DE CHARLA Y CANCIÓN CON FERNANDO DELGADILLO: SESIONES ACÚSTICAS

Por Ixtlixochitl López
México (Aunam). La lluvia afuera del Teatro de la Ciudad hace que la gente apresure el paso hacia el recinto, cuyo vestíbulo está lleno, algunos se cercioran de estar lo suficientemente secos para entrar, otros se quedan a bobear el material discográfico y los souvenirs de la entrada, mientras los más despistados siguen buscando el boleto de entrada en sus bolsillos.


Las butacas del recinto se van llenando de historias variadas. El andar nervioso de una joven custodiada por el conquistador. La sonrisa sólida que mira la certeza del amor echa carne. Dedos entrelazados que cumplen la promesa cumplida. La sesión acústica no tiene límite de edad.

Para dar inicio a la velada sale al escenario Luis Antonio González, quién con sus rolas ociosas, anécdotas freaks, de navidad y mujeres, pone un toque de humor a la solemnidad del encuentro y rompe con el estigma de la bohemia y la trova. Tras dejar bien ejercitados los músculos faciales del respetable, y algunos bien intencionados dolores de panza, el cantautor sale para dar pasó a Fernando Delgadillo y sus compinches.

Mientras afinan los instrumentos, bromean sobre cómo llegaron a estar todos juntos en un escenario “antes trabajábamos en una tienda departamental, pero un día nos corrieron y dijimos: ¿Qué tal si hacemos una banda así, novedosa?” La gente vuelve a reír y la distancia entre el público y la banda se desvanece hasta convertirse en camaradería.

El rasgueo de la guitarra revela las notas de la primera canción, gritos y aplausos dominan la sala. Los ojos de quienes miran tratan de tragar toda la luz que hay sobre la tarima y la voz prefiere mantenerse en silencio para que los oídos puedan capturar todo el sonido de los instrumentos.


Al compás de momentos felices suena la guitarra, se le une la batería y el pandero. La ilusión del recorrido a través de un campo de flores se desvanece, pero queda la complicidad de los músicos que van pintando con efectos sonoros cada una de las narraciones de Fernando.

Las peticiones llueven en el supuesto silencio entre canciones, pero el repertorio es tan amplio que rara vez coinciden y más bien se atropellan. El hombre de la guitarra principal va cambiando las hojas sobre el atril, de pronto escucha una solicitud que le complace y ubica la letra de inmediato. El respetable se rinde ante el gesto.

Los Prodigiosos Canchanchanes Místicos abandonan el templete por un momento para dar paso a la voz y la guitarra en solitario. Clásicos y nuevos temas se intercalan para ir despachando las demandas. Las miradas se hacen cómplices y los dedos de las manos se entrelazan, el momento para el romance llego, pues las canciones que van al mero corazón suenan bajo una luz blanca que dibuja líneas paralelas en el aire.

Pero también hay desamor. Los menos afortunados en el asunto corean las letras que van ayudando a decantar el dolor y el recuerdo de los que amaron. “Decía un rockero argentino llamado Luis Alberto Spinetta que si uno no estaba enamorado, como que nada tenía sentido y agregaba que lo único malo de andarse enamorando era tener que desenamorarse.” En un tributo al cantautor Fernando Delgadillo suelta “Tu hombro derecho” y “Amor de voceador”. Miradas resignadas o muecas de desconsuelo se asoman desde la oscuridad, pero se quedan atrás con el aplauso y la consigna de disfrutar la noche que ya casi llega a su fin.

Alguien entra al escenario y susurra al oído de Fernando “Tenemos que entregar el teatro a buena hora, muchachos” dice y, ante la desilusión de la gente, recibe de vuelta a Daniel Delgadillo (coros y pandero), Yuri Nilo (coro, cello y guitarra), Manolo Rodríguez (batería) y Giovanni Buzzurro (bajo y guitarra) quienes con “Tu prisa”, “Momentos pendientes” y “Llueve” dan fin a las sesiones acústicas de más de dos horas que se ha ido entre la charla y la canción.




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