Primavera y esperanza



Por Pablo Saldaña
CDMX (Aunam). Para llegar 15 minutos antes de la cita, un servicio de transporte de aplicación móvil llegó 9:20 por la mujer de la tercera edad quien se atavió con unos pequeños aretes, un chal de colores y lo principal: un cubreboca blanco con azul y gafas protectoras con careta incluida. La esperaba un recorrido de 15 minutos en los que la emoción iba subiendo conforme el auto avanzaba sobre Calzada de las Bombas.

La cita era a las 10 de la mañana, pero en la casa de la señora Angela amaneció desde antes de las siete. Había que bañarse y desayunar algo antes de salir rumbo a la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), campus Xochimilco, una de las tres sedes acondicionadas para aplicar la vacuna contra el SARS-CoV2 en la alcaldía Coyoacán de la Ciudad de México.

En Coyoacán, la llamada Brigada Correcaminos aplicará 137 mil 310 vacunas contra Covid-19 a adultos mayores en tres sedes: el Centro de Estudios Superiores en Ciencias de la Salud de la Secretaría de Marina, en Calzada de la Virgen 1800; el Centro de Exposiciones de Ciudad Universitaria, en Avenida del Imán 10, y en la UAM Xochimilco, en Calzada de las Bombas.

A la derecha pudo apreciar la Alameda del Sur, espacio construido entre 1986 y 1987. El verde del parque, producto de la primavera, contrastaba con los edificios siguientes, una zona más grisácea que inaugura el edificio de la Dirección General de Autotransporte Federal y continua por varias colonias y unidades habitacionales. El tema de conversación al interior del vehículo era obvio: la vacuna.

Llegar a la UAM Xochimilco fue una sorpresa: mucho movimiento de automóviles y personas entre las que destacaban aquellas que vestían un chaleco color verde, quienes se apresuraban a asistir a los recién llegados. Usaban además unas paletas decolores para indicar la dirección en que la gente debía caminar, y corrían armados de una silla de ruedas si detectaban dificultad para movilizarse en algún asistente. “bienvenida, buenos días, por favor siga a mi compañera, ella le indicará por dónde ir”.
 
No solo recibían a la gente con una sonrisa. También les daban una naranja y un mazapán por si no hubieran desayunado, pues la recomendación es acudir bien dormido la noche anterior y bien desayunado. El dulce de cacahuate y la fruta buscan reducir cualquier posible ayuno.

“Qué bonito detalle”, comenta Angela, a quien entre sus tres hijos y un nieto estuvieron convenciendo los últimos meses de ir a vacunarse. Pasó por temor, negación, duda, resignación y, al final, aceptación. “Yo de primero no me quería vacunar, porque cuando me puse la de la influenza me fue mal; pero me convencieron y fui… y no me pasó nada, solo un poco de dolor en el brazo”, comentaría horas más tarde en el “centro informativo” de la colonia: la Pollería Tere.

A paso lento, los convocados al centro de inoculación en la “Casa Abierta al Tiempo” entraban al recinto educativo que del miércoles 24 al martes 30 de marzo forma parte de la Estrategia Nacional de Vacunación contra COVID-19. Ahí, Servidoras de la Nación, trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México, personal de la universidad y ciudadanos voluntarios daban las primeras indicaciones y priorizaban la atención de personas con capacidades diferentes, además de proporcionar gel sanitizante.

La primera carpa estaba prácticamente vacía, bajo la gran lona blanca muchas sillas estaban dispuestas en espera de la gente de más de 60 años. Era como una gran sala de espera, previa al registro, pero por la agilidad del proceso y la afluencia no era un descanso necesario. 

El segundo punto eran las mesas de registro. “¿Se registró usted por internet?”, era la primera pregunta, que de recibir una respuesta positiva desembocaba la solicitud del folio, ya sea impreso o en la pantalla del celular. En caso contrario, “no hay problema, ahorita la registramos”. Hombres y mujeres anotaban los datos: nombre, edad, Clave Única de Registro de Población [CURP]. 


La cordialidad y una sonrisa en el rostro eran el sello distintivo. “¿Ha tenido usted Covid en los últimos meses? ¿se ha puesto alguna otra vacuna en los últimos 15 días?”, “No, ninguna...”. la servidora de la nación que atiende a doña Angela verifica el apellido ‘Amador’. Sí, está dentro de la fecha. La mujer pregunta si pueden vacunar a una persona que tiene una enfermedad degenerativa pero aún no cumple la edad. “No, señora”, le responden.

