LA CASITA DE LOS RECUERDOS: UN HOGAR PARA ANCIANOS

Por Bernardo Uribe Valdés
Ciudad de México (Aunam). Es una pequeña casa de dos pisos pintada de verde pistache, ventanas largas que llegan desde el techo hasta el suelo, protegida por cortinas viejas de encajes blancos. Adentro, docenas de historias puestas en pausa que esperan el repentino interés y la oportunidad de ser revividas.

Casa para Abuelos A.C. es un asilo privado para adultos mayores ubicado en la esquina de Circunvalación y División del Norte, en la Colonia Atlántida, en la delegación Coyoacán. Es una edificación humilde y escondida entre el tumulto de la gran ciudad.


Una puerta roja de metal es la única barrera entre la calle y la sala donde los 15 habitantes suelen pasar todo el día viendo la vieja televisión que se encuentra en el centro del cuarto; las telenovelas son uno de los distractores mas populares y es, en realidad, la mejor forma de llevar cuenta del paso del tiempo.

Sillones de color obscuro, forrados con plástico, y fotos en blanco y negro son parte del mobiliario; al fondo, una larga mesa de madera es el punto de reunión predilecto de los residentes de la casa, pues la hora de comer nunca pasa desapercibida y sirve como el principal momento del día para convivir.

En el comedor todos comparten sus historias y lo más importante de sus días: la trama de su programa favorito o lo más novedoso en la vida de sus hijos y nietos. Todo se comparte entre ellos. Datos bibliográficos y las historias que se cuentan permanecen encerradas entre las cuatro paredes blancas que los rodean.

El personal de la Casa para Abuelos incluye dos cocineras, cinco enfermeras, dos médicos y un administrador que se encarga de las finanzas y el manejo económico del lugar. Ellos también forman parte de la comunidad. Todos se conocen y se cuidan entre sí.

Conforme se recorre los estrechos pasillos del asilo se observan distintas fotografías. Cada una de ellas fue colocada por su autor o por la persona que sirve como modelo. Todas tienen un significado y un propósito: aferrarse al pasado y ser el recuerdo de aquellos tiempos donde todo era diferente.

“Ya ni sé cuántos años tengo”

“Esta era yo de joven, cuando tenía como tu edad. Era muy popular entre los muchachos, pero mi mamá no me dejaba tener novios. Solía pelearme con ella por eso y me salía a escondidas por las noches para ir a bailar con mis amigos, pero cuando me hice vieja entendí a mi pobre madre. Ella sólo quería lo mejor para mí, ahora se lo agradezco”.

María del Rosario Ávila sostiene una vieja fotografía con un marco de madera mientras me cuenta las anécdotas de cuando era una muchachita viviendo en el Estado de México. En la foto que dispara sus recuerdos se observa a una jovencita con un vestido blanco que le daba hasta las rodillas, trenzas aún más largas y unos zapatos negros de charol. Como fondo se ve la Basílica de la Virgen de Guadalupe.

“Esta foto es de cuando vinimos por primera vez a la ciudad, tendría como 18 años, mi mamá estaba tan emocionada por visitar a la virgencita que hasta nos compró ropa nueva solamente para ir a rezar”. Sus ojos se cristalizan por los recuerdos, se disculpa por la inconveniencia y se retira.

Rosarito, como la llaman de cariño, es otra señora de aproximadamente 70 años. Sin embargo, me resulta imposible afirmar mi suposición porque cuando le pregunto su edad, se niega a decírmela con una sonrisa sutil y la frase “estoy en la edad en donde ya ni sé cuántos años tengo”.

Ella es originaria del municipio de Amecameca, ubicado al oriente del Estado de México, donde vivió su niñez humildemente, resultado de ser la hija única de Juan Ávila y Elsa Chávez, una pareja de campesinos. “Mis papas tenían un pedacito de tierra donde cultivaban maíz. No era mucho, pero nos daba para comer”.

Cuando acabó la preparatoria decidió venirse para la ciudad a trabajar como secretaria. Ahí fue donde conoció a su esposo, Roberto Martínez. Juntos tuvieron dos hijos y después de más de cuarenta años de matrimonio, ella enviudó. A raíz de esto su salud empezó a deteriorarse hasta ser diagnosticada con diabetes. Sus hijos decidieron que el asilo sería el mejor lugar para su cuidado. Ella está de acuerdo.

