ES LA NATURALEZA LA QUE ME CONQUISTA: HÉCTOR QUINTANAR

Por Pablo Rivera
Ciudad de México (Aunam). “Yo considero, siguiendo a un gran sociólogo que es Wright Mills, que la vida de un individuo no es un hecho cualquiera. A través de la vida de quien sea se puede leer un fragmento de la historia social. Creo que los primeros que tenemos que darnos cuenta de eso somos los individuos, saber que nuestra vida importa e importa mucho porque somos un espejo a través del cual se ve qué tipo de mundo estamos viviendo”.


Las instalaciones de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) permiten el encuentro, en una tarde alegre, con Héctor Alejandro Quintanar Pérez, después de una jornada donde probablemente ha realizado los últimos procesos administrativos de un semestre más como docente. Afuera de su oficina, en un espacio tranquilo de ambiente y lleno de naturaleza, Héctor abre un espacio de su tiempo para describir un poco de su personalidad y de su vida.

Lleva puesto un pantalón algo holgado, como suele usarlos, adecuado quizá para el calor del mediodía. Sus ojos pequeños están enmarcados por unas cejas pobladas, peculiaridad de su familia. A sus 31 años, Quintanar se muestra entusiasmado por narrar una vida llena de clases, fútbol y ganas por conocer el mundo.

Politizado desde el mismo útero

El 19 de septiembre de 1985 la Ciudad de México vio nacer al primero de los Quintanar Pérez. Precisamente el día en que la ciudad se caía a pedazos, la señora Verónica Pérez dio a luz a su primogénito Héctor Alejandro. Aunque el movimiento telúrico ocurrió horas después del nacimiento, el día resultaba histórico por la llegada al mundo de un personaje inmerso en las ciencias sociales.

Sin duda Héctor llegaba al mundo en un escenario poco alentador como lo fue el terremoto más grande registrado en México. Sin embargo, él es una persona que, politizada por la vida, vive siempre esperanzado ya que “si al final de cuentas un mundo mejor tiene como fin último la felicidad, uno tiene que hacer las cosas, incluso las más indeseables, con una sonrisa en la boca”, afirma. Si el entrevistado hubiera nacido años atrás al terremoto hubiera contribuido a levantar al pueblo de México de la catástrofe natural.

Apasionado por ser mexicano, sus primeros nueve años de vida los vivió en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México, para después radicar en Coatepec, Veracruz. Hermano mayor de Héctor Adolfo, Carolina y Verónica Alondra, ha sido un ejemplo de responsabilidad y disciplina, de alegría y esperanza.

Así como la vida misma te enseña a vivir, un político te politizará. Su padre, Héctor Quintanar García y su madre, Verónica Pérez, son egresados del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), además de haber transitado por las aulas de la FCPyS cuando estudiaron la carrera de Ciencias de la Comunicación. Aunque no terminaron sus estudios, ambos generaron influencia en sus hijos al tener una educación demasiado liberal como lo fue la de la década de los setenta.

“No tuvieron la mano dura, religiosa, represora, que caracterizó a muchas familias de clase media mexicana de esa época”, menciona. Su madre, maestra normalista en educación física, y su padre, trabajador en el Sistema de Transporte Colectivo (STC), tuvieron un perfil crítico ante el mundo y Héctor, desde chico, fue testigo de cómo ese pensamiento se fue manifestado poco a poco en su formación.

“Cuando mi mamá estaba embarazada de mí, fue a varias marchas del sindicato de maestros en contra de Elba Esther Gordillo y otros personajes. Es decir, ya había una politización desde casa, desde el útero, desde antes que yo naciera”.

A lo largo de su vida, el interés por los temas históricos estuvo presente durante la academia, sobre todo en la secundaria y la preparatoria. Además, al provenir de una escuela de monjas, al entrevistado le llamaba la atención el que se pregonara el amor al prójimo mientras se mantenía una conducta lacerante e inviable en esos tiempos. Todo ello hizo que se fuera interesando por las ciencias sociales.

Por si fuera poco, la huelga de la UNAM en 1999 lo movió a reflexionar acerca del problema social en que se veía inmersa la comunidad estudiantil.

“Me llamaba mucho la atención que los medios hablaban en muy malos términos de la huelga y se expresaban muy bien de la UNAM. Decían ‘la máxima casa de estudios, la UNAM, es nuestro orgullo, es la sede de la investigación en México’ y, sin embargo, hablaban pestes de los estudiantes en huelga”, recuerda Héctor mientras manifiesta el furor que aún existe en él por acontecimientos como ese.

