ACOSO EN EL TRANSPORTE PÚBLICO

Por Abigail de Jesús Moreno Sánchez
Ciudad de México (Aunam). Solté un grito, un grito lleno de rabia, de indignación. La réplica se escuchó de inmediato para intentar minimizar las posibles consecuencias que derivarían del ultraje que acababa de cometer: “Estás loca, yo no hice nada… Pinche vieja exagerada”.


Su aspecto era tan asqueroso como sus acciones. De su rostro solo podía distinguirse un par de ojos amarillentos y venosos, el resto permanecía cubierto por un cubreboca azul. Usaba una gorra ya no tan negra, como si hubiese sido decolorada con un poco de cloro, una sudadera gris y estorbosa que solo dejaba descubiertos los dedos de sus manos, ennegrecidos por la suciedad, sus vaqueros estaban rotos y aún podía notarse la erección que trataba de ocultar.

No tardó en tomar su maleta como escudo para encubrir la prueba fehaciente de que yo no mentía y sin pensarlo dos veces emprendió la marcha a través del pasillo, huyendo, sin prisa.

Nadie atendió a mis gritos, los pasajeros volteaban a verme como si estuviera loca o en su defecto exagerando, mientras la escoria se escabullía por la puerta trasera del autobús impune por haber restregado su miembro en mi hombro cuando estaba dormida en uno de los asientos delanteros que dan al pasillo.

El acoso en el transporte público no debe de normalizarse. El estudio denominado “El porqué de la relación entre género y transporte”, elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo en 2015, señaló que 40% de las mujeres entrevistadas en la Ciudad de México se ven obligadas o modificar su vestimenta para evitar ser violentadas en el transporte público.

La rabia y la indignación pronto encontraron una compañera, la impotencia. Mientras intentaba no llorar en mi asiento, las personas cuchicheaban y la robusta mujer a mi costado me observaba insistente desaprobando el escándalo que había propiciado. Poco a poco los pasajeros fueron descendiendo en sus respectivas paradas, uno que otro me echaba una ojeada, pero ninguno con remordimiento por convertirse en cómplice del victimario.

Así como mi historia en el transporte público hay otras más, justo ahora puede estar ocurriendo algo similar, mientras lees esta crónica. La Organización de las Naciones Unidas considera el acoso sexual contra mujeres y niñas “una pandemia”, que pese a que ocurre a diario no está suficientemente reconocida por los gobiernos para evitarlo.

El acoso sexual no se limita al tocamiento, otras conductas que tienen cabida en esta forma de ejercer violencia son las palabras obscenas, las insinuaciones sobre el cuerpo o apariencia física aun sea con miradas lascivas e incómodas, la intimidación y las amenazas con fines sexuales, la exhibición de genitales, la toma de material fotográfico sin el consentimiento de la persona, la persecución, acciones que culminan con la perpetración de una violación.

Según la ONU-Mujeres, en la Ciudad de México una de cada dos mujeres ha sido agredida sexualmente en espacios públicos. Las formas más frecuentes son las frases ofensivas, tocamientos e incluso, la violación y lo peor, en la mayoría de los casos, no existe denuncia.

Foto: Live Leak.


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