4 de febrero de 2016

LO IMPORTANTE ES CAPTURAR LA IMAGEN CON EL CORAZÓN: MARCO ANTONIO CRUZ

Por Guadalupe Jimarez Martínez
México (Aunam). Bien dice el habla popular: “El año en el que naces marca en buena medida el destino”. No significa que el ser humano esté predeterminado, sino que hay sucesos cuyo fin es encauzar nuestro trayecto. Tal es el caso del fotoperiodista Marco Antonio Cruz, nacido en Puebla en 1957, año en que ocurrió uno de los sismos más intensos en la República Mexicana, el llamado Terremoto del Ángel. Así, su labor periodística de documentar y ser portavoz de quienes no son escuchados ante un determinado suceso le ha valido dicha analogía.


Tiene más de 30 años de trayectoria profesional, pues en 1978 comenzó a retratar la vida cotidiana, historias y reportajes en México y el extranjero.

Es coordinador de fotografía de la revista Proceso desde 2006. Tiene su oficina en las instalaciones de la misma, en la calle Fresas #13, a escasas dos cuadras de la estación Parque Hundido del MetroBus.

En la entrada del establecimiento, la recepcionista, cordial y amable, me pide que tome asiento en uno de los sillones color vino que se encuentran frente a un montón de ejemplares atrasados del periódico La Jornada. Hojeo alguno mientras repaso los encabezados, pero leo sin leer, pues en realidad repito en mi mente las preguntas preparadas para esta entrevista.

Cinco minutos después escucho lejanamente una voz delicada, la cual me avisa que Marco Antonio Cruz me espera. Nerviosa y un poco atolondrada por la luz tan blanca que emerge por todos lados me dirijo por unas escaleras de madera. Éstas denotan su antigüedad por el sonido rechinante que producen. Finalmente me encuentro frente a una puerta de madera forrada por fotografías y portadas de Proceso. Una excelente presentación para el ser humano que se encontraba tras ella.

Marco Antonio Cruz sale de su oficina y con voz que denota seguridad pregunta si soy la persona que lo entrevistará. Es alto, de más de 1.80 metros y menos de 1.90, delgado, tez morena y seria. Su cabello entrecano es abundante, porta lentes y ropa deportiva.

Me quedo en la estancia principal mientras él se adelanta hacia su oficina, donde será la plática.

Al entrar se nota lo ordenado que puede ser: sobre su escritorio hay una computadora blanca, un lapicero compuesto por plumas; no hay cabida al caos, los documentos están perfectamente ordenados. Uno arriba de otro. Tras de él, una pizarra de pendientes llena de folletos, un calendario, fotografías en blanco y negro y el dibujo de un insecto semejante a un escarabajo, nada de él es desordenado.

Sentado en su silla negra de escritorio, más parecido a un sillón, cruza la pierna derecha, gira unos grados a la izquierda para mostrar cercanía conmigo. El escritorio no funge como barrera entre ambos.

¿Cómo se define Marco Antonio Cruz?

-A los 58 años de edad, qué te puedo decir. Encontré mi camino, mi vocación y realmente no me arrepiento de nada. Todo lo que he hecho a lo largo de mi vida, sin duda, me ha fortalecido hasta ahora. Son unos buenos cimientos. Años de estar luchando, incluso contra marea para lograr algo, y lo he conseguido; estoy muy agradecido por ello.

¿Cuándo y cómo nace la pasión por la fotografía documental?

-Más que por la pasión de la fotografía documental, mi primer encuentro con la fotografía fue desde muy joven; 16, 17 años, pero no me entusiasmó mucho. Yo creo que por la fotografía fue entre los 18 y 20 años, cuando mi mamá me regaló una cámara, es con ella cuando comencé a sentir el gusto por ésta, pero no tenía una guía.

“Sí había estudiado algo, pero no específicamente técnicas o algo así; aparte, no se conocían autores como ahora, no se conocían trabajos, excepto un libro de Paolo Gasparini, un fotógrafo italiano que vivió toda su vida, prácticamente, en Latinoamérica, especialmente en Venezuela. Él editó un libro que se llama Para verte mejor América Latina, el cual a mí me motivó mucho. Nací en Puebla, cuando llegué a la Ciudad de México tuve la oportunidad de encontrar a uno de los grandes maestros de la fotografía del siglo XX, se llamaba Héctor García, ya murió. Realmente fui muy afortunado”.

En cuanto a su formación académica, ¿nos dice que no nació en el Distrito Federal?

-Yo estudié Artes Plásticas en la Universidad Autónoma de Puebla y, bueno, prácticamente soy un pintor, no fotógrafo, pero pienso que me ha ayudado mucho en información, un poco de todo; principalmente, estudiar esa licenciatura me educó visualmente. A mí nunca me ha costado trabajo hacer una fotografía, a mí se me da de una manera natural, nata, el componer. Fueron tantos años de haber educado un ojo visualmente.

Entonces, ¿desde niño no quiso ser fotoperiodista?

-No, para nada, no tenía ni la menor idea; siempre me gustaron las artes plásticas. La verdad, yo vengo de una familia con una madre soltera y de un nivel social-económico muy precario; mi mamá trabajaba de obrera y vivíamos en un barrio donde el nivel cultural no era muy alto. Entonces, sí, a mí me gustaba hacer cosas en plastilina, dibujar y eso, pero nunca tuve el aliciente de que me motivaran para poder hacerlo. Considero es impresionante cómo, de dónde vengo, pude convertirme en fotógrafo.

¿Qué características, considera, tiene su trabajo que se asemejen a usted?

-El compromiso social para mí es muy importante; primero como periodista crítico, pero también como una persona de izquierda. A lo largo de mi vida he tenido una militancia de izquierda; estuve en el Partido Comunista. Hace muchos años que no estoy dentro de un partido, pero eso no significa que no simpatice con determinadas causas sociales. De cierta manera, trabajo con medios que tienen que ver con el periodismo crítico, tal es el caso de Proceso.

Pienso en parte de su currículum y añado: La Jornada, él asevera conmigo.
Marco Antonio Cruz refleja honestidad; mira a los ojos con interés y de forma analítica, nunca titubea; pareciera que conocía previamente las preguntas y, en consecuencia de ello, ensayó sus respuestas.

¿Es perfeccionista al realizar su trabajo?

-Sí, soy perfeccionista. Mira, en la fotografía, ahora y siempre, creo que más en épocas pasadas, no se dependía totalmente de la cámara, sino también de un proceso químico de revelados; y realmente son tantos los elementos manejados que es necesario ser muy organizado. La gente desorganizada no avanza.

“Pienso que la fotografía es una de las artes nuevas que realmente necesita de muchas cosas. Incluso actualmente; no basta con saber utilizar una cámara, tienes que aprender de programas, plataformas, computadoras, discos duros y mil cosas más.

“Igual si tú no posees una disciplina, no eres cuidadoso, muchos trabajos se pierden, por ello, a lo largo de mi trayectoria, he procurado ser disciplinado aunque realmente serlo cueste; el usar la fotografía analógica resulta bastante caro; sin embargo, es mi estilo. Ahora considero que lo importante de mi trabajo es que se trata de un documento social y, en ese sentido, es un material que debo cuidar. Es una ventaja tener los negativos para que lleguen a más generaciones, a pesar de ya no estar aquí”.

Su talento le ha valido grandes reconocimientos, uno de ellos el que coordinara el libro Fotografía de Prensa en México, en el cual buscó darle autonomía a la fotografía de prensa. Esta búsqueda se concretó también en su exposición Fotoperiodismo, más allá de la información, que se realizó en el Museo Diego Rivera en abril de 1993, en la cual expresa un nuevo concepto de la prensa gráfica, aquella que se encuentra fuera de las páginas de los diarios.

