Karla y la ansiedad, un encuentro cotidiano




Por: Alexa Paoletti 
México (Aunam). Karla Díaz es una mujer de 25 años que desde su infancia conoció lo que es la ansiedad. Durante su recorrido por la vida ha presenciado momentos que le dejaron secuelas y generaron preocupaciones; pero al cursar la carrera de Ingeniería Petrolera en la Facultad de Ingeniería en la UNAM, encontró la ayuda que necesitaba. 

Es una estudiante que suele vestir playeras, pantalón de mezclilla, en ocasiones lentes oscuros y siempre presenta una sonrisa en su rostro, además de una completa concentración al hablar de cualquier tema. 

“Un día te acuestas y al día siguiente ya amaneces con ansiedad, no sabes ni porqué, ni cómo, pero amaneces con la boca reseca, un poco desorientada y con una preocupación, pero no sabes ni de qué, es un poco difícil, porque tienes que aprender a detectar que está detonando esa ansiedad, si es que hay un motivo, y si no, tratar de bajar la ansiedad de algún modo”. 

Recuerda a la perfección los sucesos que le ocasionaron este trastorno. El primero fue la convivencia que tenían sus papás, pues discutían muy seguido y por cualquier cosa, ella estaba chiquita y al escuchar los gritos de sus padres sentía feo. Luego se divorciaron y dejó de ver a su mamá todos los días como antes lo hacía. 

El segundo fue el día que falleció su abuelita, apareció el dolor emocional, lloró bastante, y tenía una sensación de taquicardia, sentía que se ahogaba, pensó que le estaba dando un paro cardíaco. 

El tercero fue en épocas de examen, ella estaba en casa de sus tíos, muy tranquilos veían el fútbol, sin embargo, de la nada empezó a sentirse mal, de nuevo la sensación de ahogo, presión en el pecho y taquicardia, acompañado con un piquetazo en el corazón. 

“Me dolía el corazón y sentía que me iba a desmayar, entonces me vino a la mente que me estaba dando un paro cardíaco. Fuimos incluso al hospital, mi mamá me llevo a urgencias y me revisaron. Mi oxigenación y presión estaban bien, no tenía taquicardia, no tenía nada”. 

Después, siguió un ataque de pánico más fuerte. Fue un 15 de septiembre que despertó sin ninguna razón, pero al instante tuvo los mismos síntomas, siempre relacionados con el característico piquetito en el corazón y sumados a estos, adormecimiento en las extremidades, sobre todo en las manos, dolor de cabeza, estómago y pecho, creyó que se iba a morir. Por fortuna fue a la casa de su tío que es médico para que la revisara y le dijo que estaba bien. 

Tranquila por las palabras de su tío, regresó a su casa a dormir, no obstante, el día siguiente, se levantó porque se sentía mal, fue a urgencias por miedo de que algo malo le fuera a pasar o que tuviera alguna enfermedad y que su tío no la detectó por no contar con el equipo necesario. Otra vez la revisaron y le hicieron análisis de sangre por el dolor de estómago y náuseas. De nuevo, los resultados salieron sin ninguna alteración, estaba perfecta. 

A partir de esos resultados comenzó a sentirse peor, todo el tiempo tenía sueño, hormigueo en los brazos, estaba cansada y preocupada por algo, no sabía porqué, sólo sentía angustia sin motivo. Tomó la desición de buscar ayuda por los ataques de pánico que no la dejaban continuar con su vida diaria, era ataque tras ataque. 

“Me acuerdo que mi papá me decía que dormía mucho, mucho, que no era normal y en realidad sí, yo me sentía cansada todo el tiempo, incluso durante todos esos años hubo veces que me hice análisis de sangre para ver si tenía algún tipo de anemia o alguna deficiencia y resultaba que no, que estaba bien”. 

“Me dolía la cabeza y es una sensación muy rara de explicar, pero sientes como que vas volando, que estas fuera de la realidad, la cabeza vacía, como que te está dando vueltas. Es una sensación muy rara y hablando con un amigo me recomendó ir a la clínica de salud mental de la UNAM.  Acudí, me hicieron una entrevista y fue ahí donde me diagnosticaron”. 

Su reacción fue de tranquilidad y alivio al enterarse que le diagnosticaron ansiedad, por fin sabía lo que tenía y porqué le pasaban cosas inexplicables en su cuerpo. Su mamá presentó la misma reacción y la apoyó en cada paso, siempre muy comprensiva. Pero Karla al pensar más en la situación en la que se encontraba le dio miedo. 

“No sabes a que te estas enfrentando, cómo vas atacar la enfermedad, no sabes que vas a hacer cuando llegue de nuevo, incluso le tienes miedo a los medicamentos, te imaginas que te vas a hacer adicto, pasan muchas cosas por la cabeza, pero para mí era, sobre todo, un poco de miedo porque dije ¿ahora qué?, ¿qué sigue?, ¿cómo le voy a hacer para afrontar esto?, ¿Va a ser para siempre? y ¿después qué?”. 

En la clínica de salud mental aprendió técnicas para controlar la ansiedad, tales como hacer ejercicio casi diario, aunque sea media hora, también meditar, respirar, algunos movimientos especiales para liberar tensión, la desliteralización de los pensamientos y escribir lo que siente en ese momento respecto a una situación o comentario que alguien le hizo, además de sus tratamientos que trata de tomarlos diario para no romper con el ciclo que lleva y poder dormir, actividad que le cuesta mucho trabajo. 

Trata de no crear situaciones que lo más probable es que no pasen, como reprobar una materia o quedarse otros dos años en la facultad, eventos que para ella, eran muy catastróficos. Actualmente prefiere ir al día, su psiquiatra le eseñó a estar en el presente. 

Antes de tratarse, Karla Díaz tenía dificultades en la escuela por el estrés que le ocasionaba, se exigía mucho, tanto que le afectó y decidió, después de un tiempo, no hacer tareas, no estudiar para los exámenes, incluso dejó de ir a clases para evitar la tensión. Asimismo, le daba miedo salir a la calle, por lo que evitaba su rutina. 

El trastorno es difícil de llevar si no hay un seguimiento, pero al acudir a las terapias, seguir las recomendaciones del doctor, los tratamientos psiquiátricos, la situación es llevable: “Al principio no le contaba a todos sobre mi situación, sólo a personas cercanas, a mi familia, de hecho, ninguno de mis amigos, si a caso a una de mis amigas, y no les decía porque piensan que por tener un trastorno mental estás loco, entonces trataba de ser un poquito reservada, pero ya ví que hay mucha desinformación y la única manera para acabar con estos prejuicios es hablándolo abiertamente, hacer que se den cuenta que no se está loco por ir a un psiquiatra, a un psicólogo o por tomar medicamentos”.  

Considera que todas las personas que sienten que necesitan ayuda psiquiátrica vayan con un especialista para que les haga un diagnóstico, si lo que presentan es ansiedad, deben seguir el tratamiento con medicamento y terapias, ya que no hay otro camino, la medicación es retirada paulatinamente, el tiempo es indefinido, puesto que depende de cada persona. 

No tiene nada de malo atenderse para estar bien. Los prejuicios y el miedo al qué dirán deben ser eliminados y decir lo que sienten, como están y aceptarlo. 


 
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