UN LUGAR CERCA DEL CIELO

Por Issac Castañeda Gómez
Real del Monte, Hidalgo (Aunam). Hay plata en sus calles. Una localidad minera, rica en metales preciosos, no traiciona su pasado. Los pastes están en todos lados. El vestigio de la influencia británica y la explotación minera ha dejado un platillo popular que inunda el pueblo. A las alturas del estado de Hidalgo, vigila con sus fachadas coloridas, calles empedradas y un subsuelo que estuvo repleto de minerales. Real del Monte sincretiza la herencia española, británica y su mexicanidad en atractivo turístico. Un pueblo mexicano con estilo inglés y origen español.


Mineral del Monte es el nombre oficial del municipio, pero, derivado de la ocupación española, su corona le adjudicó el mote “Real” como comúnmente se realizaba en algunos espacios coloniales. La denominación permaneció y en la actualidad el nombre del municipio es poco respetado; Real del Monte, el sitio de explotación minera, se conoce bajo una designación extranjera.

La actividad es lenta. Parece lejana la época cuando la luna casi podía tocar a sus habitantes a altas horas de la noche o tempranas horas de la mañana. Los tres turnos de explotaciónminera y humana son únicamente producto de la memoria. Al mediodía, los puestos con la leyenda: Pueblo Mágico, apenas son empujados por sus poseedores. Los perros callejeros aún duermen en algunas banquetas. Los restaurantes se ocupan de a poco mientras el monumento al minero mira impávido el tránsito de su pueblo. Prefieren la actividad diurna.

Recorrer las calles a pie se vuelve dificultoso para los turistas. Quienes recorren sus calles con sandalias se dan cuenta que han incurrido en un error. El sitio está edificado en un auténtico altozano. Las grandes pendientes y calles inclinadas, son una constante en el recorrido. Las planicies son artificiales. Los habitantes adaptaron el lugar conforme a sus necesidades.

Lo extranjero está en cada rincón. El nexo con su construcción basada en colonias provenientes de otros paísessobre todo Inglaterrase hospeda en algunas banderas inglesas presentes en las calles, los nombres de algunos establecimientos como “Miscelánea Jane” u “Óptica Inglaterra”, el Panteón Inglés, los camiones turísticos similares a los que transitan por territorio londinense o los bares.

Las techumbres rojizas, fachadas peculiares y coloridas; la remembranza de lo inglés se remonta a la llegada de los mineros de Cornwall. A solicitud del conde Pedro Romero de Terreros se buscó la explotación de las zonas mineras de Hidalgo, por lo que los ingleses, quienes pasaban por una crisis interna de explotación minera, se desplazaron hasta tierras hidalguenses.

El principal avance con la llegada de los mineros ingleses fue la introducción de la maquinaria de vapor para la extracción de minerales. Superaron la fase rudimentaria de la práctica española donde se llegaron a utilizar mulas y revolucionaron la actividad económica.


A unas cuantas calles del centro, después de un prolongado declive, se ubica el ahora museo de la Mina de Acosta. El material industrial importado por los ingleses se presencia en el lugar. La maquinaria evidencia el avance británico. Donde ahora el guía Fernando da un tour a un grupo de visitantes, en el año 2005 era objeto de aprovechamiento.

Fernando se abriga con su chamarra y protege su cabeza bajo un casco blanco. Los visitantes se dirigen a un cuarto a ponerse los suyos. Los colores son diversos y guardan una jerarquía laboral; el guía deja en suspenso su significado. La temperatura cambia inmediatamente al internarse en lo subterráneo. El sol que irradiaba a más de 20 ºC se reduce a penumbra. El lugar de renovación británica y, después, estadounidense, entraña historias de solidaridad, esclavitud y sufrimiento.

En el siglo XVIII, bajo la administración hispánica, los niñosa partir de la edad de 10 años y mujeres fueron trabajadores. Los accidentes eran comunes en una mina que alcanzaba la profundidad de 455 m. en 5 niveles. Sin embargo, la colaboración entre colegas ayudó a facilitar la labor cotidiana del centro.

Protegidos, los visitantes bajan al primer nivel de 150 m. de profundidad. Los caminos son lodosos a causa de las filtraciones de agua y se pueden conectar con otras zonas mineras como La Dificultad. El oro y la platamineral por excelencia del sitio están casi agotados. Algunos otros minerales son comercializados a las afueras. Tampoco faltan los souvenires: figuras de mineros con su pico, llaveros de Real del Monte, colguijes y collares.

En una cancha cercana, un grupo de jóvenes juega el deporte de la zona. Tocan el balón como lo hacían los antiguos mineros ingleses en sus tiempos de ocio. Además de obtener minerales, trajeron el balón. Real del Monte se adjudica como el primer lugar en México donde se jugó futbol. “El futbol nació en un lugar cerca del cielo” describe una leyenda en una galería local cercana a las calles principales del Pueblo Mágico.

Al interior de la muestra poco o nada se tiene del siglo XIX, periodo fundacional del balompié en la zona. No faltan los recortes del Pachuca y la Selección mexicana. Hay libros del deporte de masas en mesas. Una cancha improvisada con figuras de mineros es el simbolismo explícito del surgimiento del football.

No se asemeja a una galería. El cuarto en obra negra es un conjunto de cachivaches futboleros desprovistos de cualquier orden. Las vigilantes, una señora cuarentona y su hija de 5 años, vigilan que no se tomen fotografías y venden artículos distintivos del lugar.

Sólo existen dos opciones a elegir: una regla de papel como aquellas que regala la Cruz Roja o un botón de plástico con la bandera británica y una sabiduría aterradora. Por 10 pesos me llevo a mi bolsillo el resumen del pueblo de gente cálida y viento gélido: Futbol. Pastes. Platería. Inglaterra.





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