La pandemia: incubación de trastornos mentales


Por Frida Aguero Avendaño y Andrea Jiménez Gómez
México. “La pandemia, el confinamiento, mis padres enfermos, y el pensamiento latente de la muerte, son algunos hechos que me han llevado a pensar en las formas en las que se puede vivir una misma situación. La muerte de personas cercanas y familiares enfermos provienen de este oscuro momento —que hasta ahora no todas las personas conocen—, un mundo de terror en el que me veo inmersa. 

Aparecen esos pensamientos que no me dejan dormir, que oprimen mi pecho y no me permiten respirar del todo bien; ratos en los que lloro, río, me preocupo, y pienso más que nunca en todas esas posibilidades catastróficas sin poder controlarlas por tan solo un segundo. Es hasta que me doy cuenta de que todavía puedo respirar”, es lo que expresa Jacqueline Jiménez, cuidadora de sus padres cuando se contagiaron de COVID-19. 

Así como Jacqueline, los jóvenes se volvieron cuidadores de sus familiares cuando estos se enfermaron de COVID-19. Al estar en esa situación —por la presión emocional y distintas cargas que tuvieron— desarrollaron trastornos mentales. 

Jacqueline Jiménez dos años después del inicio de la pandemia.

La depresión y ansiedad incrementan en tiempos de COVID-19 

La depresión y ansiedad son trastornos de salud mental que han aumentado en los últimos dos años a causa de la pandemia por la COVID-19. El inesperado aislamiento social como medida de protección sanitaria fue una de las principales causas del incremento de esos padecimientos durante la pandemia. La soledad, el miedo a contagiarse, el riesgo de poder morir, lidiar con el dolor del fallecimiento  de personas contagiadas y las preocupaciones económicas fueron factores que propiciaron su aumento. 

La falta de socialización, así como la compañía de personas con COVID-19, ha generado el aumento de enfermedades mentales. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) mostró que durante el primer año de pandemia el número de individuos con ansiedad y depresión aumentó un 25%. Los mayores aumentos de estas condiciones se produjeron en los países más afectados por la pandemia, lugares donde el número de personas infectadas era alto y el distanciamiento social era obligatorio.

Asimismo, un informe realizado por la agencia sanitaria de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) destacó que las mujeres y jóvenes entre 20 y 24 años fueron los más afectados por enfermedades mentales desde el brote de COVID19.  La misma organización detalló que los jóvenes que desarrollaron padecimientos mentales durante la pandemia tienen el riesgo de sufrir conductas suicidas y de autolesionarse; las personas que ya contaban con enfermedades físicas como asma, cáncer o cardiopatías son más susceptibles a desarrollar trastornos mentales. 

El aumento se hace evidente 

El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) registró un aumento de casos de sus derechohabientes con trastornos de ansiedad y depresión durante la pandemia de COVID19, los cuales tienen motivos específicos de acuerdo con el proceso de aislamiento de cada persona.  

Los pacientes con COVID-19 y los trabajadores sanitarios no son los únicos que han sido afectados por la pandemia, pues sus familiares también se han visto dañados por ella. El cuidado y atención que las personas contagiadas requieren son un posible motivo que ha hecho a que sus parientes desarrollen trastornos mentales tales como ansiedad, depresión y estrés. La exposición a largos periodos de incertidumbre, la preocupación de no saber qué pasará con su familiar, estar separados de parientes hospitalizados, sumado al distanciamiento social, son algunos ejemplos de porqué han tenido afectaciones mentales.  

La incidencia de enfermedades mentales también aumentó cuando principalmente jóvenes hombres y mujeres se volvieron el sostén de sus familias, pues quienes eran la cabeza de familia en algún momento estuvieron afectados por el virus y se vieron imposibilitados de realizar sus tareas diarias.

Nuevos brotes 

A un año de haber dado inicio la pandemia, a mediados del 2021, tan solo en la Ciudad de México había alrededor 1,346 nuevos casos de personas contagiadas de coronavirus; una de ellas era Giselle Díaz, quien fue cuidada por Daniela, su hermana. 

Además de las atenciones médicas a la persona enferma, hay otros aspectos qué considerar como la entrega de alimentos, que según el caso de Daniela era de lejos, “solo era pasarle el plato de comida y ya”. Daniela expresa que era horrible la sensación de hacerlo de esa forma, pero que tenía que hacerlo: dárselo e inmediatamente después lavarse las manos.

