EN EL COSMOS DE JULIETA FIERRO

Por Luis Alfonso Tovar Franco
Ciudad de México (Aunam). Con una sonrisa de oreja a oreja, Julieta Fierro abre las puertas de su hogar. Me recibe en su departamento, el 504, para charlar sobre temas que van más allá de las estrellas y el universo; no se escucha un solo ruido en el aire, la tranquilidad reina entre los edificios color salmón.


El añil predomina en la habitación principal: en la alfombra, los cojines, las lámparas, encima de todas las mesitas de la sala, en los adornos y las cajas de cerámica que guardan chocolates para sus invitados; incluso lo lleva en su blusa, el suéter y el pantalón. El azul parece ser uno de sus colores favoritos, después de todo su objeto de estudio y mayor pasión es el firmamento.

Tomo asiento mientras se alista para comenzar la entrevista. Se acomoda enfrente de mí, en lo que parece ser una antigua mecedora de madera. Detrás de ella se encuentra un gran ventanal que deja entrar la luz del sol.

Se nota un poco nerviosa, pero calmada a la vez, una combinación muy rara, como si quisiera que el diálogo comenzara, pero al mismo tiempo que terminara al instante. Finalmente, la gran astrónoma mexicana Julieta Fierro se encuentra preparada para iniciar con la conversación.

Cuando la fama y la familia no se llevan

La relación de Julieta Fierro con su familia ha sido, por así decirlo, particular. Su madre falleció cuando ella apenas tenía 13 años y su padre tenía la idea de que las mujeres debían dedicarse al hogar. Basta decir que la astrónoma no siguió ese camino, decisión que marcó su relación con su hermana mayor.

“De mis hermanos, mi hermana mayor siempre tuvo mucho resentimiento, porque ella era la lista y la bonita y la que hizo todo lo que había que hacer en la vida; en cambio yo siempre he hecho lo que se me ha dado la gana. Para ella fue muy doloroso ver como yo triunfaba”, explica.

La relación con el resto de sus hermanos tampoco ha sido fácil.

“Yo creo que mis hermanos tienen sentimientos encontrados, de gusto, pero también de celos, porque en realidad la tonta de la familia soy yo. No ha sido fácil para la familia cercana”, detalla.

Ese complicado vínculo entre el prestigio de su trabajo y sus hermanos terminó por verse reflejado en la forma en la que sus hijos han elegido abordar la fama de la doctora.

“Mis hijos, Agustín, y Luis, creo que hubo diferentes épocas, pero ahorita ellos prefieren que nuestra relación sea al margen de la fama”, –se queda callada por un instante y el silencio inunda la habitación–, “no debe de ser fácil”, afirma con cierta tristeza en el tono de su voz.

Su carrera llena de logros y éxitos había sido un tema que la divulgadora de la ciencia solía compartir de inmediato con sus seres cercanos, pero que en años recientes ha preferido mantenerlo para sí misma.

“Antes le avisaba a la familia cada vez que me daban un premio, pero ahora ya no porque ellos sentían que sólo hablaban de mi, y yo pensé que les daba gusto, pero ya en los últimos años nunca tocamos ese tema”, comenta alegremente mientras las comisuras de su boca se elevan hacia sus ojos.

Entre 2003 y 2004, la doctora recibió la Medalla al Mérito Ciudadano de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, el premio a Mujeres Sabias de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística así como la Medalla Benito Juárez y la Presea Mont Blanc.

“¿Qué curioso es verdad?, Yo creo que es difícil aceptar el éxito de otro, sobre todo cuando el otro no es como uno esperaría. Yo no tengo una casa lujosa, soy más bien una gente, soy una persona honesta. No sé, se vuelve uno una persona sola”, suelta una risa nerviosa al momento de pronunciar esa última frase.

A pesar de los temas tan íntimos que comparte, la doctora Fierro no deja de esbozar una sonrisa al finalizar cada una de sus respuestas. Las perlas en su boca hacen juego con las de su cuello y su muñeca.

Su lacia y castaña cabellera cae sobre sus hombros y oculta sus orejas. Las paredes y los sillones blancos en la sala se asemejan a las nubes y funcionan en armonía con las tonalidades celestes y hacen recordar el cielo, lugar en el que la mayoría de sus investigaciones se han centrado.

La pálida, pero vivaz mujer de 68 años toma una pequeña pausa antes de continuar con la entrevista, respira un poco y vuelve a acomodarse en su asiento.

