MÁS QUE UN VIAJE EN LAS TRAJAS

Por: Gilberto Pérez Bermeo y Carolina Morales González
Ciudad de México (Aunam). Al subir a una trajinera se piensa en varias cosas: alcohol, comida, mariachi y un rico viaje por los jardines flotantes de Xochimilco. Si bien, el lugar de las flores no siempre fue conocido por el paseo en trajinera y las tan conocidas “trajas”, que su intención en los jóvenes es llevar bebidas embriagantes y tomar hasta quedar inconscientes.


No obstante, estos viajes en la “cantina flotante” no eran típicos de la cultura prehispánica y tampoco del mestizaje. Se dio en la época porfiriana, cuando Porfirio Díaz decidió entubar ciertos ríos, el bosque de Nativitas fue restaurado y Xochimilco fue visitado por los famosos catrines, que iban a disfrutar de un hermoso viaje por las trajineras. Desde entonces se popularizaron los paseos, se modificaron las trajineras con techo, mesas y el nombre hecho de flores en cada una de ellas.

Las personas que no conocen la historia de este lugar pueden pensar que Xochimilco sólo es un lago y que nadie habita por allí. Que sólo se disfruta el paisaje, las aguas de color verde lagarto, las flores y la canción “Amor eterno” que tocan los mariachis, mientras comes tacos de pollo con mole.

Para los adolescentes preparatorianos, las trajas dejan de ser un sitio “tranquilo” y familiar, para convertirse en la razón de las parrandas en las tardes de escuela. Ellos frecuentan Xochimilco con sonrisas en sus rostros, alcohol en sus mochilas, y los mitos rondando en su cabeza.

¿Serán ciertos? “Si caes al lago, te sumerges y ya nadie te puede rescatar”. Sin embargo, enfrentan el miedo, y con un grupo de amigos, botellas y una bocina, da inicio la fiesta sobre el agua.

En realidad, nadie ve que pasaba alrededor, no ven los árboles, las flores, aves o perritos, ni siquiera el color del agua. Todos se dedicaban a bailar, beber y si pasaba otra trajinera, a saludar a los que vayan en ella.

Xochimilco significa, según la traducción de Ángel Peñafiel en su libro Arqueología e Historia del Valle de México: “El terreno cultivado de flores, campo de flores”. Es Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1987 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), también cuenta con distintas especies endémicas como el ajolote. Además, es una zona importante de agricultura, y no se diga de tradición y cultura.

Cuando sale el Sol los domingos en las mañanas, las aguas verdes destellan e iluminan las trajineras color verde con bancas unilaterales, suelo sin los típicos colores: amarillo, rojo y azul, el techo sin adornos de flores con el nombre de alguna mujer, y con motor, sí, nadie iba a remar. Esto es el embarcadero no turístico de Cuemanco, donde esperan a los aventureros viajes no convencionales y una cara que muy pocos conocen de Xochimilco, y que muchos deberían de conocer.

Aquí no hay que esperar a que se llene la trajinera para salir y emprender el viaje. No hay ninguna interrupción. La trajinera navega por las aguas turbias, de las cuales asoman hojas que flotan tapando al lago como una manta que lo protege.

El canal parece despejado, no hay muchos turistas y el paisaje se puede apreciar mejor: los árboles, las garzas blancas que vuelan de aquí para allá y el sonido de los pajarillos, hacen una música hermosa que sustituye a la guitarra y a la voz del mariachi.

A la mitad del recorrido por el lago, el representante de la cooperativa Chinampayolo, que se encarga de ofrecer recorridos distintos a los que están a acostumbrados los turistas, da una plática. Habla de la zona, la flora y la fauna endémica y otras que habían sido introducidas. Sin embargo, se enfoca más en los problemas que acontecen al canal: las plagas como el lirio y la tilapia (mojarra) que está matando al axolote (pronunciado ajolote) y afectando al ecosistema.

La trajinera deja de moverse. Es la primera parada para ver la producción de lácteos de la zona. Al desembarcar al instante, circula por las fosas nasales el olor a ganado, y al caminar los pies deben esquivar el excremento de las vacas, de varios tamaños, colores y olores.

Una especie de cabaña asoma su techo al fondo, donde un veterinario explica la producción de los derivados de la leche de vaca. Al terminar su discurso, la tienda abre sus puertas para ofrecer distintos productos hechos allí mismo: yogurt, flan, etcétera.

Siguiente parada: un refugio de axolotes. Estos animales endémicos mexicanos en peligro de extinción nadan en cuatro peceras sobre una mesa de madera, dos cubetas de plástico y otras dos peceras de cristal que contienen ajolotes blancos, negros o dorados.

Un señor que se dedica a cuidar axolotes desde hace años, proporciona a los turistas información importante sobre la vida de esta especie. Explica cómo los cuidan y también que a pesar de que están en peligro de extensión el gobierno no les brinda apoyo, mejor lo hacen universidades de otros países.

La última parada es sobre la agricultura y las flores de Xochimilco. El productor orgánico de la chinampa da una extensa explicación histórica y técnica de lo que allí se siembra. Habla sobre las flores endémicas y algunos mitos prehispánicos que hay de ellas. Enseña a los visitantes a sacar lodo para poder sembrar.

Al regresar a la trajinera es posible que uno vea más nublado el cielo. Cuánta riqueza hay en la Ciudad de México. No obstante, debido al poco o nulo apoyo del Gobierno mexicano e incluso de los propios ciudadanos, poco a poco Xochimilco muere, pues no sólo es un lugar para ir a tomar y a bailar “perreo”, representa un compromiso mayor con la tierra y las raíces de los antepasados prehispánicos, cuyas almas –como dice uno de sus mitos- aún permanecen en los ojos sonrientes de los axolotes.





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