“Ellos trabajan muy duro, ninguno se ha casado, así que decidimos que estaría más cómoda aquí. Para serte sincera, al principio no me gustaba, pero después hice amigos, y ya no me imagino viviendo en otro lugar. Mis niños todavía me visitan, cada semana. Estoy feliz, y solamente les pido una cosa, que ya me den aunque sea un nietecito”.

Rosarito está feliz con su situación. Todos los días se levanta a las 7 de la mañana. Desayuna casi siempre lo mismo –avena con fruta y leche–, ve sus telenovelas y teje incansablemente cobijas y suéteres para sus futuros nietos. Es la más alegre de la casa, es amiga de todos.

“Aquí todo son como mis abuelitos”

Casa para Abuelos A.C. es uno de los muchos asilos para el cuidado de los ancianos en la ciudad. De acuerdo con el listado oficial de albergues, casas hogar, asilos, estancias y casas de días para adultos mayores de la Ciudad de México, publicada por la Secretaría de Desarrollo Social y la Dirección General del Instituto para la Atención de los Adultos Mayores, existen en la capital alrededor de 150 instituciones dedicadas al cuidado de los adultos mayores.

La mayoría de ellas son de carácter privado y comparten una peculiar característica: su población no excede los 15 habitantes en promedio, suelen ser instalaciones simples y siempre prometen un trato personal y basado en el respeto.

Su contraparte pública es otra historia. Estas instituciones tienen la mayoría de las veces sobrecupo y las instalaciones no son las mejores. Sin embargo, el cuidado y la atención son las adecuadas, sobre todo si se considera la falta de presupuesto y la negligencia y olvido que sufren estos centros por parte del gobierno.

Rogelio Torres Cruz es el administrador de la Casa para Abuelos A.C. De acuerdo con su experiencia, las instalaciones públicas sufren de muchos abusos burocráticos, y los ingresos que reciben nunca son suficientes para satisfacer a toda su población, cuya única alternativa a una vida digna es la estancia dentro de los asilos.

“Trabajé muchos años en una casa hogar pública para ancianos en la delegación Xochimilco y sufríamos bastante. Todos los días teníamos que lidiar con inquilinos nuevos que estaban claramente mal de salud, y allí pues no teníamos los recursos para ayudarlos bien”.

“Llegaban muchos indigentes a buscar refugio en las noches o un plato de comida caliente en las mañanas. A veces me daba mucha pena tener que negarles la atención, pero quedaba fuera de mis manos ayudarlos. No te puedo contar las veces que peleé por más presupuesto, pero hablar con la Delegación es como hablar con la pared”.

Rogelio se graduó de la carrera de Servicio Social en 2001, con una tesis sobre el cuidado geriátrico institucional y la importancia de la atención especializada para adultos mayores. Y aunque desde que salió de la escuela ha trabajado en medios relacionados con el cuidado geriátrico, fue desde niño que supo que le dedicaría su vida a esta profesión.

“Cuando era niño mis papás trabajaban mucho. Casi siempre se levantaban a las 5 de la mañana y regresaban a casa como a las 10. Hicieron hasta lo imposible para darme a mí y a mis hermanos una vida mejor. Les agradezco todo a ellos, sin embargo, fueron mis abuelos quienes nos criaron”.

Sus abuelos fueron la fuente de inspiración para su vida. La pareja de ancianos les enseñó a los niños Torres Cruz desde la importancia de la amistad y el significado del verdadero amor hasta cómo preparar una sopa de verduras y, sobre todo, a nunca dejar de seguir sus sueños.

Todo esto lo cuenta Rogelio con una gran sonrisa. Es un hombre de 40 años de edad, estatura mediana, piel morena y ojos negros y saltones. “Mi abuelita decía que me parecía a José Alfredo Jiménez, por mi nariz y mis cachetes”. Es el orgulloso padre de dos niñas y desde hace cinco años dirige el alberge con mucha pasión.

“Aquí todos son como mis abuelitos, me recuerdan mucho a ellos. Es por eso que me gusta mucho mi trabajo, disfruto sabiendo que ayudo a que ellos tengan una mejor vida y hacerles ésta, su última etapa, más placentera”.

