23 de julio de 2012

SANTA CECILIA ENCLAUSTRADA EN LA SOLEDAD

  • En busca de la seguridad: Deficiencias en las medidas de seguridad en zonas arqueológicas en México

Por Fernando Navarrete Hernández
México (Aunam). “Zeus no podría desatar las redes de piedra que me cercan. He olvidado los hombres que antes fui; sigo el odiado camino de monótonas paredes que es mi destino. Rectas galerías que se curvan en círculos secretos al cabo de los años. Parapetos que ha agrietado la usura de los días. En el pálido polvo he descifrado rastros que temo. El aire me ha traído en las cóncavas tardes un bramido o el eco de un bramido desolado.

Sé que en la sombra hay otro, cuya suerte es fatigar las largas soledades que tejen y destejen este Hades y ansiar mi sangre y devorar mi muerte. Nos buscamos los dos. Ojalá fuera éste el último día de la espera”. Jorge Luis Borges eyecta la soledad de los hombres en un laberinto. Un laberinto que sólo alarga la esperanza de lograr encontrarse con alguien, en la misma situación, y poder transformar esa soledad en compañía.

Tal es el caso del sitio arqueológico de Santa Cecilia Acatitlán, rodeada por la mancha urbana, en el Callejón del Tepozteco, pueblo de Santa Cecilia Acatitlán, municipio de Tlalnepantla, Estado de México. Para llegar se toma el Eje Central Lázaro Cárdenas hacia el Norte; se continúa por el Antiguo Camino a Santa Cecilia, hasta llegar a la zona arqueológica.

Es difícil tener acceso, la forma más sencilla de lograrlo es por la calle principal (calle Pirámide de Teotihuacán). El delicioso olor de una rosticería, ubicada en la esquina, invita a pasar como quien de buena fe ofrece posada. Al parecer, esta vez el gobierno municipal sí destinó parte del presupuesto para enmendar los baches.

Un par de monstruos de hierro color amarillo destrozan el piso con feroces mordidas. Detrás de estos gigantes, un grupo de hombres morenos, con overol y casco, se disponen a colocar mosaicos de cantera en forma de hexágonos, alineados uno a uno como un panal. Otros descansan en las banquetas. Sus manos, ásperas y empolvadas, sostienen un taco y su coca. Entre risas y manoteos toman su hora de comida.

Los negocios se yerguen frente a la calle, pero ninguno parece estar en funcionamiento. Las cortinas metálicas que protegen los locales se mueven ligeramente con el soplido del viento. Una nube negra en el horizonte anuncia lluvia. Poco a poco, empiezan a surgir las calles, convergiendo en un punto central: la iglesia de Santa Cecilia.

Es una iglesia arcaica, muy sencilla y de peculiar arquitectura española. Tiene sólo una torre de aproximadamente 10 metros. Fue construida durante el periodo de evangelización y conserva algunas piedras tomadas del centro ceremonial de Santa Cecilia Acatitlán.

En pleno corazón del pueblo, cuyo significado es “entre las cañas”, se localiza un sitio arqueológico que formó parte de los numerosos centros ceremoniales dependientes de Tenochtitlán, ubicados alrededor de los lagos del Valle de México entre 1200 y 1521 d.C. (periodo Postclásico Tardío).

Se puede cruzar la plaza semiamurallada de la parroquia y contemplar los enormes árboles vigilantes de los demonios, o llegar por cualquiera de las dos calles aledañas (Acatitlán o Tepozteco). Los senderos están empedrados y cuidado si llevas tacones, pues un mal paso haría no poder seguir indagando. La zona está detrás de la iglesia que anuncia los primeros estragos del vandalismo; una de sus paredes está rayada con el lema: “Los hijos de la iglesia”.

En 1962, cuando los conocimientos arqueológicos no tenían mucho avance, el arquitecto y arqueólogo Eduardo Pareyón Moreno no sólo consolidó el basamento piramidal, sino que reconstruyó gran parte del templo. En la explanada, ubicada frente a los vestigios del monumento, está la fachada principal y, a corta distancia, los restos de una escalinata doble. El templo no rebasa los 20 metros de altura, es sólo una reconstrucción.

