UNA HISTORIA DE TORTUGAS


Por Gibran Torrez Tamariz
México (Aunam). Hay sueños que inician con pequeñas ideas. Si hay talento y entusiasmo, las barreras son insignificantes. “Es como una tortuguita, que nace y sale de su huevo para aventurarse al mar: no sabe lo que le espera pero las ganas de sobrevivir y seguir creciendo la impulsan a lanzarse sin miedos, así es el K-guamo, así soy yo”, exclama Fernando Suárez Díaz.

Pensando en una tortuga, podemos remitimos a un reptil que posee un fuerte caparazón de donde salen por delante la cabeza, así como las patas anteriores y, por detrás, las patas posteriores con una pequeña cola. Esta imagen se torna un poco ambigua para Fernando Suárez Díaz, quien asocia la palabra con un símbolo de trabajo, felicidad y forma de vida.


Esto se ve plasmado en las imágenes cuando colman su entorno: siluetas de tortugas y palmeras con detalles en color verde, rojo, azul y blanco, adornando las paredes de los establecimientos que fungen como sus casas, asemejan los cálidos nidos de las tortugas: rodeados de naturaleza más la irradiación del calor, manteniendo el lugar con la temperatura adecuada para ver nacer el milagro del esfuerzo y el cariño.

“Todo esto que puedes alcanzar a ver no se ha forjado en tres días; como toda buena historia, tiene su comienzo hace ya varios ayeres”, suspira don Fernando Suárez, quien se decide a relatar su historia de éxito: ser un orgulloso jefe de familia y dueño de cuatro marisquerías, las cuales han brindado y quitado muchos elementos inherentes a su persona.

Estas marisquerías fueron claves importantes de la tortuga hecha Ser Humano, que como los de su especie, fue soportando las desventuras de la vida en un mundo lleno de cambios constantes, pero que finalmente fortalecieron sus ganas de seguir avanzando, con paso lento pero seguro.

La tortuga que nació en un mundo de cambios

Locura y hechos coyunturales jugaban de la mano en el México de hace cincuenta años, cuando grupos musicales como “Estrellas del ritmo” daban a conocer los antecedentes del Rock en este país, de la mano de Gloria Ríos, quien se perfilaría como una luminaria del jazz nacional al inyectar en el espíritu de los jóvenes las ideas del cambio y progreso.

Estas mismas ideas se vieron inmersas en el modelo económico que se implantó en el país, el famoso “desarrollo estabilizador”, que buscaba la firmeza económica para lograr un crecimiento continuo y así mitigar problemas como la inflación, los déficits, las devaluaciones y demás variables que fueron hechos decisivos en las mentes de las personas de esta época.

“No recuerdo mucho de mis primeros días en este mundo. Mi mamá me contó que cuando nací, el 17 de agosto de 1955, llovió muy fuerte a pesar de ser verano, y para ella fue una señal de que yo no sería normal… Aún sigo pensando si realmente tenía razón”, se ríe con naturalidad mientras las pequeñas macetas con palmeras adornando el “Caguamo Centro” se estremecen con el aire.

Sin saberlo, en aquél entonces se celebraría la segunda edición de los Juegos Panamericanos en el Estadio Universitario (hoy en día llamado Estadio Olímpico Universitario), la devaluación del peso frente al dólar sería de 12.50 pesos y la inversión extranjera comenzaría a acaparar el mercado mexicano. Estos son algunos de los hechos transcurridos en los primeros años de “Fercho”, como solía llamarlo su madre:

“Mi mamá, la señora Rosalía Díaz Miranda, fue quien me procuró los primeros seis años de mi existencia, porque mi papá, el señor Fernando Suárez Mejía, se la pasaba trabajando en el taller mecánico aquí en la ciudad, después de abandonar el trabajo de lanchero que tenía cuando vivían solos en Veracruz, sin hijos ni preocupaciones”.

Cierra un poco los ojos para comenzar a recordar, se desabotona un poco la pulcra camisa blanca que trae puesta y pone una pierna sobre la otra, tomando la punta de sus zapatos Zara de color café que hacen lucir su pantalón de pana también de color café. Parece que se olvida del entorno del “Caguamo Centro”, donde la movilidad de los platillos costeros no cesa. El crujir de los camarones empanizados con salsa de nuez y naranja de pronto se escucha en todo el lugar, eso se antoja demasiado.