Para Daniela no fue molesto cuidar de su hermana, aunque sí le afectaba verla así. No trabajar y estudiar en línea le permitió estar con ella y atenderla todo el día. “Si le pasa algo sabes, porque estás ahí, a diferencia de tener un paciente con COVID en un hospital, ahí no lo puedes ver, no sabes cómo está”. Estar con Gisselle todo el día le brindó seguridad, pues si le pasaba algo, ella estaría allí: “Porque vas al tanto de cómo se siente”. 

Daniela Mora y Giselle Díaz durante la entrevista

Algunos expertos han mencionado que la preocupación o temor constantes a algo que está aconteciendo o crees que sucederá, son aspectos que llegan a dar lugar a este tipo de trastornos, sobre todo ansiedad, teniendo en consideración que esta logra generar sensaciones desagradables como: preocupación, irritabilidad, inquietud, hiperventilación o agitación a raíz de sentimientos de intranquilidad. 

La idea de la posible muerte de su hermana llegó a rondar sus mentes y planearon ligeramente lo que harían si ella faltara, pero solo quedó allí. Lo que a Daniela más le afectó fue que cuando su hermana le decía que no podía respirar: “No era ni para agarrarle la mano, [era] muy feo”. Ellas tienen un ritual en que Dani pone su mano en la frente de su hermana; para Daniela, el contacto físico es importante, para Giss no lo es tanto, hasta dice que Dani es encimosa. Respecto a la situación de distanciamiento que llevaron a cabo, Daniela expresa que: “Sientes feo porque tienes que estar lejos”; no poder dar abrazos “sí pega”.

Es comprensible lo que pensaba Daniela, pues hay ocasiones en que dejamos pasar las cosas sin hacer preguntas y estas solo transcurren. “Mis papás se enfermaron y no había vuelta atrás. Cada mañana al despertar miraba por la ventana como si esperara que alguien me diera una señal de que todo estaba bien, pero luego salía de mi recámara y veía a mi hermano intentando lidiar con esto al igual que yo. Nos mirábamos y, sin decir nada más, seguíamos con nuestros quehaceres del día. Ni siquiera cuestionamos lo que como familia estábamos viviendo”, expresó Jacqueline, quien fue también cuidadora cuando sus padres se contagiaron de COVID-19.  

Cuando se creía que acabaría pronto

Investigadores de la Universidad de Queensland en Australia realizaron un estudio en el cual se analizaron datos de 23 países del mundo sobre la prevalencia de depresión y ansiedad durante 2020. Algunos de los resultados fueron que en ausencia de pandemia habría habido mundialmente 193 millones de casos de trastorno depresivo mayor, sin embargo, el análisis mostró que hubo 246 millones de casos, 3153 por cada 1000,000 habitantes.

Las cifras de personas hospitalizadas y confirmadas con el virus oscilaban dependiendo de la época y de la aparición de variantes, entre otros elementos que se tomaban en cuenta para las diversas investigaciones en cuestión. A principios del 2022, cuando se creía que la pandemia acabaría, el número de casos creció considerablemente. Luego de las vacaciones de invierno, las medidas sanitarias se fueron anulando y la celebración de festividades se retomó de forma acelerada. Se bajó la guardia en las medidas básicas como respetar la sana distancia de 1.5 metros entre personas, el uso correcto del cubrebocas tapando nariz y boca, y el lavado de manos constante, lo que generó un aumento en el número de casos de personas contagiadas.

Dispuesto a escuchar y responder cualquier pregunta, Alan se acomodó sobre un asiento en un aula de su escuela; usaba una playera tipo polo azul marino con mangas cortas, cada una de un color: una, azul claro y otra, amarillo opaco. Mientras se acomodaba para sentirse cómodo, se peinaba su cabello haciendo la comúnmente llamada “colita de caballo” al mismo tiempo que dibujaba una tenue sonrisa en su rostro. Sabía que hablaría sobre un suceso delicado de su vida, pero guardó la calma y esperó a que las preguntas comenzaran. 

