6 de junio de 2023

Calaveras y diablitos invaden el Zócalo de CDMX


Por: Ulises Soriano
CDMX. Era el ocaso… aquellos colores amarillos pastel, naranjas y hasta llegar a los rosas y morados gobernaban el cielo del Centro de la Ciudad de México, una tarde linda de sábado. En el subterráneo, a las cinco de la tarde, el metro de la línea 2 aún permitía algo de movimiento entre sus vagones, pero el calor evocaba al mismísimo averno.

En el andén de la estación Pino Suárez, hombres, mujeres e infancias subían y bajaban; sin embargo, las y los que descendían llevaban playeras negras con la leyenda “Los Fabulosos Cadillacs” o la “yera” del Pumas. Antes de salir de la estación, un gentío se concentraba frente a los torniquetes, un presagio, una especie de entrenamiento para evitar el pisotón artero o el aviso para mantener las pertenencias en un lugar lejos del alcance de los amantes de lo ajeno.

Una vez más, escaleras para emerger del infierno metronauta. En la plaza Izazaga, además de las chacharas comunes y ofertones de tres termos por ochenta pesos, un señor con aspecto cadavérico y bigotón hacía pasar unas bolsas rascuaches, azul agua, por “los impermeables de a veinte, de a veinte, para que no se moje en el concierto”. En otro lado, se veían las banderas blancas con la impresión del cartel oficial de la banda argentina conformada por Vicentico, Sr. Flavio, Sergio Rotman, Ricciardi, Mario Siperman, entre otros.


Al avanzar por José María Pino Suárez, avenida adyacente a uno de los accesos a la Plaza de la Constitución, las aceras se notaban más transitadas de lo normal. Los fans de la mítica banda argentina no se lograban mimetizar con los compradores habituales. Más playeras negras y ahora se hacían presentes los jerséis de la selección albiceleste. Algunas mujeres, en su maquillaje usaron brillantina y su rostro se asemejaba a una constelación de la cual, solo la noche y la luna podrían ser testigos.

Más adelante, en la calle de Corregidora, el primer y único filtro de seguridad hacía operativo mochila. “¿Cuántas chelas traes, ‘maestro’?”, preguntó un policía a un joven como de veinte años. Él, con cara de intimidación le mostró la mochila y sacó dos latas. El oficial le pidió las tirara en una caja a un lado de las vallas metálicas naranjas, las cuales hacen un embudo y provocan una entrada al Zócalo a cuentagotas, además de lenta.

Entre la multitud congregada desde antes de las cuatro de la mañana en la plancha del Zócalo, no solo se podía percibir ese calor humano, además de esa hermandad de las y los desconocidos los cuales comparten un metro cuadrado de adoquín y rozan sin querer los cuerpos; sino también ese sabor a sal emanado del sudor, entremezclado con el inconfundible aroma a chela la cual, a la menor provocación era lanzada en círculos al aire, asimismo, a primera nariz se percibía el inconfundible tufillo penetrante a tabaco y marihuana.

Mientras el sol se ocultaba, los colores pastel eran tragados por la oscuridad de las nubes cargadas de agua. A las siete de la tarde, quien osaba mirar sobre 20 de Noviembre solo podía atestiguar un mar de cabezas con gorras hacia atrás y niños colgados en unos insignificantes árboles  o más bien, ramas en maceta. Minutos después, el sonido local del escenario informó a los asistentes que se había rebasado la capacidad del Zócalo y la única forma de ver el concierto de Los Fabulosos Cadillacs sería en las calles aledañas. Al unísono, todos gritaron y brincaron, por otro lado, aplausos y en otra parte más alejada, la cerveza o refresco eran lanzados por encima de las cabezas de los asistentes.




Los minutos trascurrieron y faltando media hora para el comienzo del concierto calló la primera gota gorda de agua. Luego, un trueno que cimbró a media ciudad. Mientras Tlaloc desahogaba su furia, los paraguas y las bolsas verde agua, suerte de impermeables, empezaron a enfundar y cubrir a parejas o a grupos de amigos. Otros más no llevaban nada para cubrirse y optaron por quitarse sus playeras y bailar con una mezcla pregrabada de regué y otros ritmos, los cuales invitaban a mover las caderas lenta y seductoramente.

La lluvia mojó, pero se agotó relativamente rápido y a las ocho de la noche con siete minutos, la banda sonora de James Bond resonó en toda la plancha del Zócalo y calles aledañas para crear una expectativa enorme. Las luces del escenario se apagaron, al igual que las de todos los edificios aledaños. La multitud congregada explotó en jubilo “Wuhhh”, aunado a los aplausos y más gritos en los que se percibía la emoción por ver a la banda argentina.

