LA TERCERA EDAD Y FALTA DE SEGURIDAD SOCIAL EN EL MERCADO DE JAMAICA

Por Cinthya Salas Bonola
Ciudad de México (Aunam). Entre claveles blancos recién cortados, dalias anaranjadas que reflejan la luz en las gotas dejadas por el riego, rosas apiladas en montones del tamaño de un automóvil compacto y girasoles de la altura de una mesa promedio, se encuentran ellos, locatarios de la tercera edad en el mercado de Jamaica que luchan con la habitual ironía de mantener un trabajo que exige juventud, frescura y vigor.


Ubicado en avenida Guillermo Prieto número 45 de la delegación Venustiano Carranza en la Ciudad de México, este mercado ha sido un fiel testigo del paso del tiempo. Son flores el producto primordial que ofrece el lugar, donde de los más de mil 150 locales, tan sólo 312 venden artículos de distinta índole.

Los pasillos del recinto asemejan un laberinto. Uno de ellos es un vaivén de diableros, cargadores de capullos de diferentes plantas, y de personas que van con dos o tres acompañantes.

Los locales son de lámina o de cemento, con acabados en azulejo, madera o tablaroca. La mayoría de ellos son de dos pisos; unos tienen balcones y otros ventanales que reemplazan la pared. Parecen pequeñas casas, cuyos habitantes se dedican meramente al comercio. Uno de los locales más populares es “El Pato Lucas”, cuya magnitud alcanza las seis sucursales dentro del mismo mercado.

Los comerciantes de edad adulta se encuentran dispersos por todo el lugar: en el pasillo de los elotes – donde las degustaciones llegan sin falta a los asistentes –, en el de las piñatas, en el de arreglos funerarios y la estación de camiones distribuidores. Quitan espinas, barren, riegan flores, empaquetan, acomodan mercancía, realizan decoraciones o atienden a la clientela; todo con la velocidad y esfuerzo posibles a tan avanzada edad.

“¿Qué si deja? Mire señorita, si no dejará no llevaría 50 años aquí”, se oye desde el local número 51, en el pasillo principal número dos, mientras las manos pequeñas y arrugadas de Maura Navarro, de aproximadamente 60 años, amarran tulipanes amarillos en ramos de diez flores cada uno.

Maura es uno de los locatarios de la tercera edad que viven de lo que el mercado les permite. Rodeada de nubes rosas, “florecitas muertas” y plantas de ornamento, que van de los 10 a los 30 pesos, asegura que vender flores le ha dado para vivir tranquilamente.

La anciana de mandil rosa, tez morena y ojos cafés atiende sola su lugar de trabajo. No tiene hijos y es viuda desde hace ya algunos años. Atenta a sus clientes, logra vender un ramo de 10 pesos. Recibe una moneda dorada, la mira y la guarda en la bolsa derecha de su pantalón negro de vestir para continuar con su labor al grito de “¡Qué va a llevar güerita, caballero, pregúntele!”.

Su ahora trenzada y blanca cabellera es el reflejo de su avanzada edad: “Antes vendía nopales en cualquier mercado, pero descubrí las flores, y aquí sigo”, frase que termina con una instantánea sonrisa.

Los mercados y la seguridad social

El Reglamento de Mercados del Distrito Federal, emitido en 1951, define mercado como “el lugar o local, sea o no propiedad del Departamento de la Ciudad de México donde ocurra una diversidad de comerciantes y consumidores en libre competencia, cuya oferta y demanda se refieran principalmente a artículos de primera necesidad.”

Bajo este reglamento, los 329 mercados registrados por el gobierno de la ciudad deben cumplir un conjunto de reglas y leyes diseñado para que los locatarios puedan administrar y manejar sus puestos de trabajo. Sin embargo, no se hace mención alguna a ningún tipo de seguridad social para los trabajadores.

Según Eduardo Macías Santos, la seguridad social se refiere a “un sistema general y homogéneo de prestaciones que tiene como finalidad garantizar el derecho humano a la salud, la asistencia médica, la protección de los medios de subsistencia y los servicios sociales necesarios para el bienestar individual y colectivo, mediante la redistribución de la riqueza nacional, especialmente dirigida a corregir supuestos de infortunio”.

La falta de apoyo gubernamental a los vendedores de mercados afecta, principalmente, a las personas de la tercera edad – ciudadanos de 60 años o más–, quienes en el 2015 representaron el 11% de la población económicamente activa, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

La misma fuente precisa que dentro de ese grupo de personas de edad adulta económicante activa, alrededor de un 50% trabaja por cuenta propia. Una nota del periódico La Jornada en el 2015 sobre indicadores laborales del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) indica que la principal actividad de dichas personas recae en el comercio informal.