La evolución de los asilos


En Casa para Abuelos A.C. todo transcurre de acuerdo con el itinerario, al son de las manecillas del reloj. Las actividades planeadas para los residentes incluyen, pintura, macramé, clases de tejido e incluso baile, sobre todo danzón, una vez al mes.

Para ingresar al asilo se tiene que pagar una mensualidad de cinco mil pesos, y los servicios incluyen tres comidas diarias, atención personalizada y cuidado médico en todo momento.

De acuerdo con un artículo publicado en el portal en línea de La Unión, por Liliana Peralta Rivera, hace cincuenta años no se hablaba de residencias geriátricas; no existía el término porque no había muchos adultos mayores.

Sin embargo, hoy en día el promedio de vida es de 80 años, por lo que las personas tienden a una vida más duradera. Las razones de este dato van desde los avances médicos y tecnológicos hasta el hecho de que el estilo de vida ha cambiado radicalmente en comparación con generaciones pasadas.

Los asilos no son la única opción para aquellos que buscan una vida de tranquilidad. También existen las llamadas residencias geriátricas. Éstas cuentan con un programa de intervención, en el cual se contempla las mejores actividades que pueden y deben realizar las personas mayores.

En estas residencias se cuenta con personal especializado: enfermeras geriátricas o gerontológicas, expertas en tratar con ancianos, médicos geriatras, nutriólogos que diseñan menús especiales para hipertensos o para diabéticos, trabajadoras gerontológicas y psicólogos geriatras.

Paula Aranda Flores, psicóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), especialista en métodos de reintegración social, comenta que los programas para personas adultas mayores deben de desarrollar sus capacidades físicas e intelectuales, así como sus habilidades sociales ya que es un aspecto muy importante durante la vejez.

“Crear programas para devolverles la relevancia que han perdido en los últimos años dentro de la sociedad, es indispensable para poder empezar a desarrollar sus derechos. Cada vez que se ignora a los adultos mayores o se les discrimina se está haciendo una exclusión con efecto boomerang, ya que tarde o temprano nosotros también envejeceremos”, dijo la psicóloga.

Hace cincuenta años, sólo se hablaba de asilos, y era una palabra inusual porque las personas normalmente cuidaban a sus mayores, que tenían alrededor de 45 y 50 años. No llegaban a conocer muchas de las enfermedades crónico-degenerativas que se manejan hoy en día, porque la gente moría joven.

Rogelio me dice que su asilo puede no ser el mejor equipado o el mejor de la zona, pero los residentes son felices, y eso es lo único que importa. “Somos uno de tantos, pero uno no hace esto por reconocimiento o mucho menos por dinero, así que ser una competencia para las grandes corporaciones que se dedican a esto, no es nuestra prioridad.”

“Mí día favorito es el domingo”

Los días transcurren sin mucho problema. El tiempo ya no es aliado ni enemigo, tan sólo un simple espectador que pretende poner atención. Pero hay un día que, jurarían ellos, dura más y siempre tarda en llegar. Aquí los domingos son mejor conocidos como los días de visita.

Víctor González Olguín se prepara para recibir a sus invitados. Desde muy temprano ha bajado de su habitación, muy arreglado, para esperar a que den las 12 del día, hora en que siempre llegan a verlo esos rostros familiares que se niegan a desaparecer de su memoria.

“Es el día predilecto para las visitas, hasta pareciera que se ponen de acuerdo todos nuestros familiares para venir este día. La familia llega desde temprano y no se va hasta después de que anochece. A mí vienen a verme mi hijo y mi nieta, que ya va a cumplir 8 años. Es un monstruo, se la pasa brincoteando de aquí para allá. Son mi razón de vivir”.

Víctor es relativamente nuevo en el asilo, lleva poco más de un año. La razón principal de su traslado fue la muerte de su esposa. Después de toda una vida junto al amor de su vida, Víctor se quedó solo en una casa demasiado grande para su soledad. Su hijo estaba preocupado, pues Margarita, su difunta compañera, era su única amiga.

“Tienes que hacer más amigos papá, no está bien que te la pases solo en la casa pensando en el pasado”, ese fue el argumento de su hijo para llevarlo al asilo. Y aunque se resistió, finalmente cedió a sus exigencias. Nunca estuvo del todo convencido, pero ya no quería pelear, y quizás en el fondo sabía que él tenía razón. Ya no le gustaba estar solo.