Física, astronomía y tarántulas

La inquietud de Julieta Fierro por la ciencia se manifestó desde el colegio francés donde estudió la primaria, época en la que la hoy profesora de la Facultad de Ciencias de la UNAM ya se destacaba en cálculo –“siempre sacaba cero en francés, pero 10 en matemáticas”–. Sin embargo, fue después de la muerte de su madre cuando la física se cruzó en su camino.

“La cosa es que mi mamá murió cuando yo tenía 13 años y mi hermana, la grande, me dijo ‘tú eres tontita, ¿mejor por qué no estudias física?’ porque en esa época había una cosa llamada técnico en física y podíamos ser maestros de física. Como queríamos escapar de la casa, me metí a física, a los 15 años”, exclama con asombro y en su frente se marcan las líneas de la experiencia.

“¡Pero no me gustaba la física! Recuerdo que había un anuncio que decía carrera de astrónomo y entonces dije ‘eso ha de estar padre’, ni siquiera se me había ocurrido que podía existir eso, y era un error, no había la carrera, pero había materias optativas de astronomía”, recuerda.

La doctora comenta que en esa época tuvo a dos maestros fantásticos: Manuel Peimbert, con el que trabaja hasta la fecha, y Eduardo Schmitter, de quién recuerda lo peculiar de sus clases.

“Éramos muy poquitos alumnos en esa materia, sólo la llevábamos tres personas, y aparte era en la noche en la oficina de Schmitter. ¡Tenía tarántulas vivas sueltas! Estábamos tomando la clase y veíamos a las tarántulas pasar por el techo”, comenta entre risas.

Al final, la tenacidad de la doctora Fierro se hizo presente, pues ella fue la única alumna que no abandonó la clase, característica que sigue presente en su trabajo de hoy en día.

Las revoluciones en la vida de Julieta Fierro

La astrónoma Fierro empezaba la segunda década de su vida cuando el movimiento estudiantil de 1968 llegó. Desde su punto de vista, cuando se dan revoluciones de ese tipo, la gente piensa que se trata de defender sus ideales, “cada quién cree que es su batalla. Obviamente, yo pensé que era mi lucha, mi derecho de irme de mi casa y trabajar”.

Como parte de ese ideal, durante esa época la profesora Fierro trabajó como intérprete simultánea, gracias a su dominio del inglés y francés, legado de su ascendencia norteamericana (por parte de su madre) y su paso por el colegio francés.

El hecho de estudiar y trabajar al mismo tiempo formaba parte también de otro tipo de movimiento latente durante esos años, uno que terminaría por tener un efecto colateral no tan benéfico para una gran parte de la población de nuestro país.


“Hubo también un movimiento feminista en esa época, un movimiento de la liberación de la mujer, el cual fue un error en el siguiente sentido: nosotras quisimos demostrar que éramos tan buenas como lo eran los hombres, pero lo que sucedió es que como más mujeres querían trabajar, bajaron los salarios, y ahora tienen que trabajar el hombre y la mujer”, aclara.

Esta situación debe vivir un cambio nuevo, desde el punto de vista de la doctora, pues una distribución pertinente de salarios más justos generará más bienestar para un mayor número de personas.

Sobre los movimientos sociales que se suscitan con más fuerza hoy en día, la profesora opina que el camino por recorrer.

“Creo que todavía hay mucho que hacer pues todavía existe cierto prejuicio, muchas violaciones hacia las mujeres, mucho maltrato familiar; todos esos problemas son algo por lo que hay que lucha”, apunta.

Pero la astrónoma Fierro mantiene una causa particular dentro de su agenda personal de pendientes: la pelea por el derecho a una muerte digna.

“Como ya soy mayor, mi lucha personal es por una muerte digna. Que nosotros, los viejitos, en lugar de estar abandonados, descuidados y sufriendo podamos decidir cuándo nos queremos morir, podamos dejar nuestros papeles en orden y despedirnos de nuestros seres queridos y digamos ‘hasta aquí’, y nos podamos morir en paz, sin dar molestia”, comenta con suavidad.

Poco a poco, las paredes se tornan grises, el sol comienza a descender y la silueta de la doctora empieza a ser difícil de distinguir. Lentamente, las luces de la sala comienzan a hacer su trabajo. Parece que se encienden por sí solas, pero en realidad es el crepúsculo, que llega e invade cada rincón del departamento.

El helio del origen del universo, su mayor descubrimiento

La doctora Julieta Norma Fierro Gossman es investigadora titular de tiempo completo del Instituto de Astronomía de la UNAM y profesora de la Facultad de Ciencias de la misma institución por más de 40 años.

