GEORGANNE WELLER: UNA MUJER AL SERVICIO DE LAS LENGUAS

Por Mariana Yazmín Damián Alvarado
Ciudad de México (Aunam). Recargada en el respaldo de su silla, descansa su mirada en la playa que tiene frente a ella, el cielo azul y la arena estampados en una de las paredes de su habitación. Después de reflexionarlo durante unos segundo voltea hacia mí decidida “Haber intentado y seguir intentando lograr el respeto por los derechos lingüísticos de los indígenas es mi mayor satisfacción”, revela con una sonrisa.


Georganne Weller -Directora de Políticas Lingüísticas del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) de 2006 a 2009, miembro permanente de varios seminarios y ponente en numerosos congresos- ha luchado incansablemente para mostrar la importancia de las lenguas indígenas. “Las lenguas indígenas son parte del patrimonio intangible de México, el patrimonio inmaterial del país, conllevan historia, costumbres, tradiciones. Todo”, afirma de manera enfática.

Su cabello blanco y su cuerpo delgado le dan un aspecto de fragilidad, característico de personas de su edad. Con la cara surcada por arrugas, evidencia de la sabiduría que el tiempo le ha dejado, uno no creería la vitalidad que encierra en su interior y que se refleja a través de su mirada y de la vida tan ajetreada que conserva.

Estamos en su habitación, que hace la función de oficina y recámara al mismo tiempo. La cama y el armario ocupan la mitad del espacio, en el otro lado se ubican un escritorio, un estante y un tocador. Todos ellos están repletos de cosas, a tal grado que dan la impresión de estar desordenados aunque éste no sea el caso.

Echo un vistazo a los libros por encima de mi hombro y veo títulos sobre sociolingüística en su mayoría, el escritorio está lleno de papeles por todos lados y la computadora tiene la sesión iniciada. Es un lugar estresante debido a la carga de trabajo que se observa, lo único que logra contraponerse a esto es la música que se escucha de fondo, no logro identificarla pero alcanzo a escuchar un saxofón y un piano por lo que deduzco que es algo así como jazz, o tal vez blues.

Confiesa que antes de comenzar la entrevista trabajaba en la plática en la que participará ese mismo día en la Universidad Anáhuac. Esto solo confirmaba lo obvio, Georganne Weller es una persona muy ocupada.

Tan solo en las últimas dos semanas, dirigió un evento sobre el análisis de un foro acerca de la interpretación médica en México, impartió talleres en Portland, Salinas C/A y dictado una conferencia en San Francisco. De regreso a la Ciudad de México debía hacer interpretaciones, dar su plática en la maestría y un evento con indígenas del 10 al 11 de noviembre.

Inició su carrera con la licenciatura en Relaciones Internacionales y terminó decantándose en el campo de la linguística. Actualmente posee una maestría en sociolingüística, un doctorado en lingüística aplicada y distintos diplomados sobre traducción e interpretación, pues además de investigar los temas indígenas es traductora profesional con dominio del inglés, el español y el portugués.

Labor profesional

Doctora Georganne Weller, ¿cuál es la función de los traductores y los lingüistas en México?

--Es muy importante. Por citar un ejemplo, justo hoy en la tarde hago una presentación sobre interpretación médica en lenguas indígenas aquí en México. Fui directora de políticas lingüísticas del INALI y una política lingüística fuerte que marqué fue la formación de intérpretes y traductores porque abren nuevos espacio de uso para las lenguas indígenas.

Mucha gente cree que ya ni se hablan a pesar de que son más de 12 millones de hablantes. Hablamos de que son 11 familias, 68 lenguas, 364 variantes y todavía hay mucha gente cree que son reliquias del pasado, que deberían estar expuestas en el museo de Antropología y no se dan cuenta que aquí en la Ciudad de México, por ejemplo, se utilizan muchísimo las lenguas indígenas.

Uno de los problemas que enfrentan los hablantes de lenguas indígenas son los espacios reducidos. En muchos casos se usan nada más en la comunidad o con los abuelos, en dominios y ámbitos muy reducidos. Al crear este tipo de oportunidades, ellos tienen un tesoro, una manera de ganarse la vida. La idea es que eso conlleve un mayor respeto por las lenguas y más ganas de preservarlas al considerar que efectivamente tienen una utilidad.”

