AL CANTO DEL GALLO, EL PUERCO AL CAZO

Por Ana Lilia Hernández Carmona
Irapuato, Guanajuato (Aunam). Qui qui ri quí canta el gallo al albor de ese 25 de febrero. La familia Castillo Badajoz tendrá fiesta ese día por la tarde y por ello es importante acompañar al emplumado animal en su madrugar.


Pronto las sillas y las mesas llegarán a la casa del novio. Víctor Castillo Badajoz, un poco flojo, decidió alargar su sueño por cinco minutos más. “El novio debe estar relajado” piensa y por ello vuelve a dormir. Así termina dejando a su madre, Silvia Badajoz Pineda con el cargo y ajetreo propios de una fiesta.

Antes de que Víctor saque su mano de las cobijas para apagar el despertador, su progenitora ya se ha levantado y emprendido el viaje al molino junto con la abuela Hermelinda; las tortillas deben estar listas para el almuerzo y todas las mujeres del pueblo hacen fila para ser las primeras en moler el nixtamal. Sin embargo Silvia y Hermelinda tienen otra misión: moler los chiles para preparar el mole de la fiesta.

La labor de la anfitriona no es fácil, pues desea que todo, hasta el gramo más pequeño de mole, quede perfecto. La boda de su hijo será la mejor que se haya celebrado en Las Masas, ranchito cercano a Irapuato, Guanajuato.


Cuando llegan las mesas Silvia le pide a su primo Lupe, que viajó desde la Ciudad de México para asistir a la fiesta, que le ayude a meterlas y llevarlas a la parte trasera de aquella enorme casa con aspecto de hacienda por sus arcos de ladrillo rojo.

Pronto éstas se encuentran en el amplio jardín en el que las luces de navidad se enroscan en las ramas del durazno, el guayabo y el limón, los árboles que le dan vida al patio trasero.

Un costado de la mesa rectangular, cubierta por un largo mantel blanco, es adornado con un arreglo floral de lilis de color rosa. Esa será la mesa de honor en la que los novios disfrutarán su banquete de bodas.

El día sigue avanzando. Ahora son las 7:30 de la mañana. Laura, nerviosa por estar a unas horas de jurarle amor eterno a su enamorado, llega a casa de su suegra lista para ayudar. Comienza con la distribución de las mesas a lo largo del espacio verde que se extiende ante ella. Meticulosamente acomoda las mesas circulares de acuerdo a un plano prediseñado por ella desde que era niña, cuando fantaseaba con la organización de su boda.

Terminada la labor de acomodar las mesas en compañía de su cuñada, ambas empiezan a vestir mesas y sillas con sus respectivos manteles y fundas. Sandra Castillo Badajoz, hermana del novio y estudiante de enfermería que está a seis meses de graduarse, contempla las treinta mesas y trescientas sillas que han quedado listas, decoradas con rosas como centros de mesa.

Son las nueve de la mañana y es hora de ir a almorzar, pues a la una llegará la estilista que dejará bella a Laura para las dos de la tarde, cuando la ceremonia deberá iniciar.

Mientras tanto, la cocina de la casa de la señora Hermelinda se llena de múltiples olores: especias, humo de la leña quemándose, mole y arroz friéndose. Un festival de aromas es lo que el olfato percibe.

Después del canto del gallo, Don Felipe, un señor rechoncho con bigote similar al de Pancho Villa, entra a la cocina en compañía de un puerco abierto en canal listo para cocinar. Al llegar deja la carne colgada en un tendedero. Dice que debe orearse para que no esté tiesa al momento de comerla.

Algunos niños caminan cerca de la casa de la nina Hermelinda; la carne y vísceras exhibidas en el tendedero parecen no afectarles. La tradición en el rancho es preparar la comida de una fiesta en casa y los pequeños lo saben de sobra. Un rato después, la exposición del patio se ha ido. El puerquito ha sido vaciado en el cazo.

Otro vistazo al reloj. El portón suena y anuncia la llegada de la estilista. Es hora de arreglar a la novia. Ambas se encierran en una de las habitaciones de la casa. Las manecillas ya han marcado las doce del día.

En el patio, los familiares de los novios comienzan a sacar su característico lado acomedido. Antes de que lleguen los invitados, las cervezas, la comida, los saleros, tortilleros, servilleteros, refrescos, vasos de unicel y los chiles curados se reparten equitativamente en las mesas.

Tic, toc suena el reloj, que ya marca cinco para las dos de la tarde. Se oye el chirrido de una puerta. La novia está lista minutos antes de comenzar la boda. Un vestido rojo de encaje, rayitos rubios en cabello castaño y unos peligrosos tacones color nude resaltan su belleza.


La juez del registro civil ha llegado. Rápidamente, Víctor y Laura se acercan nerviosos. Ha llegado el momento de unir sus vidas para siempre. La enorme sonrisa que se extiende por los rostros de ambos indica lo felices que están de casarse.

La ceremonia da inicio. A pesar de que Víctor ya se había casado anteriormente, eso no le impide sentir los nervios, la emoción y la alegría de contraer matrimonio con Laura, su segunda esposa.

Siete años atrás, una joven proveniente de Estados Unidos visitaba a unos parientes lejanos en el rancho. Era su primera vez en México. Cuando conoció a Víctor se enamoró y comenzaron una relación.

La segunda vez que ella regresó al rancho, buscó a Víctor. En esta ocasión, su estadía en Las Masas fue más larga y con el pasar del tiempo su relación dio frutos por lo que decidieron contraer matrimonio, pues en pocos meses se convertirían en padres.

Pero no todas las historias de amor tienen finales felices y ese primer matrimonio terminó. Ella regresó a Estados Unidos con su hijo y jamás volvió al rancho después de su divorcio con Víctor, sumándose a los 7,383 divorcios registrados en el estado por el INEGI en 2015.

A pesar de que la separación de su hijo provocó en Víctor un dolor insoportable, el paso del tiempo fue sanando esa herida. Hoy vuelve a ser padre y aunque su primer hijo Kevin no tiene forma alguna de ser sustituido, el nacimiento de Axel, concebido dos años antes cuando Laura y Víctor aún eran novios, le ha ayudado a disminuir la tristeza.

Las tres de la tarde y el 34.8% de la población total soltera en México se vio afectada. Entre las mujeres de 15 y 29 años el 56.2% son solteras, y ese memorable 25 de febrero una chica del rancho Las Masas en Guanajuato dejaría de formar parte de ese porcentaje.

Laura de Castillos Badajoz es su nuevo nombre y el que usará hasta que la inevitable enemiga de la vida llegue a reclamar su alma. Laura es ya una mujer casada que no quiere recordar de nuevo sus apellidos de soltera. El dolor de la muerte de su padre, provocada por su adicción a la bebida, y la difícil tarea de su viuda madre para sacar adelante a sus cinco hijos queda atrás.


A partir de ese día, en compañía de Víctor y su pequeño Axel, la tristeza no volvería a tener presencia en su vida. Jamás. Así, con el suave tacto de los labios de su amado en un tierno beso, ha sellado su promesa.

Qui qui ri quí, canta el gallo. Es domingo y algunos valientes aún permanecen despiertos. Las víctimas de la resaca piden a gritos un momento para dormir mientras que los sobrios disfrutan del bello espectáculo que les regala el señor sol al amanecer. El puerquito terminó por desaparecer el cazo, pero Laura y Víctor ya no se preocupan por ello. La fiesta terminó y ahora su única prioridad es amarse para siempre.

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