RICARDO QUIROZ: LA VIDA ES UN EXPERIMENTO

Por Carolina Perla Cortés Vicente
México (Aunam). Ricardo David Quiroz Báez quería estudiar arquitectura pero ahora es investigador en Ciencias Médicas del Instituto de Geriatría. Se licenció en Investigación Biomédica Básica y es doctor en Ciencias por la UNAM. Se dedica al estudio de los procesos celulares y moleculares asociados con la enfermedad de Alzheimer.



Llegó por casualidad a la Investigación Biomédica. Cuando estudiaba anatomía y fisiología en el bachillerato, Claudia, su profesora, le insistía que estudiara biología. “Pero a mí me aterraban los bichos, en realidad no podía tocar a ninguno”, confiesa. Durante las prácticas tuvo que estar en contacto con animales y hasta diseccionarlos, “lo que funcionó de eso, es que se me empezó a quitar el miedo a tocar animales, a hacer experimentos”.

Directo al laboratorio

Decidió estudiar en el Área II, correspondiente a las ciencias biológicas, químicas y de la salud. Durante el verano asistió a los talleres de investigación y se dio cuenta de que “como médico no iba a aguantar a las personas, no soy muy sociable”, así que se inclinó por la biología. El plan de estudios le gustaba pero era tardado llegar a investigar, debía estudiar cuatro años de carrera y de ahí entrar a un laboratorio.

Se enteró de que existía una carrera donde las clases se basaban mucho más en trabajos de laboratorio. El proceso para ingresar a Investigación Biomédica fue difícil, pues le exigían aprobar un curso propedéutico. “Lo que me atrajo fue el asunto de trabajar en un laboratorio y lo que hicieras, así fuera en veinte, en dos o en cinco años, tendría algún resultado más tangible.”

El propedéutico varía con cada generación, dura aproximadamente tres semanas y media. “Hay de todo. Unos profesores evalúan que hayas aprendido de memoria algo sobre un tema, otros son más de ‘habilidades’ y ponen un ejemplo para que se planteé una hipótesis”. En aquella época la carrera tenía mucha demanda: de 300 concursantes, aprobaron aproximadamente cuarenta, y después del propedéutico quedaron 36.

Ricardo Quiroz recuerda: “Muchos teníamos ideas muy fantasiosas de la carrera, sabíamos que la idea de estar en un laboratorio sonaba muy glamurosa pero ya a la hora de estar ahí, hay que tener mucha tolerancia a la frustración. Al principio no salen las cosas, hay que volverlas a hacer y verificar qué es lo que no salió y cambiar detalles muy chiquitos. Hay que ser medio obsesivo.”

Una carrera autodidacta

La carrera de Investigación Biomédica resultó ser bastante autodidacta, en las clases se debía llegar a aplicar conocimientos en el laboratorio. A Ricardo le asignaban lo que debías investigar: “yo no sabía de inmunología, pero me dijeron que iba a trabajar con un investigador que venía de Armenia”.

“En ese laboratorio se iba a hacer una vacuna contra los cisticercos a través de la comida, en vez de darte una inyección había que infectar una papaya y que expresara las proteínas que se encargan de generar las defensas contra estos organismos.” Se dio cuenta que eso le agradaba muchísimo más que solamente estar sentado leyendo libros, porque ya le veía cosas prácticas.

Cada año en la carrera, Ricardo tuvo que hacer una rotación distinta. “Lo que se espera es que tú vayas eligiendo distintas ramas para que al final de cuarto año, elijas un laboratorio en el que realizarás la tesis”. Las recomendaciones que se hacían era no se enfocara en un solo tema porque eso limita, al escoger varias clases se aprenderían varias técnicas.
Alzheimer, un rompecabezas

Así que su segundo objetivo fue la biología molecular, continuó en otro laboratorio donde por primera vez no se trabajaba con un modelo pequeño, ya era en humanos. Lo que marcó su actual línea de investigación fue cuando tomó la clase de Introducción a las Neurociencias, impartida por la investigadora Claudia Linares, quien estaba en el asunto del Alzheimer. “Lo que me gustó fue que ella no hacía cosas a nivel de paciente sino que trataba de desarrollar modelos celulares para entender qué es lo que pasa con la enfermedad”.

Ricardo dice que realmente no se sabe qué es lo que sucede con la enfermedad, de todos los casos solo el uno o dos por ciento se explican por herencia. Los demás son de origen esporádico. “Más que tratar de ver cómo curar a la persona, el enfoque del laboratorio es saber cómo se desarrollaban los marcadores que más tarde llevan al Alzheimer.” Le atraía trabajar con modelos aparentemente sanos e ir transformándolos poco a poco para ver cómo es que se podía alterar su metabolismo, y así encontrar los marcadores que determinan el origen de la enfermedad.

Cuando una persona expresa la enfermedad, explica Ricardo, habrán pasado 10 o 15 años desde que empezó, antes hay un periodo asintomático. “La doctora se enfocaba en qué alteraciones metabólicas llevan a una persona después de 15 años a desarrollar la enfermedad”. Se comparó a un animal joven con uno viejo sano; un viejo sano con un viejo enfermo; un viejo sano con un joven enfermo, “para ver en ese transcurso de joven y sano qué pasa en su metabolismo, eso se me hacía muy interesante porque todo el tiempo es como un rompecabezas”.

“No es de nuestro interés saber qué pasa ya cuando llega la enfermedad sino cómo evitar que se desarrolle o buscar marcadores tempranos”. El objetivo de Ricardo y su equipo es que una persona pueda hacerse un examen de sangre y ver si tiene ciertos marcadores que podrían indicar el probable desarrollo de la enfermedad para que pueda cambiar ciertos hábitos de vida y no enferme.

La diversión de dar clases

A lo lejos suena la chicharra del receso, aunque nosotros estemos platicando en la biblioteca de Logos, la escuela donde Ricardo da clases. Llegan los ruidos de los adolescentes, el tamaño del lugar, de unos 15 metros cuadrados, hace que se cuelen los gritos entre los libros. Aun así, Ricardo continua platicando acerca de sus planes. Sus ojos cafés miran alrededor y sus manos se mueven al compás de las explicaciones.

-¿Te gusta dar clases en preparatoria?

-Sí, lo hago por gusto. Porque para la evaluación como investigador, la prepa no es considerada. Los únicos cursos que cuentan son los impartidos en licenciatura, maestría y doctorado

Entusiasmado, comenta que es más divertido dar clases en la prepa. “Puede pasar lo que me pasó a mí, que yo iba a arquitectura y terminé en biomédicas, entonces les trato de expresar lo lúdica que es la ciencia, a ver si les agrada”. Una ventaja de la universidad, dice, es que los estudiantes “van con el deseo o el supuesto interés de hacer la carrera, en la prepa te enfrentas con personas a las que no les interesa el tema, yo no sé adoctrinar quiero que vean lo apasiónate que puede ser la investigación científica”.

Hacer experimentos, ir por la búsqueda de conocimiento y dar clases motivan a Ricardo: “ser profesor me gusta, creo que es la única forma de mantenerse al día. Como doy una clase muy general, hace que me tenga que actualizar en muchas cosas, no ser un experto pero no estar tan alejado y en la universidad te enfocas a lo tuyo, al menos te mantiene con los pies en la tierra y que no creas que lo que haces es la panacea del mundo”.



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