SANTA CECILIA ENCLAUSTRADA EN LA SOLEDAD

  • En busca de la seguridad: Deficiencias en las medidas de seguridad en zonas arqueológicas en México

Por Fernando Navarrete Hernández
México (Aunam). “Zeus no podría desatar las redes de piedra que me cercan. He olvidado los hombres que antes fui; sigo el odiado camino de monótonas paredes que es mi destino. Rectas galerías que se curvan en círculos secretos al cabo de los años. Parapetos que ha agrietado la usura de los días. En el pálido polvo he descifrado rastros que temo. El aire me ha traído en las cóncavas tardes un bramido o el eco de un bramido desolado.

Sé que en la sombra hay otro, cuya suerte es fatigar las largas soledades que tejen y destejen este Hades y ansiar mi sangre y devorar mi muerte. Nos buscamos los dos. Ojalá fuera éste el último día de la espera”. Jorge Luis Borges eyecta la soledad de los hombres en un laberinto. Un laberinto que sólo alarga la esperanza de lograr encontrarse con alguien, en la misma situación, y poder transformar esa soledad en compañía.

Tal es el caso del sitio arqueológico de Santa Cecilia Acatitlán, rodeada por la mancha urbana, en el Callejón del Tepozteco, pueblo de Santa Cecilia Acatitlán, municipio de Tlalnepantla, Estado de México. Para llegar se toma el Eje Central Lázaro Cárdenas hacia el Norte; se continúa por el Antiguo Camino a Santa Cecilia, hasta llegar a la zona arqueológica.

Es difícil tener acceso, la forma más sencilla de lograrlo es por la calle principal (calle Pirámide de Teotihuacán). El delicioso olor de una rosticería, ubicada en la esquina, invita a pasar como quien de buena fe ofrece posada. Al parecer, esta vez el gobierno municipal sí destinó parte del presupuesto para enmendar los baches.

Un par de monstruos de hierro color amarillo destrozan el piso con feroces mordidas. Detrás de estos gigantes, un grupo de hombres morenos, con overol y casco, se disponen a colocar mosaicos de cantera en forma de hexágonos, alineados uno a uno como un panal. Otros descansan en las banquetas. Sus manos, ásperas y empolvadas, sostienen un taco y su coca. Entre risas y manoteos toman su hora de comida.

Los negocios se yerguen frente a la calle, pero ninguno parece estar en funcionamiento. Las cortinas metálicas que protegen los locales se mueven ligeramente con el soplido del viento. Una nube negra en el horizonte anuncia lluvia. Poco a poco, empiezan a surgir las calles, convergiendo en un punto central: la iglesia de Santa Cecilia.

Es una iglesia arcaica, muy sencilla y de peculiar arquitectura española. Tiene sólo una torre de aproximadamente 10 metros. Fue construida durante el periodo de evangelización y conserva algunas piedras tomadas del centro ceremonial de Santa Cecilia Acatitlán.

En pleno corazón del pueblo, cuyo significado es “entre las cañas”, se localiza un sitio arqueológico que formó parte de los numerosos centros ceremoniales dependientes de Tenochtitlán, ubicados alrededor de los lagos del Valle de México entre 1200 y 1521 d.C. (periodo Postclásico Tardío).

Se puede cruzar la plaza semiamurallada de la parroquia y contemplar los enormes árboles vigilantes de los demonios, o llegar por cualquiera de las dos calles aledañas (Acatitlán o Tepozteco). Los senderos están empedrados y cuidado si llevas tacones, pues un mal paso haría no poder seguir indagando. La zona está detrás de la iglesia que anuncia los primeros estragos del vandalismo; una de sus paredes está rayada con el lema: “Los hijos de la iglesia”.

En 1962, cuando los conocimientos arqueológicos no tenían mucho avance, el arquitecto y arqueólogo Eduardo Pareyón Moreno no sólo consolidó el basamento piramidal, sino que reconstruyó gran parte del templo. En la explanada, ubicada frente a los vestigios del monumento, está la fachada principal y, a corta distancia, los restos de una escalinata doble. El templo no rebasa los 20 metros de altura, es sólo una reconstrucción.

En medio de un clima desértico y un par de magueyes, se levanta orgullosa la pirámide ceremonial ya mencionada. Parece gemir de tristeza y vergüenza al tener sus mejillas rayadas; grafitis invaden la fachada piramidal y degradan la estética del lugar. Algunas tiras de plástico amarillo resguardan la evidencia.

Rodeada por muros gruesos y alambres en espiral, la pirámide se encuentra presa, hundida en la soledad, en espera de ser rescatada o, por lo menos, recordada. Los alrededores son vigilados por una mujer de cuerpo pequeño, morena y con sonrisa tímida. ¨Es una sandez todo esto, sólo refleja la crisis educativa en la que está aplastado el país¨, dijo más de una vez ¨Lupita¨, quien no quiso dar su nombre real.