Después de conocerse en la playa de Boca del Río y ser novios por dos años, los padres de don Fernando recibieron la inesperada noticia del primer embarazo de quien fuera el hermano mayor, el señor Fidel Suárez Díaz. Entonces tuvieron que mudarse a la ciudad de México y abandonar la vida costera, tal como las tortugas de hábitats semi acuáticos, que pasan algún tiempo de su vida en las aguas marinas y otra parte en tierra firme cuando deciden asentar cabeza.

“Después de que nació mi hermano mayor, mi papá tuvo que buscar un trabajo con mejor remuneración pero que fuera de tiempo flexible para poder de vez en cuando ‘echarle un ojo’ a mi mamá y ayudarla a cuidarnos”, sigue hablando mientras voltea hacia arriba, como si estuviera reviviendo aquellos juegos con su madre y las canciones infantiles que entonaban.

Pide una cerveza oscura (dice que la cerveza clara es para mujeres y maricones) a uno de sus trabajadores y continua: “En ese entonces me sentía como una tortuga terrestre: con mis dedos libres para poder caminar en el asfalto, pero sin aletas para lograr ir a navegar por el mar… fue una buena época, con pocos recuerdos pero llenos de humildad”.

Su rostro refleja el amor que le dejaron los cuidados de su familia pero también demuestra la tristeza que representó el alejarse de ellos: “cuando entré a la etapa de la adolescencia, me alejé mucho de mis padres, ese instinto natural de rebeldía en los jóvenes que nos hace rechazar todo y despreciar las cosas buenas que tenemos en nuestras manos me cambió totalmente”.

“Las tortugas no pueden quitarse su caparazón”

De baile en baile, de cerveza en cerveza, transcurrió la adolescencia de don Fernando, la cual recuerda con una analogía que refleja su amplio conocimiento sobre los animales marinos: “las tortugas no pueden quitarse su caparazón, tal como se muestra en caricaturas, porque la columna vertebral y las costillas están soldadas a éste. Yo me quité el caparazón de la protección de mis padres porque creí que no me hacía falta, y sin querer, desgarré todo lo que yo era”.

Frunce el ceño, se pone cabizbajo y se termina la cerveza de un gran trago, baja firmemente los pies sobre la loseta café. Las personas siguen circulando por el local, de unos seis metros de largo por uno 15 de profundidad. Empuña las manos y las pone sobre su boca, como cubriendo sus palabras al hablar:

“Estoy consciente de que perdí muchas cosas por mi rebeldía, olvidé mis principios, también cambié el carácter humilde que me distinguía, y como resultado desprecié el cariño de mis padres, la oportunidad de seguir estudiando la preparatoria, pero sobre todo el apoyo de mi hermano, y ya no pudimos realizar nuestro sueño”.

Abrir una marisquería en la colonia Centro que se llamara “El Caguamo” era el sueño que Fidel compartía con su hermano menor Fernando, pero este último, tras haber abusado de los placeres de la vida como el alcohol y las mujeres, aproximadamente a la edad de 20 años (1975) abandonó sus proyectos y sueños a futuro por lo que él considera “un puñado de gustos egoístas”.

Su fina ropa parece desprenderse de su cuerpo, dejando al descubierto la personalidad sensible que parece imperceptible cuando se le ve a primera vista, con esa mirada fija, seguro de sí mismo. Aunque alcanza un metro 73 centímetros de estatura su nobleza se asemeja a la de un pequeño niño, sus grandes ojos rasgados por el tiempo representan la mirada del progreso.

Aún con esa complexión gruesa con la que se percibe su lado fuerte y masculino, puede vislumbrarse que su carácter ha sido difuminado por el paso de los años, y se siente como la gruesa voz que lo caracteriza, aún guarda tonalidades que develan de poco en poco sus más íntimos secretos.

“Todo lo que había planeado con mi hermano para realizar en el futuro se derrumbó en un día de embriaguez. Un día llegué muy borracho a casa y él me regañó, yo no quise darle explicaciones de mi estado así que él aprovechó mi descaro para echarme en cara todo lo que no le gustaba de mí”, hace varios movimientos de cabeza, y vuelve a cerrar un poco los ojos para seguir hablando.

