NACÍ CON LA INQUIETUD DE SER DOCENTE: MARGARITA YEPEZ


Por Marla Noriega Vázquez
México (Aunam). Con un cigarrillo en la mano, la profesora Margarita Yépez Hernández le da el último trago a su café y se sienta cómodamente. Su semblante se vuelve serio y los labios, aún con la humedad del café, borran aquella sonrisa que la caracteriza.

Profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, comenzó su vida en solitario, sin su familia, internada en una institución para huérfanos desde los tres años, a lado de su hermana. “Nuestros padrinos nos llevaron y nos dejaron ahí, en un internado católico, hasta mis 17 años”. Asegura que esto formó muchas cosas de sus pensamientos, de su fuerte carácter, pero lo acabó odiando, principalmente por la religión.


A pesar de sus palabras, de su recia imagen, la académica universitaria destila alegría. Aclara que más bien acabó “saturada” de religión, “si te dieran todos los días pastel de chocolate en la mañana tarde y noche, lo odiarías, lo mismo me pasó a mí, me daban mañana, tarde y noche religión y terminé odiándola, o sea, por más que pudiera ser muy sabrosa, terminé odiándola”.

También sufrió desencanto al descubrir que en la religión hablan de un conjunto de “cosas bonitas y de diosito santo, que es un padre bueno”, y en la vida real no se ve mucha bondad, pues hasta las mismas monjas son injustas, entonces hay una contradicción entre el discurso y la realidad que pone en tela de juicio lo aprendido.


Por ello, la profesora cree que la religión es una engañifa para la gente y entre sus tantos recuerdos llegó el de que, cuando era niña, las monjas del internado no sabían explicar qué era el dogma de la fe. “Yo traduje el concepto norma de fe, como un no sé, entonces cada vez que alguien me dice, dogma de fe, yo le decía no sé. Y es que por ignorancia me están inventado cuentos, entonces claro, lo que ahora hago es tratar de demostrar algo, dar pruebas, comprobar lo que afirmo y si no sé, ¡no sé!, pero no por eso voy a creer, yo con ustedes cuando no sé, no sé, así de simple, no lo sé, ¿para qué les invento?¨.

Con un suspiro y el cigarro encendido entre los dientes, la profesora explica su decisión de dar un giro radical a su vida. “Cuando yo salí del internado fue porque me sacaron, en primera porque ya estaba muy grande, y luego porque la madre superiora que era la que me protegía, enfermó de cáncer”.


La preferencia de la monja consistía en una serie de libertades, por ejemplo, “yo salía a trabajar, llegaba a las ocho o nueve de la noche, me dieron permiso de tener novio y los fines de semana me iba con él y su familia a un rancho, entonces tenía muchos privilegios que las demás niñas no tenían. Cuando la madre superiora se enferma, me dice: ‘Margarita, te van a quitar todos los privilegios y no te conviene, ve buscando otro lugar’, y me fui a una pensión, conseguí una beca de la Pepsi-Cola para estudiar, y más tarde varias amigas nos juntamos y rentamos un departamento”.

Cuando estaba en la secundaria, reflexionó sobre su vida y el hecho de no tener familia ni quien la apoyara económicamente, por ello pensó estudiar una carrera corta, enfermería, misma que cursó a la par de la preparatoria, para la cual las monjas le consiguieron una beca. Ya para el tercer año del bachillerato empezó a trabajar, con lo cual pagaba libros y lo que necesitaba.

Decidió ingresar a la universidad, por lo cual se preparó a consciencia y logró su ingreso; con una gran sonrisa reflejada en sus labios, suspira y refleja el orgullo que ella misma tiene. En el momento de la entrevista luce cansada, pero feliz de compartir su felicidad.

Cabila, el recuerdo y la soledad de no haber tenido nunca padres, asegura, hicieron que se moldeara su personalidad de profesora; la necesidad de crecer, pero principalmente de enseñar, produjo que explicara cómo tomó la principal y más importante decisión de su vida, la de estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México y ser docente.

“La carrera de Comunicación fue un error”, comenta con un semblante taciturno. “En aquella época hacíamos cola para solicitar examen, nos daban cita por apellido e íbamos hasta la Ciudad Deportiva. Uno iba a solicitar ficha de examen y nos daban fecha, entonces, haciendo fila, delante de mí una chica dijo periodismo, yo platicando con una amiga le decía que me iba a meter a psicología, ya me había decidido por psicología, y la chica de adelante dijo periodismo y yo seguía acá pero me llegó el periodismo por una oreja”.