Sus palabras irradian impotencia y decepción. Ella no es arqueóloga ni antropóloga, pero a lo largo de su trabajo aprendió el valor de las piezas y la historia de su país.

Hoy, la red de corrupción, delincuencia e ineficiencias institucionales impiden los trabajos de restauración. Los reportes del daño fueron hechos desde el mes de diciembre del año pasado; llegó el 12 de marzo de 2012, a unos días del equinoccio de primavera, y los avances eran nulos. El mantenimiento va para largo.

El teocalli, de aproximadamente seis metros de largo por tres de ancho y tres de alto, está seriamente dañado por grafitis de la misma grafología, probablemente como protesta o simplemente vandalismo.

La pirámide de Santa Cecilia Acatitlán es una muestra de olvido en este mundo laberíntico, en la búsqueda de una salida o de, al menos, alguien con quién encontrarse y fulminar la soledad. No es sólo un montículo de piedra, se trata de hacer memoria, como dice Borges, a los “hombres que fue”, reencontrarnos con el pasado hoy olvidado.

Y en México, ¿quién se encarga de velar por los restos arqueológicos?


En México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) es la única institución responsable, por mandato de ley, de todos los actos relacionados con los monumentos arqueológicos, paleontológicos e históricos de la nación.

De acuerdo con los datos actuales de estadística de la institución, el INAH custodia más de 40 mil sitios arqueológicos registrados, que representan aproximadamente el 30% del total existente.

Hay 173 zonas arqueológicas abiertas a la visita pública, de las cuales 47 cuentan con declaratoria. En cuanto a monumentos históricos, se tienen registradas más de 50 mil y 56 zonas de monumentos declaradas. Entre sus múltiples funciones, el instituto tiene la tarea de proponer al ejecutivo federal las declaratorias de zonas y monumentos.

La declaratoria es uno de los instrumentos que contempla la ley en materia para proteger y salvaguardar estos recintos. De acuerdo con el jurista Becerril Miró en su portal de internet, se puede definir como “el acto del órgano estatal que reconoce el valor histórico-artístico de un bien o zona, incorporándolo a un régimen legal de protección”.

No obstante, ¨las declaratorias de zonas arqueológicas, artísticas e históricas determinan, específicamente, las cualidades de éstas y, en su caso, las condiciones a que deberán sujetarse las construcciones que se hagan en dichas zonas”, argumentan Alonso Cajica Rugerio y Gustavo A. Ramirez Castilla en su blog, ambos miembros de la Red Mexicana de Arqueología (RMA).

Bajo estas consideraciones, ¿qué se privilegia al momento de expedir una declaratoria? ¿Debería existir una política que formalice la protección a toda zona arqueológica, monumento o recinto histórico que lo necesite? Y ¿cuáles son los retos del Estado mexicano y el INAH para soslayar estos problemas legislativos y de protección al patrimonio histórico y cultural de México?

Deficiencias en el sistema de seguridad

El tiempo se ha apoderado de algunas construcciones. A pesar de que la pirámide de Santa Cecilia es una reconstrucción de la original, existen elementos arquitectónicos por parte de la zona y de la iglesia, edificada con los mismos vestigios arqueológicos durante la conquista, que nos hablan de la riqueza cultural e histórica de esta región.

A pesar de la importancia que tuvo en su momento Santa Cecilia Acatitlán en el imperio mexica, hoy resulta irrelevante para muchos de sus habitantes, quienes han vuelto cotidiana la existencia del centro.

El 14 de febrero de 2012, en medios electrónicos de periódicos locales como El Universal del Estado de México, se difundió una nota sobre el supuesto vandalismo en el pueblo de Santa Cecilia, el cual había dañado severamente la pirámide principal. En efecto, el teocalli en la cúspide de la pirámide fue pintado con grafitis.

De diciembre a marzo, el teocalli no vio la solución a su problema, no había restauración, pese a las festividades de marzo: el equinoccio de primavera. Por ello, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), con sede en la zona arqueológica de Tenayuca I y II, se encargó de la situación; sin embargo, no se perciben avances.

De acuerdo con Francisco Antonio Osorio Dávila, jefe de las Zonas Arqueológicas Tenayuca-Santa Cecilia, los dictámenes realizados para retirar los pigmentos de pintura acrílica determinaron que el Centro INAH gastará, en promedio, 36 mil pesos para restaurar la parte superior del teocalli y los tres muros de aproximadamente 36 metros cuadrados.

Ésta dependencia burocrática con la oficina de Tenayuca, en cierta medida, entorpece y/o limita los procesos de restauración de la zona de Santa Cecilia. Habrá que seguir estas movilizaciones burocráticas pero, ante todo, cuestionar las medidas de seguridad que se toman para el cuidado de éste centro arqueológico.

A lo anterior, se suma el grave problema de seguridad en la zona, pues cuenta con pocos elementos de seguridad y con un cercamiento mal planeado. Las copas de los árboles quedan justo por encima de los muros, por lo tanto resulta fácil subir por las ramas de estos viejos vigilantes de madera; los agresores pudieron haber brincado estos muros de seguridad o haber tenido otro acceso. Las indagatorias siguen pendientes y así seguirán mientras no se ejerza presión.

