ENCONTREMOS LAS PIEZAS ¡SALVEMOS AL PLANETA!

Por Guadalupe Nayeli Guevara García
Fotos: Irving Hernández
Ciudad de México (Aunam). Una de las personas que ha luchado por la protección de Cuatro Ciénegas, uno de los valles con mayor concentración de especies originarias de la región en Coahuila, es una mujer de estatura promedio, tiene la piel tostada por el sol, el cabello corto y ondulado. Su nombre es Valeria Souza Saldívar.


Sale de su Laboratorio de Evolución Molecular y Experimental, del Instituto de Ecología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), un lugar lleno de jóvenes interesados en la ecología, que buscan, como ella, la conservación de un área natural, mientras se mantienen pegados a la computadora trabajando con códigos genéticos.

Camina despacio a la mesa más cercana, tomamos asiento en una de las sillas blancas de metal esparcidas en el tranquilo jardín del Instituto. Está en su casa, su segundo hogar desde 1979 cuando ingresó a la Facultad de Ciencias en la UNAM para estudiar la licenciatura en la carrera de Biología.

“Yo soy bióloga desde chiquita”, su mirada cambia, en sus ojos aparece una chispa de la niña de diez años que entre sus manos sostenía una enciclopedia de Time Life, un regalo de Navidad. Mientras ojeaba el libro, dos hélices llamaron su atención, el ADN entró a motivar su estudio, “cómo algo tan simple puede tener todo lo que conocemos”, exclama aún con asombro.

Tarea en familia

La doctora Souza viste pantalón de mezclilla, blusa bordada de franjas amarillas y naranjas, y la cubre un delgado suéter rosa. De su cuello cuelgan dos collares, uno de éstos es una bolsita tejida color naranja que tiene en el centro la mitad de una luna y del sol, “me lo regalaron unas mujeres de Sonora”, dice mostrándolo con orgullo.

Terminó su licenciatura en 1983, e ingresó a la maestría en Biología el mismo año, “soy una especie de tractor, voy de frente y no hay nada que se me atore”, dice la profesora con una sonrisa que produce pequeñas arrugas alrededor de sus ojos.

A media maestría decidió casarse, “a mis papás no les parecía tan buena idea que me juntara con un biólogo”, comenta después de soltar una risa; “Luis –su esposo- y yo somos un buen equipo y seguimos juntos aquí en el laboratorio”, expresa todavía con la sonrisa de satisfacción en el rostro.

Cuando cursaba el doctorado en Ecología en el Centro de Ecología de la UNAM, tuvo a su primer bebé; el segundo llegó en 1993; “ser maestra y mamá son las dos cosas que definen quién soy”, lo dice con firmeza, mientras su voz es una mezcla de orgullo y pasión.

Sus hijos han terminado el doctorado en Biología y, aunque tanto se dedican a otra cosa, están muy involucrados -en la protección del valle-, salvar Cuatro Ciénegas fue una tarea de toda la familia” indica con satisfacción.

La curiosidad de un niño

“Un científico es alguien que tiene la curiosidad de un niño y que le pagan por ello”. Le compensan porque sigue un método científico, donde las ideas, que pueden llegar a ser metáforas, a partir de lo que se observa en la naturaleza, se construyen como hipótesis, es obvio que esa es su vocación y su expresión lo demuestra. “Esas hipótesis necesitan ser probadas con un método de muestreo, con un análisis estadístico y tienes que ser lo más riguroso posible para poder decir si tu hipótesis fue cierta o falsa”.

“Yo no diría que un científico está en la búsqueda la verdad, porque no existe tal cosa”. El científico explora para encontrar respuestas a sus preguntas “muy puntuales”. “Con esta enorme curiosidad de entender cómo funciona, cuáles son las razones detrás”, pero “en realidad no hay una sola respuesta, hay muchas y armamos rompecabezas para conseguirlas”.

La doctora Souza se ha dedicado a la investigación. Es una mujer que ama su trabajo; ha impartido alrededor de 58 cursos de 19 materias en la UNAM: “Si generas datos necesitas enseñar a los demás cómo obtener otras notas, es un deber”. Es reconocida en la Facultad de Ciencias porque los alumnos se entusiasman al oír historias de cómo “nos tocó salvar al arca de Noé”, dice haciendo referencia a Cuatro Ciénegas.

Además, el deber de un científico es “enseñar, formar a la gente y tratar de que el conocimiento sea lo que permee en las sociedades”, la ciencia tiene una responsabilidad moral y social, además, es muy divertida hacerla, la chispa regresa, la niña de diez años sigue sentada frente a mí.

Le emociona descubrir cosas nuevas, y que “sea hecho por una mujer también permea en otras mujeres jóvenes”. Está convencida de que “todos los que damos clases hemos ayudado a que se generen nuevas vocaciones”.

¿Y qué espera de las nuevas generaciones? “Que salven al mundo, sí, no es pequeña cosa, pero les toca”, suelta una carcajada y la piel de su rostro muestra los años que avanzaron mientras conseguía proteger Cuatro Ciénegas.

Ver a la UNAM desde fuera

¿La UNAM cumplió sus expectativas? “Enormemente, la UNAM ha sido mi casa desde entonces.” No le dejo solo un conocimiento intelectual, ha llegado hasta lo humanístico, “porque estar en la UNAM es ser parte del país,” expresa con satisfacción; a su alrededor jóvenes interesados en la investigación caminan con carpetas en mano, mientras otros lidian con códigos en sus mesas de trabajo, todos con un mismo propósito, resolver los problemas ambientales que enfrenta México.