Después de haber escuchado nuevamente este relato, Margarita Yépez lanzó una carcajada y continúa: “Seguía platicando cuando me preguntaron ‘¿qué carrera?’ y dije ‘periodismo’ y seguí platicando y ya cuando iba de regreso a la casa que le digo a mi amiga: ¡Chin, dije periodismo!”.


Divertida con su propia narración, la también investigadora dice que su plan fue cambiarse de carrera al año, pero le terminó gustando; no precisamente el periodismo, sino comunicación, así que permaneció en dicha licenciatura porque quería entender cuál era el fenómeno de la comunicación, qué pasaba en la mente de la gente, qué pasaba en la interacción.

Tose por un momento y sigue con su narración: “Como trabajaba, terminé la carrera formalmente en 1978, pero me titulé hasta el 10 de diciembre de 1981”. Con la sonrisa en la cara y el tic tac del reloj como sonido de fondo, la profesora Yépez prosigue entusiasmada. “Yo rogaba porque me programaran mi examen profesional, no quería comenzar el año nuevo con esa presión y de tanto rogar me dejaron hacerlo en diciembre; ya trabajaba en la Facultad, entré en el 76 como auxiliar de profesor”.

La determinación de querer ser docente fue sin duda alguna algo con lo que había nacido, siempre, desde el internado, ayudaba a sus compañeras en primer año a leer y a escribir; cuenta que éste es uno de lo misterios que tiene sobre sí misma, pues sin saber de dónde o cómo ella ya sabía leer y escribir.

Al ver su facilidad con el estudio, decidió ayudar a sus compañeras del internado y fue ahí en donde se dio cuenta de que lo que en verdad le gustaba era enseñar. “Entonces me ponían a ayudar a mis compañeras y pues yo lo hacía encantada, me fascinaba, me ponía a darle clase hasta a los gusanos, yo nací con esa capacidad, con esa inquietud de ser profesora”.

Considerada una de las mejores maestras de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, al menos en el ramo de la psicología, imparte cuatro asignaturas, por ello es una voz autorizada para asegurar que el plan de estudios de Comunicación es el correcto, aunque perfectible; principalmente habla por ella. “Creo que sí, es más yo creo que me quedo corta, si pudiera darles más, les daría más, pero no siempre alcanza el tiempo, yo creo que por lo menos de mi parte, siendo muy honesta, doy todo lo que puedo, todo lo que tengo, me preparo, pienso ejemplos en el camino y digo: Margarita recuerda este ejemplo, porque a la hora de que quieres dar el ejemplo se te olvida”.


El método de trabajo de la profesora es la lectura de los autores a los que sigue y posteriormente seleccionar conceptos para que sean mejor entendidos por sus alumnos. “Para el próximo semestre tengo planeadas ya varias actividades para Antropología del Consumo, una asignatura de publicidad, ya tengo mucho material, ya me leí como siete libros más para cambiarles la bibliografía, siempre estoy preocupada por los estudiantes, me preocupa no sólo que sepan o lean los libros, me interesa su formación, no sólo la información que reciban, me gusta que sean autocríticos”.

El amor que le pregona a la UNAM es tal que sólo imparte clases en esta institución. Margarita Yépez lanza una mirada hacia un recuadro en donde se encuentra al escudo universitario, comienza la explicación de lo que ha sido para ella la satisfacción de dar clases en la más reconocida institución superior de Latinoamérica.

“Di clases un semestre en el Tecnológico de Monterrey, no me gustaron los alumnos; di un semestre en el Claustro de Sor Juana y tampoco soporté, entonces dije, mejor aquí. Lo que yo sentí y lo he comprobado con los profesores que si dan clases en otras universidades privadas, es que los estudiantes de aquéllas sienten que de alguna manera tienen resuelta la vida, entonces hacen menos esfuerzo y por lo tanto se comprometen menos con los estudios; entonces, si hay menos compromiso de parte de ellos, tu esfuerzo vale gorro”.

En 1984 realizó un libro junto con la profesora Fátima Fernández del cual comentó: “Ese fue un programa que proyectó la UNAM en general, se llamaba El Programa del Libro de Texto Universitario, todas las facultades deberíamos de publicar un libro de texto universitario por carrera y en esa época Fátima era coordinadora del Centro de Estudios de la Comunicación y yo era la secretaría técnica del mismo, entonces a nosotros se nos encomendó la publicación del texto que en realidad a lo que se nos convocaba era a buscar profesores que redactaran ese material”.