Las pantallas de los celulares y los flashes de estos eran la única iluminación de aquel instante y, gracias a eso, los asistentes presenciaron la entrada de la banda al escenario. Los Fabulosos Cadillacs ya estaban listos. Al redoble de tambores, las luces se encendieron y con las primeras notas de “Cadillacs”, todo el público comenzó a saltar y la plaza tembló.


Mientras Vicentico cantaba “Manuel Santillan, el León”, jugaba con un bastón. Lo mecía de un lado a otro tratando de hipnotizar a los asistentes. El inconfundible estruendo de las tarolas que imponían el ritmo sumado a la melodía de las trompetas y saxofón evocaba a las masas a mover las cabezas balanceándose junto con las manos estiradas que van de arriba abajo. Todos al unísono cantaban Van al mar/ van al mar.

Luego, Los Fabulosos Cadillacs cantaron “El muerto”. Y después a manera de himno y mantra las más de 300 mil almas reunidas corearon noche de calor en la ciudad/ ella te dejó y todo sigue igual/ quisiera volver el tiempo atrás/ pero lo que vuelve es esta noche y nada más. “Demasiada presión” unió corazones amorosos o rotos bajo la consigna “Esta noche es hora de que pienses en cambiar, el tiempo pasa pronto y todo tiene su final”.


Con “Carmela”, el ritmo y la letra hicieron retumbar la plancha del Zócalo. Una vez más y bajo la petición de toda la agrupación, la multitud brincó y brincó. No hubo piedad para los pies, pues aquellos despistados sufrieron las consecuencias al recibir el peso de una o más gente atrabancada: se hizo presente el slam. Entre codazos y pisotones, risas, jalones de cabellos fue como la energía emanaba de un público ya entregado.




Al ritmo lento de “Calaveras y diablitos” bajaron esos espíritus provenientes de universos de tierra y agua para apoderarse de las almas de la concurrencia, aquellos y aquellas que estaba dispuestos a liberarse de todos los males cantando a todo pulmón y bailando hasta agotarse, pues Las tumbas son para los muertos/ Las flores para sentirse bien/ La vida es para gozarla/ La vida es para vivirla mejor.

Ya entradas las nueve de la noche, el cielo se despejó y en el escenario tocaron los primeros acordes de “Siguiendo la luna”. La multitud se emocionó y algunos derramaron algunas lágrimas. Vamos, mi cariño, que todo está bien/ Esta noche cambiaré/ Te juro que cambiaré. Esta canción para muchos adquirió una connotación dolorosa la cual evocó amores del pasado, esos que ya no son; otros tantos la dedicaron y cantaron al oído de su querer. Sin embargo, pocos asistentes voltearon por el rumbo de Palacio Nacional en el que una luna llena coronaba el cielo de la CDMX, en una noche que ya era mágica. 



“Matador” y “Mal bicho” fueron un éxito en el que nadie perdió la oportunidad de mover las caderas , soltarse el cabello y terminar de eliminar los prejuicios de bailar en público. Por un momento las trompetas y los tambores provocadores de un ritmo embrujante unió a todo el Zócalo en una sola alma que cantó Yo no voy/ A la guerra/ A la violencia/ A la injusticia/ Y a tu codicia/ ¡Digo no, digo no!

Todo terminó con los cuatro éxitos de la banda: “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, “Vasos vacíos”, “El satánico Dr. Cadillac” y “Yo no me sentaría en tu mesa”. Mientras cada una de las canciones terminaba, los asistentes derramaban lágrimas, otros más no dejaban de seducir con esos movimientos de caderas y de hombros. Todos coincidían en que no querían irse, pero “el tiempo pasa pronto y todo tiene su final”.




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5 de junio de 2023

El arte en la ciudad del arte



Por Ximena Miranda Herrera 
CDMX. A un lado de la avenida Río Churubusco, en el Country Club Churubusco, entre el paso de los coches, motos y camiones que transitan a alta velocidad, se encuentra el Centro Nacional de Artes (Cenart). En su interior, lleno de edificios fríos color naranja; coexisten las cuatro escuelas de educación profesional del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL): la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, la Escuela Nacional de Arte Teatral y la Escuela Superior de Música. 

En la entrada principal, una maqueta de todo el lugar se posiciona al centro, al recorrer los pasillos te internas en los laberintos de edificios blancos con elegantes vidrios que fungen como paredes, áreas verdes de pasto fresco y húmedo que revela su exquisito aroma; en su centro, múltiples árboles altos y de tronco grueso en los que corren las ardillas y los pájaros revolotean. 

Es sábado y la cartelera del Cenart en Instagram promete actividades que llenen el espíritu curioso y artístico de todas aquellas personas que quisieran visitar el recinto, desde obras de teatro y conciertos de piano, hasta talleres para aprender a hacer figuras de globos y meditar. Una vez dentro del lugar, donde alguna vez existió una sala de Cinemex propia del Centro de Artes, comienza la experiencia vívida de emociones por la paz que se siente dentro. 