“Cuando uno estudia en escuelas particulares realmente no es parte del país”, su rostro pasa de una sonrisa a una expresión seria. “Te metes al país a través de la UNAM y sientes un enorme compromiso hacía esta nación que ha dado tanto y por eso seguimos trabajando”.

Al principio de su carrera la UNAM no contrataba a los alumnos a menos que hicieran un postdoctorado en el extranjero. Por ello viajó a Estados Unidos, donde realizó uno en el Departamento de Ecology and Evolutionary Biology en la Universidad de California. Trabajo en el laboratorio del Dr. Richard Lenski, quien “fue tremendamente generoso,” de septiembre de 1990 hasta julio de 1992.

“Fue una oportunidad increíble, con gente maravillosa que apoyó nuestra carrera”, expresa la profesora con entusiasmo mientras sus manos juguetean en el aire. De agosto de 1992 hasta febrero de 1993, realiza otro postdoctorado en el Center for Microbial Ecology de la Universidad Estatal de Michigan.

Su estancia en Estados Unidos no sólo la ayudó a formular conocimiento, “ver a la UNAM desde afuera te hace apreciarla aún más”, cuenta que las universidades estadounidenses son sitios de privilegios, universidades caras que hacen que “muchísimos estudiantes se endeudan el resto de su vida para poder pagarla”.

En cambio, “la UNAM para mí es el cerebro y el corazón del país y tiene una influencia enorme, tanto así que en la guerra contra el narco ninguna camioneta de la UNAM ha sido lastimada ni por el ejército ni por los narcos y eso es mucho decir. Somos respetados porque estamos enseñándoles a sus niños”, dice con orgullo en la voz.

El arca de Noé


Cuatro Ciénegas es un ecosistema sin nutrientes que a simple vista se ve sencillo; sin embargo, “ahí están los linajes ancestrales que construyeron este planeta azul y solamente existen ahí”. La NASA “nos llevó a explorarlo y nada de lo que habíamos aprendido funcionaba ahí”.

Es un oasis con la mayor diversidad de especies en el planeta, y ella al trabajar con la pregunta ¿Por qué hay tantas especies? No dudó en trabajar con el valle, “en Cuatro Ciénegas se puede entender las reglas originales de por qué el planeta es tan variado, y ahora tengo un sistema favorito, el cual es tal vez el lugar más diverso del mundo”.

Ha sido una dura batalla que ha tenido que enfrentar para salvarla, pero “hemos aprendido muchísimo de Cuatro Ciénegas en el camino”, al ser uno de los pocos ecosistemas modelos que permiten analizar el desarrollo de la tierra primitiva, da la oportunidad de crear estudios en torno a la vida en otros planetas.

Se siente “bien privilegiada de que me toco este trabajo y que puedo hacer algo al respecto, es un enorme privilegio trabajar para el futuro de México”, dice con entusiasmo y un brillo en los ojos.

Este lugar no solo dejo conocimiento a los investigadores, la primera lección que dio fue “de humildad, porque en realidad entendemos muy poco, y hay que abrir los ojos y la mente a lo inesperado. Nos enseñó una enorme responsabilidad social, que implica hacer ciencia”.

Las barreras a superar


En 2013 un grupo de habitantes de la zona se manifestaron en contra de la investigadora, culpándola de frenar el desarrollo del municipio por haber sido decretado como zona protegida. “Si tú tienes una bola de cristal que te ayuda a predecir eventos como que se va a secar Cuatro Ciénegas si siguen sacando agua, no se necesita ser demasiado listo para eso, tienes que generar fundamentos científicos para demostrarles a las autoridades y a los productores que están haciendo mal las cosas.” Su tono de voz es una mezcla de burla y enojo.

Al recordar este episodio, suelta una risa y su rostro toma una expresión relajada, sin arrepentimiento, “no son los pobladores de Cuatro Ciénegas los que se manifestaron, sino los ricos latifundistas, dueños de la tierra desde hace mucho, los cuales se apersonaron como ejidatarios, pero en realidad no viven ni siquiera en Cuatro Ciénegas y le pagaron a la gente para ir y hacer una manifestación”.

Y aun con la misma expresión, comenta que solo consiguieron poca gente, porque los investigadores también se han dedicado a concientizar en la protección del área a los niños del valle desde el kínder hasta la prepa, ahora ellos ven un futuro “y están cambiando la manera en que usan sus recursos naturales y van hacer los niños los que salven a Cuatro Ciénegas, igual que serán los jóvenes a los que les damos clases los que salvarán el mundo”.

Salvemos México

La doctora Valeria Souza está segura de que en México los científicos han tratado de traducir la ciencia mucho mejor y se han acercado a la gente, “tal vez precisamente por el efecto UNAM”.

Es hora de que a los jóvenes les pique el gusanito de la curiosidad, por saber más y sin estar “encerrados en sus miedos la vida es diferente; básicamente la ignorancia genera miedo y el conocimiento genera moverte hacia delante”.

Es una optimista, “creo que sí vamos a salvar a Cuatro Ciénegas, y si logramos transformar conciencias salvando el valle, tal vez podamos salvar a México,” concluye, mientras hace movimientos entusiastas con sus manos, sus ojos se agrandan y una gran sonrisa ilumina su rostro.




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