En esta línea de investigación, la doctora Georganne Weller tiene más de 50 publicaciones referentes a la preservación y el desplazamiento de las lenguas indígenas, política del lenguaje, bilingüismo, interpretación y traducción, tales como: ¿Se globalizan las lenguas indígenas en el umbral del siglo 21, AMLA en la historia de la lingüística mexican, Reflexiones para la enseñanza de técnicas de traducción a la vista del español al maya, y This is a historical momento for the interpreting profession son solo algunos de sus trabajos.

Señales de una vida futura

--¿Hubo algún momento especifico en su vida en el que se diera cuenta que se quería dedicar al estudio del lenguaje?

--Sí, sí me di cuenta. Mi licenciatura es en Relaciones Internacionales y siempre fui consciente de la importancia de un buen manejo de los idiomas. Quienes van a negociar los tratados y las relaciones son gente que habla bien, gente culta, ¡ningún país manda al más ignorante a negociar un tratado verdad! Eso es bien importante.

Además, siempre me habían gustado los idiomas, hasta el latín, pero no quería estudiar idiomas y dedicarme a enseñarlos. Empecé a estudiar interpretación aquí en México, en ese momento era una carrera técnica de dos años. Fue entonces cuando me di cuenta y dije ¡ah caray! Esto es otra cosa, no es solo estudiar los verbos, no, ¿para esto qué se requiere?

En ese momento yo tenía una gran desventaja porque el español no es mi idioma nativo, imagínate hace muchísimos años tenía menos dominio del español, y sin embargo vi que rápidamente iba avanzando. Comencé a reflexionar sobre la razón por la cual yo avanzaba más rápido que las demás, a pesar de que ellas tenían mejor dominio de los idiomas que yo. Me di cuenta que no era solo el dominio, ya que yo estaba muy en desventaja, realmente no podía interpretar. Pero a partir de ese punto me decidí a encontrar la razón y eso fue lo que me llevó a estudiar sociolingüística y de ahí lingüística aplicada.

Desde entonces me interesa el lenguaje como un problema social y el bilingüismo, que es más que hablar solo dos idiomas. Al estudiar sociolingüística fue donde encontré las respuestas. Entré a la lingüística por mi curiosidad con respecto a cómo podíamos interpretar y traducir.

--Durante su infancia ¿existieron algunas señales de lo que sería su campo de trabajo?

--Es muy interesante tu pregunta, nunca antes me habían preguntado eso.

Se detiene un momento, junta sus manos cerca de su boca, frunce el ceño en señal de concentración. Durante un rato no dice nada y lo único que se puede escuchar es la música de fondo. Finalmente, recuerda con una sonrisa la anécdota que me contaría a continuación:

--Yo crecí en una familia monolingüe que nada más hablaba inglés. No había realmente muchas influencias alrededor. El penúltimo año de prepa conocí a una alumna de intercambio, venía de Portugal, y todos le pedíamos que hablara, que nos dijera algo en portugués porque nadie conocía ese idioma.

También había una mesera que era francesa, nos daba risa como hablaba el inglés pero al mismo tiempo yo pensaba: “bueno, nos estamos riendo de ella pero nosotros no hablamos francés. No tenemos razón para burlarnos de ella, porque ella sí habla dos idiomas”. Los demás sólo me reclamaban: ¡ay, tú con tus ondas!

En la escuela tomé español como una lengua extranjera, al latín le tenía afinidad, y siempre me había gustado escuchar a los adultos y tratar de adivinar que estaban diciendo, obviamente cuando tú tienes seis u ocho años no entiendes todo lo que dicen los adultos aunque sea tu lengua materna. Entonces… yo creo que sí, siempre tuve esa curiosidad por el lenguaje, ¿pero específicamente que yo hubiera querido ser intérprete-traductor? no, me llego muy tarde.

Viajes sin placer

Uno de los aspectos que más le agrada de su trabajo es la oportunidad que le ofrece de viajar a otros países, pues le gusta conocer a la gente, su comida y sus costumbres. Recuerdos que atesora especialmente dentro de ella.