Caminando por el lugar, un grupo de personas entre niños, niñas y adultos, están sentadas en el piso como público de un espectáculo que fuera de la Escuela Teatral. Tres actrices vestidas de color naranja, azul y amarillo, maquilladas con brillantes colores que resaltan su vestuario. Cuentan historias y chistes, los presentes aplauden y los niños y niñas gritan felices. De un momento a otro, una de ellas toma una mochila con una mochila, y con su otra mano, un cartel que tiene una flecha roja y comienza a correr, el resto de las actrices invitan a los espectadores a seguirla. 

Se transportan a un costado del lugar en donde estaban, los invitados se sientan de nueva cuenta en el pasto y observan una pared blanca del edificio que tienen enfrente. Del techo descienden una mujer y un hombre con equipo para escalar amarrado a sus cinturas. 

Ambos portan una vestimenta colorida por un contraste entre rosa y azul y zapatos blancos con adornos brillantes. Comienza la música de estilo electrónica pop en cuanto ellos brincan al aire, el público grita emocionado y aplaude. El baile consiste en una secuencia de pasos mientras ellos recargan sus pies en la pared y su cuerpo flota, dan vueltas a la derecha, a la izquierda, se impulsan de la pared y regresan tomados de la mano. 

Finalmente, caen hasta el pasto en que la audiencia se encuentra y la música se pierde entre el barullo de gritos de niños y niñas y los aplausos. El espectáculo termina al cabo de cuarenta minutos, la mujer que se muestra como la profesora de las actrices vestidas de colores, las presenta por sus nombres y ellas hacen una reverencia de agradecimiento, todos los presentes aplauden. 

Así pasan los fines de semana dentro del Cenart, con presentaciones emocionantes abiertas a todo el público, o con costos lo más bajos posibles para cubrir únicamente el tiempo de los artistas o los materiales que emplean. 

Entre el ruido de la ciudad y las vidas alborotadas de los citadinos, se halla el Centro Nacional de Artes, que busca contribuir a la formación profesional de todas aquellas personas que quieran explotar sus talentos, y también, para quienes buscan acercarse a las diversas formas de arte que brindan. 




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Un respiro de la realidad


Por Viridiana Castillo Arriaga Valeria y Sebastián Herrera Caballero
México. Es lunes de nuevo, la alarma suena a las cuatro de la mañana, Valeria gira su cabeza pero sabe que este lunes no es igual, no debe levantarse porque son vacaciones lo que la limita a solo levantar su mano y dar click en "apagar" para seguir soñando con el amor de su vida, un actor famoso, guapo y alto que la trae babeando de amor.

A la hora en la que empieza a salir el sol, aproximadamente a las 7 de la mañana, su amorosa madre le grita casi en el oído para avisarle que ya se va a trabajar, nuevamente se limita a pronunciar un "con cuidado", se cobija con su frazada calientita y suave pero ya no puede dormir más, su cerebro se lo impide. Después de despertar todos los días de 4am a 5am es imposible que pueda volver a conciliar el sueño, se ha acostumbrado tanto a esa rutina que imponer una nueva a su mente es completamente caótico para su cerebro.

Al verse al espejo, parece que observa un mapache, las ojeras que invadieron su cara a causa del cansancio de las ochocientas mil tareas que tenía la semana anterior la dejaron out, pero aún así creía verse bonita, su cabello de Blancanieves pelirroja le cubría las orejas y sus ojos color otoño le brillaban a más no poder. Inmediatamente entró al baño, lavó su cara, sus dientes y se hizo el 'skincare', o como mejor podría explicarse es el momento en el que se mima poniéndose cantidad de productos adecuados a su tipo de piel, productos que tanto le gustan y que le da una breve certeza de que aún tiene tiempo para ella, se viste con ropa cómoda, decide hacer un poco de yoga y meditar, es otro respiro que inhala para reafirmarse que se quiere; después de todo eso es lo que ha estado buscando lograr desde que llegó la pandemia a encerrarla en su propio mundo.

Hace el desayuno en cuanto termina de meditar, prepara el de ella y el de su hermano, un adolecente de 15 años que parece no querer colaborar en este ritual y prefiere seguir durmiendo acurrucado en su aposento, Valeria prepara huevos con jamón de pavo, fresas con crema, azúcar, leche condensada (para que tenga más dulzor) y un cappuccino con poca azúcar porque tampoco quiere tener una sobredosis azucarada. Su pequeña perrita Cookie, galletita en español, le arroja una pelotita roja que el hermano de Valeria le regaló para la traviesa, así otra cosa más le corrobora que este es un buen primer día de vacaciones.