¿Cuál es su opinión de esta frase de Alfred Eisenteadt: “Lo más importante no es la cámara, sino el ojo”?

Trata de recordar la fisionomía del artista mencionado; mira al techo en busca de respuesta.

-Sí, son muchas cosas. El ojo es el medio, es como la cámara. Lo importante es lo que tengas en mente y en el corazón. Es indispensable tener un equilibrio. Hay que disparar con el corazón; un poco la idea es cómo, por medio de la imagen, transmitir emociones. Desde mi perspectiva, una fotografía que transmite alguna emoción es aquella permaneciente en la sociedad, que resulta impactante; es la cual incluso se vuelve icono, marcando un tiempo, época, moda o una generación.

“La fotografía, en este sentido, tiene una vida muy corta con la humanidad: alrededor de 200 años, o menos, es nada, es una brizna solamente; sin embargo lo que ha hecho ha sido impresionante. Aparte, es una de las ciencias jóvenes que no para, tiene cambios revolucionarios constantemente, muy impresionantes. En este momento, de veinte años a la fecha, ha tenido lugar la era tecnológica con beneficios para el periodismo porque finalmente éste, el cual siempre había utilizado los medios tradicionales como el diario, ahora se ha extendido; la gente ya se informa a través de portales, redes sociales; en suma, por internet. O sea, cuando tú ves un periódico con información del día anterior, te parece muy viejo, pero antes así se informaba la sociedad”.

Ahora que menciona lo de la era tecnológica, ¿considera que con las nuevas tecnologías y la gran apertura de las redes sociales hay una afectación a la fotografía?

-No. Hay varios perfiles y perspectivas: considero que la fotografía finalmente importante es la que hacen los fotógrafos. Para ser uno, no es el hecho de tener una cámara, eso no significa que todos sean fotógrafos. Hay gente que toma fotos y punto, pero no lo son. Uno verdadero es quien tiene un nivel cultural, un ojo educado, quien tiene una formación, una experiencia de vida.

“Sobre todo aquel que se dedica a la prensa o es documentalista, se forma con los años, no es instantáneo, no es con el simple hecho de que tu cámara sea digital. Esa es la gran diferencia; pueden existir sitios como Instagram donde todo mundo sube fotos, pero eso no significa nada. No quiere decir que esas fotos se queden en la memoria de la gente. Aquellas que lo logran poseen un valor, un contenido tanto estético como social, las hizo un fotógrafo”.

¿Quiénes son sus referentes en la fotografía?

-Pues son muchos, realmente te mentiría si te digo “sólo hay uno”. Para empezar, los referentes son la gente que tú conoces a lo largo de tu carrera, ya sean personajes no relacionados con la fotografía pero que tuvieron una influencia en ti, desde la gente que lees. Por tanto, influyeron en mí escritores, cineastas, pintores. La lista es demasiado larga.

Su respuesta es interrumpida por el timbre de su teléfono personal. La habitación emerge una pulcritud exacta. Todo se encuentra en equilibrio total: los muebles, los documentos, la luz.
No hay ruido más que el emitido por Marco Antonio Cruz al hablar de MéxicoLeaks con Toño. De vez en cuando la armonía es acompañada por el ruido de los motores de un avión. En la oficina se encuentra un mapa con todos los lugares del globo terráqueo. Quizás sea un símbolo para recordar lo vasto que es el mundo y todo lo que le falta por conocer.

Al terminar su llamada, mira sonriente y pregunta:

“¿Qué era? ¡Ah sí! Entonces… hay gente que me emociona mucho, fotógrafos como Eugene Smith, quien es como el padre de la fotografía social; fue el primero que tuvo una fotografía comprometida o de los primeros con una fuerza y vida impresionante, apasionante: toda su vida dedicada a la fotografía y maestro de maestros. No solamente fue educador mío, sino de generaciones enteras, como Nacho López, quien me encanta, Álvarez Bravo, la lista es enorme; uno se nutre de muchísima gente, no tiene que ver precisamente con foto, también pintores, de todo.”

¿Cuál es su inspiración para seguir realizando su arte?

-Sigue siendo el compromiso. Soy muy obsesivo en el sentido de que mucha gente ha abandonado la fotografía analógica y yo no, por el simple hecho de tener en físico el negativo, en la medida que pueda seguiré haciéndolo. Requiere de mucho más esfuerzo, es más caro, este tipo de fotografía se volvió para un determinado estilo de gente, pero pues ni modo. Lo único que va a pasar es darle un mayor valor a un rollo. Antes lo tomaba muy rápido, ahora, a cada imagen le consigno una importancia.

“Eso no sucede con lo digital, ésta te permite, dependiendo de la capacidad en memorias existentes, infinitas posibilidades de crear foto: en un día puedes hacer mil fotos pero a la hora de escoger de ese millar ¡es un lío! Además, se va perdiendo la disciplina por realmente lograr una buena imagen.”

Lo más importante para Cruz en sus trabajos es abordar la situación social: “Mostrar al mundo qué sucede con un grupo de gente determinada”.
Considera a los fotógrafos personas muy intensas, característica reflejada en las imágenes emitidas por los mismos: “Creo que corresponde a una cuestión de generación, existe en nosotros una intensidad por hacer fotografía”.

Sus fotografías tienen un objetivo ¿cuál es?

-Son muchos objetivos; primero, provocar una emoción en la gente; creo que el hecho de fotografiar una época, en tu caso (refiriéndose a mi edad) un tiempo; te vuelves cronista visual y testigo de éste, lo cual es muy importante para las próximas generaciones. La fotografía tiene un gran valor como documento y más si es de cuestión social.

“La otra es el compromiso, este arte tiene muchos matices muy poderosos. Puede ser voz de aquellos que no poseen una. Aquí se denuncian hechos en cuestiones sociales, eso realmente es mucho y no es fácil; requiere de mucho compromiso, disciplina, porque de repente hay proyectos que no los puedes hacer en uno o dos días; algunos requieren de años.

“En el caso de la ceguera (Habitar la oscuridad, una de sus obras) fueron diecisiete años retratándola, creo que mi obsesión va por ahí; soy de los pocos que le han dedicado tanto tiempo a un tema. Mis temas son muchísimos; sin embargo, tienen en común el aspecto social.”

Su primer libro, Contra la pared, exhibe su capacidad como periodista gráfico. Sus imágenes, que en un principio fueron tomadas por motivos periodísticos, lograron de manera especial dar a la imagen un valor estético.
Este valor estético lo ha logrado debido a su formación y valores intrínsecos: un sentido de registro social revelador y denunciante que no olvida la estructuración gráfica de la imagen, como los puntos de fuga, que obtiene por medio de lentes gran angular; los primeros planos que exacerban las situaciones; encuadres, etcétera.

¿Qué aspectos buenos y malos del quehacer periodístico ha encontrado a través de la fotografía social?

Se acomoda en su gran silla de escritorio, con el mentón sobre la mano derecha, en posición analítica, pero nunca altiva.

-Lo más importante es que la fotografía debes encauzarla para denunciar hechos y situaciones. Ser voz de quien no tiene voz, ayudar a quien no es escuchado. Ese es el verdadero periodismo. Porque no sólo se trata de cubrir información, es como la parte negativa: cubrir los mismos eventos informativos se vuelve hasta tedioso. La parte positiva es cuando realizas un periodismo de investigación, o sea, donde no existe la información, tú cavas y la encuentras, la cual es muy poderosa e importante.

¿Hay algún sector de la sociedad mexicana o internacional por el que tenga deseos de fotografiar?

