¿cómo es posible que yo no haya podido pasar un examen psicométrico?’ ja, ja, ja”. Después supo que las personas que fueron contratadas eran familiares y amigos del personal sindicalizado. Las famosas “palancas” para entrar a un empleo formal se hicieron evidentes.

Su tutor del Injuvedf le dijo que había una vacante en La Comuna Álvaro Obregón, el programa de empleabilidad para jóvenes en busca de empleo. Y así fue. Se presentó en la Secretaría de Trabajo y Fomento al Empleo (STyFE) con el licenciado Leonardo Román Lugo y, aunque entró como subempleada, espera que el próximo año pueda ser contratada.

Actualmente, Mariana es coordinadora de un proyecto llamado Atlas Cultural, su dinamismo le impidió sólo ayudar al personal a revisar correos. Adicionalmente, el estar en un proyecto de fomento al empleo, su experiencia y su carrera profesional la han llevado a especializarse en el tema.

En el tema del desempleo juvenil en profesionistas intervienen diferentes actores sociales: gobierno, empresas, universidades y egresados. Con gran seguridad en su voz, Mariana afirma que la responsabilidad más grande recae en el Estado “porque el empleo es un derecho constitucional y se tiene que ejercer como un derecho ciudadano”.

Detrás de una cascada de rizos, sus ojos reflejan tristeza por el hecho de que las políticas públicas que se implementan no son integrales. Asegura que los vales de primer empleo que no funcionan y que, más bien, son una estrategia propagandística y clientelar. La cual sólo contiene el problema, pero no lo soluciona.

Las empresas también son responsables al no dar las suficientes condiciones dignas de trabajo, como lo aprendió durante los años que trabajó en el STCM. Ofrecen sueldos mínimos a los profesionistas, no les dan prestaciones e incluso los rechazan por estar “sobrecalificados” para el puesto. “Entre más estudies es más difícil encontrar trabajo, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ¿Qué demonios!”, grita Mariana.

Cuando se le pregunta sobre la responsabilidad de la universidad en el problema, mira hacia los salones de clases, suspira hondo y dice que en las universidades públicas no se educa para trabajar. “Nos educan para estudiar para tener una vida académica pero nunca nadie nos dice que afuera la competencia es brutal, desmedida y que todo se maneja con relaciones públicas y políticas. En cambio, en las universidades privadas les enseñan a mandar”.

“En México, el ser contratado no se trata de ver cuánto conocimiento tienes. Se trata de ver si eres capaz de sobrevivir en las condiciones en que te emplean. Las relaciones laborales permiten abusos. No ofrecen prestaciones a los jóvenes, y uno como tiene necesidad pues obviamente acepta”, señala la joven universitaria.

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La educación de Mariana fue esencialmente política. Desde que era pequeña, su padre le enseñó que tenía derechos y que era su obligación ejercerlos y exigirlos. Más tarde, le dio libros de Marx y Engels para que se empapara de los factores que regían las relaciones económicas y sociales. Es una convencida de que los jóvenes están buscando oportunidades.

Su amigo Iván, sentado a su lado, habla de ella como una idealista. Dice que por su educación piensa que todo el mundo quiere superarse y que la mayoría de los jóvenes exigen sus derechos, pero él piensa que no es así.

Iván considera que los jóvenes han perdido visión y mientras tengan cómo sobrevivir no saldrán de su zona de confort. También ha trabajado desde los 18 años, experimentando trabajos “negreros” en Iusacell y la hipertrofia de trabajar en instituciones públicas como el IEDF, donde las personas se quedan decenas de años en un puesto e impiden la movilidad laboral para las juventudes.

Señala que la juventud ha entrado en una pasividad que no le permite avanzar ni ser competitiva ante el mercado laboral. Mariana le dice que pare y comienza a desesperarse, alza las manos en señal de alto para decir que desde su punto de vista el factor que bloquea a muchos jóvenes es el miedo.

“El miedo es lo que te detiene, pero también lo que te hace avanzar. Son contradicciones. El miedo de no saber cómo solventar los gastos de mi universidad fue lo que me impulsó a buscar trabajo, pero en algunas personas no los deja avanzar, los bloquea”, argumenta.

Antes de pasar a la sesión fotográfica en la biblioteca de la UACM, ambos aconsejan insertarse en un empleo lo antes posible, especializarse y sobre todo, no desistir en la búsqueda.




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