La familia Yañez Ramírez pasó días difíciles en su domicilio ubicado en la colonia Presidentes. Alan, el hijo mayor, fue la primera persona que contrajo el virus. “Yo me contagié… estoy segurísimo, 100 por ciento seguro que me contagié un viernes 28 de enero”, dice con mucha seguridad. Al ser una enfermedad que se propaga fácilmente, se la transmitió al resto de su familia, es decir, sus padres y su hermana.

La mayoría de las estimaciones respecto al periodo de incubación de la COVID-19 circulan entre 1 y 14 días, y de forma general se sitúan en torno a cinco días, que representan el aproximado de tiempo que tardaron en tener los primeros síntomas tanto Alan como el resto de su familia. Lo anterior sin contar la rapidez con que las variantes de este virus se propagan de persona a persona, pues Ómicron debido a la incidencia acumulada de personas enfermas— era 70 veces más contagiosa que algunas variantes como Delta.

Contagiarse de COVID-19 implica sacrificios 

Alan quería disfrutar su última semana de vacaciones, pero no pudo porque tuvo que resguardarse en casa. “La neta sí me agüité y sí me sentía triste”; eran fechas cercanas a su cumpleaños y tenía la intención de celebrarlo, pero luego de haberse contagiado, todo se canceló. Quería hacer una fiesta y ya tenía el dinero para la celebración, pero los recursos que había juntado no los pudo gastar en lo que tenía planeado, ya que ocupó el dinero para comprar tratamientos de vitaminas para su familia; fue para mejorar su sistema inmunológico y así no correr un mayor riesgo al estar ya contagiados.

Lo anterior cobra sentido teniendo en cuenta que, según El Economista, las familias aumentaron el gasto de salud por la COVID-19 hasta un 40.5 por ciento a pesar de que el gasto fuera de casa disminuyó en un 44.9% en el 2020. 

Tener que aprender 

Alan Yáñez 

La incertidumbre de no saber qué sucederá con sus familiares mantenía preocupados a los jóvenes. Estaban en una constante angustia ya que un día podrían estar estables y al siguiente agravarse. Estar cuidando de sus parientes sin orientación clara de cómo hacerlo no ayudaba. Se volvieron cuidadores de un día a otro y tuvieron que actuar a lo que a su parecer era lo adecuado.

Algunos de los cuidados que Alan tuvo con su familia fue checar que no tuvieran fiebre o que esta no aumentara. “Siempre les tomaba la temperatura, aunque no se sintieran mal”; les preguntaba cómo se sentían, si no tenían otros síntomas o si los que tenían no se agravaban. No tomaron medicamentos específicos, solo paracetamol para bajar la temperatura; en realidad no pasaron de una gripa, pero Alan estaba al pendiente de que no desarrollaran síntomas más fuertes y difíciles de controlar. Al igual que Jacqueline, ya sabían que la toma de oxigenación era primordial en el cuidado en casa y por eso lo realizaban con tanta frecuencia. Ese dato se supo luego del progreso de la pandemia, pues al comienzo de esta en 2020, al menos en México, todavía se desconocía la importancia de medir la oxigenación. No se sabía que al bajar ese nivel vital había que acudir inmediatamente a un hospital, lo que provocó que muchas personas que pudieron haberse salvado —de haber usado un respirador— fallecieran. 

Después de que se conociera la importancia de checar constantemente la oxigenación de las personas con COVID-19, ese fue un control que se difundió y adoptó por la sociedad para atender a los contagiados que se mantenían en sus hogares. 

Estar en casa representaba más comodidad para los enfermos y también para sus familiares; no obstante, estos últimos tenían que estar más pendientes de las personas contagiadas, pues no contaban con todas las facilidades que un hospital tiene. Los jóvenes lo tenían muy claro y por ello hicieron tanto hincapié en tomar la oxigenación de sus familiares. 

No sanitizar causaba ansiedad 

Otro motivo que causaba ansiedad era la sanitización de productos que recibían “del exterior” mientras estaban contagiados; de igual forma, dentro del hogar —en algunos casos— tomaban precauciones. No podían salir por sus víveres ya que corrían el riesgo de contagiar a más personas, y dentro de su casa, en su confinamiento, también mantenían medidas sanitarias.

Al principio, cuando Alan se enteró que estaba contagiado se resguardó, pero después de saber que los otros cuatro integrantes de su familia estaban contagiados, el distanciamiento se perdió. Juntos sanitizaban su hogar; antes de comer siempre se lavaban las manos y luego se ponían gel antibacterial. No salían de su casa; un familiar les llevaba comida que dejaba en la entrada y al irse la recogían, por lo que siempre tuvieron lo indispensable de una despensa.