“Fue así que empecé a politizarme y, tarde o temprano, eso vino a influir en mi decisión en el bachillerato de optar por la línea de las ciencias sociales y, posteriormente, querer venir a estudiar ciencias sociales a la UNAM”, expresa. En ese momento, el joven estudiante no tenía idea de que, tiempo después, se convertiría en un guía para los alumnos sumergidos en esta disciplina.

En el aula, seguir aprendiendo de los alumnos

Héctor muestra siempre las cualidades de una persona bondadosa. También es un profesor destacado al adoptar en sus grupos un sistema educativo poco utilizado en la docencia como lo es la educación horizontal que, según Paulo Freire en ¿Extensión o comunicación? (1973), conforma una actitud mental que resulta imprescindible para el diálogo auténtico.

“La razón fundamental es que yo vengo influenciado por profesores que tenían ese sistema, Leonardo Figueiras es uno de ellos, donde la palabra se comparte entre el profesor y el alumnado. Otro maestro que era de este estilo es Gabriel Gutiérrez, que fue mi profesor de Opinión Pública y Propaganda, otro fue Carlos Fazio, otra profesora fue Esther Navarro Lara, todos ellos personajes que pese a tener una preponderancia importante en el ámbito de la academia y del periodismo […] son lo suficientemente humildes para seguir aprendiendo de sus alumnos”, menciona.

“De ahí que yo fuera heredando ese sistema y ahora les de ese voto de confianza a los estudiantes para que así yo aprenda de ellos y ellos también se esfuercen por aportar algo, porque no es un ‘Club de Tobi’, donde cualquiera dice lo que quiera, sino que todo tiene un encausamiento y entre todos tratamos de ver ese encausamiento”, señala.

Cuenta Quintanar que, por haber tenido una trayectoria donde siempre había estado en escuelas privadas, cuando llegó a la UNAM se encontró con un mundo totalmente distinto, donde la figura del profesor adjunto captó su atención. Veía que algunos adjuntos eran buenos ayudantes tanto para sus profesores como para sus alumnos, aunque también se encontró con otros “tiranuelos” detestables.

Por su cabeza no pasaba ser adjunto, pues veía como algunos se subían a un “ladrillito” de poder y se mareaban haciendo algo despótico. Sin embargo, nunca se cuenta con los sucesos imponderables y en un proceso que albergó el llamado del profesor Leonardo Figueiras, de quien era muy buen amigo, en el año 2007 y tras la salida por razones administrativas de su anterior adjunta, Figueiras le ofreció la adjuntía.

Pensó Héctor que el llamado de su amigo Leonardo era muy distintivo y, aunque de forma inesperada y un poco afortunada, se encontró con dicho puesto el impulso de Figueiras lo llevó a convertirse después en profesor titular a partir del año 2010.

Sobre el significado de ser el guía de decenas de alumnos que escogen entrar a sus clases, el entrevistado explica.

“Dicen los psicoanalistas que la figura del profesor es una de las más destacadas porque es una responsabilidad tremenda. Lo que hagas o dejes de hacer va a influenciar a muchísimas personas, quizá no tanto en cambiar al mundo per se, pero sí puedes influir en cómo ellos ven el mundo, y el hecho de que ellos vean al mundo de determinada forma va influir para que se muevan en él y hagan o dejen de hacer algo”, menciona.

Héctor añade que el profesor debe estar preparado para no solamente compartir con los alumnos lo técnico, lo profesional y lo científico, sino “proveerles de ciertos valores democráticos, para que de algún modo uno pueda influenciar de buena manera en ellos”.

El entrevistado cuenta que en numerosas ocasiones se ha encontrado con estudiantes que no comparten su manera de ver el mundo y la manera que usa para darles ejemplo es respetando lo que opinan e incentivar el debate saludable. “Ya con eso me doy por servido para que ellos vayan adoptando esa manera de ver el mundo y que aprendan a ser respetuosos con formas de pensamiento diferentes, pero también ser intolerantes con aquello que es intolerable”.

El deporte como diversión y disciplina

En otro campo, o para ser más preciso, en otra cancha, el fútbol ha estado presente en la vida de Héctor Quintanar. Su abuelo, Florentino Quintanar, formó parte del Atlante y del Zacatepec, además de haber sido llamado para la selección nacional, mientras que su padre también practicó ese deporte. Ambos son ejemplos de cómo el fútbol corre por la sangre de la familia. Aunque Héctor nunca jugó de manera formal le gusta jugar por “puritito” jolgorio y actividad lúdica.