De acuerdo con un análisis del portal Sin Embargo publicado en el 2015, las personas de la tercera edad que se dedican a este tipo de actividad se presentan ante la difícil tarea de encontrar un trabajo bien remunerado, debido a que su labor apenas equivale al pago de dos salarios mínimos diarios.

Cadena floral


Las rosas ya no la espinan, los tulipanes ya no la sorprenden, la humedad dejó de molestarle. Simplemente se ha cansado. 40 años de labor continua han dejado a Rocío del Monte indiferente ante la diversidad de plantas y flores que hay: “No me molesta el trabajo, lo que me molesta es no poder dejar de hacerlo”, esto para seguir cubriendo sus gastos básicos, frase que culmina con un suspiro.

El caso de Rocío ejemplifica el problema económico originado por la imposibilidad de acceder a la seguridad social, misma que se brinda mediante la pertenencia a instituciones como el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el Instituto de Seguridad Social y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), el Instituto de Seguridad Social para Fuerzas Armadas Mexicanas (ISSFAM) o el Instituto de Protección Social, mejor conocido como Seguro Popular.

Cabello corto color café, tez morena, manos tierrosas, todo acompañado de un par de ojos negros que no miran a otros, que se hunden en hojas y tallos cortados. Rocío es la dueña de un local ubicado al oeste del mercado, cerca de la salida que da a la avenida Congreso de la Unión. Fue una herencia familiar, ya que fue adquirido por su abuelo en un principio.

Su local no es como los otros, no tiene azulejos, madera o aluminio, tampoco posee una planta alta con grandes ventanales, sólo hay un cuarto del tamaño de un baño promedio. Paredes de ladrillo rojo desgastado encierran las rosas, claveles y nubes que vende por ramo, a un precio de 30 pesos cada uno. No hay letreros que anuncien su producto, su voz es su instrumento principal.

Un foco de apagado y cubierto de polvo permanece inerte sobre la cabeza de la vendedora chilanga, mientras ella con un gancho afilado saca espinas de flor en flor. “Yo comencé a trabajar a los 14 años, mi mamá me trajo aquí”, confiesa y continúa su labor.

Rocío, de 60 años, forma parte de los locatarios de la tercera edad que durante toda su vida no se han dedicado a otra actividad más que a vender sus flores, por ello ha sido testigo del paso del tiempo tanto en el mercado, como en su propio cuerpo.

“Antes no había techo, estábamos bajo el sol, la lluvia o lo que nos tocará”, levanta su regordete brazo y señala con su dedo índice el techo de aluminio que cubre todo el mercado.

-¿Cómo describe su trayectoria como locataria?
-Cansada- contesta apresuradamente
-¿Le gusta su trabajo?
-No. Ya no me gusta, ya no es como antes


Rocío narra cómo la rutina terminó con su amor por vender, ya que no puede dejar de trabajar, pues la necesidad por mantenerse económicamente estable es más que el desgaste y la fatiga.

“Mi hija me ayuda, pero no es suficiente”. Rocío no puede dejar el negocio floral, ya que no importa cuántos años tenga en labor activa, los locatarios de la tercera edad en el Mercado de Jamaica, como en cualquier mercado de la Ciudad de México, no son acreedores a ningún tipo de ayuda gubernamental.

La opción son “los ahorritos”, mismos que realiza para cualquier emergencia, en especial una enfermedad. Cada que logra alguna venta, una parte va para las emergencias. El sábado es el día en que más vende; por ello los sábados son intocables, este día siempre se trabaja.

Sin embargo, su avanzada edad la mantiene en cámara lenta. La señora del Monte se mueve poco a poco, cuida no estirarse de más, de no moverse con tanta prisa, de no cargar demasiado peso y de no agacharse con brusquedad, ni durante un lapso prolongado. Esas condiciones ya no le permiten trabajar de sol a sol, porque “Jamaica nunca cierra”.

La posición de su local dejó de ser favorable desde que el mercado se amplió, ya que los puntos de venta más concurridos cambiaron de posición, lo que dejó al puesto de Rocío oculto a la vista. Sin embargo, asegura que ese local es su segunda casa, aunque venda o no, aunque los clientes vean su local de pasada, “atender el local es una tradición que no se debe romper”, exclama.

Esta tradición ha dado a este sitio cierto prestigio que lo distingue de otros mercados de la ciudad. “Por mis papás”, “mis abuelos venían”, “que es famoso por su antigüedad”, fueron las respuestas más frecuentes dadas por los clientes consultados.