Un día, a Jacqueline y su hermano les faltaban algunos artículos para preparar el desayuno como huevo, leche y pan, por lo que los pidieron a domicilio. Como de costumbre, en la orden incluyeron la propina y agregaron un apartado en el que propusieron que les dejaran el pedido a la entrada de la casa. Una vez que el repartidor les avisara que ya estaba en la puerta, le pidieron que se fuera, pues ambos se sentían en aquella paranoia de no querer tocar ni un segundo a absolutamente nadie ni nada antes de que fuera desinfectado. 

Gisselle siempre anduvo con cubrebocas, pero no estaba tan aislada. Mantenía la distancia sugerida, lo que se conoce como la “sana distancia” de 1.5 metros. Ella quiso separar su plato y vaso como precaución, pero su familia decía que eran exageraciones. 

El sentir de las personas con ansiedad y depresión  


Los primeros síntomas de un trastorno mental que se experimentan son cambios de humor, fatiga, irritabilidad, insomnio, comer en exceso o dejar de comer, según sea la enfermedad a la que la persona se esté enfrentando. De tal forma que si sufrimos algún trastorno mental o notamos que algún familiar lo hace, lo más conveniente es acudir con el médico para una revisión, ser checado y de ser necesario recibir orientación con un especialista en psicología o psiquiatría. 

Daniela explicó que durante el tiempo que Gisselle estuvo enferma desarrolló ansiedad. Al dormir le daba miedo que su hermana se agravara y por ello se levantaba para saber cómo se sentía. Creía que Giss se podría morir cuando dormían porque le daban crisis fuertes: sentía que no podía respirar y Daniela se paniqueaba. “Cuando duermes ya no estás tan alerta” y por ello es que interrumpía su descanso para preguntarle si estaba bien. 

Es que el pánico se apodera de ti, y cuando es alguien cercano, el daño que provoca esta enfermedad se vuelve completamente personal. En el caso de Jacqueline, alrededor de cada dos horas solía entrar a la recámara de sus padres para tomarles su temperatura y oxigenación otra vez, pues se mantenía con el miedo de que se volvieran a poner mal, sobre todo su papá, quien estuvo internado en el hospital alrededor de 5 días por sufrir principios de pulmonía cuando apenas se comenzaba a sentir mal. 

Cuidar de sus padres enfermos de COVID-19 no fue algo fácil; estar pendiente de ellos las 24 horas del día los 7 días de la semana —por lo menos durante dos semanas— fue apenas una sección de lo que Jacqueline y su hermano hicieron; “un pequeño grano de arena de todo aquello que sientes que debes hacer”. Al mismo tiempo, su hermano y ella tenían que tomar sus clases en línea; así que las “visitas” constantes a sus padres se las turnaban todo el día, excepto en la tarde. Al acabar sus clases online estaban relativamente desocupados y se podían dar el “lujo” de acompañarse mutuamente a llevarles lo que hacía falta.  

Inquietudes 

Hemos pasado por una serie de sucesos, pensamientos y emociones que de alguna manera han logrado influir en la forma en que nos desenvolvemos mentalmente. Hemos enfrentado miedo, mucha preocupación, ansiedad en algunos casos, y sobre todo estrés constante, día y noche, muchas veces gracias a esos pensamientos potenciales de lo que le podría suceder a nuestros parientes contagiados.

Cuidar de familiares enfermos y sentirse agobiado por su bienestar es lo que diariamente viven los cuidadores de pacientes con COVID-19, quienes por realizar su labor han desarrollado trastornos mentales como depresión y ansiedad.

“En ocasiones, mi mente se encuentra muy ocupada pensando ¿y si mi papá se vuelve a poner mal? ¿Y si mi hermano se contagia? ¿Qué vamos a hacer si nos contagiamos mi hermano y yo al mismo tiempo?”, Jacqueline explica. En suma, luego de la ida al hospital, refiere que esos pensamientos se han vuelto mucho más constantes, sobre todo después de haber tenido a su papá internado y que el doctor el primer día les dijera que iban a hacer todo por su recuperación, pero que debían comprender que una gran cantidad de personas estaban muriendo a causa de esta enfermedad y que no les podían asegurar nada.  

