VAGONEANDO POR LA CIUDAD DE MÉXICO, UN RETO DE SOBREVIVENCIA

Por Mariana Infante Miranda
México (Aunam). El reloj marca las cuatro de la tarde en la estación Hidalgo y en el Metro se respira un ambiente de tensión entre los usuarios que esperan abordar el próximo convoy.

El calor es agobiante y la muchedumbre alimenta el furor de la temperatura cada tres minutos cuando el descenso de pasajeros se hace evidente. Su caminar se torna apresurado, agobiante, exasperado; se nota la presencia de movimientos bruscos para esquivar a personas que interrumpen su trayecto. El bullicio no cesa, es notorio el ajetreo que se vive entre los capitalinos para dirigirse a sus diferentes destinos.


En el Distrito Federal y las zonas conurbadas, el transporte público se ha consolidado como la parte medular en la movilización de 8.6 millones de habitantes, de los cuales, 4.5 millones utiliza diariamente el Sistema de Transporte Colectivo Metro (STC) para recorrer la Ciudad de México a través de alguna de las 175 estaciones distribuidas en once líneas que conforman su estructura.

No obstante, en medio de empujones, mochilas abultadas, demoras causadas por problemas en la línea, temperaturas sofocantes y aromas poco agradables cuando la muchedumbre satura la capacidad de los vagones, es inevitable observar la presencia de vendedores que convierten su paso por los andenes en una nueva aventura para juntar el gasto del día, para conseguir la “chuleta”.

Son los “vagoneros” del Metro, aquellas personas que corren al siguiente convoy cuando escuchan el pitido de las puertas como señal de su próximo arribo. Se trata de hombres, mujeres, ancianos, discapacitados e incluso, niños que transforman el vagón en su lugar de trabajo por tres minutos. Ofertan mercancías, entonan canciones populares o realizan actos diversos para entretener al público presente y conseguir unas cuantas monedas.

Así, sin prestaciones sociales o protección legal, los “vagoneros” se unen a las filas del empleo informal, cifra que en México, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) alcanza al 60% de la población; sin embargo, mientras las medidas para dar solución a estos eventos se juzgan insuficientes, la estructura de sus organizaciones fortalece e incrementa una red que opera bajo los matices de la clandestinidad y la corrupción.

Comenzando el día, arreglando cuentas

En la estación Balderas de la línea uno, o bien la línea rosa como algunos usurarios suelen llamarla, se reúne un pequeño grupo de jóvenes al final del andén, lugar que ellos denominan base por ser el sitio donde organizan rápidamente el modo de distribución para subir a los vagones. Son las 5:30 de la mañana y aún se les nota el desvelo de la noche anterior. Se saludan rápidamente, dan sus últimos bostezos y se preparan para iniciar la jornada de trabajo.

De acuerdo con la Gerencia de Seguridad del STC, el censo realizado en 2011 registró a dos mil 868 “vagoneros”, de los cuales, mil 590 son hombres y 266 pertenecen al sexo femenino. No obstante, dicha cantidad ya comenzaba a ser contemplada en la nota que Magnolia Velázquez dio a conocer en 2008 a través del diario El gráfico, donde se hacía referencia a un incremento del 60% en el número de vendedores ambulantes, cuyos puntos estratégicos están ubicados en las Líneas 1 (Observatorio-Pantitlán), 2 (Cuatro Caminos-Taxqueña), 3 (Universidad–Indios Verdes) y B (Buenavista–Ciudad Azteca).

En forma individual cada joven alista su instrumento de trabajo: insertan pilas a los reproductores de audio y video, acomodan su mercancía en una sola caja para dar una mejor presentación, introducen discos compactos en bolsas de celofán transparente, o buscan monedas a cambio de billetes con el fin de evitar retrasarse durante su venta con algún usuario. Todo debe quedar listo. Entre menos inconvenientes, mayor oportunidad de ganancia tendrán.

