POESÍA ENTRE PAPEL Y SILENCIO


Por Paola Adriana Cerón Monroy
México (Aunam). Ataviado con chaqueta negra, pantalón y camiseta del mismo color está Fausto Leyva sentado al frente de la sala. Seleccionó en modo formal su ropa para la ocasión especial, dejó suelto su prolongado cabello castaño lacio para dejar entrever que no es un escritor común que se apega a las reglas de la poética. Los pómulos se le ensanchan y sus cachetes se vuelven más voluminosos conforme da inicio a la lectura de El silencio de la noche. Pronuncia la oración final de lo que tituló “Tengo miedo” y por un instante, el silencio reina en la habitación. El público tarda en darse cuenta que el recital del primer poema ha terminado.

A su lado, Oliver Miranda, director General de la Revista Infame, presenta también su primer libro de creación literaria: Hombre de papel. El escritor entrelaza sus manos constantemente a causa de los nervios y contesta ante la curiosidad del público por saber de dónde proviene su afán por la escritura. “Escribo para callar demonios, sanar viejas heridas, silenciar fantasmas. Es un lugar en el cual me puedo encontrar tal cual soy y sentirme en paz”.

En segundos a la sala parecen faltarle más sillas donde los escuchas puedan acomodarse. El dúo de poetas sonríen al confirmar que subestimó la asistencia a la presentación del libro; sin embargo, esa curva en su rostro poco a poco se borra al notar que la mayoría del público presente ha asistido por la fuerza. Sobre todo, parece sorprenderlos que la corta edad de los asistentes no les alcanza todavía para entender el amor, el vacío y la soledad como ellos la describen.

“Cautelosa, sobre este cuerpo desecho postras tu belleza desnuda, me silencias con un beso aletargado, la sangre hierbe entonces. Surcas mi cuello y el pecho con tus labios, muerdes el deseo, te aferras a mi costillar mientras tu lengua estruja mi pene”, recita Fausto mientras que su voz se quebranta y vuelve a levantar el tono en un ir y venir constante.

Oliver Miranda y Fausto Leyva. Foto: Paola Cerón

Sus poemas provocan murmullos entre dos niñas del público. Sobre su frente se puede notar una tupida salpicadura de volcanes brillosos a punto de explotar, indicio de que aún desconocen lo referente a la sexualidad. “Tomo tus senos para devorarlos, cuelgas de mi cintura con tus piernas, tus hermosas piernas, tienes un sexo desbordado, gimes y arrancas de mi espalda la soledad”. Su rostro se colora de rojo y pareciera que el color de los granos sube de tono. Se ríen y se esconden ante la mirada del sexo opuesto.

Oliver Miranda intentó cambiar el rumbo de la lectura hacia lo romántico pero con aquello tampoco se identifica el público. Los cuchicheos, las risas y alguna que otra queja revelan el desfase de experiencias de la cual es víctima la sala y el trabajo de los poetas. Su gesto se torna duro y determinante. No es que se avergüencen de escribirle al amor o al sexo de una de sus mujeres sino resultó totalmente inesperado estar frente a un grupo de espectadores que saben, no los entiende del todo.

“¿Alguna vez han encontrado un libro con el cual se sientan plenamente identificados? De esos que parecen ser un espejo de ti que alguien más escribió”, dijo Fausto Leyva al concluir la sesión de lectura en voz alta, como forma de despedida ante los jóvenes presentes.





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1 comentario:

  1. Jajajaja Maldita falta de experiencia, de un lado y de otro… Gracias por la nota.

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