El área de trabajo de la astrónoma ha sido la materia interestelar y sus trabajos más recientes se refirieron al Sistema Solar. Fue presidenta de la Comisión 46, dedicada a la Enseñanza de la Astronomía, en la Unión Astronómica Internacional y presidenta de la Academia Mexicana de Profesores de Ciencias Naturales.

Durante tan larga trayectoria, existe un logro dentro del campo de la física que la doctora no duda en subrayar. Mientras relata este éxito, sus delgadas manos ilustran y narran una historia que parece salida de un libro de ciencia ficción.

“Existen galaxias que son conglomerados de cien mil millones de estrellas y las estrellas fabrican los nuevos elementos químicos. En la parte de adentro de las sistemas se encuentran más estrellas que en la orilla, entonces en los núcleos de las galaxias va a haber más oxígeno, y entre más te vayas a la orilla habrá menos hasta que ya no haya porque no hay estrellas que lo produzcan”, describe.

“Tú mides tanto la cantidad de oxígeno como de helio. Entonces, cuando la cantidad de oxígeno llega a cero, la cantidad de helio restante es el helio con el que se hizo el universo, ese helio que se hizo durante los primeros cuatro minutos después de la gran explosión. Yo he medido con cuánto helio se formó la galaxia”, afirma orgullosa mientras dibuja figuras en el aire simulando todo el proceso.

“Nunca me han querido decir porque me premian tanto”

El trabajo y la dedicación de la doctora Julieta Fierro, a lo largo de su trayectoria, se reflejan en la cantidad de premios que ha recibido. Sin embargo, ella misma confiesa desconocer el porqué estos reconocimientos. Esa causa aún la sigue eludiendo.

“Siempre me siento muy sorprendida, y he preguntado por qué me premian, sobre todo en los premios internacionales, porque a mí me gustaría saber el porqué, qué hace una para que la reconozcan tanto, pero nunca me han querido decir. Como por ejemplo, con este premio tan importante en París me dijeron ‘no pues es que ha hecho tanto’ y ya”, detalla como si le estuvieran entregando un premio.

“Sí sería padre saber exactamente qué están premiando, para irte por ahí, por esa línea de trabajo y seguir trabajando ahí, escribir más sobre eso, pero nunca me han dicho, sí me gustaría saber”, explica.

Dentro de sus suposiciones, la astrónoma cree que las razones detrás de dichos galardones son su amplío currículum y el hecho de ser mujer. Aún sin tener el claro el porqué, Fierro ha aprendido a disfrutar cuando un nuevo premio llega a casa.

“¡Es padrísimo y muy emocionante! Tengo un colega, muy inteligente y muy famoso, que siempre me decía ‘¡Ay mira acéptalos! ¡No hay ningún premio malo! El que sea, acéptalo y disfrútalo’ me decía”, comenta con una sonrisa en su rostro.

A pesar de no saber las razones exactas por la que ha sido galardonada, la doctora ha recibido, a lo largo de su carrera, más de 15 premios y reconocimientos a nivel mundial. Entre ellos destacan: el premio Kalinga de la UNESCO en París en 1995, la Medalla de Oro Primo Rovis del Centro de Astrofísica Teórica de Trieste en 1996, y el Premio Klumpke-Roberts de la Sociedad Astronómica del Pacífico en los EUA.

Dentro de los premios nacionales, en 2004 fue reconocida con la medalla Benito Juárez como Mujer del año, en 2007 recibió la Medalla de Oro de la Universidad Latinoamericana en Puebla, en 2009 llegaron el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, otorgado por la UNAM, y un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Morelia. Durante 2010 recibió la presea Sebastián y un homenaje del Liceo Franco Mexicano. En 2011 fue acreedora de las medallas Sociedad Astronómica de México y Vasco de Quiroga.

Han pasado cerca de 60 minutos y la conversación no se detiene. La noche ha caído al igual que la temperatura. Sin embargo, las luces de las lámparas abrigan la habitación y por fin permiten observar con lujo de detalle las facciones de la doctora. Las arrugas que reflejan sabiduría se contemplan con mayor definición.

Sofía Luna: Agente Especial

Un logro más dentro de la extensa carrera de la reconocida astrónoma fue el haber participado en un programa de televisión para Canal Once, Sofía Luna: Agente Especial, una experiencia que la doctora Fierro disfrutó al máximo.

“Fue una experiencia fantástica. Hace como dos años, la directora del Canal Once me dijo ‘oye haz un programa así, como el del mundo de Beakman’ y yo le dije que ya estaba muy vieja, que ya no tenía la energía y se necesitaba un staff enorme, pero ella me puso el staff”, aclara.