Víctor es un señor de 85 años, un poco testarudo y gruñón pero que al final del día termina siendo el más sociable. Su pelo completamente blanco está peinado hacia atrás con gel, no deja ningún pelo fuera de su lugar. Es uno de los más altos y siempre se viste con unos pantalones caquis, camisa de manga corta y chaleco con figuritas dibujadas.

Su mirada es fija y cuando te ha puesto los ojos encima, será difícil quitártelos. Es el típico abuelito que asusta a los niños, pero termina dándoles galletas y jugando con ellos. Él asegura que su edad siempre se reduce y su energía aumenta cuando su pequeña nieta lo visita. Sus ojos se iluminan al verla y saca fuerzas sobrenaturales para cargarla, darle vueltas, bailar con ella y seguirle el paso.

El ambiente está cargado de risas. En la larga mesa de madera de la sala hay tres pares de abuelos con sus respectivos hijos. Unos se ponen al corriente con las buenas nuevas de la familia, otros juegan cartas o dominó con sus nietos. Otros tantos miran el partido de futbol y fingen aún saber todo acerca de deportes. Todos tienen su pequeña distracción.

La cocina siempre es un descontrol porque todas las “abuelitas” quieren preparar su platillo favorito para deleitar a sus nietos. Pero debido al reducido espacio y escasa materia prima, muy pocas logran su cometido.

“Antes nos peleábamos para ver quién preparaba la comida, ahora ya sólo nos turnamos”, cuenta Doña Coco, residente conocida por su receta de albóndigas. Así todas tienen la oportunidad de demostrar quién es la mejor cocinera.

Los pocos niños visitantes juegan entre sí, corren por los pasillos y después de casi romper un florero, son regañados a coro por sus respectivos abuelitos. Ahora el reducido grupo no tiene más remedio que sentarse a ver la televisión. Su jovial energía choca con la centenaria actitud de los habitantes de la casa. El choque generacional nunca es fácil.

“No te creas, si me duele dejarlo aquí pero, ¿qué otra opción tengo? Yo trabajo todo el día y por su edad me daba miedo dejarlo solo, una vez se cayó de las escaleras y casi ya ni lo cuenta. Necesita atención y es por eso que aquí vive mejor”. Karla, hija de uno de los habitantes del asilo, se convence a sí misma que este es el lugar más seguro para su padre.

“Ella fue la que me convenció, me decía que se sentía sola y que necesitaba convivir con personas de su edad. No me agradaba la idea, pero poco a poco me empezó a gustar. Es una comunidad pequeña y veo que mi mamá está feliz”, dice Alondra mientras mira a su madre a lo lejos.

Todos los comentarios de los familiares se inclinan más o menos en la misma dirección. Nadie quería afrontar la cruda realidad de que necesitaban ayuda. Nadie creía desde el principio que un asilo seria lo correcto. Aún en la actualidad es un tema tabú y que la gente suele evitar.

Las personas siguen pensando que llevar a un adulto mayor a un asilo es sinónimo de abandono o negligencia, pero la verdad es que los familiares que lo hacen tienen las mejores intenciones: proporcionar cuidado y atención a sus seres queridos.

“Supongo que la vida no es perfecta”


Quizás la vida dentro de un asilo no sea lo que todos imaginamos para el futuro, pero poco a poco el estigma que gira alrededor de las casas hogar se ha ido perdiendo. Cada vez más personas lo consideran como una opción viable y el concepto se ha popularizado.

Un grupo de jóvenes suele reunirse en el pequeño parque que se encuentra en un camellón cerca de la Casa para Abuelos A.C. Son vecinos de la colonia que pasan diariamente frente del asilo y nunca lo habían notado. La vejez está lo suficientemente lejos como para pensar en ella.

Rodrigo, uno de los más jóvenes, se muestra sorprendido cuando les revelo la existencia de este lugar. “Nunca me había fijado, pensé que era una casa normal”. Todos se sorprenden, pero la pregunta sobre si ellos lo harían los deja reflexionando. Tardan en contestar.