Rescate forzoso en medio de la contradicción

Luego de permanecer tres meses y medio, desde diciembre del año pasado, con pintas de grafiti, la pirámide de Santa Cecilia fue restaurada el sábado 17 de marzo del año en curso, por un equipo del INAH, un día antes de que se implementara el Operativo Equinoccio de Primavera 2012 por parte de esa institución.

Para la restauración fue empleada la técnica del arenado o sandblast. Un equipo de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH concluyó, en aproximadamente cuatro horas, el trabajo de limpieza y reparación de los tres muros afectados en la parte superior de la pirámide. Aquí se encuentra la primera contradicción, cuando Francisco Antonio Osorio Dávila, jefe de las Zonas Arqueológicas Tenayuca-Santa Cecilia, aseguró que su restauración costaría en promedio 36 mil pesos.

Se denomina “arenado” al impacto de arena a alta velocidad contra una superficie a tratar. Suele ser utilizado para la eliminación de óxidos, pinturas en mal estado o cualquier tipo de corrosión, o como acabado superficial de revestimientos. Para realizar el arenado se recurre al aire a presión.

Es un procedimiento físico y químico de restauración que, por medio de un chorro a presión, mezcla arena y solventes para limpiar la superficie de la piedra.

Para la pirámide y la Iglesia de Santa Cecilia se usó tezontle, de tipo volcánico y característica porosa. Las ventajas de este procedimiento es que no corroe la piedra y es relativamente barato.

El encargado de las zonas arqueológicas de Tenayuca I y II y Santa Cecilia, Francisco Osorio, indicó que la restauración ocurrió justo a tiempo pues a partir del domingo 18 de marzo se abrió el lugar al público.

¨Ocurrió bastante rápido, nos avisaron de un día para otro que ya venía el equipo y se restauró el sábado. Fueron seis personas que mandaron de la Coordinación Nacional de Restauración y ya está abierto al público¨, señaló Osorio al periódico Reforma.

Según cifras del INAH, para el 21 de marzo de 2012 se esperaba recibir entre dos mil y tres mil visitas en cuatro zonas específicas del Estado de México: Santa Cecilia, Tenayuca I y II (Tlalnepantla) y El Conde en Naucalpan. Pero ocurrió una disminución del número de turistas, en comparación con años anteriores, ya que actualmente no es posible subir a las pirámides por motivos de conservación.

A pesar de la restauración, como una medida desesperada frente a los eventos de celebración del equinoccio de este año, numerosos medios locales y federales, así como periodistas y activistas, estuvieron presionando para lograr obtener información sobre el vandalismo sucedido en la pirámide de Santa Cecilia. Hasta el momento no se ha podido dar con los agresores, pero la restauración ya se logró.

Salir del laberinto: Educación y memoria

José de Jesús Zamora es un hombre muy sereno y sincero. Para él, el diálogo es la única forma de solucionar los problemas. No es del todo conservador, aunque cree fervientemente en las tradiciones y los valores morales como forma de mantener el orden social. Tiene 30 años y es sacerdote; lleva cuatro años oficiando misas en la Iglesia de Santa Cecilia.

El padre José de Jesús cree que los actos sucedidos en diciembre de 2011 en la pirámide de Santa Cecilia Acatitlán y los de la Iglesia que le es encomendada, son reflejo puro del rezago educativo, moral e histórico de la población. “Estamos en desventaja, la ciudad nos come enteros y difícilmente se sabe de la existencia de estos lugares”, señaló el sacerdote mientras una sonrisa irónica se dibujaba en su rostro.

Mientras que Alejandro Pedraza, habitante de la comunidad de 19 años de edad, consideró que el problema es educativo. “En las escuelas, son pocas las iniciativas para hacer visitas guiadas o trabajos académicos de los chavos. Sólo se quedan con lo que viene en los libros de texto, pero no hay interés por saber más, y menos por difundir o hacer eventos”.

A pesar del déficit educativo y sobre todo histórico, las fallas de seguridad en sitios arqueológicos son un problema institucional desde el momento en que se expiden las declaratorias, contemplando determinadas características generalmente relacionadas con aspectos estéticos o turísticos.

Pero, si bien son las instituciones quienes deben dar protección, también existe la responsabilidad del ciudadano, consciente del valor que tienen estos centros en sus comunidades.

Cuando se olvida esa historia, es como estar en un laberinto sin salida, en busca de alguien en la misma situación. La única forma de salir es con educación y memoria histórica. La pirámide de Santa Cecilia está presa, enclaustrada en la soledad porque lo hemos permitido. Pero está en los ciudadanos exigir a las instituciones mejores programas de seguridad y difusión, y exigirse a sí mismos una cultura y educación capaces de estar a la altura de sus demandas de progreso.







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