“Es un deporte que me encanta. Mi equipo ha sido el Guadalajara por razones familiares, y uno a veces trata de racionalizar las pasiones, cosa que está mal, porque las pasiones son irracionales, pero es un equipo que refleja muy bien lo que es México”, señala.

El entrevistado también expone que hace falta un análisis socio-histórico de cómo los equipos de fútbol de la primera división son un reflejo fiel del mundo social mexicano. “Creo que todo se puede analizar desde el fútbol y, efectivamente, ha sido una de mis pasiones de toda la vida y tengo la fortuna de todavía hacer la praxis con él y de vez en cuando echar mis partidos”, añade quien prefiere jugar de delantero en sus partidos.

Héctor no nació gritando gol, pero al poco tiempo empezó a gritarlo. “Me parece un juego sumamente divertido. Es un eterno movimiento de estar al mismo tiempo en un plano individual y colectivo, en un espacio mínimo como lo es una cancha de fútbol”, apunta el alegre futbolista quien en el último trimestre del año pasado participó en el torneo llevado a cabo en la cancha de la FCPyS y donde anotó una gran cantidad de goles.

Demuestra, a través de una explicación alentadora y con gran entusiasmo, que le satisface jugar pues comparte su afición y diversión con sus compañeros. “Además, dice Bertrand Russell, que el futbol es la manera más pacífica de encausar los impulsos competitivos del ser humano”, por lo que deduce que el futbolista, en el fondo, demuestra el espíritu competitivo de querer ganarle al oponente bajo las mismas reglas y condiciones para todos.

Además del futbol, durante su vida Quintanar se ha encontrado con diferentes actividades deportivas: basquetbol, béisbol, natación y taekwondo. “En casa el deporte es visto como algo al mismo tiempo saludable y también una introducción a la disciplina”, menciona. Eligió practicar taekwondo durante quince años debido a que es un deporte que congenia tanto lo físico como las enseñanzas disciplinarias del arte marcial.

Expresa que “siendo yo un niño interesado en culturas orientales, en la historia de las guerras, me llenó el ojo y lo practiqué hasta que me lesioné la rodilla, y hasta ahí me quedé”.

Es por ello que, en el deporte que sea, se pueden encontrar valores sociales que hacen crecer al ser humano y Héctor, a través del fútbol y sobre todo taekwondo, encontró parte de su formación disciplinaria.

Comidas abundantes y bebidas dulces

El arte culinario es fundamental en las diversas culturas del mundo, y el profesor Héctor Quintanar tiene la peculiaridad de ser aficionado a la comida abundante.

“Tengo una adicción por la comida de cualquier índole. No sé, a lo mejor un psiquiatra me diría que a través de la comida trato de rellenar los huecos de mi alma”, subraya mientras una sonrisa se dibuja en su rostro.

“Dice un dicho que el que es pendejo pa’ comer, es pendejo pa’ vivir. A mí me enseñaron eso desde niño y nunca toleraron que fuera remilgoso, pues mientras yo me daba el lujo de rechazar alimentos había familias que se matarían por ellos”.

Dentro de la alimentación variada de Héctor se encuentran las comidas libanesa, argentina, china y, sobre todo, aquellos alimentos a base de carnes.

El entrevistado manifiesta no ser aficionado de las comidas tipo gourmet pues considera que “lo que te tratan de llenar es el ojo y no el estómago” y prefiere los platillos de comida abundante como la sudamericana o la libanesa pues “todos consumen igual, del mismo plato. Eso también me parece muy agradable y los sazones y gustos que tienen esas comidas son exquisitos”.

Quintanar es adicto a los tacos, considerados por él como un aporte de la cultura mexicana al mundo. “Hablar del taco es hablar de una cosmovisión que ensalza el maíz, de gran significado para Mesoamérica. Además, el hecho de que sea un bocadillo fácil de consumir permite seguir con las jornadas largas de trabajo”.

En cuanto a las bebidas, es aficionado a las dulces y frías. El café y el té no se llevan con él; lo frío sí. Menciona que la cerveza le parece “la bebida alcohólica que más disfruto, porque haga frío o calor es muy amigable”, además de que le fascina degustar el vino tinto y los cocteles cantineros, como las cremas mezcladas.

El turista curioso

“Es más fácil adentrarse al mundo experimentándolo”, asegura Héctor, quien a través de un esfuerzo familiar e individual ha podido realizar viajes a diferentes lugares del mundo. En su vida ha logrado trasladarse a países como Chile, Bélgica, Alemania, Holanda, Francia, República Checa, entre otras naciones. Además, por cuestiones académicas, le fue posible visitar algunos países, como fue el caso de Uruguay y Estados Unidos.