Sin embargo, la doctora Weller se lamenta de no poder disfrutar de ellos ya que no tiene el tiempo ni los recursos para ir en plan de turismo. Los países que frecuenta son por motivos de trabajo, ya sea que dé algún taller, curso o ponencia.

Una de las enseñanzas que le han dejado sus viajes es el haber aprendido a bailar, revela que se siente afortunada de que todavía en América Latina se baile bastante, pues en Estados Unidos eso no sucede.

En cuanto a las influencias en su estilo de baile explica que tiene un departamento en Miami, donde la cultura cubana es muy notoria, a esto le suma que su esposo es brasileño, de quienes se dice llevan el ritmo en la sangre. “Si fuera por mis viajes a los Estados Unidos no movería yo ni el dedo gordo del pie izquierdo. Yo sí bailo, aunque sea sola”, confiesa risueña.
El viajar tanto le impide tener mascotas que impliquen una responsabilidad grande, como los perros, a quienes hay que estar sacando a pasear; no obstante, los gatos no presentan el mismo problema.

Aunque si tomamos en cuenta la pegatina del estante que dice “Cat lovers are puuurfect”, los montones de cuadros colgados en su sala y recámara que retratan a gatos de todas las formas posibles y el gato de porcelana que está debajo de la mesa puede que su punto de vista no sea del todo imparcial.

Finalmente después de habernos observado desde las sombras durante toda la entrevista, la princesa Gabriela, Gaby para las amigas, y el joven Bom Bom hacen acto de presencia. Los gatos de la doctora Weller están con nosotras no más de un minuto antes de regresar a su escondite cerca de la puerta.

Lecciones culturales

Cada viaje es una lección. Son muchas experiencias y en algunos casos son cosas tan básicas que ni siquiera te das cuenta de lo que aprendiste hasta que platicas con alguien. Tan solo en su trabajo con hablantes de lenguas indígenas aprendió a echar las tortillas en el comal “acabé con todos los dedos quemados eso sí, pues uno no sabe hacer eso”

--¿Alguna mala experiencia?

--La única mala experiencia que tuve en todos estos años en el trabajo de campo es cuando nos pidieron a todo el equipo que fuéramos a un pueblo. Yo estaba asustada porque pensé que nos iban a hacer algo. Íbamos a ese pueblo para hacer entrevistas, pues el que hizo la estadística tenía que ir a levantar censos de bilingüismo en estos pueblos.

Fuimos al estado de Guerrero cuando gobernaba el PRI, pero estábamos en un municipio realmente más de izquierda, cuando vieron que el oficio era de otro partido nos corrieron del pueblo, dijeron: no no no, ustedes no van a hacer absolutamente nada, no van a trabajar, se van a ir. Apenas habían pasado dos horas y ya nos tenían acuartelados.

Esa vivencia me dio susto y fue muy desagradable, no fue por algo que hubiéramos hecho, sino que estaba mal el censo, fuimos a donde nos dijeron que teníamos que ir, pero no sabíamos de la situación política. Era muy joven y sí fue una experiencia desagradable.

Un año revelador

--¿Cómo fue su primera experiencia cuando vino a México?

--Yo vine porque me casé con un mexicano y empecé a trabajar en desarrollo pesquero, por mi licenciatura en Relaciones Internacionales, pero no podía trabajar enseguida por las leyes. En ese momento siendo extranjera no podías tu ocupar un puesto de un mexicano, pero se abrió este puesto en la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Era en el área de desarrollo pesquero y me tomaron como ayudante, como asistente bilingüe, porque sí sabía bastante español.

Pero ¿Qué iba a hacer en la tarde? Yo quería el día completo, no solo cuatro horas en la mañana. No estaba en mis planes irme a mi casa, solo tenía 21 años, no iba a sentarme de manos cruzadas como una señora de 70 ¿verdad? Solo porque mi esposo estudiaba y también trabajaba. Fue cuando vi un anuncio del Instituto de Intérpretes y me pareció interesante. Pensé: ¡qué buena onda! ¡Mira, mira, mira, es aquí en la Ciudad de México!