En medio de un clima desértico y un par de magueyes, se levanta orgullosa la pirámide ceremonial ya mencionada. Parece gemir de tristeza y vergüenza al tener sus mejillas rayadas; grafitis invaden la fachada piramidal y degradan la estética del lugar. Algunas tiras de plástico amarillo resguardan la evidencia.

Rodeada por muros gruesos y alambres en espiral, la pirámide se encuentra presa, hundida en la soledad, en espera de ser rescatada o, por lo menos, recordada. Los alrededores son vigilados por una mujer de cuerpo pequeño, morena y con sonrisa tímida. ¨Es una sandez todo esto, sólo refleja la crisis educativa en la que está aplastado el país¨, dijo más de una vez ¨Lupita¨, quien no quiso dar su nombre real.

Sus palabras irradian impotencia y decepción. Ella no es arqueóloga ni antropóloga, pero a lo largo de su trabajo aprendió el valor de las piezas y la historia de su país.

Hoy, la red de corrupción, delincuencia e ineficiencias institucionales impiden los trabajos de restauración. Los reportes del daño fueron hechos desde el mes de diciembre del año pasado; llegó el 12 de marzo de 2012, a unos días del equinoccio de primavera, y los avances eran nulos. El mantenimiento va para largo.

El teocalli, de aproximadamente seis metros de largo por tres de ancho y tres de alto, está seriamente dañado por grafitis de la misma grafología, probablemente como protesta o simplemente vandalismo.

La pirámide de Santa Cecilia Acatitlán es una muestra de olvido en este mundo laberíntico, en la búsqueda de una salida o de, al menos, alguien con quién encontrarse y fulminar la soledad. No es sólo un montículo de piedra, se trata de hacer memoria, como dice Borges, a los “hombres que fue”, reencontrarnos con el pasado hoy olvidado.

Y en México, ¿quién se encarga de velar por los restos arqueológicos?


En México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) es la única institución responsable, por mandato de ley, de todos los actos relacionados con los monumentos arqueológicos, paleontológicos e históricos de la nación.

De acuerdo con los datos actuales de estadística de la institución, el INAH custodia más de 40 mil sitios arqueológicos registrados, que representan aproximadamente el 30% del total existente.

Hay 173 zonas arqueológicas abiertas a la visita pública, de las cuales 47 cuentan con declaratoria. En cuanto a monumentos históricos, se tienen registradas más de 50 mil y 56 zonas de monumentos declaradas. Entre sus múltiples funciones, el instituto tiene la tarea de proponer al ejecutivo federal las declaratorias de zonas y monumentos.

La declaratoria es uno de los instrumentos que contempla la ley en materia para proteger y salvaguardar estos recintos. De acuerdo con el jurista Becerril Miró en su portal de internet, se puede definir como “el acto del órgano estatal que reconoce el valor histórico-artístico de un bien o zona, incorporándolo a un régimen legal de protección”.

No obstante, ¨las declaratorias de zonas arqueológicas, artísticas e históricas determinan, específicamente, las cualidades de éstas y, en su caso, las condiciones a que deberán sujetarse las construcciones que se hagan en dichas zonas”, argumentan Alonso Cajica Rugerio y Gustavo A. Ramirez Castilla en su blog, ambos miembros de la Red Mexicana de Arqueología (RMA).

Bajo estas consideraciones, ¿qué se privilegia al momento de expedir una declaratoria? ¿Debería existir una política que formalice la protección a toda zona arqueológica, monumento o recinto histórico que lo necesite? Y ¿cuáles son los retos del Estado mexicano y el INAH para soslayar estos problemas legislativos y de protección al patrimonio histórico y cultural de México?