-Me interesa México, ese es mi tema. Tan sólo la Ciudad de México es una enormidad, una de las ciudades más grandes de todo el mundo. Tengo 30 años retratándola, no diario, pero si he ido forjando una disciplina de captar lo que sucede en las calles, lo cual es muchísimo y te juro, me voy a morir y no llegaré a tener una totalidad del panorama. Retratar una ciudad como ésta requiere de generaciones de fotógrafos… entonces sí está cañón.

¿Por qué el interés en retratar la historia y vida cotidiana de México?

-Desde mi perspectiva, es importante como testigo de la historia. El simple hecho de salir a las calles y hacer fotos que no tienen algún valor, el tiempo se encarga de dárselos. Tan sólo la moda, cómo se viste la gente, las casas, los edificios. Aparentemente tú pensarías que una ciudad como ésta nunca cambia; sin embargo, posee un dinamismo constante; cuando tienes un ojo educado notas los cambios.

“De repente hay lugares donde los inmuebles, parques o edificios han sido derrumbados y construyeron nuevos. Situaciones como las del terremoto, suceso que vino a cambiar totalmente la imagen visual de esta ciudad. Todas las fotos captadas durante esas épocas tienen un valor documental.

“La fotografía permite retratar los cambios en los oficios y tradiciones. Por ejemplo, el sexoservicio que había hace treinta años es muy distinto a lo que existe ahora; se amplió la gama, pues. Ahora no son sólo mujeres, hay hombres… ¡de todo! (sonríe). Y cada quien tiene sus espacios y te das cuenta que es importante tanto lo que se hace ahora como aquello perteneciente al pasado. Hay oficios que se pierden; de repente ya no ves afiladores. Por ello, es muy importante documentar las calles”.

Marco Antonio Cruz es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte; ha destacado internacionalmente: fue finalista para el Premio Nuevo Periodismo Cemex-FNPI (Cementos Mexicanos-Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano), con el ensayo Ciegos, en Cartagena, Colombia, en noviembre de 2001.

Personalmente, ¿qué significó para usted ganar el The Grand Prize en 2009, Toronto, con el ensayo Habitar la oscuridad?

-Para empezar (aparta sus manos de su regazo) no fue una sorpresa que me hayan elegido a mí. La idea es que el Grand Prize, el cual existe desde el 2007, desde su primera realización, Canadá invitó a dos fotógrafos de China para que compitiera con los suyos. Cada uno de ellos propone un trabajo y el concurso inicia por Internet, en el cual, la gente puede emitir su voto y decidir quién gana.

“Todo esto está planeado por el Art Gallery of Ontario, uno de los museos más importantes de Canadá. De cierta manera lo hacen para fortalecer y promover a sus fotógrafos. Año con año lo hacen con un país distinto; cuando fue con México y dijeron que yo era uno de los seleccionados (sonríe como si volviera a revivir el aquel momento) fue muy gratificante el hecho de que se me considerara; sin embargo, no fue gratuito, la causa fue un ensayo al que se le dedicó mucho tiempo, por tanto, tiene una importancia. Federico Gama fue el otro mexicano seleccionado.

“Nos invitaron a Canadá, conocimos a nuestros contrincantes canadienses, los cuales eran fotógrafos conceptuales y finalmente, lo importante es que ganó la fotografía documental, tanto Federico como yo somos partidarios de la documental. Y bueno, fue como un sueño: de la nada te dicen que eres seleccionado, de repente sale el viaje, durante éste hay una residencia en el país del norte para trabajar en un tema. Yo propuse un tema que fue muy incómodo para ellos, pero que tiene mucha relación con mi perfil de pensamiento: trabajar con las personas indígenas de Canadá, las cuales son y fueron víctimas de un genocidio cultural, por eso no fue bien acogida mi idea, pero de otra manera, hubiese sido imposible de realizar.

“Los premios te abren caminos, pero no lo es todo, es gratificante, pero uno no puede vivir de ellos. No es posible querer ser siempre el arroz de todos los moles. Creo que se debe participar cuando sea justificada la colaboración”.

Acerca de por qué eligió el tema La Ceguera, respondió que se debe a su interés en los temas sociales, sobre todo de grupos vulnerables, marginados. Por tanto, le interesaba saber qué sucedía con ellos, las condiciones en las que vivían.

“Las primeras imágenes de ellos son en la Ciudad de México trabajando como vendedores ambulantes, después me dediqué a investigar en centros de educación, de rehabilitación, las historias de las personas; viajé a varios estados de la República. Al final el proyecto demuestra que la ceguera en el país es un problema social no resuelto, y las personas más afectadas son indígenas y campesinos; ese fue el principal motivo para elegir el tema”.

Considera que el haber ganado The Grand Prize en 2009 no cambia su forma de trabajo, afirma que se renueva su esperanza por seguir haciendo proyectos.

En una entrevista que dio a la revista Cuartoscuro, Cruz declaró: “Llega en un momento muy importante; estoy revisando lo hecho y he encontrado una fórmula eficaz para mostrarlo, que es Internet (www.marcoacruz.com), donde estoy mostrando los trabajos más importantes de mi vida profesional. Se abren nuevas vertientes para el desarrollo de temas”.
Bestiario es su más reciente obra. Publicada en 2014, reúne una serie de imágenes en blanco y negro, las cuales tienen como protagonistas a animales, los cuales abarcan un espacio y ocupan un papel especial en la vida cotidiana del ser humano.

-¿Qué significado tiene para usted, hoy día, Bestiario y Habitar la Oscuridad?

En sí la edición de un libro es un proceso muy importante. Pienso que cuando uno lo hace funge como muestra del haber hecho algo sobresaliente; sin embargo, el editar también es una limitante. Si hablas de ediciones de mil ejemplares resulta un tanto absurdo, pero sin duda van a ser obras impresas, ya están ahí y por tanto, perpetuarán. Lo increíble sería tener ediciones de 50 mil ejemplares, eso sería una maravilla.

Con base en su labor periodística, ¿cuál es el papel de la fotografía en los movimientos sociales de México?

-Documentar. Es absurdo lo que se pensó por años eso de ser neutral. El periodista no puede serlo, o estás de un lado o de otro y por lo general, siempre he procurado estar de lado de la gente oprimida. Siempre he buscado mantener una posición social. Para mí es muy importante definirse; el hecho de ser neutral causa mucho daño, es ser indiferente a causas de personas no escuchadas y violentadas.

Marco Antonio Cruz afirma que la intensidad de su trabajo le lleva a estar en un lugar y mostrar hechos y situaciones que le duelen: “De repente creo que son proyectos duros, pero así es la realidad, la idea es que no debemos ocultarla, sino que quede un registro y un testimonio”.

¿Qué características posee el fotoperiodismo mexicano que lo distingue de otros?

-Sin duda, la tradición, ese elemento no lo tiene otro país. Se encuentra muy arraigada en el sentido de que los fotógrafos documentales salieron o vieron la necesidad de salir a retratar hechos o sucesos trágicos o no. Con la Revolución Mexicana, la cual fue uno de los movimientos más importantes del siglo XX, los fotógrafos salieron al campo de batalla para registrar aquello que ocurría por quince años de guerra, ahí nace el fotoperiodismo mexicano.

“Actualmente somos de los países con más periodistas muertos, no hay como tal una revolución, pero sí nos encontramos bajo la atmósfera del narcotráfico; nadie vive sus consecuencias como nosotros. Incluso aquí en Proceso hay dos compañeros fallecidos recientemente; sin duda el informar se vuelve molesto y peligroso para determinada gente".

Si tuviera que elegir un estado de la República Mexicana para fotografiarlo de pies a cabeza, ¿cuál sería? ¿Por qué?

