GRACIAS EN FORMA DE CANCIÓN

Por Ximena Navarro Esquivel
Ciudad de México (Aunam). Sin siquiera interpretar una sola nota musical, Radiohead ya tenía a sus pies al público mexicano. A las 9:10 en punto, el grupo originario de Oxford tomó el escenario del Palacio de los Deportes ante una audiencia efusiva, respetuosa y participativa. Cuando había que guardar silencio, la gente lo hizo; cuando había que cantar, las personas cantaron, pero en todo momento, la gente dejó claro que estaba rendida ante los pies de los británicos desde el primer momento.

Foto: Fernando Aceves

Ed O’Brien, Colin y Jonny Greenwood, Thom Yorke, Philip Selway y el músico de apoyo en vivo, Clive Deamer, iniciaron la velada con “Burn The Witch”, el primer sencillo del álbum más reciente de Radiohead, A Moon Shaped Pool. A falta de la sección de cuerdas de la versión de estudio, Jonny Greenwood utilizó su guitarra de manera explosiva, cautivante para los presentes.

Como una especie de relajante para la incipiente velada, la agrupación interpretó “Daydreaming”, otro corte de su nuevo disco. La multitud se dejó guiar por la delicada voz de Yorke, quien a través del piano trajo la calma de vuelta al agitado público que los observaba expectantes.

Después seguirían “Deser Island Disk”, “Ful Stop” y “2+2=5”. Ésta última hizo que el Palacio de los Deportes se cimbrara de tal forma que parecía que se iba a caer. Tanto Radiohead, como los presentes perdieron el control ante la melodía del álbum Hail To The Thief (2003). Cabe destacar que ésta ha sido una adición poco usual al setlist de la gira del A Moon Shaped Pool por parte de la banda.

Quizá sería esta canción la única declaración política de los británicos en toda la velada. A diferencia de las provocadoras y recientes declaraciones de Roger Waters, Radiohead hizo mutis. Yorke a penas se acercaba al micrófono para otra cosa que no fuera cantar. Dos o cuatro veces fueron las que el británico expresaba algún sonido gutural incomprensible al público. El resto de la banda le siguió. El agradecimiento y sorpresa fueron demostrados a través de la música.

El público demostraría su aprecio al grupo a través de elogiados cortes como “The National Anthem”, “No Surprises”, “Lotus Flower”, “Identikit”, “Bodysnatchers” o “The Bends”. Dicha canción homónima al álbum de 1995, causó sorpresa y entusiasmo, debido a que fue la primera vez que el grupo la incluyó en una presentación en vivo desde el 2010.

Otra causante de asombro sería “How To Dissapear Completely” del disco Kid A, la cual con la suplicante voz de Yorke y el trabajo en teclados de Ed O’Brien cautivó al público. La audiencia respondió con un silencio que invitaba a reflexionar lo diversa que es la carrera de la agrupación inglesa: del rock alternativo con influencias de Sonic Youth o Pixies en “Paranoid Android” a la electrónica de Aphex Twin y Warp Records con “Idioteque”.

A diferencia de otros grupos de rock de gran popularidad (U2, Coldplay), Radiohead utiliza un escenario sencillo: seis pequeñas pantallas dispuestas en la parte superior del mismo. A través de ellas el público observa los rostros de los integrantes de la banda o, en ocasiones, algunos visuales planeados para canciones en específico (“The National Anthem”, por ejemplo). La espectacularidad la reservan para la música. Una muestra de ello, es la nitidez de la voz de Yorke al alcanzar los altos tonos en “Nude” del controversial y celebrado In Rainbows.

El final del show está cerca, pero la gente tiene para más. Radiohead también. Llega el primer descanso (o “encore”). El público no deja de aplaudir, de gritar: “¡Radiohead, Radiohead, Radiohead!”. Los gritos parecen tener efecto. Los ingleses salen a escena una vez más. Interpretan queridos cortes como “There There” o “You And Whose Army?”. Vuelven a ocultarse. Segundo y último “encore”. El final es inevitable. Ed O’Brien saluda sonriente a los asistentes. “Exit Music (for a Film)” y “Fake Plastic Trees” cierran la velada.

Los seis músicos se acercan al filo del escenario, como casi en ninguna otra parte del mundo, hacen reverencias ante un público generoso con la banda. Thom Yorke por fin profiere un “muchas gracias” en un parco español. O’Brien lanza besos a los lados así como una plumilla. Colin Greenwood aplaude extasiado. Jonny Greenwood desafía su característica timidez y hace señas de adiós. Philip Selway se mantiene al fondo, conmovido. Se han ido. Las luces se encienden y algunos comienzan a abandonar el Palacio de los Deportes. Pero otros no se resignan. Quieren más Radiohead. No dejan de gritar y aclamar a su banda.

Tras cinco minutos de porras y aplausos, los músicos han cedido. De manera inusual, el grupo hace un tercer “encore”. La decisión es tan improvisada, que los asistentes de la banda (“roadies”) no saben qué instrumento pasarle a quién. Rápidamente se toma una decisión y para el gusto de los presentes (y de quienes, desesperados, regresan a sus asientos) se escucha “Creep”, aquella canción que Radiohead tanto aprendió a odiar y que parece haber perdonado; la melodía que los hizo conocer a México en 1994, cuando no eran más que un grupo nuevo, sin miras al brillante futuro que tendrían delante. Ahí estaba, el mayor agradecimiento, sin discursos pomposos o de dudosa intencionalidad; “Creep” fue el regalo más genuino que Radiohead le hizo a un público fiel y atento.


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