Deficiencias en el sistema de seguridad

El tiempo se ha apoderado de algunas construcciones. A pesar de que la pirámide de Santa Cecilia es una reconstrucción de la original, existen elementos arquitectónicos por parte de la zona y de la iglesia, edificada con los mismos vestigios arqueológicos durante la conquista, que nos hablan de la riqueza cultural e histórica de esta región.

A pesar de la importancia que tuvo en su momento Santa Cecilia Acatitlán en el imperio mexica, hoy resulta irrelevante para muchos de sus habitantes, quienes han vuelto cotidiana la existencia del centro.

El 14 de febrero de 2012, en medios electrónicos de periódicos locales como El Universal del Estado de México, se difundió una nota sobre el supuesto vandalismo en el pueblo de Santa Cecilia, el cual había dañado severamente la pirámide principal. En efecto, el teocalli en la cúspide de la pirámide fue pintado con grafitis.

De diciembre a marzo, el teocalli no vio la solución a su problema, no había restauración, pese a las festividades de marzo: el equinoccio de primavera. Por ello, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), con sede en la zona arqueológica de Tenayuca I y II, se encargó de la situación; sin embargo, no se perciben avances.

De acuerdo con Francisco Antonio Osorio Dávila, jefe de las Zonas Arqueológicas Tenayuca-Santa Cecilia, los dictámenes realizados para retirar los pigmentos de pintura acrílica determinaron que el Centro INAH gastará, en promedio, 36 mil pesos para restaurar la parte superior del teocalli y los tres muros de aproximadamente 36 metros cuadrados.

Ésta dependencia burocrática con la oficina de Tenayuca, en cierta medida, entorpece y/o limita los procesos de restauración de la zona de Santa Cecilia. Habrá que seguir estas movilizaciones burocráticas pero, ante todo, cuestionar las medidas de seguridad que se toman para el cuidado de éste centro arqueológico.

A lo anterior, se suma el grave problema de seguridad en la zona, pues cuenta con pocos elementos de seguridad y con un cercamiento mal planeado. Las copas de los árboles quedan justo por encima de los muros, por lo tanto resulta fácil subir por las ramas de estos viejos vigilantes de madera; los agresores pudieron haber brincado estos muros de seguridad o haber tenido otro acceso. Las indagatorias siguen pendientes y así seguirán mientras no se ejerza presión.

Rescate forzoso en medio de la contradicción

Luego de permanecer tres meses y medio, desde diciembre del año pasado, con pintas de grafiti, la pirámide de Santa Cecilia fue restaurada el sábado 17 de marzo del año en curso, por un equipo del INAH, un día antes de que se implementara el Operativo Equinoccio de Primavera 2012 por parte de esa institución.

Para la restauración fue empleada la técnica del arenado o sandblast. Un equipo de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH concluyó, en aproximadamente cuatro horas, el trabajo de limpieza y reparación de los tres muros afectados en la parte superior de la pirámide. Aquí se encuentra la primera contradicción, cuando Francisco Antonio Osorio Dávila, jefe de las Zonas Arqueológicas Tenayuca-Santa Cecilia, aseguró que su restauración costaría en promedio 36 mil pesos.

Se denomina “arenado” al impacto de arena a alta velocidad contra una superficie a tratar. Suele ser utilizado para la eliminación de óxidos, pinturas en mal estado o cualquier tipo de corrosión, o como acabado superficial de revestimientos. Para realizar el arenado se recurre al aire a presión.

Es un procedimiento físico y químico de restauración que, por medio de un chorro a presión, mezcla arena y solventes para limpiar la superficie de la piedra.

Para la pirámide y la Iglesia de Santa Cecilia se usó tezontle, de tipo volcánico y característica porosa. Las ventajas de este procedimiento es que no corroe la piedra y es relativamente barato.

El encargado de las zonas arqueológicas de Tenayuca I y II y Santa Cecilia, Francisco Osorio, indicó que la restauración ocurrió justo a tiempo pues a partir del domingo 18 de marzo se abrió el lugar al público.

