La música no muere en la pandemia

  • ‘Juntos pero no’ reunió artistas independientes que interpretaron sus mejores canciones 
| Por: Diana Galván | 
 Mundo (Aunam) La pandemia persiste y un sector permanece prisionero, incapaz de volver a vibrar en un espacio físico, los espectáculos. Pero la música resiste, los artistas se unen y ante el amenazante panorama, los conciertos virtuales no dejan morir esta actividad; como el ‘Festival Juntos Pero No’, un evento de solidaridad en apoyo de las asociaciones comunitarias Casa Frida y el Caracol.

   

 El evento reunió de lo largo y ancho del territorio nacional, así como de Argentina, Venezuela y Canadá, a dieciocho artistas independientes en una larga jornada de más de diez horas de música continua con el fin de recaudar donaciones voluntarias para los colectivos y músicos participantes del evento. 

La cita tuvo lugar en medio de la celebración del día del padre. Redes sociales como Facebook, Instagram y YouTube fueron el sustituto de gradas, luces y tarima. Todo estaba listo, era un día soleado, no había indicios de una posible lluvia que pudiera sabotear la conexión. Lo único necesario para ser parte de la experiencia era un lugar confortable, un computador o celular bien cargado y tentativamente algún alimento o bebida para disfrutar.

El show inició desde temprano, eran las 11:11 am cuando la transmisión comenzó con un dinámico video introductorio que, entre efectos visuales y música instrumental de fondo, presentó a cada uno de los artistas del concierto como una pequeña probadita de lo que deparaba a continuación. A las primeras horas del evento, sonaron tres singulares propuestas. El son de balada regional de la guitarra color carmín de Alejandra Paniagua, la musicalización de poemas entonados por el acento francés de la canadiense Eugénie Jobin con su proyecto Ambroise y las mezclas experimentales aunadas a la voz de la chilanga a cargo de Nnux. 

Con firmeza y seguridad continuaban las interpretaciones de cada uno de los artistas, quienes, desde el interior de sus hogares permitían que cientos de miradas invadieran por los rincones de un cachito de su privacidad, para compartir su música, su pensar y su sentir desde habitaciones que dejaban entrever objetos personales. Y aunque el cristal de la pantalla, sumado a la distancia territorial, impedía la convivencia con el público los comentarios durante la trasmisión servían de aliento para cada uno de los músicos en sus presentaciones.

La guitarra acústica predominó el acompañamiento de cantos y letras. El instrumento de cuerda estuvo presente en las actuaciones del sinaloense Rosas, del folklore michoacano de Negro, del dueto tapatío Ampersan, de la cantautora transexual Luisa Almaguer, de la voz de Vivir Quintana desde Coahuila y -en el acto que conectó hasta el sur de Latinoamérica- con el argentino Javier Nadal Testa.

Pasadas las primeras cinco horas frente al dispositivo móvil, los ojos pesaban y el cuerpo exigía un estirón, en evidencia de otra de las tantas disparidades entre un concierto en línea y uno presencial. Porque en vivo, uno nunca está quieto, la energía es descargada entre la multitud con cantos, saltos y gritos; las horas pasan como agua. Mientras que en la experiencia virtual el reloj situado en el ordenador te cuantifica uno a uno los minutos que transcurren. 

Los siguientes sonidos más populares en la atmósfera del festival fueron las mezclas creadas con sintetizador, teclado y/o consola. Recursos empleados por el artístico ingenio de Fer Elío, Grtsch y Bicho Blanco –los tres proyectos provenientes de la capital del país-, así como los DJs Andrea Lancoste desde Venezuela y Feng Chuy de Guadalajara. Exhibiciones que empaparon el ambiente de una eléctrica chispa, acompañada –en algunas presentaciones- de luces parpadeantes y reflectores multicolores para dar un efecto visual extravagante a su interpretación. 

Y entre tanto talento interconectado por video llamada, la autora de melódicos temas Carmen Ruiz, las narrativas composiciones de Pepe Muciño, el rock urbano a cargo de Axel Catalán y la infusión de géneros de Geo Equihua -quien además formó parte de la organización y conducción del festival- se plantaron directamente en la oscura habitación iluminada con apenas tres lámparas colgadas del techo, lugar desde el cual se transmitía el Juntos Pero No.

En el entono todo era oscuro, la luna ya se había posicionado en su lugar y las manecillas del reloj marcaban la medianoche, prácticamente ya era otro día cuando el festival, después de doce horas continuas de música en directo y dieciocho participaciones que variaban entre los 30 minutos y la hora, había llegado a su fin. 

Y en medio de los méritos de la virtualidad, estaba que ni el dolor de cuerpo al amanecer, ni el regreso a casa parecían ser una preocupación en esta ocasión; ya sólo quedaba salir del portal, apagar la pantalla y descansar por un momento del mundo digital .


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