Además de ese proyecto, la investigadora también ha participado en la Asociación para la Acreditación y Certificación en Ciencias Sociales (ACCECISO), con la publicación de numerosos escritos y como juez de otros tantos. “Con esta asociación se acreditan cerreras y verificamos que cumplan con ciertos requisitos de calidad; yo formo parte de estos acreditadores, lo que hacemos es evaluar las carreras, y ver que los profesores cumplan con ciertos requisitos, que tengan todos licenciatura, doctorado, posgrado y a la vez se verifican cuáles son las condiciones de los estudiantes y a los empleados”.

Su teléfono celular está sonando, contesta la llamada que le roba unos diez minutos de su atención…


Cuando termina, se disculpa y asegura que aunque haya tenido muchas experiencias laborales, la mejor, sin duda alguna, es la docencia. “Yo siempre he dicho que tengo espíritu de vampiro, pero dar clases me revitaliza; puedo estar deprimida, y al entrar a clase se me olvida la depresión, o sea, para mí la docencia ha sido lo máximo”.

Otra vivencia importante que tuvo fue el viaje que realizó a Corea, lugar en donde cursó una maestría. “Ese viaje me ayudó a enfrentarme. Cuando estaba en México pensaba que era una persona muy flexible, muy liberal, muy abierta, cuando llego a Corea me descubro que era de lo más cerrada y entonces enfrentarme con esa incapacidad que tenía para aceptar diferencias de otras gentes, de otras culturas, me obligó a cambiar… ese viaje me modificó muchísimo”.

La profesora se siente orgullosa de sus logros. “Sí, por supuesto que me siento orgullosa, no han sido fácil, pero son avances, como aprender a caminar y descubrir que sabes caminar y después descubrir que puedes brincar, descubrir que puedes correr, todo es como ¡wow! Soy capaz de esto, claro que me hace sentir orgullosa”.

Afirma que no le hace falta nada en la vida, está satisfecha; quizá lo que necesitaría es más tiempo, dedicarse más a la carpintería, hobbie que ejerce en vacaciones, “soy novata pero me encanta”. Ríe mientras ve un mueble que ella misma creó y que se encuentra justo al lado de donde acostumbra sentarse.

La catedrática regresa al tema íntimo, a lo familiar: “Tengo dos hermanos, dos perros, no tengo hijos y no me gustaría tenerlos, siempre pensé que yo tenía demasiadas inquietudes y que un hijo me iba a frenar, porque me iba a obligar a quedarme para atenderlo ¡y a mí me gusta andar de vaga!”. Afirma que aunque sí ha tenido parejas, tampoco se quiere casar. La palabra para definirla es y será: Libertad.

En la parte superior de un estante se encontraba una foto de ella, de aproximadamente cuando tenía 23 años, hermosa y llena de vida. Actualmente, mirándola frente a frente, se observa a la misma persona de la foto, y eso que ya cuenta con 57.

¿Y cómo le hace para permanecer en tan buen estado?

“Pues te digo que tengo espíritu de vampiro, les succiono la vida y la juventud a ustedes, hago ejercicio media hora diaria porque tengo problemas con la espalda, pero nada más”. Con su mano derecha señala el aparato que lleva cargando en la parte inferior de su espalda y con una gran sonrisa dice: “Tengo dos hernias, pero por eso tengo el aparato, para que no me operen”.

Sonríe y nuevamente el orgullo de pertenecer a la Máxima Casa de Estudios del país le colma el rostro. “La UNAM es una institución de lo más generosa en todos los sentidos. Lo es con los estudiantes, porque el pago que tiene cada uno que hacer es una bicoca, cada quien paga lo que quiere o lo que puede; también porque me ha enseñado a saber recibir, pero a la vez, saber regresar, yo creo que la Universidad me dio tanto, que darle un poquito lo disfruto mucho. Además, lo que me paguen es bienvenido; me están pagando por un placer”.


Con la boca ya un poco seca de tanto hablar y el vaso de café vacío, la última e impactante pregunta hacia la profesora Yépez fue la de cómo le gustaría morir: “Pues sin dolor y sin nada, que me desconecte, que se me pare el corazón y ya, sin más, que ni siquiera me entere.”

Ya con el semblante un poco cansado y terminada la entrevista, después de casi hora y media en la sala de su hogar, la respetada profesora Margarita Yépez Hernández, concluye la charla. Ahora proseguirá su día con una de las cosas que más disfruta: leer.

“Gracias por tomarme en cuenta, nos veremos pronto…”.







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2 comentarios:

  1. Una de las mejores maestras que pudieron haber tenido. Grande la Yépez.

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  2. Nunca voy a olvidar su presencia y su amor. Me hubiera gustado compartir una carera y una vida con ella en la Universidad. Mi hermando gueria casarse con ella.

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