Luis, “El Rostro”, es un joven alto y fornido. Tiene veinte años y es uno de los 15 “vagoneros” que laboran diariamente en la Línea Uno desde que cumplió la mayoría de edad. “La neta, cuando no tienes nada de lana es medio difícil sostener la casa porque ni te alcanza con un trabajo normal. O sea, luego buscas trabajo allá afuera y por estarte fregando todo el pinche día te dan una miseria, que no jodan”, menciona Luis.

La situación es difícil y como el caso de “El Rostro” existen numerosos ejemplos que evidencian la preferencia por recurrir a este mercado informal en lugar de optar por vías legales para distribuir sus productos. Tan sólo en 2010, Héctor Cruz publicó en el periódico La Crónica la experiencia de Toño, un “vagonero” que prefirió cambiar su empleo en una tienda departamental por una mochila con bocinas y unos cuantos discos MP3 con tal de aumentar sus ingresos para el gasto familiar.

De hecho, aunque ser un vendedor ambulante dentro del Metro no es una actividad delictiva, sí se considera como una falta administrativa. Según el anuncio emitido por la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 6 de enero de 1993, las instalaciones del STC deben emplearse exclusivamente para el transporte seguro y eficiente de pasajeros, quedando estrictamente prohibida la realización de prácticas comerciales de manera informal.

A su vez, la Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal sanciona, en su artículo 24 fracción tercera, la emisión de cualquier ruido, a través de cualquier medio, que atente contra la intranquilidad o salud de las personas. Situación que infraccionaría a numerosos vendedores de discos compactos y DVD´s dentro del Metro con una multa de 11 a 20 días de salario mínimo o, en su defecto, un arresto de 13 a 24 horas.

No obstante, los “vagoneros” hacen caso omiso de tales señalamientos y diariamente ejercen su labor desde el inicio del servicio en el Metro hasta las 20 o 22 horas, lo cual es practicado principalmente por los ambulantes de recién ingreso, pues al ser novatos prefieren seguir hasta que el “cuerpo rinda”, como menciona “El Rostro”. Por otro lado, para aquellos que ya tienen mayor experiencia en el negocio, dejan pasar las horas difíciles; es decir, de las 7 a las 10 y de 17 a las 20 horas. Pero eso sí, siempre persignándose al iniciar la primera venta para encomendarse a Dios, San Judas Tadeo, la Vírgen de Guadalupe o bien, a la Santa Muerte.

Variedad tenemos y a bajos precios


“El Rostro” no demuestra abatirse por la tempestad de los “vagoneros”, más bien parece hallar una oportunidad para hacer lucir su voz entre los posibles compradores. No es necesario aclararse la garganta, su jornada empezó desde hace cuatro horas y las cuerdas vocales ya se encuentran más que afinadas para la ocasión; por lo tanto, sin más preámbulo comienza con un breve discurso de entrada para hacerse notar entre “las damitas y los caballeros”, como usualmente se refiere a los presentes del momento.

Hoy ofrece paletas de cereza a un peso la pieza, ayer tocó el turno de los Bubulubu con la promoción de dos chocolates a cambio de cinco pesos. Quizá el día de mañana el producto sea renovado, pero sabe que su línea de venta es variada. Tan sólo la semana pasada todavía optaba por vender micas para celular a diez pesos cada una; sin embargo, ha decidido cambiar la mercancía debido a que los confites y golosinas tienen una efectividad mayor entre el público al inducir un antojo inmediato, pudiéndolo satisfacer en el acto con el pago de un módico precio.

Total, en medio de las raíces subterráneas y bajo el yugo de la impaciencia acarreada por la marcha lenta del convoy, a los usuarios no les queda de otra más que esperar el pronto cierre de puertas en compañía de chucherías y uno que otro alimento para apaciguar el inquietante gruñido de sus estómagos causado por el apetito vespertino.

La comercialización dentro del Metro comprende desde discos compactos y videos “pirata”, juguetes, libros, frituras, dulces, agua embotellada, plumas, costureros de bolsillo, hasta recetarios y prontuarios de matemáticas o inglés. En fin, una extensa gama de productos cuyo precio oscila entre los 5 y 10 pesos aproximadamente. “En este trabajo sí se gana billete y no me quejo, la verdad, porque al día me llevo como unos 400 o 500 pesos diarios, así que dime tú si no es de pensarse. Aunque claro, de ahí tengo que ver mi cuota y pues lo mío ¿no?, como es en todo”, acota “El Rostro”.