A dos sillas de distancia una señora octogenaria pregunta si pueden aplicarle la vacuna a su esposo, pues le toca hasta el domingo, y recibe una respuesta positiva. No es la norma, pero algunos “siervos” ceden. Les dan a los adultos mayores su hoja de registro y les piden que sigan a las personas con las paletas o banderolas decolores para que les indiquen los pasos a seguir.

Una señora no logra el registro, por no llevar ningún documento probatorio de vivir en la alcaldía. Ni modo, habrá que ir hasta su casa por él. En otros casos es claro que intentaron adelantar unos días su vacunación. “No, hija, me tendré que esperar a que le toque a Benito Juárez”, se alcanza a escuchar a un hombre de abdomen oblongo y calva pronunciada. Sonríe a pesar de la negativa: “la lucha se hizo”, dice.

Una señora con chaleco caqui forma a varios registrados y los conduce al segundo espacio, siempre bajo unas amplias lonas blancas que protegen a todos del sol de la mañana que ya empieza a calentar el ambiente. Hay que esperar un poco en lo que termina la ronda previa y hay un pequeño espacio de charla entre nervios por lo que les espera.

Se escuchan entonces las historias de contagios, muertos y recuperados que cada uno de los presentes tiene que contarle al otro. Es difícil no tener una historia que contar en un país con 2,409,459 casos confirmados; 200,211 defunciones, y 1,752,125 personas recuperadas al 24 de marzo de 2021.


Algunos acompañantes, los menos, pues la entrada para ellos es más restringida, empiezan a guardar sana distancia para evitar aglomeraciones; unos envían fotos por el celular o hacen llamadas a los demás miembros de la familia para informar sobre cómo va el proceso. “Registrada, ahora esperamos turno para el piquete”, dice el mensaje de whats que reciben los hijos de la señora Amador, una está en su casa en Coyoacán, el otro, en Monterrey.

Una mujer de cabello rojizo, pañoleta azul en el cuello, pulseras de plata en los brazos y vestido elegante le cuenta al señor de pantalón deportivo y playera del América que ella sí se vistió especial para el suceso; el hombre se quita la gorra y se acomoda el pelo, mientras sonríe. Una mujer de unos treinta y tantos lo toma del brazo y le dice “papi, ya te toca”. 

En la siguiente carpa están los de blanco. Médicos y enfermeras muy jóvenes en su mayoría, pues se trata de estudiantes de la UAM de las carreras de medicina, estomatología, enfermería y nutrición, que realizan su servicio social en el Plan Nacional de Vacunación contra Covid-19. Brindan asistencia médica, dan información y responden las preguntas de los adultos mayores asistentes, bajo un estricto protocolo sanitario.  

Los estudiantes y pasantes no están solos, hay profesionistas de la Secretaría de Salud local y docentes de la casa de estudios. En general, aplican las vacunas, hacen el registro de dosis, colaboran en la red de frío y coadyuvan en el área de observación posterior a la vacuna. 

Las mesas de vacunación están acondicionadas con una hielera, insumos médicos y cada una cuenta con seis sillas donde se sientan las personas a recibir el piquete. Dan la información sobre el producto, que en Coyoacán se trata de Pfizer, y enumeran las posibles reacciones que pueden tener: dolor de cabeza, febrículas, malestares gastrointestinales, dolor de cuerpo, y recomiendan no tomar nada para contrarrestarlas.


“Normalmente los malestares pueden durar dos días, si fueran creciendo o duraran más, les recomendamos ir al centro de salud más cercano, no importa si es o no asegurado, ustedes llegan y dicen que van por reacciones a la vacuna y tienen que brindarles la atención”, informa una joven médica de cabello negro que le cubre toda la espalda. 

Es aquí cuando un siervo de la nación se acerca a un acompañante que toma fotografías para solicitar que no lo haga. “¿Está prohibido…?”, “No. pero es para proteger datos personales de quienes se están vacunando”. Tiene lógica. El joven guarda su celular y le hace la indicación a la mujer sentada con el suéter a medio poner que yace sentada en espera que se retirará para no entorpecer el flujo de personas.