-Ahora que lo pienso, he fotografiado todos, pero uno de los estados donde más he estado ha sido Chiapas; desde la frontera hasta la selva. Ha sido uno de los lugares más apasionantes de mi vida, porque, para empezar, es como otro país, incluso si hablamos de hace 30 años es como si hablásemos del extranjero. Además es un estado indígena y donde han conservado las tradiciones de una manera ortodoxa, muy fieles a sus creencias. Toda su gente de origen maya.

“Desde mi perspectiva ha sido un estado olvidado por todos, incluso hasta por la Revolución Mexicana de 1910. Allá nunca llegó la justicia social; siempre se vivió ahí dentro de la marginación, injusticias. Hay mucha pobreza; la gente se muere por enfermedades totalmente curables, intransigencias, represión. Todo esto ha sido motivo de retratarlo en Habitar la oscuridad, en el cual le dedico una parte a Chiapas, donde muestro personas padeciendo males derivados de la injusticia y pobreza, causando una gran cantidad de personas invidentes.

También hice un ensayo llamado Cafetaleros, en el cual hablo de la gente del café, tanto mexicana como guatemalteca. Y bueno, cuando estalla el movimiento armado de Chiapas (el primero de enero de 1994) para mí no fue ninguna sorpresa, no había de otra. Es lamentable que en 20 años siga sin suceder nada; sin embargo, sigue latente la herida, el gobierno sólo les ofrece engaños”.

Cafetaleros es un trabajo realizado en la finca La Patria, ubicada en Soconusco, Chiapas, en 1989; sale al público siete años después, en 1996. En esta obra, Marco Antonio Cruz hace una denuncia de las injusticias por las que pasan estos hombres; cuyas vidas transcurren entre la pobreza y miseria de una sociedad hundida en consumismo.

¿Qué aspectos y logros de su vida laboral le han dado motivos de orgullo?

-Uy, yo creo que lo que más me da orgullo es haber trabajado con los mejores periodistas de México. He colaborado con Carlos Payán, Miguel Ángel Granados Chapa y con toda esa generación de fundadores de La Jornada. El haber conocido a Vicente Leñero, trabajado con Don Julio Scherer, tener su amistad tantos años, yo creo que eso es motivo de orgullo. Lo que te mencionaba, te nutres de la gente que te rodea y conoces a lo largo de la vida. Sin duda tuve la fortuna de tener cercanía con toda esta gente. No sólo ellos, sino también fotógrafos como Mariana Yampolsky, Nacho López, Héctor García, Rodrigo Moya, gente que sin duda los tomas como tus maestros.

En su tiempo libre, ¿cuáles son los pasatiempos de los que más gusta disfrutar?

-Procuro no tener tiempos libres (suelta una risa desprevenida); siempre estoy procurando tener algo qué hacer. Desde hace como dos años me encuentro motivado para arreglar una casa en el campo y en dicho lugar he construido un taller, en el cual planeo retomar un poco mis inicios: empezar a hacer escultura, también me gusta la carpintería, empezar a hacer objetos… porque yo creo que la fotografía no va a ser para siempre; necesitas tener físicamente una fortaleza para poder hacerlo. No quiero ser una caricatura de mí mismo. Realmente, cuando ya no pueda hacer fotografía, voy a dibujar y pintar, para eso ya empecé a hacer cosas.

Si no hubiese escogido esta ruta, ¿Qué otra profesión le hubiese robado el sueño? –se le interroga. No lo piensa ni dos segundos y responde sin titubear:

-La pintura… dibujar y pintar… era mi camino. Pasa que me desvié de repente, pero ahora quiero recuperarlo.

En cuanto a la música, ¿en algún momento de su vida tuvo deseos de fotografiar conciertos, a una banda o solista en especial?

-Sí, tuve que hacerlo; sin embargo sólo por trabajo, en realidad me interesa la música, es algo natural y básico, desde lo tradicional… de todo… no tengo algún género. Disfruto… ¡hasta de la cumbia! –responde entre sonrisas.

¿Podría hablarnos un poco de su vida personal?

-Tengo dos hijos, uno es biólogo, tiene 32 años, casi ya no lo veo. El otro va que vuela para ese mismo camino; él va en la prepa, en un mes cumple los diecisiete. Sin duda, con los hijos, uno renueva la vida. Procuro que ellos experimenten por sí mismos, es parte del devenir de uno, lo único que quiero es fomentar en ellos el objetivo de ser buenas personas.

“Mi compañera por muchos años se dedicó al fotoperiodismo también, teníamos muchas coincidencias en gustos, ideología, la manera en hacer las cosas, pero de repente sí es difícil cuando dos fotógrafos viven juntos y sobre todo cuando uno de ellos tiene reconocimientos constantemente por su trabajo… pues no es tan fácil mediar esas situaciones; no obstante, yo no me imagino compartir mi vida con una persona quien no coincida con mi forma de pensar y actuar, pero llevamos una vida sumamente tranquila. Aunque llego tarde, la idea es pasar tiempo siempre que podamos, de calidad”.

La vida de Marco Antonio Cruz se divide en dos, una como fotorreportero y otra como fotógrafo documental, que investiga temas y la cuestión social. Afirma que no le interesa el arte por el arte, enseñanza de Nacho López. Él decía: ´Si el arte no tiene un sentido social, se muere con el tiempo´. El arte para galería es el arte para el arte, va destinado a cierto mercado, pero finalmente, después de una década, nadie se acuerda de él. En la fotografía documental no sucede esto, porque la mayoría de los temas son intemporales, en la medida que pasa el tiempo adquiere mucho más valor”. Afirma que la necesidad por documentar situaciones en México radica en la versatilidad de la gente.

Finalmente, sentencia que siempre ha pensado que el principal límite de un fotógrafo es el fotógrafo mismo: “Hay que estar aprendiendo continuamente; si no, vamos a estar limitados. Por otro lado, el público es fundamental. Hay que hacer imágenes que provoquen emociones. La idea es no hacer un trabajo estéril, sino uno con capacidad social real”.

Marco Antonio Cruz tiene un compromiso social. Ha sabido darle un sentido periodístico a su trabajo sin descuidar lo artístico; a su vez, se ha vuelto el portavoz de sectores más vulnerables.







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EL TOVARICH, VENDEDOR DE PELÍCULAS EN LA FCPyS

  • “Yo vengo literalmente a divertirme a mi trabajo”
Por Aldo Jair Munguía Hernández
México (Aunam). Un hombre se resguarda del fulgurante calor bajo de un árbol. El poblado y oscuro bigote dota a su rostro de seriedad. Su cabellera hirsuta lo motiva a llevarse la mano derecha constantemente para arreglarla.

Es Javier Flores Vásquez. Estudió en la Facultad de Economía de la UNAM, pero renunció a las tareas burocráticas que su profesión le imponía. Entre sus virtudes, acepta, no están las de ser un buen empleado, ni siquiera considera ser capaz de ejercer un oficio como el de taxista.

Flores Vázquez vende películas y libros en la explanada baja de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS). Menciona que su labor lo llena completamente, le da lo que necesita y considera que “no le hace falta nada”.

Cuando la crisis de los años 90 alcanzó al joven recién egresado, tuvo que vender sus libros de economía, sus poemarios y novelas. Ante tamaña desilusión optó por establecer un “puestecito” de tacos y tortas en la FCPyS. Sin embargo, había que nombrar su puesto de algún modo, pensó, más aún, renombrarse él mismo para que la clientela pudiera identificarlo con facilidad. “Cuando vas a una taquería o a una tortería, ¿quién te atiende’?, pues El May, El Paisa, El Cuñado, El Güero…, y yo dije “si estamos en Políticas yo no puedo ser eso, tengo que ser algo diferente”, y decidí ser El Tovarich.