El puesto que ocupó la profesora Fierro dentro de este proyecto infantil fue el de asesora científica para las historias. “Yo sólo chequé que la ciencia estuviera bien, así que no fue un trabajo tremendo porque no tuve que escribir guiones, proponer ideas e inventar personajes”.

La experiencia de trabajar en televisión resultó gratificante y le permitió conocer, de primera mano, cómo es ahora la vida tras bambalinas.

“Tenía dos vestuaristas que me planchaban y me ponían la ropa, me maquillaban, y luego llegaba el productor y me decía exactamente todo lo que tenía que decir. Antes de cada sesión, venía y me decía cómo quería que lo hiciera. Aparte me ponían un telepromter para leer. Lo que más trabajo me costó fue la cantada. Yo estaba así de ‘¡Olvídenlo! ¡Puedo bailar si quieren, pero no cantar!’, pero me insistieron mucho así que tuve que hacerlo”, recuerda.

Entre anécdotas y risas, la astrofísica comparte sus ganas de querer hacer un programa parecido a Sofía Luna: Agente Especial, pero con una ingeniera como protagonista. Posteriormente, relata su experiencia en general dentro de los medios de comunicación.

“Empecé a hacer televisión hace tantos años –más de 1500 programas hasta la fecha–, pero cuando era niña nunca me imaginé estar ahí”, menciona mientras sonríe al ver la expresión en mi rostro al escuchar esa cifra, “y he participado en 1700 programas de radio o algo así”.

El tiempo sigue transcurriendo y las ramas de los árboles en la ventana que cuida la espalda de la doctora Fierro ya no se ven más. Se ocultan en la obscuridad de la noche, señal de que la entrevista se acerca a su fin.

“Una persona muy afortunada”

En la lista de pendientes de Julieta Fierro aún quedan asuntos sin tachar. Uno de ellos es el de convivir más con sus dos nietos, aunque esto actualmente es difícil pues ambos viven en Estados Unidos. Otro pendiente es la jubilación.

“Estoy esperando a jubilarme. Cuando lo haga, quiero tomar un buen curso de cómo hacer comunicación con los métodos modernos y el internet, porque mis otros hobbies no los terminé. Una vez dije ‘voy a hacer jardinería’, entonces empecé a arreglar los jardines del hall y el condominio, pero me fastidié. Luego pensé ‘voy a aprender a tocar el piano’, me metí a clases y pues fue una nulidad total”, ríe al aceptar que sus hobbies anteriores no resultaron del todo exitosos.

Finalmente, la profesora Julieta Fierro hace un balance de cómo ve tanto su presente como su futuro.

“Pues soy una persona enferma, tengo dos enfermedades difíciles: una se llama maniaco depresión y otra es el síndrome de ansiedad generalizada, dos enfermedades neurológicas, y esa persona, Julieta, no puede tomar medicamentos porque le dan alergia, y si los toma, se acelera demasiado, entonces tiene que estar siempre muy controlada”.

“La veo como una mujer que ya debería de jubilarse. El otro día un taxista le gritó ‘¡Usted ya váyase a un asilo!’, y Julieta pensó ‘pues sí, tienes razón’, pero Julieta tiene que esperar unos años, porque para poderse jubilar debe de cumplir 70 años, y todavía le falta un rato”, relata.

“Pero creo que, a pesar de tener estas enfermedades, Julieta ha buscado ayuda, y trata de ser una buena persona, y que toda la gente que esté a su alrededor esté bien, que sus amigos estén bien, que su familia esté bien, porque ella sabe que es muy afortunada y que la vida le ha dado muchísimo más que a casi cualquier persona de la humanidad”, baja la voz mientras esboza una pequeña sonrisa.

Al concluir, le agradezco por haberme recibido en su casa. “Gracias a ti, y llévate unos chocolates para que recuerdes ¡que la ciencia es dulce!”, expresa alegremente y me acompaña a la salida de su departamento.

Numerosas plantas cuelgan por toda su casa. Los cuadros con fotografías de sus hijos y familiares, al igual que las pinturas que ha adquirido en diferentes estados del país, adornan las grisáceas paredes. Los libros en el estante de su oficina enriquecen la imagen intelectual de la doctora.

El departamento 504 finalmente cierra sus puertas, no sin antes haber compartido los secretos de la doctora, mujer y estrella, la profesora Julieta Norma Fierro Grossman.

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