NOVENA NOCHE DE COMBATE: LEVANTARSE E IMPROVISAR

Por Jazive Jiménez.
Ciudad de México (AUNAM). El sol se hace invisible para darle paso a la luna y las puertas del Teatro de la Ciudad de México se abren a un público entusiasmado. La calle principal se colapsa con el tráfico mientras los “viene vienes” (franeleros) buscan la forma de acabar con el caos. Cuando todos están adentro, cada quien toma sus lugares. Entre sollozos, el ambiente es de alegría y emoción.


“¡Silencio!”, una voz grave suena por todos lados. “¡Primera llamada, primera!” Pareciera que es la mejor noticia de sus vidas, pues muchos asistentes pierden el control de sus cuerpos y empiezan a levantarse de las sillas para gritar un poco más y aplaudir con desenfreno.

En los palcos, los amantes del teatro acomodan sus cámaras –“sin flash, no vaya ser que se confunda al actor”–, como si esto fuera una carrera de alto rendimiento. Todo está en orden, pero el público comienza a desesperarse; por algún lugar se escuchan los chiflidos. “Sí, bueno, sí” se escucha una voz grave en los alrededores. Después vuelve un pequeño silencio que trae consigo la tercera y última llamada.

Gritos de emoción invaden el lugar mientras las cámaras hacen su trabajo. Se abre el telón y la función comienza. Espadas y maromas se apropian del escenario, voces enfurecidas repelen ahí arriba. Abajo la zozobra no se hace esperar, adueñándose de cada uno de los ahí presentes.

“Novena noche de combate” nació hace una década, en mayo de 2007, con el objetivo de mostrar “las inmensas posibilidades del combate como lenguaje para contar historias” comenta Miguel Ángel Barrera, miembro fundador de la Escuela Mexicana de Combate Escénico. La primera se llamó “la erótica del combate”, teniendo un éxito impresionante que los ha llevado hasta esta novena edición.

Más de 70 personas trabajan en conjunto para darle a conocer al público lo que significa el combate y sus diferentes formas de conocer la historia. Se necesita un juego de mucha paciencia y delicadeza para lograr tanta coordinación.

Carcajadas sincronizadas hacen retumbar el lugar; las historias, que van de la comedia al drama, envuelven al público en una serie de emociones encontradas. No hay momento para cerrar los ojos, pues se corre el riesgo de perder algún detalle de las magníficas formas de pelear.

También hay espacio para la crítica social. Es de esperarse: la situación actual del país es muy cuestionable, por lo que resulta necesario desahogar estos reclamos en cualquier espacio público. El público se siente identificado con la historia –representada de manera sarcástica– del Congreso de la Unión y las peleas constantes entre sus representantes políticos.

Historia tras historia, la escenografía tiene un grandioso poder de recrear los lugares de cada una. Las luces también son la guía de un recorrido por diferentes lugares a través del tiempo, desde lo más antiguo hasta lo más reciente.

La música en vivo hace que cada asistente se sienta parte de la obra: el silbido rítmico del saxofón logra enchinar la piel de cualquier, mientras que los tambores se sincronizan con el propio corazón para crear un tipo de éxtasis, lleno de emociones.

Sin previo aviso, el telón se cierra. Las miradas se cruzan, nadie sabe que sucede. Ahora no existe nada y en medio de la nada las luces se reavivan, los actores corren entrelazados con sus manos para dar las gracias. Unos y otros aproximadamente 100 actores en el escenario dando las gracias por una novena noche de combate montada tan sólo unas horas atrás. ¡Vaya que la improvisación hace la magia!

Nada resulta mejor que terminar así una noche tan emocionante. Los presentes no dudan en levantarse de sus asientos, gritar y bailar al ritmo de los músicos que se despiden bailando, demostrando que a pesar de los golpes de la vida, ésta continúa, que ante todo hay que saber levantarse e improvisar, pues no existe la oportunidad de un segundo ensayo.

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