¨Ocurrió bastante rápido, nos avisaron de un día para otro que ya venía el equipo y se restauró el sábado. Fueron seis personas que mandaron de la Coordinación Nacional de Restauración y ya está abierto al público¨, señaló Osorio al periódico Reforma.

Según cifras del INAH, para el 21 de marzo de 2012 se esperaba recibir entre dos mil y tres mil visitas en cuatro zonas específicas del Estado de México: Santa Cecilia, Tenayuca I y II (Tlalnepantla) y El Conde en Naucalpan. Pero ocurrió una disminución del número de turistas, en comparación con años anteriores, ya que actualmente no es posible subir a las pirámides por motivos de conservación.

A pesar de la restauración, como una medida desesperada frente a los eventos de celebración del equinoccio de este año, numerosos medios locales y federales, así como periodistas y activistas, estuvieron presionando para lograr obtener información sobre el vandalismo sucedido en la pirámide de Santa Cecilia. Hasta el momento no se ha podido dar con los agresores, pero la restauración ya se logró.

Salir del laberinto: Educación y memoria

José de Jesús Zamora es un hombre muy sereno y sincero. Para él, el diálogo es la única forma de solucionar los problemas. No es del todo conservador, aunque cree fervientemente en las tradiciones y los valores morales como forma de mantener el orden social. Tiene 30 años y es sacerdote; lleva cuatro años oficiando misas en la Iglesia de Santa Cecilia.

El padre José de Jesús cree que los actos sucedidos en diciembre de 2011 en la pirámide de Santa Cecilia Acatitlán y los de la Iglesia que le es encomendada, son reflejo puro del rezago educativo, moral e histórico de la población. “Estamos en desventaja, la ciudad nos come enteros y difícilmente se sabe de la existencia de estos lugares”, señaló el sacerdote mientras una sonrisa irónica se dibujaba en su rostro.

Mientras que Alejandro Pedraza, habitante de la comunidad de 19 años de edad, consideró que el problema es educativo. “En las escuelas, son pocas las iniciativas para hacer visitas guiadas o trabajos académicos de los chavos. Sólo se quedan con lo que viene en los libros de texto, pero no hay interés por saber más, y menos por difundir o hacer eventos”.

A pesar del déficit educativo y sobre todo histórico, las fallas de seguridad en sitios arqueológicos son un problema institucional desde el momento en que se expiden las declaratorias, contemplando determinadas características generalmente relacionadas con aspectos estéticos o turísticos.

Pero, si bien son las instituciones quienes deben dar protección, también existe la responsabilidad del ciudadano, consciente del valor que tienen estos centros en sus comunidades.

Cuando se olvida esa historia, es como estar en un laberinto sin salida, en busca de alguien en la misma situación. La única forma de salir es con educación y memoria histórica. La pirámide de Santa Cecilia está presa, enclaustrada en la soledad porque lo hemos permitido. Pero está en los ciudadanos exigir a las instituciones mejores programas de seguridad y difusión, y exigirse a sí mismos una cultura y educación capaces de estar a la altura de sus demandas de progreso.







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FÚTBOL AMATEUR: SUEÑO O TRISTE REALIDAD


Por Alberto Martínez Escamilla
México (Aunam). Muchos niños y jóvenes sueñan con llegar a ser futbolistas profesionales, Luis es uno de ellos; su meta es jugar en la primera división del fútbol mexicano y, por qué no, algún día partir a Europa, o el viejo continente como él le llama, pues allí es en donde se encuentran las mejores ligas de ese deporte.

Pero, alcanzar esa instancia depende de muchas cosas. De acuerdo con Abraham Balderas Rodríguez, director técnico de la Escuela Chivas Barrio Ixtapaluca, tanto las escuelas como las ligas amateur buscan ayudar a los niños y jóvenes para que lleguen a jugar en los equipos de primera división, de manera más fácil; sin embargo, existen varias dificultades.