“Yo nunca lo haría porque sería como darle la espalda al problema”, comenta Tania Muñoz Olvera, una chica de pelo rubio, ojos claros y rostro confundido. Su respuesta fue la primera, y con eso abrió un breve debate sobre el tema. Los demás dudan en la postura que tomarán.

Julio, uno de los más grandes, dice que su abuelito esta en un asilo y lo visita frecuentemente. Sin embargo, la decisión de ponerlo ahí dividió a su familia y causo muchos problemas. “Yo creo que está bien, mi abue es feliz y aunque lo extraño al final todos entendimos que era lo mejor para él”.

Uno de los últimos en hablar es Rodrigo, un chico de semblante tímido y reservado. “No quiero imaginarme en un lugar así, yo me veo envejeciendo rodeado de mis seres queridos, sobre todo en mi casa, pero supongo que la vida no es perfecta y da muchas vueltas inesperadas, y creo que si al final del día te encuentras rodeado de gente que se preocupa por ti, no puede ser tan malo”.

Las instituciones dedicadas a las personas de la tercera edad

El envejecimiento de la población es un hecho universal y según el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM) este sector es considerado como una población de alto riesgo por lo concerniente a sus problemas sociales y de salud.

El aumento del número de las personas adultas mayores ha provocado intensos debates públicos sobre temas como costos de seguridad social, atención de la salud e inversión educativa, así como la calidad de vida que se le puede ofrecer a la población que se encuentra en vulnerabilidad por su vejez.

De acuerdo con datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en 1950 el porcentaje de envejecimiento entre la población mexicana fue de 7.1 por ciento; en 1975 descendió a 5.7; en 2000 subió a 6.9; en 2025 se incrementará a 13.9 por ciento y en 2050, a 26.5 por ciento.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), se estima que en 2020 el promedio de vida será de 79 años, y en 2050, aumentará a 81. Rosaura Avalos Pérez, académica de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM, afirma en un comunicado publicado en el portal en línea de dicha institución que “para entonces, más de la cuarta parte de la población en México será vieja”.

Este problema de envejecimiento se puede observar con mayor facilidad en la Ciudad de México, ya que de acuerdo con el libro La situación demográfica de México 2015, editado por el Consejo Nacional de Población (CONAPO), las entidades con mayor proporción de adultos mayores se concentran en la región central del país.

Ante esta situación, el INAPAM emprendió acciones para crear unidades gerontológicas que dieran respuesta a las necesidades básicas de este grupo poblacional como son: albergues, residencias de día, centros de atención integral, centros culturales y clubes.

Los albergues dan una respuesta institucional específica a quienes carecen de familia y oportunidades de sobrevivencia. Brindan servicios interdisciplinarios como son atención médica, de enfermería, psicológica, gericultismo, acciones de trabajo social, recreación y cultura, alimentación balanceada y equilibrada de acuerdo con sus actividades y enfermedades, así como alojamiento.

Las residencias de día son una alternativa de atención integral y un apoyo a las familias para que dispongan de tiempo para actividades personales. El adulto mayor recibe los mismos servicios que en los albergues, pero con un horario matutino que le permite retirarse por la tarde a su domicilio.

Los centros de atención integral ofrecen una mayor oportunidad en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades en la vejez. Asimismo, los centros culturales y clubes son como aulas del saber donde se imparten diversas materias, artes plásticas y talleres, lo que mejora la socialización, calidad de vida y economía de las personas adultas mayores.

Todas estas instituciones tienen como misión satisfacer las necesidades de las personas en riesgo de abandono, encargándose de proporcionar refugio, atención y alimentos a aquellas personas vulnerables que quizás no tengan nada ni a nadie.

“El compromiso social por delante”

El administrador de Casa para Abuelos A.C. hace hincapié que este no es un negocio millonario y los que se dedican enteramente a esto, lo hacen por “amor al arte”. “No se gana mal, a mi me ha dado para mantener a mi familia, pero no es un negocio al que le interese principalmente las ganancias, sino que se pone el compromiso social por delante”.

Casa para Abuelos A.C. es un lugar para observar el paso de los días. Está rodeado de personas maravillosas que ven lo extraordinario en lo más simple, ese don que se ha ido perdiendo con los años. Los abuelitos que viven ahí tienen, cada uno de ellos, una historia que vale la pena contar.

Fotos: Pixabay



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