Llegada la tarde, Valeria prende la televisión ya ha terminado de lavar ropa y barrer toda la casa, ahora puede ver una telenovela turca que le ha gustado mucho desde hace tiempo porque juega con el cliché amoroso de la mujer en busca de su príncipe salvador, cliché que Valeria ha odiado por un tiempo pero que disfruta ver en las historias de amor. Está telenovela es repetida porque parece que los contenidos se les han terminado a las televisoras. Cuando dan las seis de la tarde llega su mamá con cara de pocos amigos pero feliz de ver a sus retoños, así que Valeria calienta la comida y sirve los manjares que ha preparado para comer en familia, algo que sucede pocas veces pues Valeria vuelve de la escuela a las 7 de la noche cuando ya es hora de cenar.

Y cuando menos se da cuenta, termina el día repitiendo sus hábitos mañaneros, es decir, lo del yoga, el famoso skincare y la meditación, con satisfacción porque su día fue bueno, productivo pero sobre todo tranquilo y despejado, las vacaciones le estaban dando ese respiro que necesitaba y aunque fuera el primer día se sentía segura de que sería así toda la semana.

Las vacaciones de Semana Santa no son lo mismo para todos, no son solo la escapada a la playa o algún pueblo mágico, tampoco es mirar los eventos religiosos de la iglesia católica aún si se es ajeno a la religión, para algunos está semana de vacaciones es un respiro a todo lo que los abruma; para Valeria y para Sebastián, estudiantes de comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, ese es el caso, es un respiro de la escuela y de la gente. Aún así, es imposible que extrañen a sus amigos y la interacción con las personas que les hacen un poco más amena la vida universitaria. Valeria toma su celular, entra a sus chats y redacta el más bonito mensaje a su mejor amigo Sebastián, "Ola cielo ¿cómo estás? ¿ya no me quieres?" y sí, aunque suena como a ola de mar es la manera más cariñosa y dulce de Valeria de demostrar amor.

Del otro lado del estado de México, Sebastián revisa su celular, son las tres de la tarde y tiene un mensaje de su mejor amiga, baja la barra de notificaciones para leer el mensaje pero hace caso omiso, sigue paseando a su cachorrita en el parque que está cerca de su casa, sabe que le dará respuesta a su amiga después.

Sebastián abre los ojos apenas a las 12 de la tarde, ha dormido doce horas seguidas y aún tiene sueño, se levanta a ver su flamante cabello color rojo, lo acomoda y se dirige a su cocina, la panza le cruje de hambre así que abre el refrigerador y encuentra comida del día anterior, parece delicioso el platillo preparado por las mágicas manos de su mamá, calienta una taza de agua en el micro y se prepara un café con dos de azúcar.

Después de terminar el delicioso almuerzo, recordó que debía hacer el quehacer así que buscó sus armas de trabajo: la escoba, el trapeador, el recogedor y su trapo; tomó su celular y puso a sonar su canción favorita para hacer quehacer. Cuando terminó, sacó a su pequeña a pasear al parque cerca de su casa.

Al ser las 3:45 de la tarde responde al mensaje de su mejor amiga "hola cielo, estoy bien ¿tú cómo estás?", "claro que te quiero muchísimo muchísimo" para después seguir con el camino a su casa. Entró y dejó la correa color rosa con la que paseaba a su cachorrita y se acostó en su cama, que era sumamente suave y cómoda para volver a tomar una siesta pero una llamada de su chica lo hizo olvidar ese sueño. Hablaron por dos horas seguidas de diferentes cosas, su novia era preciosa, realmente inteligente y hermosa en todos los aspectos a lo que el tiempo fue poco para decirle lo afortunado y maravilloso que se sentía de tenerla en su vida y que ella se encargará de corresponder ese amor tan apasionado que los une. 

Hace tiempo que están juntos y para Sebastián ella es la salvación de sus días abrumadores, es el respiro que le devuelve la vida, claramente es poético y un tanto cursi está expresión pero eso desborda y transmite su relación. Llegada la noche, Sebastián busca algo de cenar, no hay nada en el refri pero ¡hoy es día de tacos en la plaza!, toma su carro y va en busca de la felicidad. Compra una orden de tacos de bisteck con mucha salsa roja molcajeteada y limón.

Cuando regresa a casa lo último que quiere hacer este día es jugar videojuegos, lleva tiempo en este mundo que parece fascinarle en muchos sentidos, su semblante va cambiando según como avanza en el juego, el estrés y la frustración son parte de las emociones que embargan su rostro pero al final la felicidad es la que se lleva el premio de las emociones de Sebastián. 

Así ha terminado su día.

Valeria y Sebastián hablan cuatro veces durante esta semana, ambos se desconectan del mundo para conectar con ellos mismos de distintas formas. Para el final de la semana, cada uno se da cuenta que encontró el respiro que buscaba, cada uno encontró la forma de recuperar energía y hacer lo mejor posible para terminar el semestre con calificaciones que los hagan sentir los más orgullosos.


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