Llegar a primera… un problema

“Los promotores son un gran problema, se llevan a los jóvenes con talento y les piden entre 10 y 15 mil pesos para llevarlos a pruebas o jugar en tercera división”, asegura Abraham Balderas. Aunque, no sólo los futbolistas pagan esas cantidades, también lo hacen los entrenadores y todos los interesados en un lugar dentro del fútbol profesional.

La dificultad surge porque los promotores son quienes consiguen futbolistas para algunos clubes y, en muchas ocasiones, sólo estafan a los jóvenes o los explotan hasta que dejan de servirles; además, ellos reciben cierto porcentaje de la ganancia del jugador.

Para otros, el obstáculo principal es el mismo futbolista. Según Gustavo Granado Velázquez, entrenador del Centro de Formación Tuzos Ayotla (CFT Ayotla), la llegada de un joven o niño al fútbol profesional depende del comportamiento que éste tenga, “las visorias (serie de pruebas con las cuales los equipos detectan futbolistas) de los clubes de primera están siempre abiertas, todo depende de la mentalidad, el esfuerzo y la constancia del jugador”.

Un sueño

Exceptuando el área de las porterías, donde la tierra amarilla se observa a lo lejos, abundante césped verde cubre prácticamente toda la cancha del deportivo José de la Mora, en Ixtapaluca, Estado de México. En ese lugar, cada martes y jueves, Luis entrena para poder jugar los fines de semana con su equipo.

Un niño de apenas 11 años, con una estatura aproximada de 1.50 metros; su físico revela algo de sobrepeso, lejos está de tener un cuerpo de jugador famoso, pero tiene la ilusión y el talento suficiente para llegar a serlo; su piel es morena, en parte, se la debe al sol que cubre las canchas en donde juega.

Su peinado está a la moda, con los cabellos parados; su vestimenta al estilo de un crack, y no de droga, sino de un verdadero practicante del balompié: camiseta con rayas rojas y azules del club Atlante, un short del Cruz Azul y unos tenis, bastante desgastados, en color negro.

Vive en La Loma, en Ixtapaluca, Estado de México, sus padres tienen un pequeño local donde venden recaudo. Tiene tres hermanos, todos hombres, uno de 13 años, otro de 15 y el mayor de 19; el primero estudia la secundaria, el segundo la preparatoria y el último trabaja en una carnicería.

Luis se encuentra sentado sobre el césped de la cancha en donde practica lo que espera, algún día, sea su trabajo. En sus manos sostiene el balón rojo que le prestó el entrenador para practicar. Al fondo se escuchan los gritos de otros jóvenes que, como él, esperan llegar a los grandes planos del fútbol.

Cuenta que practica fútbol porque “es un deporte que une a la gente”, y mientras habla se percibe en su rostro cierta duda, mira hacia el cielo y arranca pasto con sus pequeños y gruesos dedos.

Su sueño es jugar en el viejo continente, un lugar donde sólo están los mejores, ganan mucho dinero y son famosos, “así como Messi y Cristiano Ronaldo, aunque esos me caen mal porque son re presumidos” —suelta una carcajada y se ruboriza, su cara adquiere el color de un jitomate recién cosechado.

Luis sabe que llegar a ser futbolista profesional es difícil, pero cree que lo logrará, y si no fuera así, ya cuenta con un plan “B”: ser policía. “Ellos también ganan mucho dinero, ni hacen nada y además les dan coche”—se recuesta en el césped, toma su botella de agua de naranja y le da un trago, después se limpia la boca con el antebrazo.

A diferencia de lo que su entrenador Gustavo Granado opina, Luis piensa que los equipos profesionales de fútbol no dan oportunidades a los jóvenes. “No nos dan chance porque creen que no sabemos jugar; además, al principio a los mexicanos les pagan bien poquito y a los de otros países un montón de dinero”.

