MAKALA EN LA SALA JULIO BRACHO

Por Aimeé Renata Estrada Mendoza
Ciudad de México (Aunam). Desde la cabina apagaron las luces y subieron el telón que cubría la pantalla blanca donde proyectan los filmes. Las quince personas que estaban en la sala, tomaron asiento y la oscuridad los acogió mientras que una voz en off explicaba las medidas de seguridad que deberían de tomar en caso de un siniestro.


Las salas de cine del Centro Cultural Universitario, pertenecientes a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), recibieron desde el 3 hasta el 17 de mayo al festival Ambulante 2018.

En este evento, los documentales más representativos del año pasado, y los estrenos del presente, son proyectados en varios recintos de la Ciudad de México.

Un día antes de que finalizara Ambulante, en la Sala Julio Bracho fue exhibido el documental titulado Makala, a cargo del director francés Emmanuel Gras.

Dicha proyección fue de carácter gratuito gracias a Cultura UNAM. Por lo que el público fue diverso. Había jóvenes con sus mochilas debajo de las butacas, dos trabajadores con uniforme de la Hemeroteca Nacional y adultos mayores que se sentaron en las primeras filas de asientos para no subir tantas escaleras.

El documental trata acerca de la vida de un joven del Congo y los obstáculos que debe enfrentar para poder mantener a su familia con un trabajo digno.

La desigualdad social y económica que ha traído consigo el capitalismo com la acumulación de la riqueza en pocas manos, está presente durante el exhaustivo recorrido que tiene que realizar este hombre trabajador y poder adquirir medicina para su hija, además de construir un techo de lámina a su vivienda.

Con una fotografía que retrata la pobreza y sequía en la República de Congo, el director acompaña al joven en su travesía para llegar a la ciudad más cercana, a 50 kilómetros de distancia, y poder vender la leña que él mismo fabricó.

El cansansio que demuestra el protagonista, se transmite a la audiencia, a tal grado, que genera una empatía con él. Su recorrido a pie, la gente que quiere aprovecharse y obtener leña al pagarla a un bajo precio o tan solo robarla, son los elementos que el público reprocha de esta historia contada a través de imágenes desgarradoras.

La desafortunada vida marginada de estas personas, provocó que la audiencia quedara muda al reflexionar la situación de pobreza extrema que existe en pleno siglo XXI.

Sin embargo, hubo un elemento que contrastó con este silencio sublime del público en el desarrollo del documental y al final de éste. Una señora de aproximadamente sesenta años, sentada al centro, revisó su celular durante el largometraje.

Aunque la luz molestaba a los demás asistentes que estaban sentados detrás de ella, nadie le pidió que guardara su aparato electrónico, ya que el estímulo de su luz distraía la vista de los demás enfocada a la gran pantalla.

Dicha situación sucede de manera cotidiana en los cines comerciales, porque no hay una regulación que impida el uso de gadgets electrónicos por lo molesta que puede ser su luz para los demás espectadores.

Lo mismo ocurrió durante la proyección de la cinta independiente, aunque la gente tiene la concepción de que este en tipo de cine existe una mayor cultura de respeto al observar estos filmes que tienen el propósito de visibilizar problemáticas y que el público reflexione sobre éstas.

El cine documental se enfrenta a diferentes problemáticas, además de que la falta de atención a su proyección, la asistencia a este tipo de eventos es baja debido a que las personas están acostumbradas a la cultual visual que ha impuesto el cine hollywoodense.

Por esa razón, el cine independiente ha perdido fuerza al no tener ganancias o recuperar su inversión en las taquillas. Prueba de ello son las 345 butacas que contiene la sala Julio Bracho, de las cuales solo quince personas vieron la única proyección de Makala en la Ciudad de México.




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