El teatro y el cine

Flores Méndez rememora su vida como un actor experimental. Sus palabras se vuelven alegres. Entre los años 78 y 85, El Tovarich participó en el Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística (CLETA), organización que pertenecía al Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Vallejo. Allí conoció a Luis Cisneros, El Llanero Solitito y a muchos grupos de artes escénicas experimentales.

Tras una pausa relata que tuvo la oportunidad de viajar por el país con ellos, incluso a Centro América, invitados por grupos de teatro experimental que se interesaban en el intercambio cultural que brindaban los encuentros internacionales en dicha categoría.

“Nosotros en el CLETA teníamos funciones de cine, todavía era cine de súper 8, de los rollos, había que llevar el proyector, pedir permiso en la sala; era difundir el otro tipo de cine, no sólo el cine comercial, un cine con otro propósito, más crítico, más de generar conciencia en muchos sentidos. Muchos parten de que el cine enajena, pero yo pienso que también libera. Hay una parte formativa en el cine”.

Ahora que el cine se ha vuelto una constante en el diálogo de El Tovarich le pregunto sobre su película favorita. Su respuesta es contundente: su filme preferido, “de todos los tiempos”, es Luces de la ciudad, de Charles Chaplin, confiesa que la película lo marcó mucho apenas la vio. Lo que más le asombra es que “un tipo, sin poder decir una sola palabra, era capaz de generar unas emociones tan grandes, de llevarte de la risa al llanto y viceversa”. Además Chaplin siempre ha sido uno de sus actores y directores predilectos.

¿Qué le brindó el CCH?

-En CCH Vallejo encontré al CLETA, descubrí las posibilidades de la música, del teatro y, por supuesto, las del cine. Antes de mi encuentro con el arte decidí estudiar Economía porque tenía un fuerte bagaje cultual y mi apego al marxismo iba en aumento. Quería explicar la lucha de clases, de las relaciones de poder, de la distribución del ingreso, todo eso me parecía fascinante y yo tenía el propósito de descubrir cuál era el meollo de este asunto de la desigualdad en la sociedad; me daba una explicación teórica de lo que quería saber.

¿Cómo llegó a trabajar en la FCPyS?

-Llevo 31 años trabajando aquí. Mi familia tenía puestos en la facultad desde que estaba al lado de Economía, después nos movimos acá. Hemos visto crecer la escuela, desde que era sólo un par de edificios. Ahora siento más individualistas a los estudiantes, más preocupados por su carrera, por salir, por tener un buen empleo, una casa, un auto, han olvidado este asunto social que antes era muy marcado.

La experiencia en la escuela tiene muchas aristas. Yo conocí a los jóvenes que participaron en la huelga del 99-2000, he tenido mucho contacto con los profesores, con los alumnos y me gusta mucho que los alumnos me incluyan cuando quieren hacer algo, por ejemplo, me piden películas de violencia de género y yo me dedico a estudiar qué es realmente la violencia de género. Esto me mantiene al día en muchos problemas sociales de América Latina y del mundo, me gusta mucho mi trabajo, porque amén de poder acercarles el material, también hago un trabajo de investigación el cual me sirve mucho, cuando alguien más me pida algo así yo ya tengo los elementos.

He participado en cortometrajes que hacen los compañeros para trabajo académicos, me han invitado a participar como actor, en la parte de dirección, en la parte de fotografía, en fin, a mí me gusta mucho que me involucren en sus trabajos.

Javier Flores Vásquez, Tovarich, afirma que lo más significativo para él es cuando “trasciende la relación del tipo que vende películas y del tipo que viene a comprarlas en una relación de amistad, mucha gente me invita a sus casas, conozco a sus familias, me invitan a algún paseo, me invitan a tocar con ellos. Yo vengo literalmente a divertirme a mi trabajo”.





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3 de febrero de 2016

SE ES SABIO CUANDO EL CONOCIMIENTO ES COMPARTIDO: FERNÁNDEZ DE CASTRO


Por Aldo Jair Munguía Hernández
México (Aunam). Seducido por el arte, el Siglo XIX y la ciencia, Hugo Fernández de Castro-Peredo decidió atender el llamado de la medicina, pero sin olvidar su gusto por el conocimiento. Su vocación de magister lo involucró en la noche de Tlatelolco que lo convirtió en el único galeno que atendió a estudiantes y soldados heridos en ese hecho.

El catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha impartido clase, durante medio siglo, en la Facultad de Medicina y en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP).

Asimismo, ha tenido una intensa actividad como articulista en los diarios Excélsior, Unomásuno y El sol de México. Su carácter tornó derroteros que le permitieron conocer a José Vasconcelos, Miguel Alemán y Luis Echeverría, además de mantener amistad con Ignacio Chávez, Jorge Carpizo y Martín Quirarte.

Además de su una ardua actividad como médico, Fernández de Castro-Peredo encauzó el ímpetu de su vida hacia la enseñanza, la comunicación del saber y ello le ha permitido albergar la pasión pedagógica.

El encuentro

Las manecillas del reloj sentencian las siete en punto. Es 9 de noviembre. Camino hacia la Escuela Nacional Preparatoria número dos en busca de Hugo Fernández de Castro-Peredo. Alzo la mirada y, en el tercer piso del edificio hacia el cual me dirijo, reconozco la cabellera blanca, el saco jaspeado en tonalidades cafés y anaranjadas. Es él.

Un apretón de manos por saludo y, enseguida, caminamos hasta el laboratorio F. Entramos. El doctor oprime los interruptores y la luz se extiende por la pequeña aula. De uno de sus bolsillos saca un pañuelo azul para limpiar el escritorio y la llave de un pequeño aguamanil.

Nos sentamos frente a frente, miro sus ojos oscuros detrás de las gafas redondas: una mancha carmín irrumpe la claridad de su esclerótica izquierda; sus cejas semipobladas reposan en su rostro, amplio, de tez blanca; la camisa que contiene su cuerpo octogenario está impoluta y juega con el azul de su corbata.

Las voces de los estudiantes traspasan los muros del laboratorio. Sin más, me atrevo a lanzar la primera pregunta.

Recuerdos y nostalgias

Lo cuestiono sobre sus recuerdos, aquéllos que vienen a él en la sala en la que ahora estamos. El profesor se inmuta, cierra los ojos. Por un momento el silencio permea la atmósfera. De inmediato, con la mirada baja, responde que no le vienen recuerdos porque sigue viviendo allí unas horas de su vida, todos los días; por tanto, no caben los recuerdos porque sigue activo en lo presente. En cambio, cuando al iniciar cada año borra a los alumnos de la lista para poner a los nuevos, le vienen recuerdos y nostalgias. Es más sensible a la gente que a las cosas físicas.

Entraña universitaria

El rostro de Hugo Fernández de Castro-Peredo se ha llenado de saudade, ese sentimiento ambivalente que denota dicha palabra portuguesa: “de alegría por acordarse de algo o de alguien y, al mismo tiempo, de tristeza, porque ya no existe o no se puede ver a una persona, un suceso o un objeto”.

Con cincuenta años como catedrático, el profesor parece tener un cúmulo de recuerdos en el istmo de las fauces. Sus días como bachiller, sus andanzas en la Facultad de Medicina, así como la grata imagen que alberga de sus padres se hacen presentes en su silencio.