La joven de 21 años reflexiona que el estrés y la ansiedad se vuelven cada vez más recurrentes. Aunque procuran no pensar mucho en la enfermedad como tal, siempre hay un pequeño instante en que la idea de la muerte se hace presente.

Presupuesto para salud mental 

Dévora Kestel, directora del departamento de Salud Mental y Consumo de Sustancias de la ONU, explicó que: "Aunque la pandemia ha generado interés y preocupación por la salud mental, también ha puesto de manifiesto la histórica falta de inversión en servicios de salud mental", lo anterior con base en estadísticas realizadas por diferentes organizaciones sobre al aumento de los trastornos mentales. 

Para el 2021, se hizo evidente la falta de inversión en el ámbito de salud mental. En México, ese presupuesto ascendió a 3,031 millones de pesos (mdp), pero tuvo un recorte de 9.6% respecto al ejercido en 2013; 3.4% de este presupuesto obtenido se relaciona con acciones de telemedicina. En la Secretaría de Salud el 1.7% de las clínicas y hospitales cuentan con herramientas de telemedicina, es decir, servicios médicos a distancia, que, si bien estos permiten tener una atención médica, hay casos en los que es necesario un tratamiento de forma presencial.  

Los tratamientos de salud mental con un especialista en psicología son elevados; van desde 500 hasta 2,000 pesos mexicanos por sesión aproximadamente. Esto conforma un obstáculo para todos aquellos que requieren este tipo de atención (ya se el afectado y sus cuidadores), pues no todas las personas tienen la posibilidad de disponer de dinero extra. 

A dónde acudir 

México cuenta con diversos organismos que ofrecen ayuda psicológica tales como el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México; el Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación en Psicología A.C.; el Centro de Atención a Estudiantes Universidad Pedagógica Nacional; Educatel SEP; Línea UAM; Asociación Psicoanalítica Mexicana; la Asociación Psiquiátrica Mexicana A.C. y el Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE).

El servicio de ayuda en situación de crisis que ofrece la Universidad Nacional Autónoma de México a su comunidad universitaria es la Dirección General de Atención a la Salud (DGAS). Se puede escribir a: sos@correo.unam.mx o llamar al número telefónico 55-5622-0127. También existen otras instituciones en caso de no ser beneficiario de este servicio, por ejemplo: Locatel, que es un auxiliar de apoyo psicológico que ofrece atención las 24 horas de los 365 días del año a cualquier persona. Se pueden obtener sus servicios desde el celular y la persona es atendida por un profesional en la materia. 

Aun falta información 

Melinda Kavanaugh, profesora de la Universidad de Wisconsin-Milwaukee explica que los cuidadores, adultos y jóvenes a menudo sufren ansiedad, depresión y aislamiento, además de que todavía hay pocos datos sobre cómo esto afecta a los menores a largo plazo. Es sabido que los cuidadores sufren de este tipo de trastornos mentales, sin embargo, todavía hay mucho qué investigar para conocer cuáles son las consecuencias de estos padecimientos en el contexto de la pandemia de COVID-19, además de saber cuántas personas actualmente tienen rezagos de salud por haber sido cuidadoras de personas contagiadas.

Los trastornos mentales a raíz de la pandemia han afectado a muchas personas, además de aquellos que se contagiaron de la COVID-19 tales como nosotros, incluyendo a Daniela Mora, a Alan Yáñez y a Jacqueline, jóvenes que hemos tenido que cuidar de algunos de nuestros familiares enfermos de coronavirus en algún momento del confinamiento por la pandemia. 

Son variadas las historias relacionadas al cuidado de familiares enfermos de la COVID-19 durante la pandemia y es por ello que resulta interesante observar aquellos detalles que muestran el interior de las narraciones, las opiniones y los diferentes puntos de vista. Sin embargo, causa interés notar que a pesar de ser un tema actual no esté siendo investigado. 

Todavía hacen falta más indagaciones del tema para conocer sus repercusiones y afectaciones a largo plazo. Se sabe de los problemas emocionales que estas personas desarrollaron luego de fungir como cuidadores, pero, entre otros datos, se desconoce cuántas personas han sido afectadas. Se requieren más investigaciones sobre el tema para así poder tener un panorama más claro de la situación que se sigue presentando, pues la pandemia aún no ha acabado. 





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