“Discutimos tanto tiempo que me sentí sobrio de nuevo, al final nadie ganó pero sí perdimos los dos: nos dejamos de hablar más de cinco años”. Este lapso es como un episodio vacío en su vida, el cual trata de rellenar con recuerdos de alegrías efímeras y vivencias sin tiempo.

Siempre ha vivido en la misma casa desde que sus padres llegaron a la ciudad, con una fachada de piedra volcánica y zaguán negro que remplazó a la anterior de tabiques y puerta roja. El terreno que ahora casi alcanza los 150 metros cuadrados se convirtió en una cueva de culpas para Fernando Suárez Díaz, quien se quedó viviendo solo con sus padres mientras el enojo de su hermano Fidel lo desterró a lugares inciertos en Veracruz.

Ubicada en la cerrada Tecacalo número 23, en la colonia Adolfo Ruíz Cortínez, la casa parecía un lugar incómodo para don Fernando, que al estar dentro no podía hacer más que recordar los años de convivencia con su hermano. Asegura que esa época de su vida fue invadida por soledad y tristeza, pero también estuvo llena de reflexión y ganas de sobresalir.

Las tortugas mudan la piel, pero a diferencia de los lagartos y serpientes, lo hacen poco a poco: “tanto tiempo con las pláticas de mis padres y la reflexión de mis recuerdos me hizo recapacitar y darme cuenta de la tontería que me había separado de una de las personas que más he querido en el mundo, y no fue hasta después de esconderme en mi caparazón, que me di cuenta de la realidad”.


Cuando la cría retorna a su nido

En los años ochenta el Rock and Roll estaba en varias regiones del mundo; México atravesaba una fuerte crisis de petróleo causada por sus bajos precios y se desarrollaba la impagable deuda externa con el gobierno estadounidense, a la cual se sumaron varios países de Latinoamérica.

Estos y otros acontecimientos se desarrollaron en la travesía de los cinco años de tragos amargos para Fernando Suárez Díaz, pero parecía que el destino le tenía una sorpresa. “En los años ochenta yo ya tenía la mentalidad de un adulto con ganas de crecer y salir de una vez por todas de esos años que rezagaron mi desarrollo personal”, comenta con un nuevo aire en su voz.

“Las tortugas también mudan o desprenden los escudos del caparazón, individualmente y aparentemente sin un orden determinado, con el fin de fortalecerlo cada vez más”, menciona don Fernando, y continua: “yo me propuse hacer eso después de la crisis emocional que sufrí y, entonces, mi vida comenzó a dar nuevos giros”.


Decidido a renovarse y retomar la alegría que lo distinguía años atrás, don Fernando Suárez Díaz localizó a su hermano Fidel. Tras semanas de marcar a números equivocados, en Veracruz logró acercarse a su ser querido: “recuerdo poco pero lo más importante de aquella llamada en que le pedí perdón a mi hermano por tantos años de inmadurez y desperdicio de cosas importantes, que sin importar nada yo lo amaba y anhelaba su regreso”.

Después de soltar una sonrisa al aire, don Fernando continúa: “él no dijo nada hasta que yo terminé de hablar. Sé que pudo comprender mi mensaje porque sólo contestó: “sin importar nada, yo también te adoro mi Fercho, espero que hayas juntado un dinerito para ya poner “El Caguamo”, y prepárate porque en unos meses te caigo en la ciudad para que tú y mis papás conozcan a Viridiana, mi esposa”.

“Esa noticia fue de lo más grato que pude recibir en ese momento, cuando por fin estaba decidido a ser otro, mi hermano regresaría a mi lado para seguir con el sueño que esperábamos desde mucho tiempo atrás. Así que no me quedó de otra más que echarle ganas y trabajar más duro en los tres meses que tardó en llegar a la ciudad, mientras cerraba ciclos allá en Veracruz para empezar uno nuevo con su familia”, mientras voltea a ver su negocio y sonríe.

Nace el Caguamo, el nuevo milagro de la familia

Como por arte de magia, el resultado de la reconciliación entre los hermanos Suárez Díaz dio frutos inmediatamente. A seis meses de la llegada de Fidel, inauguraron la marisquería “El Caguamo”, en la calle Ayuntamiento esquina con López, número 16, en la colonia Centro, tal como lo habían planeado.