De las múltiples ciudades que ha visitado, se ha encontrado con la hermosura monumental de Praga. “Es una ciudad con una belleza majestuosa, donde un río natural y un bosque verde y lleno de maravillas está a la par de una ciudad majestuosa, medieval, con la arquitectura que es música congelada como decía Goethe”.

Así como disfruta de la belleza de las ciudades que visita, los viajes que ha realizado siempre han sido bajo una perspectiva socio-histórica, buscando visitar los barrios menos turísticos.

“Nuestra prioridad es conocer lo que usualmente no se sabe, somos turistas curiosos”, señala. Cuando estuvo en Chile, su preferencia fue conocer el Palacio de la Moneda, en memoria de Salvador Allende y en contra de la dictadura de Pinochet. De igual forma, cuando estuvo en París, en lugar de dirigirse a los puntos turísticos como la Torre Eiffel, visitaba los barrios donde se podía percibir “la otra cara”, lo que usualmente no se sabe de las grandes ciudades.

Añade, con palabras de aliento que “los seres humanos estamos hechos para emigrar” y uno de los valores que se obtienen de las experiencias de viajar es la tolerancia pues “te das cuenta de que muy cerca de ti hay un mundo radicalmente diferente”. Además, el entrevistado afirma que te puedes encontrar con grupos sociales muy diferentes al que perteneces, por lo que te enseñas y visualizas las diferencias del mundo a través de la práctica, lo cual es muy valioso ya que, por ejemplo, dice ser musicalmente muy latinoamericanista.

Asomarse a otros países a través de los oídos

El folclore de la música latinoamericana es lo que Héctor disfruta escuchar. Creció con la música de protesta, pues su madre era aficionada a ella. Su padre, por otra parte, era adicto al rock and roll de los sesenta, por lo que lo latinoamericano le gusta mucho ya que “es asomarse a esos países a través de los oídos”.

El tango y la cumbia son géneros que se encuentran inmersos en sus principales gustos pues al reflexionar platica que “un tango te puede hablar del sufrimiento de un individuo que no tiene suerte con una mujer o, peor todavía, el desamor que le generó haber terminado con alguna mujer y te puedes cuestionar qué es lo que hay alrededor de eso”.

“Las cumbias, con su ritmo africano, antillano y relajado moralmente, y los tangos, que hablan de todo, son bien interesantes de ver y de escuchar”, dice Quintanar, manifestando su afición por este tipo de música, a pesar de que no suele bailar del todo bien pues “es un deporte que no logré practicar”, indica con una mirada un poco desanimada.

Héctor subraya que la música de nuestra propia región habla sobre escapar de la represión y promueve la libertad, pues a pesar de que los latinos “nos damos de muy grandes amantes”, la sociedad está bastante reprimida por la religión y a veces las personas son muy poco liberales, por lo que es importante realizar un análisis antropológico de este aspecto.

“Pareciera que el mundo no tiene remedio, pero tenemos la obligación de actuar como si lo tuviera”

Un mundo mejor no se puede lograr si la amargura se manifiesta en quien busca ese cambio. Héctor Alejandro, fiel a su personalidad, impulsa con sus palabras a que los individuos hagan las cosas siempre con una sonrisa en la boca.

Refiriéndose al doctor Luis Javier Garrido, de quien fue gran compañero y amigo e incluso redacto el artículo Luis Javier Aguerrido para el periódico La Jornada, menciona que “todos debemos luchar y aunque sea muy indignante la causa que estemos abrazando –peleando contra la injusticia, peleando contra el dolor social, peleando contra los abusos de poder–, si nosotros empezamos nuestra lucha sin una sonrisa en nuestra boca, nuestra lucha nació perdida”.

Es por ello que, junto al trabajo de la academia y en el mundo social y laboral, “el ser humano debe satisfacer sus necesidades morales de ser feliz y convivir con la gente que uno estima. Esa es una vía muy accesible, rápida e infalible para la felicidad”, indica quien encuentra en las reuniones un aspecto fundamental para que las personas aprendan a ser libres.

De carácter humilde y responsable, alegre y esperanzado, Héctor Alejandro Quintanar Pérez cree fielmente que “si vamos a estar poco tiempo en este mundo y si el mundo nos está dando muestras y signos de que nos lo estamos acabando y destruyendo, tenemos que comportarnos de tal suerte que pareciera que el mundo no tiene remedio, pero tenemos la obligación de actuar como si lo tuviera”.

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