Una danza que no muere

Por: Viani Bonifaz |
México (Aunam). Media sala apareció en pantalla, medio sofá y la mitad de un pequeño librero; paredes blancas y un piso de madera. Un velo arcoíris comenzó a flotar en el aire mientras Betatebni ala Kilma de George Wassouf sonó de fondo; pronto, un segundo velo lo acompañó.


Maya Dancer, morena, delgada, de cabello negro, lacio y largo hasta la cintura, portó una falda tipo harén anaranjada, un sujetador ajustado naranja con azul y lleno de piedras brillosas —imposible no verlas—, y danzó.

Sus brazos formaron una “w” que, a veces, se convertían en una “s”; sujetó los velos y giró con ellos a la par de movimientos suaves de cadera. Los ojos de cualquier espectador fueron llamados por aquellos velos que iban y venían, giraban, se acercaban y volvían a alejarse. Maya denotó elegancia, profesionalismo y compromiso. Su baile fue exquisito, como el de sus demás compañeras.

El Centro Cultural del México Contemporáneo lo hizo posible, el evento online pretendió fomentar la danza árabe; baile que ha soportado censura y maltrato a través de los siglos. Ocurrió el miércoles 24 de julio a través de su página oficial en Facebook. Participaron diez bailarinas, cada una mostró sensualidad, horas de ensayo y pasión por esta danza del antiguo Egipto.

Tres mil trescientos años después de su surgimiento, la danza árabe es parte de la cultura de países como Turquía, Líbano, y, por supuesto, Egipto. En sus inicios, estos bailes fueron ritual de fertilidad, las danzantes no usaban vestimenta y evocaban a la diosa de la sexualidad, razón por la que fue prohibida en épocas del reinado cristiano.

La difusión por parte de Noche de Museos, iniciativa de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México cuyo objetivo es promover, aprovechar y disfrutar de los espacios culturales, no se detuvo ante la emergencia sanitaria del Covid-19; logró que, desde casa, más de ochenta personas vieran el espectáculo.

Ciento cinco comentarios acumulados, de felicitaciones, buenas críticas y deseos, son sólo parte del resultado del esfuerzo de cada bailarina. Algunas bailaron frente a su celular y otras frente a una cámara, pero lo grandioso es que en todas se notó el sentimiento más buscado por el ser humano, felicidad.

Tania Anaid adornó su escenario con luces blancas navideñas, sus movimientos firmes y decididos, denotaron una gran fuerza en sus caderas. Ella usó sólo un velo y sus giros lograron que pareciese una hermosa sirena rosada. A la mitad de la canción, su abdomen fue el protagonista, la rapidez su cualidad y sus brazos sus gráciles acompañantes.

Lizzie Castillo pareció reírse de la contradicción, una cruz colgada en su pared reveló su devoción por el Dios masculino, por fortuna, ese Dios no fue un impedimento para la hábil danzante; con un vestido que le cubrió del pecho a los pies y de muñeca izquierda a muñeca derecha bailó al ritmo de Ya Mna3n3 de Moustafa Hagag. Su cabellera imitó a quien gusta del rock, pero la música le dio sentido a cada movimiento.


La siguiente bailarina utilizó una jambia en vez del velo, Vanne Velázquez, decidió bailar de negro. Los primeros acordes de Nada de Solace comenzaron, Vanne, de rodillas, puso la jambia en su cabeza y realizó sigilosos movimientos cual serpiente hipnotizada por una dulce flauta, y poco a poco se irguió. Los listones de su atuendo bailaron al roce de su piel y sus pies descalzos mantuvieron su perfecto equilibrio.

Jime Ceceña debutó con el subir y bajar de cada centímetro de su estómago, su cadera hizo incontables meneos y el dinamismo de la percusión de Drum Solo volvió al baile un desafió para cualquier principiante. Nayeli Corona sorprendió con una falda de olanes y con una energía que invita al espectador a acompañar sus diestros pasos dancísticos.

Maoul Ensak envolvió el audio, dramático, propio de una historia devastadora, apropiada para la historia de la misma danza árabe; primero aclamada, amada y necesitada; luego, despreciada, apta solo para esclavos e indecorosos; para, por último, renacer de las cenizas y enaltecerse ante todo aquel que la vea. Dalila Castilla interpretó dicha pieza, el sonar medieval contrastó con la delicadeza de sus brazos danzantes y su estilo sensual.

Otra sirena, esta vez morada, deleitó a los amantes del Egipto antiguo; Cecilia Carrera pareció nadar en el aire. En época de califas, hubiese sido parte de su séquito más preciado. Karina González realizó vastos movimientos de torso, izquierda, derecha, arriba y abajo sin parar, sus caderas hicieron lo contrario; su falda que, por su estilo de corte y tela, recordó a una medusa, demostró que la falta de recursos nunca es un impedimento para bailar y, sobre todo, de disfrutarlo.


Yuri Rodríguez cerró la presentación, El leila hilwa fue la melodía elegida. Un velo verde y un vestuario color salmón acompañaron a la ágil bailarina, su falda larga lució con cada desplazamiento de su cuerpo, así como sus tacones dorados. El tacto de sus propias manos contra la tela que la cubría hace entender por qué la danza árabe es una actividad física que ayuda a estimular el cuerpo y desestresa a quien lo practica.

La danza es un camino al disfrute; la sensualidad y destreza que requiere la danza árabe explica por qué ha sobrevivido, y hace pensar que morirá cuando el ser humano deje de disfrutar la vida.






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