El sueño de Luis es jugar en el Cruz Azul, pero dice que entrena con el Pachuca, porque es la escuela de fútbol más cercana, y así puede realizar otras actividades. “Me gusta echar retas con mis amigos, escuchar música… —el grito del rock sale de su ronco pecho y de inmediato algunos de sus compañeros voltean a verlo, por lo cual Luis cubre su boca con ambos brazos, como si se encontrara apenado.

Una salida

Las escuelas de fútbol son vistas de modo diferente por los jóvenes futbolistas, los padres de familia y, por supuesto, los dueños de los equipos; para los primeros es la posibilidad de ser un futbolista profesional, para los segundos se trata de un lugar para mejorar la salud de sus hijos, mientras que para los empresarios no es más que un buen negocio.

Muchos jóvenes ven al fútbol como un escaparate, una salida, la posibilidad de ayudar a su familia a tener una mejor vida.

Luis dice que si fuera futbolista profesional, con el dinero podría ayudar a su familia, pues aunque ahora sus padres deben pagarle al Pachuca para que le ayuden a mejorar, cuando llegue a la Primera División va a ganar millones –ahora, su mirada se perdió, guarda silencio durante unos cuantos minutos, vuelve a dar un trago a su botella con agua y continúa: “por eso le hecho ganas, porque sólo se llevan a los mejores”.

Para él el fútbol es la salida para mejorar la calidad de su vida y la de su familia; pero mientras él piensa así, los grandes empresarios ven en los sueños de niños como Luis, un verdadero negocio.

De acuerdo con la agencia EFE, los dueños de los clubes de la Primera División mexicana y algunos equipos de Europa, como el Real Madrid (España), Atlético de Madrid (España), Arsenal (Inglaterra) y la Juventus (Italia), han encontrado en las escuelas de fútbol un verdadero negocio, ya que en lugar de verlas como filiales, ahora son franquicias.

En este sistema se otorga una licencia para el uso de la marca y, se transfieren conocimientos y métodos de trabajo para su funcionamiento; es decir, el dueño de la franquicia debe pagar al club por el uso del nombre.

Emanuel González, coordinador de la red de Escuelas de Fútbol Chivas, comentó en entrevista con El Universal que la inversión para adquirir una franquicia es de cerca de dos millones.

Además de cobrar por enseñar a los jóvenes a mejorar técnicamente, “ahí mismo se promueve el consumo de nuestros productos”, afirmó González, para El Universal.

Los padres de familia también ven en el fútbol una salida, pero para ellos el dinero no es prioridad, pues de acuerdo con un sondeo realizado a los padres y madres de los jóvenes futbolistas de Chivas Barrio Ixtapaluca, se comprobó que pocos creen que sus hijos lleguen a jugar de forma profesional, la encuesta se aplicó al 25% de los padres, de los cuales sólo el 6% ven a sus hijos con cualidades para el profesionalismo.

¿Pero, si ven pocas posibilidades por qué los llevan?, la respuesta es simple, creen que si practican un deporte su salud será buena y esto los aleja de vicios. Además, consideran que el entrenador les enseña, a niños y jóvenes, a trabajar en equipo, a fomentar el esfuerzo, ser perseverantes y respetuosos.

¿Qué se necesita para triunfar?

De acuerdo con Abraham Balderas, la escuela Chivas Barrio no se enfoca en hacer sólo futbolistas, sino también buenas seres humanos. “A nosotros nos importa además de formar futbolistas, aportar en la formación humana de los jóvenes, nunca los escuchas decir malas palabras, y cuando se les llega a salir, de inmediato se disculpan”.

En estas escuelas, no sólo mejoran su técnica como futbolistas, sino que reciben formación académica. “Aquí les ofrecemos transporte, los ayudamos en su educación con maestros que se contratan para regularizarlos en caso de ser necesario, pues el promedio que se les pide para mantenerse en Chivas es de 8.5”, dijo el estratega Balderas.

La ayuda y exigencia en la educación a los niños y jóvenes se da porque no todos los alumnos llegarán a practicar fútbol de forma profesional.