Conforme las evocaciones emergen en forma de palabras, el también licenciado en Ciencia Política narra el origen de su entraña universitaria:
“Mi madre había estudiado literatura en la prepa y se vino con su familia de Veracruz a México y entró a la Escuela de Altos Estudios, que era la antigua Universidad Nacional de México, la fundada por el entonces presidente Porfirio Díaz y Justo Sierra. Era la cúpula de la pirámide universitaria que concibió el maestro Sierra. Mi papá estudiaba Medicina. Como entonces no había Ciudad Universitaria, los estudiantes andaban en el barrio universitario.

Tras una pequeña pausa y con los ojos casi cerrados, trata de aprehender algún detalle. Agrega la ubicación antigua y actual de dicho barrio por el cual su padre se paseaba: “La calle de Santo Domingo, ahora Brasil, con calle de La Perpetua, ahora Venezuela”.

La Escuela de Altos Estudios fue donde principió el idilio entre Carmen Peredo César y Jorge Fernández de Castro y Fink. “Gracias a eso, usted y yo estamos aquí en este momento”. El galeno inclina el cuerpo hacia enfrente y sonríe con un dejo de nostalgia. Después de traer a sí el recuerdo de la vida académica de sus padres, prosigue con la génesis de su vida como educador.

“Cuando me recibí como médico me quedó la tentación de regresar como profesor. En 1965 se cumplieron 50 años de la Escuela Nacional Preparatoria, salió una convocatoria firmada por el rector de la Universidad, el gran Ignacio Chávez. El edicto era para presentarse a concurso de oposición y ganar una beca durante un año, con dos mil pesos mensuales para estudiar pedagogía, luego entrar a dar clase en la ENP; yo fui uno de los que ganó una plaza. En 1966 entré como catedrático, fundador del plantel 9. En 1981 me pasé a la ENP2: de allí, verá usted que viene mi entraña universitaria.”

Veracruz, la quietud de la provincia

Con la mirada baja y los párpados caídos, Hugo Fernández de Castro-Peredo recuerda los primeros doce años de su vida en Veracruz; parece que la oclusión de sus ojos le permite transportarse en el tiempo hasta escuchar con claridad “las campanas de los templos llamando a misa o a rosarios” y respirar “la quietud de la provincia”.

“Tengo muy buenos recuerdos de mi tierra: voy por lo menos dos veces al año, de modo que mis raíces siguen allá.”

Parece que el recuerdo ha traído consigo la sonoridad de las campanas a la sala en la que ahora el experimentado galeno busca en su memoria. Además de la calma provinciana, extraña el sabor del nanche, “una fruta del tamaño del tejocote”, y “de la pomarrosa, un fruto del tamaño de una manzana chica, con cáscara muy delgada, hueca y con un sabor supremo” de la que no ha vuelto a saborear desde aquellos tiempos en tierra jarocha.

“Además -agrega inmediatamente— salíamos de excursión, había muchos ríos y bosques. En todos lados encontrábamos naranjales, árboles de papaya y de plátanos que uno podía cortar para comérselos, claro, mientras no estuvieran en las fincas de los campesinos; ¡oh, las excursiones, los días de campo e ir nadar a los ríos eran la gran cosa! Ahora todos los ríos están contaminados.

La familia Fernández de Castro-Peredo tuvo que trasladarse a la Ciudad de México para que sus hijos, Jorge y Hugo, realizaran estudios preparatorianos.

Se podía conocer la ciudad en tranvía

¿Cómo fue el encuentro con la gran ciudad?

-¡Ah, fue impresionante! --El silencio se expande en el aula mientras logra asir aquel recuerdo lejano.

¿Recuerda lo primero que vio, ese contacto visual?

-Sí. La primera vez que entré al Zócalo le pregunté a mi abuela de origen alemán, Guadalupe Fink: “¿Cuál es el Palacio Nacional?”. Me lo señaló y quedé encantado. Ahora conozco como pocos el centro de la ciudad. Sé exactamente el nombre antiguo y actual de las calles, qué casas había, conventos o templos hubo que ya fueron derruidos, qué sucesos pasaron ahí; modestia aparte, conozco muy bien la ciudad.

“Recuerdo que llegamos una tarde de febrero, lluviosa, tristona. Nos fuimos a vivir a la colonia Roma: un barrio con casas muy bonitas, llena de jardines, preciosa, muy cerca del parque España, del parque México y del parquecito Ajusto, que estaba en la calle de Orizaba, entre las calles de Guanajuato y Zacatecas.

“Los tranvías eran un primor. Me refiero a la línea de tranvías que dejó el (ahora ex) presidente Porfirio Díaz. Todavía México tenía pueblos a su alrededor: Tacubaya, Mixcoac, San Ángel, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco, Milpa Alta --que estaban lejísimos--,Tacuba, Azcapotzalco y La Villa de Guadalupe eran los más cercanos a la capital, todavía en proceso de conurbación, de modo que se podía conocer la ciudad en tranvía”.

De aquella primera pregunta a su abuela paterna, rememora, se propuso conocer la Ciudad de México a fondo y, con recato, acepta haberlo logrado, a más de medio siglo de su primer encuentro con la gran urbe.

Vida preparatoriana

¿Cómo recuerda su vida como preparatoriano?

-¡Ah! --el doctor carraspea un par de veces y prosigue-- Pues un poco inconsciente, deslumbrado por unos profesores de gran categoría; por ejemplo, Martín Quirarte, el gran historiador mexicano, él me dio clase un año de Historia de México y otro de Lengua Francesa. Con él establecí amistad.

Los muros del Antiguo Colegio de San Ildefonso fueron testigos de su vida preparatoriana. Conforme avanza el diálogo, aprovecha para brindar algunos detalles sobre aquel recinto: “estilo barraco, primera mitad del siglo XVII, con sus tres patios”. Aun cuando no está formalmente impartiendo cátedra, da la impresión de que estoy en una clase: amena y enriquecedora.

La clase de historia comienza. Escucho atentamente mientras Fernández de Castro-Peredo destaca la trascendencia de la ENP, “que es encarnación viva de la República Restaurada,” fruto de “la visión de ese gran estadista que fue Benito Juárez”.

La formación de la episteme

Hugo Fernández de Castro-Peredo confiesa su felicidad por su educación biológica en la Facultad de Medicina, pero consciente de que ésta no constituye la totalidad del conocimiento, sino únicamente una de sus ramas, también manifiesta su alegría por su formación en letras:

--He leído mucho, conozco la mayor parte, el 99.9 por ciento de las obras literarias de los grandes autores universales y tengo, gracias a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, un criterio político, económico y social que me permite ser independiente en mis juicios y no estar sujeto a lo que digan los lorocutores, revistas o periódicos con una franja de inclinación amarillista.

El autodenominado politológico --pues estudia la política-- y no politólogo --ya que no estudia “la polis, la ciudad”-- ha impartido clases magistrales en México y en el extranjero. Ejemplo de ello es su participación en la charla Reflexiones sobre la experiencia del 68 en México en 2008, realizada en el Castillo de Copertino, ubicado en la provincia italiana de Lecce y dictada en lengua italiana.

Además de su formación como médico y de su prolija práctica profesional, tuvo clase en la Facultad de Filosofía de 2000 a 2002. “Llegué tarde al conocimiento filosófico, pero ello me brindó un punto de vista que me parece muy necesario para comprender lo que pasa en el mundo”.

¿Por qué estudió Ciencia Política?


-En 1967 estaba saliendo la primera generación de alumnos preparatorianos que yo había tenido y se iban a las facultades. Se me antojó, me contagió el ímpetu juvenil --les llevaba unos diez años a mis alumnos, no como ahora que les llevo cien-- y decidí estudiar la carrera de Derecho, pero una amiga mía, que fue mi novia en la ENP 9, me dijo: “¿Ya viste el currículo de Derecho, ¿Vas a estudiar Derecho Mercantil? ¿Te gusta el Derecho Penal? Mejor ve las cinco carreras de la Facultad de Ciencia Política”. Entonces elegí Ciencia Política y Administración Pública.

