UNA TARDE DE SAXOFÓN EN EL CENART

Por Vania Guadalupe Hernández Martínez
Ciudad de México (Aunam). Melodías acompañadas por una serie de acordes en un mismo tono, músicos austriacos, personajes interesantes de la escena del jazz europeo y un público con interés de pasar una buena tarde deleitándose con buena música fueron parte del ambiente que vivió gente de todas las edades en un concierto del Centro Nacional de las Artes (CENART) con motivo del vigésimo Aniversario del Festival de Eurojazz en México.


Era domingo y el día estaba soleado y seco; el cielo tenía un color azul más claro que el de un zafiro y estaba salpicado de nubes blancas. Pintaba para ser un buen día en las instalaciones del CENART.

Gracias a las relaciones existentes entre México y la Unión Europea se dio la posibilidad de un intercambio cultural plasmado en uno de los conciertos del festival de jazz más grande en Latinoamérica.

Personas de todas las edades estaban en el lugar: niños pequeños que iban en los brazos de sus padres, jóvenes acompañados de amigos o de sus parejas, adultos que acudían con sus familias y personas mayores que solo iban a disfrutar de un rato ameno. Había miembros de esta audiencia que se encontraban sentados, algunos en cuclillas y otros con las piernas en forma de mariposa o recostados en las áreas verdes del lugar. Todos ellos esperaban a que diera inicio el concierto que mostraría algunas canciones del grupo austriaco Shake Stew.

El jardín del CENART estaba preparado para llenarse de música en un ambiente relajado y familiar, donde el grupo de músicos mostraría la vitalidad y delicia del jazz europeo, que se caracteriza por ser liberal e improvisar respecto de la idea contraria de limitación armónica.

Dieron las 2 de la tarde y el conjunto de músicos salió al escenario. Lukas Kranzelbinder, líder del grupo, se colocó de lado izquierdo del escenario frente al bajo que lo estaba esperando; Clemens Salesny salió a escena con un saxofón alto en mano y se puso de lado izquierdo; Johnny Schleiermacher, por su parte, apareció con un saxofón tenor y se ubicó de lado derecho del escenario; Manu Mayr se situó en el bajo que se encontraba de lado derecho del escenario.

Mario Rom estaba en el centro de la agrupación y salió a escena acomodando la boquilla de su trompeta; Niki Dolp y Herbert Pirker se pusieron en las percusiones que estaban listas detrás de los demás integrantes.

Juntos formaban en el escenario una agrupación simétrica y se encontraban dispuestos a entretener a su público con algunas melodías de su primer álbum titulado The Golden Fang. Todos lucían un vestuario conformado por camisa con franjas color doradas y pantalón negro.

Cada instrumento hacía de las suyas, notas graves y agudas erizaban la piel de los espectadores. Estilos musicales como el bebop, el swing, el beat o el off-beat estaban puestos en acción. Los zumbidos de la trompeta y el saxofón eran los favoritos de la gente; vibraban de emoción además de que respondían con gritos de asombro y largos aplausos.


Cada integrante ejecutaba la pieza musical dentro de un marco armónico y en algunas ocasiones dejaba volar su imaginación e improvisaba para adornar la melodía con otros semitonos o acordes alterados de acuerdo a su inspiración. El tempo variaba de manera perceptible.

Después de cuatro piezas musicales el público seguía fascinado y movía su cabeza siguiendo el ritmo de las canciones. Otras personas movían sus pies y sus manos acompañando al sonido de las percusiones.

De lado derecho de las áreas verdes había personas que, para disfrutar y sentir la belleza de las notas que emitían los chirridos de los instrumentos de viento, fumaban cigarrillos y uno que otro porro.

Alrededor de las tres de la tarde el grupo tocó su última pieza musical, titulada Shake the Dust, para lo cual el líder del grupo pidió la ayuda de los espectadores: solicitó que se pusieran de pie y alzaran las manos moviendo los dedos para amenizar el concierto. Al finalizar la pieza todo el público aplaudió efusivamente mientras cada integrante del grupo proveniente de Austria movía sus manos de lado a lado para despedirse de las personas.

El CENART fue testigo de la unión entre dos pueblos, Austria y México, y del intercambio de cultura a través del jazz puesto que gente de todas las edades y de todos los estratos sociales pudo enamorarse de un género que casi no es difundido en México, a la par de que pudo darse cuenta de la visión, de los comportamientos, lenguaje, actitudes y destrezas del país invitado.

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