No todos vamos al Mictlán

Por Edson Ortiz
México (Aunam). Eduardo Matos Moctezuma, en una conferencia virtual para Grandes Maestros UNAM habló sobre la visión de la muerte del México prehispánico, específicamente de los mexicas, y aseguró que hay diferencias entre las visiones del catolicismo y el mundo prehispánico, en cuanto a la muerte. 

Los mexicas tomaban en cuenta el cómo moría el individuo para que se le asignara un ‘espacio’ después de la muerte; mientras el cristianismo se basa en cómo actuó moralmente el individuo en vida, para determinar si va al cielo o al infierno.

De acuerdo con Matos, los lugares a los que el individuo iría después de la muerte eran varios. Los guerreros que morían en combate o eran capturados y sacrificados, eran destinados a acompañar a Huitzilopochtli en su marcha con el sol, desde que éste “fuera parido” (amaneciera) por la Tierra, hasta llegar al medio día. 


Por otra parte, del medio día hasta que “el sol fuera devorado por la Tierra”, eran las mujeres que murieran durante el parto las que tenían que acompañar al sol. A estas también se les consideraba guerreras (mocihuaquetzque ó cihuateteo), debido a que el parto era considerado por ellos ‘un combate’. 

Los niños que murieran en el vientre o al nacer tenían un lugar destinado: el Chichihualcuauhco. “Es el lugar donde había un árbol nodriza, es decir, un árbol cuyas hojas tenían leche para alimentar a aquel niño, mientras esperaba a que los dioses volvieran a colocarlo en la matriz de alguna mujer”, comentó. 

El destino para aquellas personas que su causa de muerte se relacionara con el agua, que se ahogaran o les cayera un rayo, era el Tlalocan. 

Matos Moctezuma habló del más conocido o popular actualmente, el Mictlán; aquí llegaban aquellos que morían de muerte natural. Al ‘lugar de los muertos’, podían llegar aquellos que pudieran atravesar nueve obstáculos. El último era un río que debía cruzarse acompañado de un perrito, para presentarse con Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, “señor y señora del infierno”, según el investigador. 

La vida y la muerte, como declaró Matos, tenían completa relación para los mexicas. “La cuenta de ellos -para que naciera un bebé- no era como la nuestra, para ellos eran 18 meses de veinte días. Por lo que, en la de ellos, habían pasado nueve lunaciones para que hubiera vida”, agregó. 

De esta manera, tanto antes de la vida como después de la muerte, eran nueve los ‘obstáculos’ que debía cruzar una persona. “Esto nos explica, en cierta forma, cómo esta persona iba a regresar a ese vientre universal, a la Tierra misma”, finalizó. 


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