“Cinco meses después de que Fidel llegó, nos pusimos como locos a buscar todos los recursos necesarios para la marisquería. Conseguimos proveedores de mercancía en la Viga, el local nos lo rentó un amigo de mi papá, quien también formó parte importante del proyecto, los trabajadores llegaron inmediatamente al solicitarlos mediante volanteo, y así todos juntos comenzamos el sueño de la familia”, se alegra don Fernando

“El Caguamo” no ha cambiado mucho, sigue con sus estructuras de lámina pintadas en blanco como cualquier puesto de los alrededores; brillan sus letras pintadas a mano en la parte trasera, donde se anuncia parte del menú: “Vuelve a la vida, mojarras fritas, cocteles… El Caguamo, los mejores mariscos del Golfo”.

“La dinámica de trabajo fue la misma durante 10 años: Mi padre y yo abríamos el negocio o lo hacía Fidel, mientras el otro surtía la mercancía fresca de la Viga, las mujeres ayudaban a las muchachas meseras o cocinaban. Todos nos parábamos a las 5 am y terminábamos el día de trabajo como a las 9 de la noche, con el negocio cerrado, y los utensilios de cocina en la camioneta Ford 79’ de mi papá, una vez arriba, partíamos a nuestra casa a dormir como Dios manda”.

Su forma de hablar es tan fluida que parecen pensamientos extraídos de su inconsciente, donde se alberga la felicidad que le ha dado tanta seguridad en su camino, ese que inició en el negocio hace más de 20 años.

Esos primeros diez años de labor en el negocio no sólo le aportaron desarrollo personal y económico, también trajeron consigo la dicha de conocer a la que actualmente es la mujer que sigue robando sus sueños: “además de toda la gratitud de poder desarrollarme y ver crecer a mi familia, tuve la dicha de conocer a mi esposa, mi linda Maricela Gutiérrez Ortega”.

La felicidad por el aumento en los ingresos de los Suárez Díaz quedó en segundo plano cuando la pareja de don Fernando se integró a la familia, y más aún, cuando se decidieron a darle su primer nieto al señor Fernando y a la señora Rosalía: “Mi hermano Fidel y su esposa Viridiana nunca tuvieron hijos, decían que preferían gozarse solos, pero yo me moría de ganas por crecer al lado de mi Mari, teniendo con nosotros a varios chamacos que nos alegraran las mañanas”.

Y así fue, casi uno tras otro fueron naciendo Diego, Fernando y Alejandro, los tres hombres que heredarían el legado de la venta de mariscos y que sin saberlo, serían el gran orgullo de sus padres.

“La niñez de mis hijos transcurrió entre cajas llenas de mojarras y las sillas del negocio en el Centro. Sé que no les brindé un crecimiento como el de los otros niños, llenos de juegos y salidas, pero traté de amenizarlo motivándolos a divertirse con todo lo que podían encontrar cerca del negocio y con los juguetes que les comprábamos”.

Fernando Suárez Díaz les prometió a sus hijos que les daría la libertad que no habían podido gozar de niños, cuando tuvieran la mayoría de edad, así ellos decidirían si continuaban con el negocio de la familia, o se dedicaban a desenvolverse en lo que ellos creyeran conveniente.

Ahora Diego el mayor, tiene 28 años, al igual que los otros dos terminó su formación básica en escuelas públicas y su educación media superior y superior en escuelas privadas; es licenciado en Derecho, ya tiene esposa (Georgina Hernández) y dos hijos (Adad y María Fernanda). Según su padre, él es arriesgado, calculador y no siempre da buenos ejemplos a sus hermanos.

Fernando, el hermano sándwich, tiene 26 años, también es licenciado en Derecho por la Universidad del Valle de México (UVM) y, a consideración de sus hermanos, es el más mujeriego y fiestero de los tres. Más de la mitad de los regaños a los hijos de don Fernando han sido para este aventurero, que tiene mil experiencias de todo tipo y que vive la vida pasándola bien, suele tomar decisiones correctas cuando está en situaciones adversas.

Alejandro, el hijo consentido, tiene 24 años. Apenas terminó su licenciatura en Ciencias de la Comunicación, también en la UVM. Es la viva imagen de don Fernando, según cuenta el señor: “se parece mucho a mí, es el más noble de los tres y es quien aconseja a los otros dos cuando están en problemas, por eso siempre le he inculcado el amor hacia sus hermanos y familia”.