Pero no todos creen que el deporte y la escuela deban ir de la mano, pues el técnico Gustavo Granado no exige buenas calificaciones a los niños que buscan ingresar al CFT Ayotla, él mismo aclara el porqué: “con mis hijos me ha funcionado no castigarlos cuando su promedio no es satisfactorio, y con relegar a los jóvenes por sus malas calificaciones no se soluciona nada”.
Y agregó que él prefiere tener a los niños practicando un deporte y conviviendo con otros jóvenes de su edad, en lugar de castigarlos en casa viendo televisión, jugando video juegos o en la calle consumiendo sustancias dañinas para la salud.

Y concluyó: “los futbolistas profesionales, no son siempre los que tienen mas talento, sino los constantes, los que trabajan día con día para mejorar”.




El inicio de un sueño

No es el estadio Azteca de la Ciudad de México, ni el Wembley Stadium en Londres o el tan famoso Santiago Bernabéu del Real Madrid, este es el Polvorín, en la colonia El Molino, en Ixtapaluca; el lugar donde los sueños de los jóvenes futbolistas inician.

Se trata de una cancha con más tierra que césped; a su costado hay una grada vieja, cubierta con pintura blanca desgastada, donde se sentarán, dentro de poco, los aficionados y únicos fanáticos de estos deportistas.

Los jóvenes que juegan para el Centro de Formación Tuzos Ayotla y los del equipo Huracán se acercan al lugar, pero no llegan en un autobús lujoso como los futbolistas, sino en bicicleta, caminando o, en el mejor de los casos, en autos conducidos por sus padres.

Entran al campo, con entusiasmo y nervios, uniformados con una playera y calcetas negras, y un short blanco; se hacen llamar Huracán. Son un equipo de jóvenes de entre 13 y 15 años, cada uno de ellos tiene la esperanza de algún día llegar a ser como sus grandes ídolos y jugar en la primera división del futbol mexicano y, ¿por qué no?, jugar en algún club de Europa.

En la única grada toman asiento los familiares de los niños que se divertirán y sufrirán en la cancha, conscientes siempre de que fuera del campo los estarán apoyando.

El juego arranca. Carlos —capitán y número 9 del equipo— es el primero en tocar el balón; mientras, en las gradas, su madre comienza los gritos de apoyo, el “¡vamos a ganar!” y “¡sí se puede!”, son una constante durante el juego.

Huracán se pone arriba en el marcador, después de una gran jugada de Christian, camiseta número 7, quien mete un centro desde la banda derecha, el cual termina rematando, de cabeza, Carlos. Así culmina la primera parte.

Un gol de ventaja no es mucho, —dice el entrenador a sus futbolistas—, pero no está mal, para la segunda parte deben anotar más goles, ustedes son mejores.

El segundo tiempo va a dar inicio, los chicos se dirigen a la cancha para terminar lo que empezaron. En la grada los padres vuelven a animar.

“Su sueño siempre ha sido llegar a jugar en las Chivas y después irse a otro país”, cuenta Mónica, la madre de Carlos, “nosotros lo apoyamos como podemos, pero es difícil, hay falta de tiempo y de dinero”.

En la cancha Carlos es un verdadero líder, alienta a sus compañeros, pero también les exige; a ellos no les molesta, simplemente observan con atención y después asienten con una sonrisa.

El partido culmina. Los jóvenes bromean, se notan felices por el resultado final, no les importa el estado de la cancha, no se quejan de los errores del árbitro, simplemente están felices por el buen ‘inicio de su sueño’, como ellos le llaman.

Esa es la realidad de los jóvenes que viven en un país con pocas oportunidades para triunfar; buscan refugio en el fútbol, un deporte que puede dar mucha felicidad, pero también demasiadas tristezas.

Las canchas son el lugar donde niños y jóvenes desarrollan lo que mejor saben hacer o, simplemente, lo único en donde pueden fijar su mirada y su futuro ante sus bajas posibilidades de ingresar a una universidad y obtener un buen trabajo.



Fotos: wikimedia.org



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