Los visitantes del mercado consideran que los mayores obstáculos para las personas de la tercera edad a la hora de laborar en un mercado son el horario, el traslado y carga de mercancía, además de las condiciones físicas del espacio.

Rocío se prepara cada día para vender flores, las mismas que le han dado libertad en el aspecto económico, pero que también, con el paso del tiempo, han terminado encadenándola, pues no las puede abandonar.

Ante la falta de seguridad social y la imposibilidad de jubilarse, los locatarios de la tercera edad se enfrentan a las dificultades de conseguir ayuda gubernamental para su sustento, esto mediante apoyos económicos como el Programa Universal de Pensión para Adultos Mayores “70 y más”, el cual tiene como beneficiarios tan sólo a 4.9 millones de veteranos, de los 7 millones 992 mil que son a nivel nacional, según datos del INEGI en 2015.

Cabe resaltar que, de acuerdo a un informe del Gobierno del Distrito Federal en el año 2014, se calcula que los mercados de la ciudad son fuente de empleo para más de 250 mil personas al año, una cifra equivalente al 23% de la población de los capitalinos. El mismo informe señala que el comercio dentro de los mercados genera un promedio de nueve millones de pesos al año, dinero que contribuye al mejoramiento del comercio y al sustento de las familias dedicadas a esta actividad.

La voz de Jamaica


Una silla infantil de madera es su puesto de trabajo; celofán transparente, tijeras, delgadas ligas y un gancho, sus herramientas; su mandil rojo, con olanes en los hombros, su uniforme habitual. Se trata de una de los principales representantes de los locatarios del Mercado de Jamaica: Elvia González.

La antigua miembro de la Mesa Directiva de la Asociación de Locatarios del Mercado Jamaica, calcula que, en el presente año, de la población total de locatarios registrados un 50% o más son de la tercera edad. “Hay mucho viejito por aquí, incluyéndome”, menciona entre risas.

Asegura que a pesar de ver los locales repletos de jóvenes y adultos, la mayoría de ellos son únicamente trabajadores, es decir, no son los propietarios originales de los puntos de venta. “Los dueños ya son gente grande y lo que hacen con ese lugar de trabajo es venderlo, heredarlo a su familia o mantenerlo en funcionamiento con ayuda de trabajadores”.

De esta manera el mercado, fundado en 1957 por el entonces presidente Adolfo Ruíz Cortines y por su regente Ernesto Uruchurtu, posee en la actualidad trabajadores que van desde los 13 a los 60 años, donde los más jóvenes dan la apariencia de ser quienes tienen la batuta del mando del mercado, pero no es así.

Por ello, el letrero de “Abierto las 24 horas” que se lee en una de las entradas hace cómplice al mercado de las flores de nacimientos nocturnos, serenatas repentinas y de perecimientos inoportunos.

Mientras que las nuevas generaciones, contratadas por los dueños de los locales, encuentran cómo mantenerse despiertos, para cuidar sus respectivos negocios, también venden y regatean las plantas o flores como si fuera el mediodía.

Por dicha situación, es que seis de los 30 visitantes consultados mencionaron que a pesar de ser ancianos y tener desgastes físicos evidentes, no tienen la necesidad de realizar actividades arduas, pues tienen a sus trabajadores. “No hay obstáculo. De alguna manera la gente mayor en el mercado se ha vuelto la jefa del lugar” se oía desde una de las salidas del mercado hacia calle Torno.

Ante el planteamiento de la problemática de la falta de seguridad social para los locatarios, en especial para los de la tercera edad, la representante admite tener 54 años, “todavía me falta”, enfatiza en tono burlón. Más que representante de los locatarios, Elvia se percibe a sí misma como una vendedora más. “El mercado ha visto crecer a sus vendedores”, dice, ya que los locales se heredan de generación en generación.

Asegura también que, en la actualidad, el mercado alberga a la tercera generación de vendedores. A pesar de ser más de mil locatarios, menciona que todos son una familia, “Lo que nos distingue de otros mercados es que somos unidos, no somos como la Merced, que tiene como tres mesas directivas distintas. Nosotros solo tenemos una para organizarnos”.

“¿Cómo no me va a gustar? A mí me encanta, ver tantos colores, tantas personas, aprender siempre algo nuevo, agradezco poder hacerlo todos los días”, exclama, al mismo tiempo que sus manos se mueven de manera apresurada y terminan unidas sobre sus piernas.