“La facultad estaba en unos edificios con planta baja del ahora anexo de la Facultad de Economía. Éramos mil alumnos y cursábamos diez semestres, de modo que nos conocíamos bastante bien. ¡Estoy encantado de haber llevado Ciencia Política!

“Empecé en 1968. Allí me tocó el movimiento, en el cual fui alumno, profesor, dirigente y actor. Soy el único médico que atendió muertos y heridos aquella noche, la noche de Tlatelolco, el único.”

“No se hagan: queríamos derribar al gobierno y establecer el socialismo”

¿Cómo era el México de 1968?

El rostro del profesor se muestra reflexivo. Su mirada baja se ha vuelto una constante. Apenas planteo la cuestión, busca en su memoria. Viaja en el tiempo cincuenta y siete años. Todo ello sucede en un instante silencioso que se rompe de inmediato con sus evocaciones convertidas en respuesta:

--Mi recuerdo es que era un México dominado por el sistema de partido único, en el cual los priistas cometían fraude electoral en diputaciones, senadurías, alcaldías, gubernaturas y, claro, en la Presidencia de la República. Ellos se calificaron a sí mismos como Colegio Electoral en la Cámara de Diputados. Claro que, habría que pensar en lo que dijo el presidente Juárez: “Si el gobierno no hace las elecciones, ¿quién las va a ganar?”.

“Entonces, ese 68 con tanta impunidad, tal enriquecimiento ilegal de los políticos, tal inmoralidad, tanta falta de libertad de expresión, de acción, de pensamiento, ese México desapareció, pero entonces no soportábamos al PRI, y nos lanzamos al movimiento con mucho entusiasmo”.

Aclara la diferencia entre su participación y la de otros líderes de aquel suceso: “¡Se hacen guajes!, en primer lugar yo no soy de los dirigentes del movimiento, como El Pino y otros sinvergüenzas que lo han tomado como modus vivendi: ellos se enriquecieron a costa de la lucha”.

El doctor aclara que no aprovechó la lucha para fines lucrativos, pues tuvo una intensa práctica profesional; escribió más de mil 500 artículos en la prensa diaria, en Excélsior, Unomásuno y El sol de México; tiene una treintena de libros como autor, coautor, compilador y participante con un capítulo, entre los que destacan Estado constitucional, derechos humanos, justicia y vida universitaria. Estudios en homenaje a Jorge Carpizo. Tomo I: testimoniales; Eutanasia, aspectos jurídicos, filosóficos, médicos y religiosos; y Las Migraciones y los transterrados de España y México: una segunda mirada, humanística.

Además, nunca se apartó de la investigación. Sus proyectos en ciernes son Una vacuna para la influenza en aerosoles, la escritura y publicación de su libro sobre el movimiento estudiantil del 68, así como la del inherente a la Escuela Nacional Preparatoria del siglo XIX.

Enseguida continúa con su narración ágil, rozagante: “Tengo una visión muy clara del movimiento: lo que queríamos era derribar al gobierno priista y establecer un gobierno socialista, al estilo de Cuba; aliarnos con la Unión Soviética para darle la pelea a los Estados Unidos. ¡Que no se hagan guajes diciendo que andábamos buscando otra cosa! No, no, no; ¿por qué ahora ya no estoy en eso? ¡Pues porque ese México ya no existe! Gracias, por supuesto, a los que participamos en ese movimiento.”

No soy un héroe

¿Cómo fue la noche de Tlatelolco?

-Aquella noche fui por un cuñado, hermano de mi novia --ahora esposa--, que nunca llegó a la esquina de Lerdo y Nonoalco. Traía mi coche y tuve que irme caminando. Entré a Tlatelolco a las dieciocho horas, pasé por debajo del puente que va a San Juan de Letrán (ahora Eje Central Lázaro Cárdenas), para ingresar a la Plaza de las Tres Cultura. En ese momento vi cómo echaban las bengalas desde un avión; caminé por la calzada al mismo tiempo que entraba un cuerpo de (el) Ejército a la plaza. Ese grupo se colocó en unas escalinatas prehispánicas.

“Llevaba mi paraguas, vestido de traje y corbata como siempre. Algunos de los soldados me dijeron: ´Véngase para acá, le van a dar un balazo´. A gritos les dije: ´¿Pero cómo?, si ustedes son los que están disparando para allá, de allá para acá no hay disparos, de modo que estoy en un lugar muy seguro, porque estoy en la misma línea que ustedes´”.

Después empezó el corredero de gente y muchos escaparon. “Hemos de haber quedado unos cinco mil en la Plaza de las Tres Culturas. Cayó la noche. Les dije a los soldados, ´¿qué quieren que haga?, soy médico´, y me dijeron: ´Atienda a esos dos soldados que están caídos´. Me arrodillé, me pusieron, primero uno, luego otro, los brazos en el cuello. Yo boca abajo, ellos boca arriba; me fui arrastrando para llevarlos a las escalinatas y ponerlos a salvo. Me lastimaba las manos con cilindros metálicos. Arriba veía llamas, ráfagas amarillas y azules. Ante mi sorpresa le dije a un soldado: ´Oiga, ¿qué es esto que está allá arriba?´, y me dijo: ´¡Ay, doctor! ¿Pues qué ha de ser? Son balazos y lo que está usted tocando con las manos y las rodillas son casquillos´.

“Corrió la voz que había un médico en medio de la balacera, inconscientemente, no porque sea héroe. Donde me gritaban ´¡doctor, doctor!´, allí iba, sin saber que mi vida estaba en riesgo. Si estaba muerto, dejaba al tipo; si estaba herido, lo sacaba al costado norte del templo. Allí me llevaron botiquines de sanidad militar: a los heridos les puse suero, morfina, vendas de yeso, analgésicos. A mucha gente la vendé como si estuviera fracturada para sacarla. Cuando quise huir, pues ya no pude”.

Tres semanas en la celda 10

La evocación ha fracturado el tiempo. Estamos observando aquella noche de octubre. El profesor retoma su intervención. Narra la quietud imperante después de la primera balacera; a ésta sucedió otra muy intensa. Debido a la tensión del momento, un ataque de risa agazapó el cuerpo de aquel joven. Sin poder contener aquella manifestación síquica, la segunda balacera terminó.

A la falta de iluminación se sumaron largas filas de estudiantes capturados: “Empezaron a llegar camiones de pasajeros sin asientos: allí iban subiendo a la gente. Se la llevaban agachada”. Fernández de Castró se zafó de la fila, caminó hacia los militares y policías que dirigían la operación para aseverar: “Señores, vengo a decirles que soy médico, estuve atendiendo heridos, incluyendo soldados de los cuales les puedo dar los números de sus placas y nombres. Venía a ver a un paciente, pero me pescó aquí la balacera”. El rostro del médico sonríe ante el recuerdo de aquella mentira.

Su única intención después de haber salvado la vida de estudiantes y soldados era irse a su casa sin que lo apresaran. Ante su petición, el jefe de la operación le dijo: “Sí doctor: en este momento lo llevan en una patrulla. Muchas gracias”. Apenas las doce palabras del mayor de la policía emanaron de su boca para reverberar en aquella fatídica atmósfera, una voz irrumpió la plaza para fracturar todo anhelo: “Usted es Hugo Fernández de Castro, con un coche tal, placas tal, profesor del plantel 9, alumno de la Facultad de Ciencias Políticas, dirigente del movimiento”, tras aseverar dichas atribuciones, el jefe de la policía le dijo con un tono irónico: “No, doctorcito, ¿cómo se va a ir usted a su casa? Si usted es de los meros peces gordos. Andamos tras de usted desde hace varias semanas”.

