ORGANILLO: EL INSTRUMENTO DE LOS "DESEMPLEADOS"

Por Gustavo Brandon Avendaño Borges
México (Aunam). Celso Pérez Miranda es uno de los 250 organilleros que existen actualmente en la Ciudad de México. Con 62 años de edad, este antiguo empleado se niega a abandonar uno de los oficios más antiguos en la República Mexicana.

Con tan sólo cuatro años y medio en el negocio del organillo, Celso Pérez confiesa haber ingresado a las filas de la música gracias a sus amigos. “Llegó por medio de unas amistades, que se supone yo tenía. Fue a ellos que les pedí trabajo de organillero, porque en primer lugar tiene que gustarle a uno la música. No sólo es llegar y tocar, se tiene que sentir la música y a mí me gusta tocar la música”.


Una de las razones por las que Pérez decidió trabajar de este oficio es, además de la música, el desempleo que llegó hasta sus puertas. La empresa para la que trabajaba decidió prescindir de sus servicios cuando él contaba con 57 años de edad. Ante ello confiesa que el organillo es el medio que tiene para subsistir y al cual agradece. Celso Pérez perdió su empleo durante la administración de Felipe Calderón, convirtiéndose así en parte del 5.1 por ciento de desempleados en México durante el 2006 y 2011.

“Mi sueldo es variable, por ejemplo, en un día no puedes sacar nada, en otro día 80, 100, 150 o posiblemente más”. Aunque parte de su tiempo lo pasa en la Alameda Central, asegura que el lugar donde obtiene mayor dinero es frente a los juzgados de Avenida Doctor Mora, todo esto al mayor flujo de personas y la circulación de dinero.

En ocasiones no puede ejercer su trabajo como él desea, ya que parte de las autoridades de la delegación Cuauhtémoc impiden que este se manifieste en lugares públicos. Por ello se desplaza en el primer cuadro de la ciudad para así mantener a su familia con sueldos de hasta 40 pesos al día.

Si bien la economía mexicana no pasa por uno de los mejores momentos, el músico confiesa ser sólo esa su fuente para sobrevivir. “Es el único empleo que tengo… Los hijos le echan la mano a mi esposa, hay veces que yo no aporto para comer y ellos son los que llevan la comida”.

El trabajo que ejecuta en el centro de la ciudad de México también es llevado a cabo por su esposa, con quien tiene que rolar los turnos y determinar quién es el que saldrá a trabajar. A pesar de no contar con una hora de entrada formal, Pérez tiene como horas designadas de nueve de la mañana a cuatro de la tarde, donde la inclemencia del sol persiste.

Ante la pregunta de si se siente orgulloso de ser uno de los pocos organilleros en México, confiesa que sí, pero que lamenta el hecho de que existen algunos que sólo dan vueltas a la palanca para sacar dinero. “Cada que tocó una canción la disfruto, porque me gustan las melodías y las canciones que puedo interpretar”.

Aunque se considera nuevo en el ámbito del organillo, Pérez Miranda confiesa que la sociedad ha cambiado mucho. En un principio ya no prestan atención a las canciones que toca, ni mucho menos se atreven a dejar una moneda en el sombrero, que al igual que el resto de su uniforme es de color arena.

La escasa difusión de este oficio, confiesa Celso Pérez, se debe a que las autoridades ya no les toman importancia y mucho menos la gente que transita en este círculo de la ciudad. “Creo que es culpa de la sociedad, porque ya no se interesa por este tipo de trabajos. Además que en el gobierno apoya poco. De pronto vienen de oficinas del Estado y nos dicen que habrá más apoyo, pero a la mera hora nada”.

Así es como Celso Pérez Miranda sale todas las mañanas con más de 50 kilos en su organillo, a satisfacer uno de sus mayores placeres, tocar música. El oficio de ser organillero se niega a desaparecer de la cultura mexicana, e intenta tomar su segundo aire en una sociedad que poco a poco ha perdido la sensibilidad de las manifestaciones culturales en la ciudad de México.









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