Sin embargo, por más que le agrade su labor admite que con el paso del tiempo “la vista falla, el sueño gana y la energía ya no dura”, por ello menciona que cuando los locatarios ya no pueden seguir trabajando, son los ahorros y los hijos los que se hacen cargo de las personas de la tercera edad, como consecuencia de la falta de seguridad social por parte del gobierno.

“Nombre’ qué apoyo nos va a dar el gobierno. Al contrario nos quiere quitar el mercado. El caso más conocido fue el de Ruth Zavaleta (2003-2005), quien primero se mostró muy amiga y ya como Jefa Delegacional se olvidó de sus promesas y nos atacó”, dice Elvia con el semblante serio, ya que no es la primera vez que políticos ofrecen ayuda para la seguridad social de los locatarios y después la quitan, como el banco que iba a brindar préstamos a los trabajadores de mercados y después ya no siguió adelante, cuenta.

Ante la falta de recursos y el incremento de adultos mayores dentro del mercado, los locatarios se han visto en la necesidad de realizar tratos con diversos países extranjeros y estados de la República para que el negocio progrese. De esta forma, el recinto cuenta con mercancía de Puebla, Veracruz y Estado de México y de naciones como Holanda, Egipto y Japón que se han integrado como productores de flores oficiales del mercado.


Así, a pesar de que los mercados de la Ciudad de México aportan cifras considerables a la economía del país, el gobierno no ha tomado medidas para solucionar la condición de informalidad de los locatarios.

Ejemplo de esto es que el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, expidió, en 2014, la Ley para el Desarrollo Económico del Distrito Federal, número 1, 836, la cual incluye una serie de lineamientos y metas que el gobierno de la capital debe de seguir para fomentar, promover y apoyar el comercio dentro de dicho territorio.

Sin embargo, a pesar de estipular un mejoramiento en el desarrollo del comercio dentro de los mercados mediante implementación de mobiliario y tecnología que facilite la labor comercial, no establece ningún tipo de seguro para el empleado ni da asesorías que promuevan el ahorro o manejo de finanzas a largo plazo que puede ayudar al futuro de los locatarios.

En 2015, el Jefe de Gobierno promulgó los Lineamientos y Requisitos para el Seguro de Desempleo para Mercados Públicos Siniestrados, que abarcan únicamente a los locatarios afectados de manera directa por los incendios en la nave mayor del mercado de la Merced nave mayor, por lo que cualquier otro comerciante afectado, en cualquier rubro ya sea falta de drenaje, luz o temas relacionados con la salubridad, no puede disponer del apoyo.

Más vale tradición que desprotección

En el siglo XVI, el lugar del actual mercado era ocupado por comerciantes que vendían en Tenochtitlán, que viajaban por el Canal de la Viga cuando éste aún era navegable. Los productos principales de venta eran las flores, provenientes de Xochimilco, y algunas frutas y verduras según indican códices antiguos.

Ya para 1940 el entonces presidente Manuel Ávila Camacho comenzó a formular proyectos para plazas comerciales, dentro de los que figuraba la construcción del mercado de Jamaica. Fue hasta 1957, con Adolfo Ruíz Cortines, que el sitio se consolidó como lo que ahora es el mercado de flores.

La construcción, a cargo de los arquitectos Félix Candela, Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares, requirió de un presupuesto de 10 millones de pesos. Fue parte de una de las diversas medidas que el presidente Ruiz Cortines tomó para demostrar la modernización de la ciudad.

Cada 23 de septiembre se festeja con música y baile el aniversario del mercado, pero no sólo esa fecha se celebra ahí. Otras de las fechas más importantes para la venta dentro del mercado son el Día de Muertos, el Día de las Madres y el Día de la Candelaria.

Jamaica se mantiene, pero el gobierno de la Ciudad de México impide que sus trabajadores obtengan beneficios para la salud y la vivienda. Por ello, son menos los comerciantes que consideran el trabajo en el mercado de las flores como su opción principal para conseguir ingresos, debido a que demanda mucho tiempo y esfuerzo, mismos que son poco soportables en la edad adulta.

De acuerdo al sondeo realizado, no es redituable trabajar en el mercado de Jamaica, ya que el desgaste físico es igual que el de otros puntos de venta, como el mercado de Sonora o la Merced, pero sin llegar al nivel de ganancia de los mismos.

Ante esta problemática, los locatarios de la tercera edad que laboran en el recinto son conscientes del desgaste y la falta de apoyo. Sin embargo, su convicción por mantener en pie la tradición del mercado, así como su local como medio de subsistencia los mantiene al mando de sus respectivos establecimientos. De esta manera hacen que Jamaica viva.



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