Fui a preguntar y aprobé el examen, lo aprobé porque se equivocaron y me dieron el examen de inglés, si me hubieran dado el de español no lo hubiera pasado --Sus ojos brillan y se hacen pequeños por un momento, mientras se ríe al recordar el incidente.

--Por lo mismo también trato de tener paciencia con la gente nueva, porque si a mí se me dio la oportunidad fue por un error, si no me hubieran descalificado. Así fue como yo empecé. Luchando mucho. Porque me di cuenta que no es lo mismo ir al súper que pagar la cuenta en el banco; tener que llevar el cambio correcto; que te pregunten si quieres comprobante.

En la oficina se usaba mucho el inglés, para ellos era muy importante que yo lo hablara porque toda la comunicación llegaba en inglés. Yo tenía que mandar al chofer, ver que estuviera la caja chica… si necesitaba el español pero no era un español tan elevado. De ahí me fui con la finta, me inscribí pensando que mi español iba a ser suficiente y rápidamente me di cuenta que era otra cosa

--¿Algún momento que la haya marcado?

--No creo que haya sido un momento, sino más bien fue un reto. Cuando me metí en el campo de la pesca se me abrió un mundo nuevo. Yo de pesca sabía sobre jaibas en los canales de Delawer, o sea, yo solo sabía de pesca deportiva, para pescar y cenar. Al meterme en el proyecto era pesca industrial. En es, ¡uy! que me mandan 15 días en un camaronero ¡Qué suciedad! ¡Qué asco! ¡Qué horror¡ No, no, no, fue una cosa espantosa. Pero se me abrió otro mundo.

Eso fue casi al mismo tiempo que empecé a estudiar interpretación, entonces yo era como una esponja “¿Qué más aprendo? ¿Qué más hago?” Si tuviera que pensar en un solo momento, no lo habría pensado, pero tal vez así, muy jovencita, te estoy hablando de unos 22 años, ya tenía mi licenciatura y ya tenía un trabajo, tenía muchas cosas a una tierna edad, pero de repente digo ¿y ahora qué hago con todo esto? pues a moverme, a aprender a superarme.

Fue un reto el haberme mudado a un país extranjero, tener la necesidad del español para poder estudiar y también para poder trabajar; porque el trabajo ya no era como cuando yo empecé: mandando choferes, manejando la caja. Ahora, empezábamos un proyecto internacional, venían expertos y además yo tenía que trabajar con los pescadores, que no son las personas más finas. Verme en alta mar… ¡Dios mío, madre santísima! ¿Cómo fui a dar aquí, desde un pequeño pueblito? Ese año fue de mucha revelación.

El miedo detrás de la mujer

Al preguntarle que hacía en su tiempo libre, se río y señaló su escritorio, con todos su papeles y su computadora prendida en una clara indicación de que no tenía mucho tiempo. Sin embargo le gusta mucho mantenerse activa: caminar en la playa, hacer yoga una vez a la semana y viajar, aunque ya no tenga tiempo por su trabajo.

La música y la danza son unas de sus grandes pasiones. Asiste a obras y presentaciones, siempre baila cuando puede y al final revela: “Yo sin música no trabajo, cuando hay un silencio me pongo nerviosa, en el sentido de que siento que estoy perdiendo la oportunidad de escuchar música”.

El que personas ya entradas en años se mantengan así de ocupadas, aun cuando ya están en edad de gozar de una pensión y un merecido descanso, sin duda es la excepción a la media.

--¿Cuál es su mayor miedo en la vida?

--Quedarme incapacitada mentalmente, físicamente tampoco me agrada, pero físicamente todavía te compras un bastón o le pagas a alguien para que te ayude. Cuando veo estos casos de demencia o de Alzheimer, en donde las personas están en su propio mundo me parece terrible.

Quienes sufren son quienes te rodean porque tú estás más allá del bien y del mal. Quedarme a medias sin darme cuenta, sí algún día dejo de valerme por mí misma sería espantoso, espero no acabar así. Por eso me ocupo tanto, para mantener mi mente activa., concluye la doctora.



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