Tres hijos, una esposa que lo apoya, un padre que aunque ya no lo ayuda debido a su avanzada edad (su madre, la señora Rosalía, murió en el 2006) sigue fortaleciendo el cariño de la familia. Un hermano que es su incondicional y que vive igual de feliz que don Fernando, siempre con la mentalidad del progreso y cambio que los hicieron triunfar, superando las desventuras familiares de forma positiva para que permanezcan los bellos recuerdos.

Símbolo de trabajo y felicidad como forma de vida

“Es grato ver cómo ha crecido este negocio que empezó como un pequeño sueño, he logrado identificarme con este símbolo de trabajo, felicidad y hasta una forma de vida: una pequeña tortuga, que ahora ha crecido, se ha convertido en una enorme caguama con descendencia de crías que propagarán la tradición de la familia, nuestro sabor y cariño”, argumenta don Fernando, volteando hacia su hijo quien prepara un ceviche de pescado y una empanada de camarón.

Con más de 30 platillos, la cabeza de los establecimientos, “El Caguamo Centro” deleita los paladares de aproximadamente 200 clientes que diariamente visitan el lugar. Entre sus especialidades se encuentran la deliciosa mojarra a la diabla de casi un kilogramo, bañada en chile de árbol y acompañada con un delicioso arroz guisado, frijoles con totopos y una pequeña ensalada, todo con el sazón que doña Rosalía dejó en la cocina de “El Caguamo”.

La extremidad derecha de este establecimiento se encuentra a unos pasos de la sucursal principal, en la calle López número 83-B, entre Ayuntamiento y Puente de Peredo. Este segundo imperio es manejado por el hermano Fidel Suárez, aquí principalmente se venden las sopas de mariscos, que incluyen un rico trozo de filete de huachinango, ceviches de pulpo, jaiba, ostión, camarones para pelar, todo sazonado con el jugo de los ingredientes y hierbas de olor.


La extremidad izquierda, el “K-guamo Sur”, está ubicado en el Pedregal de Santa Úrsula en la avenida principal con el número 270, este establecimiento es manejado por Fernando, el hijo del Caguamo mayor, quien enfocó esta sucursal a un público más joven, ya que sus bebidas también incluyen cerveza en varias presentaciones. Por obvias razones, su especialidad es el “vuelve a la vida”, una mariscada especial que levanta a cualquiera que sufra de la horrible resaca.

Por si fuera poco, don Fernando Suárez suele improvisar en algunos fines de semana una sucursal en el salón de fiestas de su propiedad, con el fin de darles trabajo a sus otros dos hijos cuando la suerte no pinta a su favor. Allí hay espacio suficiente para 300 personas que deseen probar las delicias del mar. El lugar de trabajo de los Suárez no siempre es el mismo, todos se encargan de apoyar las sucursales para que ninguna tenga más o menos que las otras.

“¿Qué más puedo pedir?, si tengo la fortuna de trabajar en lo que siempre soñé al lado de mi familia. Hemos pasado malos momentos como cualquiera, pero siempre logramos salir adelante gracias a ese vínculo que mis padres me inculcaron con mi hermano y que ahora yo trato de heredar a mis hijos”, se alegra don Fernando mientras el Caguamo Centro calma su afluencia de gente y su hijo aprovecha para ir a abrazar al líder de la familia.

Después del gesto, don Fernando continua: “lo que me motiva a seguir escalando peldaños en la vida es mi familia, todos y cada uno de ellos me empuja a ser cada vez mejor para mí y para ellos; sé muy bien que si seguimos como ahora todo irá muy bien, continuaremos forjando este símbolo de trabajo y felicidad adoptada como forma de vida”.

Se levanta de su lugar, limpia su boca y acomoda la silla en la mesa, esa que escuchó la vida del Caguamo, una tortuga hecha Ser Humano que encontró en el amor de su familia la dicha del progreso. De repente, regresa y reafirma su argumento:

“Recuerda que hay grandes sueños que empiezan con pequeñas ideas, cuando tienes talento y entusiasmo, todo lo malo se vuelve imperceptible. Es como cuando una tortuguita nace y sale de su huevo para aventurarse al mar: no sabe lo que le espera pero las ganas de sobrevivir y seguir creciendo la impulsan a lanzarse sin miedos. Creo que mucha gente debería pensar así”.





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