Un par de oficiales de la Secretaría de Marina recorren las mesas para preguntar cómo van las dosis, registran las que se han usado y planean el tiempo y la logística necesaria para surtir nuevas, pues por las características del producto se debe tener un control estricto de cuántas salen de los congeladores y cómo se transportan y se usan. A paso erguido y rígido se dirigen a una zona de acceso restringido, donde un par de civiles ayuda a la vigilancia. 

Ese protocolo explica la disposición de seis sillas por mesa vacunadora. Un paquete incluye seis dosis y solo se abre si están ya todas las personas sentadas, en espera. Se da la información médica, se resuelven dudas específicas y cuando ya todos están listos se abren los paquetes y proceden a vacunar. De seis en seis.

Una mujer que no aparenta tener más de 60 años le da una lista enorme de medicamentos que toma, para un número igual de considerable de padecimientos, al hombre de bata blanca que le indica que puede seguir tomando todos con tranquilidad. Otro señor bromea sobre las ventajas de tener un chip con wifi en el cuerpo, en referencia a las noticias falsas que han circulado todos estos meses en redes sociales.

La joven pasante de medicina pasa jeringa en mano, pone la inyección, tapa y desecha la aguja y continúa con la siguiente persona. La cadena se repite con exactitud en el resto de las mesas. La mayoría afirma que ni el piquete ni la entrada del líquido duelen. “Tiene usted buena mano, joven”, le dice un señor al médico. Ambos se sonríen.


A lo largo del proceso también se aprecian letreros que indican sitios de seguridad y los baños públicos a disposición de los adultos mayores. La señora Angela va pendiente de todo y lo comenta con el joven que la lleva del brazo, a la par que le cuenta su experiencia: “No me dolió, fíjate que la doctora fue muy amable y nos explicó bien. Tienen mucho orden y están muy bien organizados”.

Viene entonces la segunda ronda de nervio: la espera de reacciones. Mientras tanto, reciben la hojita de registro para la que será su segunda dosis y les proporcionan un folleto sobre alimentación con caricaturas de El Fisgón. En esta cuarta carpa con muchas sillas acomodadas de la misma forma que en la primera, esperan sentados durante 30 minutos antes de poder marcharse. Nuevos rostros, o más bien, nuevos cubrebocas y algunas caretas hacen la ronda, son más profesionistas de la salud que verifican que no haya molestias graves. 

La carpa se llena pronto, pero nadie refiere malestar considerable. Entre los presentes, algunos leen el folleto y sonríen de vez en vez con el humor ácido de Rafael Barajas, nombre real del autor de los monos que informan sobre los estragos de la cultura de mala alimentación que reina en el país. Unos más hablan por teléfono con sus familiares. Aquellos del fondo concluyen la charla pendiente. Un señor saca el mazapán y empieza a comerlo, al lado de la señora que aprovecha el reposo para sacar estambre y agujas. 


La señora Angela escucha con atención a la servidora de la nación que informa que serán de 21 a 40 días de espera para la segunda. Les pide a todos guardar el comprobante y acudir con él y una identificación el día y hora que le será informado vía telefónica o a través de los medios de comunicación. En todo momento hay personal listo para indicar las rutas a seguir tras la espera. El estacionamiento de la UAM Xochimilco es testigo de cómo avanza la vacunación en México, que al momento cuenta más de 6 millones 243 mil dosis aplicadas.

Tras casi 30 minutos de espera, es tiempo de salir y retomar las actividades del día. En total, una hora fue el tiempo invertido para este primer paso hacia la salvedad contra el coronavirus. Hombres y mujeres con el representativo chaleco hacen un paseillo y aplauden a las personas de la tercera edad, mientras comentan con voz elevada pero afable: “¡Gracias por venir! ¡A seguirse cuidando, por favor!” y brindan más aplausos. 


Al salir de la Metropolitana, en el camellón de Calzada de las Bombas hay otra carpa instalada con asientos para quienes esperan la salida de su padre, madre, abuelo, abuela o pareja. Doña Angela camina un poco en dirección a Avenida Cafetales para dejar atrás los carros estacionados y las personas que llegan y se van en vehículos particulares, taxis, autos de aplicación, combis que vienen del metro Universidad, micros de la ruta 103 desde Salto del Agua, entre otras cuatro rutas más.

Una vez que deja atrás la aglomeración, le pide a su hijo que pida el taxi. Mientras esperan voltean a ver un calistemo frondoso, lleno de flores con forma de cepillitos color rojo que, en el camellón, anteceden una hilera de jacarandas que pintan de morado y esperanza la primavera.





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