PANTEÓN CIVIL IZTAPALAPA: LÁPIDAS TESTIGAS DE LA DECADENCIA

Por Ana Torres Villalobos
Ciudad de México (Aunam). El Panteón Civil San Nicolás Tolentino, ubicado en la alcaldía Iztapalapa, considerado el segundo más grande de la Ciudad de México, después del panteón Dolores en la alcaldía Miguel Hidalgo; se llena de música y colores en algunas fechas importantes. Miles de familias acuden a llevar flores, decorar y arreglar las tumbas para conmemorar a sus familiares que han fallecido.


Mientras que el resto del año se observan cientos de tumbas desoladas, restos que han sido abandonados u olvidados por cuestiones de la vida, como la muerte o el olvido de la familia.

“Ya es lo menos” ante los regateos de precios, son las palabras de doña Lucia Vázquez, vendedora de flores afuera del Panteón Civil de Iztapalapa, quien me cuenta algunas historias generadas a través del tiempo de este que es uno de los primeros y más grandes panteones de la Ciudad de México.

De acuerdo con la señora Lucia, a partir de 1974 comenzaron a cambiar las políticas del panteón, la perpetuidad en las tumbas ya no fue posible y todos los nuevos difuntos sepultados en dicho panteón tuvieron que registrarse bajo el esquema de refrendo, una especie de contrato que se tiene que renovar cada siete años.

El aumento en la demanda de espacio derivó en un problema de hacinamiento y comenzó un enorme problema de corrupción al tramitar servicios en el camposanto, desde el personal administrativo hasta los encargados de la excavación de las fosas, esto se refleja en el gran deterioro que presentan las instalaciones.

Promesas olvidadas en una lápida

Al caminar por sus avenidas, que conducen a pasillos polvosos e interminables abarrotados de ambos lados con lápidas viejas y maltratadas por el olvido, resalta una tumba con vidrios rotos, una especie de caja que al parecer albergaba a algún santo o imagen religiosa, y que fue vandalizada.

Me asomo para intentar ver a detalle la peculiar tumba cuando se acerca Juan Martínez, un joven que se dedica al acarreo de agua para las personas que requieren lavar sus criptas o regar las flores que trajeron este día de muertos a sus familiares que ya hacen aquí, me ofrece sus servicios y trae un poco de agua para quitar la tierra que tiene cubierta dicha lapida.

El epitafio que está escrito en un libro de piedra colocado sobre la plancha de granito señala el nombre del señor José Luis Lazcano e indica que falleció el 28 de marzo de 1967, a quién su esposa e hijos nunca lo olvidarán, promesas que al parecer en muchos casos nunca se cumplieron.

“Es muy común que se pierdan sepulturas” dice Juan, mientras lava la tumba de don José Luis. Llama profundamente la atención ¿cómo es posible que se pueda perder una sepultura o, mejor dicho, un difunto, alguien que en vida formó parte de una familia, que alguna persona llego a apreciarlo o por lo menos a conocerlo? Es difícil pensar que llegue el momento en el que una persona desaparezca de la memoria de su familia o sus conocidos y por ello se pierda bajo una cubierta de tierra y olvido, como ha sucedido con nuestro amigo José Luis, que a más de treinta años nadie ha regresado a visitarlo.

Esto constatado por Juan, quien platica que toda su familia ha trabajado desde hace muchos años en este panteón. Su padre se hacía cargo de esta sección, en la parte de servicios de mantenimiento, y cuenta que algunas personas contrataban sus servicios para mantener limpias las tumbas de sus familiares a cambio de un pago mensual. El joven trabajador comenta que la esposa del señor José Luis a menudo venía a traerle flores y a arreglar la tumba, pero al parecer falleció y con ello se esfumó el recuerdo por parte de la familia que aún vive.

