ARTE EN LATA DE GRAFITI

Por Isis García
México (Aunam). A mí no me gusta el grafiti, siempre me ha parecido un acto vandálico que atenta contra la propiedad privada y provoca contaminación visual. Sin embargo, él me invitó a la exposición de Martha Cooper, y quien sí me gusta es él.


La verdad es que no sabía nada de la artista cuando llegué a la presentación. Como en la fila la mayoría de las personas traían tatuajes, Hats & Caps al estilo Skateboarding, imaginaba a Martha Cooper así. Me sorprendió ver a una mujer de edad avanzada, cabello cano, con ropa cómoda que no ostentaba mayor extravagancia en su aspecto.

La expositora hizo un breve recuento de su carrera, mientras yo ponía cara de interés, para que mi acompañante no sospechará nada. Martha Cooper nació en Baltimore, su papá era fotógrafo y desde muy pequeña la llevó a corridas de cámaras a tomar fotos. Estudió arte, viajaba con su prima Sally por el mundo y tomaba fotos con su Nikon.

Hasta ese momento todo me parecía sorprendente. Cooper había sido una estudiante de arte y antropología en Oxford que un día decidió comprar una motocicleta Honda e ir a Tailandia y Afganistán a disparar la cámara.

Nos comentó después que solicitó trabajar en National Geographic. El proyector mostraba fotos de su juventud, en una de ellas salía con un telefoto, un gran angular y un exposímetro colgados de su cuello.

En 1968, en medio de la tempestiva sociedad, hizo un reportaje sobre Filipinas que le rechazaron en la revista. Así que decidió casarse con su, ahora, ex-esposo, al cual acompañó a Japón; donde tuvo la oportunidad de fotografiar tatuajes que se hacían en la clandestinidad.

Martha Cooper con la luz apuntándole resaltaba en la sala oscura, poco a poco se asomaban también los sentimientos de una mujer que sufrió rechazos y cuyo espíritu viajero la llevo a ser la única periodista mujer en el New York Post en 1977.

Y justo cuando estaba logrando empatía con la artista, confesó que en el New York Post comenzó a tomar fotografías de niños y en una de sus fotos salió de fondo el grafiti de “Dondi”. Yo sabía que esta parte llegaría, mi acompañante se inclinó hacia el frente como para prestarle más atención y yo me sumí más en mi asiento.

Su acercamiento con el grafiti fue incidental, una vez fotografió a un niño que estaba practicando en una libreta porque quería escribir su nombre en la pared. Él fue quien la llevo con el jefe “Dondi” y éste le enseñó los libros negros, cuadernos con fotografías de los grafitis que pintaban. Así fue como Cooper se convirtió en la fotógrafa oficial de este grupo.

Es sorprendente la cantidad de fotografías que Cooper tenía de grafitis en los trenes, realmente eran bellísimas, aunque seguía sin comprender el sentido. Los autores le avisaban qué tren habían pintado y el lado en el que lo habían hecho para que ella pudiera fotografiarlo.

Su acercamiento al hip-hop fue posterior, aunque en tiempos donde todavía no se conocía con ese nombre. En uno de sus trabajos periodísticos, la mandaron a cubrir el arresto de unos muchachos en Manhattan, ellos se peleaba por camisas porque tenían un concurso de baile.

Entonces en coordinación con Henry Chajan, organizaron un evento de breaking dance, a los jóvenes les compraron camisas rojas y azules para diferenciar los bandos. En 1981 organizaron el grafitti rock que conjuntaba música, baile y arte. Sin embargo, el evento se canceló porque llegó un clan contrario a la presentación.

En 1984 Chajan y Cooper intentaron publicar un libro del graffiti. Consiguieron vender la idea en Alemania, constó de 96 páginas y finalmente lo terminó publicando una editorial inglesa. A pesar de que el libro vendió medio millón de copias, los artistas obtuvieron muy poco dinero del negocio.

En las diapositivas de la presentación se observaban fotografías que forman parte del libro y posteriormente las fotos que otros artistas han retomado de Cooper para hacer su propio arte. Me sorprendió ver cómo el grafiti embellecía algunas obras, como edificios abandonados. Sentí la mano de mi acompañante en mi barbilla “Cierra la boca” me dijo, ¡Qué oso!

Después de la ronda de preguntas, rogando porque no nos cayera el aguacero desalojamos la imponente construcción de hierro, tabique prensado y cristal. “El Museo del Chopo está por cerrar” se oía en los altavoces y la gente seguía contemplando y sacándose fotos con la pared tapizada de las obras de Cooper.

Cuando íbamos de regreso a casa, yo contemplaba algunos grafitis desde el Metrobús, y aunque sigo pensando que eso es contaminación visual; ahora sé que hay muchas obras que valen la pena, y los cuales merecen espacios para su difusión.




Foto: Martha Cooper ©Street Play


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