Por otro lado, Sandra Ruíz de los Santos, maestra en Estudios Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) unidad Iztapalapa, refiere que la venta de productos es una actividad controlada por líderes y organizadores de los vagones, pues los novatos en el negocio no pueden iniciar con artículos de novedad u objetos de mayor ganancia, ya que la mercancía funciona a manera de escalafón donde, entre más experiencia, antigüedad o buenas recomendaciones entre “vagoneros” exista, mejores serán las condiciones para llevar a cabo dicha actividad.

Sin embargo, la excepción a la regla ocurre durante los fines de semana. Para los ambulantes, estos días son los más importantes en vista de que los vagones se ven conglomerados por familias o grupos de amigos, quienes generan el aumento de las ganancias hasta el doble de lo que normalmente se recauda a lo largo de la semana. Ante esto, las jornadas y la convivencia entre “vagoneros” puede convertirse en verdaderas pugnas y conflictos a causa de la competencia constante sin importar las estrechas relaciones de amistad o vínculos amorosos que pudieran surgir entre ellos.

Por otro lado, los cuartos de limpieza no son los únicos lugares donde se guarda la mercancía, también se opta por comercios fuera del Metro; por ejemplo, fondas, locales de tortas, tiendas, estacionamientos aledaños o baños públicos, todo depende de los tratos que establezcan en sitios alternos. “La merca la conseguimos del Centro, principalmente, vas a las calles del Carmen o te pasas a Tepito y La Meche. Aquí, la clave es conseguir todo lo más bara posible para que de veras le ganes a la vagoneada. Ahora que si alcanzas merca de la prestada (robada), pues mejor ¿no?”, asegura “El Rostro”.

Del mismo modo, Luis refiere que para adquirir la mercancía se cuenta con proveedores específicos y laboratorios clandestinos donde se almacenan para ser distribuidos entre los vendedores. “Incluso si eres nuevo, no te dicen dónde la puedes comprar más barato. Los demás dejan que le hagas como puedas y ya hasta después, si les caíste bien o de plano llevas tiempecillo en esto, te dicen de esos lugares donde te sale hasta a la mitad de precio”, agrega.

En caso de que la mercancía se les termine a los “vagoneros” dentro de la llamada cadena, es decir el orden en que suben a vender para seguir un orden en su distribución, se salen de ella y esperan al distribuidor en el andén para surtirlos de nuevo y continuar en su labor, tratando de no alterar tal mecanismo.

No solo venden, también se organizan



La estructura de los “vagoneros” se realiza de forma vertical, es decir, hay vigilancia y control por medio de coordinadores y líderes que fungen su papel como la cabeza de una extensa red donde las llamadas mordidas son el pan de cada día para evitar la remisión de mercancías o multas por faltas al transporte público.

En el reportaje realizado por César Fuentes, bajo el título De vagón en vagón, se realizó el seguimiento de las 15 asociaciones a las cuales todo “vagoneros” debe afiliarse, si no desea la hostigación de éstas por laborar en forma independiente. “Debes de pagar tu derecho de piso, nada es gratis en esta vida y muchos menos, en este negocio donde a todo le sacan baro”, menciona Luis con molestia.

De acuerdo con Fuentes, para ingresar a una organización se paga una primera cuota que oscila entre los 600 y los 4 mil pesos, dependiendo la línea del metro en la que se quiera laborar. Ya estando dentro, es necesario pagar semanalmente entre 50 y 100 pesos para tener derecho a vender sus productos, cuyo atraso no debe rebasar el periodo de una semana, pues de lo contrario, la sanción sería la suspensión por unos días o en casos extremos, golpear al vendedor como lección a su incumplimiento.

En el caso de las mujeres existe otra posibilidad para cubrir tales requisitos. Se trata de favores sexuales al líder o a sus ayudantes, siempre bajo la consigna de no decir nada ni divulgarlo entre los “vagoneros”, aunque este hecho se convierta en un acto impune por la extorsión a la que, en numerosas ocasiones, callan con tal de seguir vendiendo su mercancía para hacer rendir los gastos de la casa.