El mayor Jorge Ubalde Domínguez llevó al profesor a la cárcel que estaba en la calle 20 de Noviembre y colindaba con la catedral metropolitana. Ya en la inspección de policía descendió veinte metros hacia los calabozos. La celda número diez sería durante tres semanas su morada: “estuve incomunicado hasta que las buenas relaciones de mi familia hicieron que me soltaran y evitaron mi traslado a (la cárcel de) Lecumberri (ahora Archivo General de la Nación)”.

Las buenas relaciones eran el doctor Emilio Martínez Manautou, secretario de la Presidencia, muy cercano al presidente Díaz Ordaz. Gracias a eso pudo recobrar su libertad después de aquella noche, la de Tlatelolco.

La pasión pedagógica

El magister atendió el llamado de su vocación: abrir en los jóvenes “un surco fecundo en el que germina la semilla sembrada con pasión (eros) pedagógica”.

La consigna es clara aún después de medio siglo como profesor. “Tengo que formar y educar jóvenes; no sólo transmitirles conocimiento, para eso están los libros. Ayudarlos a entender que deben construir por sí mismos el conocimiento. No se llega al episteme memorizando, sino que va por otro lado. Pretendo construir enlaces de sinapsis en las neuronas”.

Fernández de Castro ha encauzado a sus pupilos, quasi bachilleres y cuasi galenos, por los senderos de la literatura, la filología, la política y la medicina, como alicientes en la formación de su espíritu.

El profesor ha estado al servicio de los alumnos. Sus objetivos son claros: coadyuvar al estudiante a hacer tabula rasa y despertar en ellos el interés por el conocimiento. Se es inteligente, sabio, únicamente cuando el conocimiento es comunicado, compartido.

La literatura precede a la filosofía

La literatura es anterior a la filosofía: primero hubo literatura no escrita, oral. El poema de Gilgamesh, de hace 5000 años nos da idea de eso. La Ilíada y La Odisea fueron escritas hasta el siglo VIII a. C por Homero, cuando los sucesos que narran ocurrieron 400 años atrás. En el siglo séptimo surgen los primeros filósofos presocráticos: Tales de Mileto, Anaxímenes y Anaximandro, pero ya la literatura existía desde antes.

El doctor hace una pausa a su cátedra sobre literatura y filosofía. Vuelve a cerrar los ojos. Apenas los abre, hace mención a una frase de la historiadora María Zambrano: “La filosofía hinca sus dientes en las carnes de la literatura y le arrastra, le jala todos sus procedimientos, aunque luego la literatura se va sobre la filosofía para adquirir su espíritu crítico, así como su rigor”.

De los libros que más le han impresionado a Fernández de Castro se encuentran los cuatro tomos de la autobiografía de José Vasconcelos: Ulises Criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938) y El proconsulado (1939): además de la Biblia, Don Quijote de la Mancha (1605), y Otra vuelta de tuerca (1898) de Henry James.

Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer, Sor Juana Inés de la Cruz, Luis G. Urbina, Amado Nervo y Manuel Gutiérrez Nájera son los poetas que le vienen a la mente a la pregunta de sus gustos literarios. Su respuesta embelesa cuando recita, de memoria, un par de fragmentos del poema La duquesa Job (1884), de Gutiérrez Nájera:

En dulce charla de sobremesa, / mientras devoro fresa tras fresa, / y abajo ronca tu perro Bob, / te haré el retrato de la duquesa / que adora a veces al duque Job.

Toco; se viste; me abre; almorzamos; / con apetito los dos tomamos / un par de huevos y un buen beefsteak, / media botella de rico vino, / y en coche, juntos, vamos camino / del pintoresco Chapultepec.

No soportaba al PRI, rechazó diputación

“Miguel Alemán me mandó a llamar. La primera vez no me presenté. Ante la insistencia del ex presidente asistí a su casa, que estaba en la calle de Rubén Darío, atrás de donde está el Deportivo Chapultepec”, recuerda.

El ex mandatario “me puso una regañada” por no haberse presentado a la cita con Luis Echeverría, candidato del PRI a la Presidencia en 1970.

Alemán le explicó su insistencia: Echeverría quería que fuera candidato priista a diputado: “Lo medité y no fui: no soportaba al PRI. Imposible”.

“La vida te ha dado todo, menos lo que tú puedes poner en ella”

Al maestro Ignacio Chávez, rector de la UNAM (1961-1966) lo conoció porque, al haber ganado la beca para estudiar pedagogía, tuvo que asistir a una clase en un salón cercano a las Islas, en Ciudad Universitaria: “vi entrar al rector, un hombre regordete, chaparrito. Empezó a hablar. Salí embelesado, ¡qué modo de hablar, qué ideas del maestro Chávez!”.

De aquel encuentro surgió una amistad muy intensa. Después de que obligaron al maestro Chávez a renunciar a la rectoría, Hugo Fernández de Castro leyó sus discursos, entre otros, uno en especial. Rememora e inicia el relato de aquella lectura: “En una vieja casona de la ciudad de Brujas hay una inscripción que dice Plus en toi”. Tiempo después, al visitar la casona en Bélgica, el profesor Fernández de Castro descubrió que la frase escrita en la casa van Gruuthuuse dice: Plus en vous.

La frase es trascendente en la pasión pedagógica, pues “el docente debe enseñarle al alumno que hay algo más en él”. El alumno y el hijo deben ser superiores al maestro y al padre.

Sin ponerse de acuerdo, Samuel Ramos, filósofo mexicano, escribió en alguna de las visitas a la casa de la familia Chávez, donde se reunían intelectuales de la época, algo similar en una de las libretas del joven Chávez: “La vida te ha dado todo, menos lo que tú puedas poner en ella”. Después de recordar la frase de Ramos, el profesor confiesa “tener la piel chinita de emoción”.

José Vasconcelos

¿Cómo fue su amistad con el maestro Vasconcelos?

-Mi padre, Jorge Fernández de Castro y Fink, fue jefe de campaña en El Bajío, claro, secundado por mi mamá. En el tren en el que huían hacia el norte, con mi abuela y mis dos hermanos mayores, iba huyendo también Vasconcelos con su familia. Incluso el maestro fue padrino de bautismo de mi hermano Jorge.

“Posteriormente le escribí una carta al maestro Vasconcelos externándole mis impresiones sobre lo mal que estaba México, así como mis intenciones de fundar un partido político, presidido por él. La respuesta del también rector de la UNAM en 1920 fue sorprendente: ´Usted es el único de 20 millones de mexicanos que no cree estar en una democracia perfecta´. Conocí a José Vasconcelos en la Biblioteca México, de la cual él era director. Allí lo visité varias veces”.

El éthos

Si el carácter del hombre es su destino y éste, a su vez, es su carácter, ¿cuál ha sido el carácter de Hugo Fernández de Castro?

-A mí también la vida me había dado todo, pero yo solo me abrí paso. Presenté oposición para estudiar pedagogía y luego ser profesor de la ENP; yo decidí que quería ser profesor de la Facultad de Medicina e igualmente lo conseguí. Entonces, he aportado, he avanzado. No soy el mismo que mis padres dejaron. Yo abandoné el temperamento que tenía como individuo, forjé mi carácter y me convertí en persona. Yo puedo hablar a través de la máscara de profesor, médico o politológico. El carácter fue mi destino, pero mi destino era formar mi carácter.







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