¿QUE SE MURIÓ ARMANDO? ¡NO INVENTES!

Por Pablo Saldaña Amador
Ciudad de México (Aunam). Bajo una granizada de esas que dan miedo, hijos, amigos y admiradores del cronista urbano Armando Ramírez le rindieron un pequeño homenaje póstumo en la Galería José María Velazco, mientras unas gotas del tormentón se colaban por el carcomido techo.


Uno de sus cuatachos, Pedro Flores, leyó una séntidas palabras que recordaban al autor de ‘Chin Chin el Teporocho’, en las que negaba la ausencia, porque alguien como él no se muere así nomás, deja huella y cala hondo, por eso preguntaba y preguntaba incrédulo: “En serio… ¿se murió Armando?”.

Pero la sal y la pimenta no se hicieron esperar: viejas rencillas salieron a flote y mejor a otra cosa, mariposa.

Al hijo del finado escritor, también Armando, se le quebró la voz al recordar y llenó la sala de exposiciones con anécdotas, como la vez que Juan Rulfo confesó que, a pesar de ser un crítico y denostador del oriundo de Tepito, tenía en el librero de su casa un lugar reservado para las obras que consideraba fundamentales en la literatura mundial, y que ahí, pero cómo no, estaba Chin Chin...

Rodeada de carteles que conmemoraban el 26 de Julio, honrando a la Revolución Cubana, Jimena Ramírez platicó que su padre les legó un par de lecciones que lo ejemplificaban de cabo a rabo, como que nunca dejó de asombrarse, de hacer amigos, de conocer la historia de las calles y sentir curiosidad por las cosas, por las personas. “Siempre nos decía que tenemos que valorar el trabajo de la gente: del bolero, del que barre…”, de todos los que hacen esta ciudad que tanto amó.

Rememoró a aquél que luchó por cambiar la sociedad y la ciudad a través de la cultura y el trabajo honesto. Y porque la cultura llegara a todos, y fuera accesible en todos los sentidos.

A su hija le pareció siempre muy enfático con que había que disfrutar el camino, no importando si llegaba a la meta o era visto... o si recibía reconocimiento. “Él disfrutó el camino, disfrutó la vida”. Y en los asistentes se dibujaba la sonrisa del hombre que el 10 de julio de 2019 se fue al otro barrio a seguirla cotorreando y seguramente escribiendo y cronicando el más allá.

Porque nadie de los presentes se lo imagina descansando. Su amigo y confidente Fernando Ramírez contó algunas anécdotas vividas al lado del escritor, entre Pantitlán y el número once de la calle Bartolomé, en el mero centro, “de la casa de su mamá a la de su abuelita”.

Y se remontó a la Chente Warrior, la colonia Vicente Guerrero en Iztapalapa, al Jardín del Arte, al año 1978, que es cuando surge el grupo Arte Acá, comienza Peña Tepito con una explosión artística de literatura y pintura, que al final terminaría en la fundación de la galería que albergaba al homenaje.

En ese mismo espacio que un buen día, por una puntada del llamado “escritor del pueblo”, se convirtió en salón para el bailongo y congregó a los habitantes Tepito, La Lagunilla y Peralvillo, y de ahí pa’l real “el arte llegó a la vecindad y la vecindad al arte”. Y surgió Tepito Arte Acá, con Ramírez, Luis Arévalo, Daniel Manrique, Francisco Zenteno, Pepe Cerezo, Mario Alcántara y Julián Ceballos.

Fernando Ramírez habló así de aventuras, sustos y cosas chidas que vivían entre todos. Desde idas al bote –la delegación de policía- hasta cómo es en el Barrio Bravo donde surgen expresiones tan de moda hoy, como ‘fifí’ o ‘chairo’. Y contó la transformación de su amigo que un buen día dejó atrás las chelas para preocuparse por comprar el pan y los pañales para sus críos.

Armando Ramírez hijo coincidió que para él hay dos Armandos, el escritor bohemio y el padre de familia. Pero su hermana Jimena se fue más lejos: está el cronista, el enamorado, el padre, el crítico del Gobierno… y el abuelo. Esa evolución, dijo, también la pueden ver los lectores, pues se palpa en sus libros, donde él supo darle voz a todas esas facetas.

Sus crónicas, puntualizó, eran a veces crudas, pero siempre amorosas, porque hablaban con la verdad, con lo que pasaba en la cotidianeidad y con el lenguaje real del pueblo del otrora Defectuoso.

Pero la maestría recae cuando la línea entre la ficción y la realidad de desdibuja. Porque para Fernando Ramírez algunas de las cosas que su colega escribió se basaban en el anecdotario familiar y las aventuras de chavo… pero arregladitas para despistar, porque “todo lo que se escribe es mentira, pero comienza con una verdad”.

Esta idea la reforzó la menor de las Ramírez, Marcela, quién contó cómo vivió ‘Déjame’, último libro publicado y que el autor de frases como “¡qué tanto es tantitito!” escribía cuando vivieron juntos y él se paraba de pronto y le preparaba a su retoño una tortilla española para cenar, mientras ella curioseaba el manuscrito. Por ello es quizá su obra más querida, por la convivencia y las “coincidencias” que encontraba en esas letras.

Y para que nadie se quedara con la duda adentro, llegó la lectura dramatizada de Everardo Pillado, quien adoptó los roles de Ratero y cuico a la vez y empezó a relatar la madrina que unos polis le daban a puro lamparazo al personaje creado por Armando Ramírez, que resistía y aguantaba para no soltar la sopa y embarrar a sus secuaces y chómpiras.

El “tira” volvió a mover los labios de boxeador, le escupió de nuevo la taladrante pregunta: ¿quién te compra lo robado? Ratero volvió a sentir el caliente, casi quemante, aliento del “tira”.

Luego habló Eduardo Vázquez, para quien Armando fusionó la literatura de onda, tipo José Agustin, con la literatura popular. Y en esta fusión habla del barrio, del alcohólico, de los problemas de la vecindad, de lo violento y lo festivo. "Sus letras son como un estornudo fuerte para la literatura mexicana", revitaliza y dignifica una forma de expresarse que Carlos Fuentes u Octavio Paz habían dejado de lado.

“Alcanza la madurez en ‘La noche de califas’”; que es una antología de la vida y los personajes a veces olvidados de la ciudad. “Enseñó a Tepito que el arte es algo cercano”, propio, que cualquiera puede alcanzar, entender y hacer, comentó Vázquez con solemnidad y una cálida sonrisa en el rostro.

El evento ni muy tristón ni muy serio, dejó sentir esa nostalgia y alegría que se conjugan en las calles que rodean el recinto cultural, entre aplausos, aroma de café y una anforita de bacacho blanco que comenzó a circular clandestina terminada la solemnidad de la mesa.

La oscuridad se dejaba caer con tocho afuera del lugar... había que partir. Pero antes, uno de los asistentes recordó ‘al respetable’ una pregunta que hizo una vez Armando Ramírez en medio de una tertulia tepiteña y la respuesta que él mismo dio, con su trompita y sus ojitos pajaritos: “¿Alguno sabe quién es el marido de la ciudad...? Porque yo soy uno de sus amantes…”.

¡Uy uy yuuuuuuy!


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