El diario El Universal publicó el día 19 de julio de 2009 el nombre de las principales organizaciones que transitan en las instalaciones del Metro, así como los líderes más representativos de éstas: Consejo Asesor de Organizaciones Sociales, Daniel Díaz Rodríguez; Ángeles Metropolitanos, Amanda Sacasa Flores; Asociación Mexicana por el Trato Humano, Social, Material, Cultural de los Invidentes y Débiles Visuales, Pedro Ariel Ortega Álvarez; Organización Metropolitana de Vendedores Ambulantes A.C. Línea Tres Tramo Sur, Guillermo Mendoza Jiménez; Unión de Fuerza de Comerciantes y Vagoneros, A.C., Juan Carlos Cárdenas Díaz; Unión de Vendedores Ambulantes del Metro Constitución 1917; Vagoneros y Pasilleros de Puestos Fijos y Semifijos, A.C, Martín Cruz Mariano, Cirilo Cruz Contreras, Alejandro Pérez Marín, Eduardo Zavala Caballero y Juan Manuel Castellanos Martínez.

Asimismo, también se ubican el Frente Nacional de Comercio Informal, Rufino Meneses Pacheco; Coordinadora por la Regulación y Ordenamiento del Comercio Informal del Metro, A.C y Unión Independiente para el Cambio del Comercio del Metro, A.C., Martín Gutiérrez Reyes y Fermín Arroyo Daniel; Unión de Vendedores Independientes Martín Carrera-Rosario, José Cipriano, Jerónimo Bartolo, Roberto Sánchez y Marco Antonio Juan Ramos.

Por tales motivos, la defensa y el cuidado de su fuente de trabajo hace que los “vagoneros” no den a conocer su nombre o la organización a la que pertenecen como medida de seguridad para guardar esta información. Sin embargo, también existe una defensa entre ambulantes de los andenes, pues existen casos en que otros miembros de diferentes organizaciones suban a vagones donde nos les corresponde su límite de venta, acarreando conflictos y riñas donde la solución, generalmente, son los golpes fuera de las instalaciones del STC.

Ahora bien, Sandra Ruíz refiere que otro aspecto fomentado dentro del Metro radica en la relación entre “vagoneros” y el jefe de estación. Para ello, existe una persona entre ambulantes para ser el intermediario o coordinador de línea, cuyas tareas son: cuidar de los miembros de la organización para mantener su estructura, apoyarlos en caso de requerirlo debido a mercancías o robos, entrega un reporte al líder acerca de las ventas y los sucesos más trascendentes de las estaciones, organiza a los vendedores, asigna instrucciones que estén a su alcance y sobre todo, se encarga de pagar la cuota al jefe de estación para evitar problemas con los policías que vigilan el área.

Al fin y al cabo, también es un empleo

Bajo este contexto, los “vagoneros” se han convertido en los blancos de desprecio, de desaprobación. Un nido de soluciones ineficientes rodea la vida y el trabajo de miles de vendedores; sin embargo, lejos de las normas que interiorizan en la práctica, transitar entre los andenes se convierte en una práctica lucrativa y de grandes atracciones para las personas que deciden optar por el comercio informal y los establecimientos no regulados.

No importan los estragos ni las perversiones entre las mismas instancias de la autoridad dentro del Metro, todos en el sistema saben que para evitar conflictos y alcanzar tratos con las boinas, como son llamados los policías y personal de vigilancia, sólo basta el pago de 50 pesos o bien, de menos para el refresco del día con tal de guardar silencio y no presentar un reporte a las instancias correspondientes.

A pesar de ello, es de reconocer la astucia y habilidad que se requiere para combatir los obstáculos del Metro. De hecho, tal como lo manifiesta Luis, “El Rostro”, ganar el reconocimiento de los organizadores y burlar a la autoridad representa un orgullo pese a la precariedad, el rechazo y los constantes enfrentamientos por los celos y la competencia entre “vagoneros”. Vender entre andenes ahora se convierte en un reto de sobrevivencia.


Fotos: Archivo Aunam







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