Restos de infancias olvidadas


Al seguir con la visita por este lugar lleno de olvido y caminar por veinte minutos, se encuentra otra sección, en donde las sepulturas corresponden a niños, algo muy curioso. Son muy pocas las tumbas que se encuentran limpias y con flores nuevas, lo cual muestra un abandono generalizado, algo muy similar a lo que refleja el trayecto visitado, en donde el panorama no cambia.

Las líneas que están grabadas en una lápida señalan que pertenece a la niña Ramona Aguirre, quien falleció en junio de 1983; al poco rato, se acerca el señor Sebastian, quien se ofrece para dar mantenimiento a la tumba de la pequeña.

— ¿Por qué solo hay niños en esta área?
— Cuando se creó este panteón se destinó una sección única para niños, pero con el paso del tiempo, se fue llenando y esto se perdió. Solo quedó reducido a las tumbas de niños que ya estaban en dicha zona.

De acuerdo con la alcaldía de Iztapalapa, a mediados de 2018 contaba con 310 000 espacios disponibles en sus diez panteones, dato que es inexacto, ya que no cuenta con la estadística de tumbas abandonadas.

El negocio de la muerte


Al cruzar la calle y entrar en otra de las zonas, me encuentro con un hoyo algo profundo, algo que aparentemente fue una tumba que tenía su lápida y que fue destruida en su totalidad. Los pedazos de lozas que pertenecieron a esta tumba estaban a un lado en un montón de escombros, tierra y, lo más sorprendente, pedazos de huesos, que me imagino pertenecían a la persona sepultada en ese lugar.

Mientras curioseo con la mirada en ese misterioso montón de restos, se acerca un joven delgado, moreno y con una actitud muy tranquila, me pregunta si soy la persona que compró el terreno (fosa), le comenté que no pero que mi familia estaba interesada en adquirir un “terreno”, como él llama a las fosas.

Hace una seña con la mano para indicar que espere y le habla a una señora, de quien se desconoce el nombre, le comento que me interesa comprar una fosa y me contesta que en esa sección ya no tiene por el momento, pero que venga la próxima semana y la busque en una pileta de agua, que estaba muy cerca de donde platicábamos, y tendría alguna propuesta.

De acuerdo con el artículo cuarto transitorio del decreto que reformó la Ley de Hacienda del Departamento del Distrito Federal de 21 de noviembre de 1974 en el Diario Oficial de la Federación, se renuncia al sistema de perpetuidad y comienza a sujetarse a términos de periodicidad, para que el particular no pueda legalmente eludir su cumplimiento, se tiene en cuenta que dicho cumplimiento no es de carácter optativo, sino imperativo, de manera que el particular ni siquiera puede, voluntariamente, eludir la renuncia a sus derechos.

La plática con el chico continua, ya con un poco más de confianza, le pregunto acerca de por qué hay huesos en el cascajo que estaba junto al montón de tierra, a lo que contesta con cierto cinismo:

— Todo es negocio… desde los espacios, el agua, hasta los huesos, aquí todo se vende.
— ¿Quién va a comprar los huesos de un muerto? — pregunto con una risa nerviosa
— Aquí está cabrón, hay desde quien los compra para las escuelas, como para trabajitos de limpias y cosas de santeros — responde de una forma más seria y con esto se despide.

Según datos de la Secretaria de Salud, La violación a las leyes sobre inhumaciones y exhumaciones son prácticas que se llevan a cabo de manera cotidiana, debido a que no están tipificadas como delitos graves según el Código Penal Federal, con una pena estipulada de tres días a dos años de prisión o treinta días de salario mínimo ($2650.80 MX aprox).

El recorrido continúa hasta que comienza a llover, me resguardo por un momento en la marquesina de una caseta que se encuentra junto a la pileta de agua; en cuanto para la lluvia, salgo a la avenida que se encuentra dentro del panteón, la cual baja de la parte alta y llega hasta la entrada de este, ahí pasa un microbús que cruza por todo el panteón, ya que es parte de su ruta, mismo que abordo para salir de esta ciudad de muertos, olvido, lapidas y tierra.

*Los nombres de los personajes fueron cambiados por seguridad.



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