LO QUE SOY LO SOY POR ACCIDENTE: LORENZO MEYER

Por Itzel Yolotzin Jarero Otero Sonia
México (Aunam). Llega acompañado de dos hombres mucho más bajitos que él; al entrar en la habitación su alta figura destaca de entre los presentes con facilidad. Va riendo con sus acompañantes mientras observa la primera página del periódico de hoy. Vestido con un traje azul marino muy bien planchado, un chaleco de algodón café y zapatos negros brillantes, el profesor Lorenzo Meyer busca una mesa vacía en la habitación.


Mide cerca del metro noventa de altura, es un hombre fornido cuyo cabello corto y blanco, delata el paso de los años; trae consigo un par de anteojos que no logran ocultar las arrugas en las comisuras de sus ojos claros y una sonrisa juguetona acompañada de una ligera barba blanquecina.

Si es que uno tiene sueños, el de Meyer nunca fue convertirse en estudioso de la Historia y la Ciencia Política. Con voz amable confiesa “el día que terminé mi preparatoria, la única persona de mi familia que sí había ido a la universidad, me habló de El Colegio de México; que se abría una licenciatura y que habría becas. Fue entonces que hice mi solicitud ahí. Y esa, no era mi intención. Fue un accidente”.

Ingresó a El Colegio de México a los 18 años a la licenciatura y posteriormente el doctorado en Relaciones Internacionales. Sin embargo, su admisión no fue fácil; pues fue rechazado por no saber inglés. “La mitad de los que solicitaron tampoco sabían, así que tuve que entrarle al inglés en el Instituto Mexicano Americano de Relaciones Culturales y las sesiones eran de tres horas diarias”, cuenta.

Pero una vez dentro, las cosas no se volvieron fáciles. “Ahí en El Colegio, la apuesta conmigo era para perder”, dice con voz suave a la par que entrelaza sus dedos al centro de la mesa. Con una gran cantidad de profesores extranjeros: tanto de EE, UU, de Europa, Asia y África, haberla cursado en tan solo tres años, y haber sobrevivido a eso demuestra que sus apuestas no se cumplieron; pues desde el 2008 es profesor emérito de dicha institución.

Nació en la capital el 24 de Febrero de 1942. Es historiador y analista político del México contemporáneo, y escritor de obras sobre la revolución mexicana y la historia de las relaciones exteriores de México. Ha dedicado gran parte de su vida a la investigación y a la reflexión de las formas autoritarias del poder y los procesos de democratización de los siglos XX y XXI.

Es un hombre brillante, querido y criticado por los medios y el gobierno. Su reputación se ha valido de la forma descarnada y nada sutil que posee para describir la situación que acongoja al país. Es experiencia y compromiso. Es un ideólogo de la Revolución Mexicana; un nacionalista con gran esencia moral que escribe lo que pocos se atreven, lo que muchos quisieran y lo que nuestro país necesita saber.

Actualmente es columnista semanal del periódico Reforma, participante en la mesa de debate del programa de Canal Once Primer Plano y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras.

Posa su maletín negro en la mesa junto con el periódico de hoy “estamos peor que Dinamarca” dice con una sonrisa que muestra una perfecta dentadura, y se ajusta los anteojos mientras se sienta. La habitación es grande, con varias mesas cuadradas y pequeñas en todo el centro, a los costados hay sillones bajitos y cafés además de un garrafón de agua y dos macetas en cada extremo del aula.

El interés por la historia lo tuvo desde niño.

Para él, leer es una gran aventura intelectual, es poder entender a personas, circunstancias, tragedias, hechos y éxitos del pasado Es la libertad de imaginar, de elegir a cuál pasado ir. A partir de una mezcla de datos que proporcionan los documentos o autores y un poco de imaginación, “es posible recrear el pasado y tener esa empatía con los personajes, con los grandes individuos, grupos y naciones. Con el mundo entero”, cuenta animadamente mientras juega con la correa de su maletín.

Si bien su licenciatura no estaba ligada directamente con la historia, una vez aceptado, se encaminó a las ciencias sociales; pero el que en ese momento era el director de El Colegio de México diseñó los cursos con una alta dosis de historia mundial. Fue así, que comenzó su incursión profesional en el estudio de la historia, “no como historiador, sino como politólogo especializado en relaciones internacionales” cuenta.

Si hay que hablar de qué fue lo que hizo que Lorenzo Meyer se apasionara aún más por el estudio de las ciencias sociales, hay que mencionar su pequeña aventura familiar al campo. Cuando todavía era niño, vivía en una familia ampliada, con tíos, tías, primos, primas y abuelos; y decidieron hacer de una granja no lejos de la capital, en Tlalnepantla, Estado de México, el centro de la vida familiar.

San Lucas Tepetlacalco era un pueblito, que actualmente ya es parte de la mancha urbana, pero que sin duda alguna influyó en su visión del mundo, sobre todo de lo social. Vivía en colonias de clase media (Santa María la Rivera, Colonia Estrella), pero estando en ese nuevo lugar, su vida urbana dio un salto enorme. “Me hizo ver la dureza de la vida en el campo, de los peones, de la diferencia de clases, de la enorme distancia social entre yo, que a pesar de todo iba a una escuela particular en Tlalnepantla, y las otras gentes de mi entorno y de mi edad. No estaba con gente de mi misma edad y mi mismo nivel de vida; sino más bajo. Eso me dejó marca” dice.

El problema con los historiadores políticos, es que todas las culturas y sociedades los apasionan. En todas encuentran peculiaridades y regularidades, lo que siempre aparece en ellas: la lucha por el poder y el ejercicio del mismo; y aunque puede parecer muy distinto en una sociedad pobre y una potencia, en el fondo no lo son tanto. Siempre ven las cosas que no están bien hechas, están insatisfechos, y se sienten motivados por la crítica.

“Me apasiona lo que hago, y me entristece porque siempre veo lo que pudo ser y no fue. Estoy consciente de las oportunidades perdidas, de los esfuerzos desperdiciados, de los sacrificios inútiles, de la corrupción, de los abusos y de la inmoralidad”.

Meyer consideró desde el principio que El Colegio de México era un mundo muy cerrado y extraño. Para él siempre fue indispensable tener esa pasión por conocer el mundo de la política y todo lo que le rodea, lo social y económico. “Sin eso no se podía y estoy seguro que no se puede hacer carrera; pues si es nada más se estudia por compromiso, porque no queda de otra, pues simplemente no” asegura.

Sea a consecuencia de la pasión que siente por el estudio de lo social y de su necesidad por entender al hombre, es que puede decirse que Lorenzo Meyer no tiene pasatiempos “mi trabajo es mi pasatiempo, si es que se le puede llamar así” dice y pasa sus dedos entre la poca barba que rodea su boca y piensa.

“El único pasatiempo que tengo hasta cierto punto está dentro de mi esfera laboral, es leer. Por ejemplo, leer novela; pero qué quiere que le diga, ésta también me conduce a los mismos temas sociales, políticos”.

Le gustan no precisamente las novelas de dramas muy personales. Más que nada, aquellas que tengan que ver con el entorno social en el que se desarrolla la historia. Carlos Fuentes y Juan Rulfo, por ejemplo, están en su top 3 de autores favoritos. “Pedro paramo es una fantástica novela, pero sigue teniendo un contexto político detrás, es el México de la revolución, de los cristeros. Es ese tipo de novelas las que realmente me entretienen, y lo que quiera o no, se me hace inevitable ver elementos de la sociedad sueca, políticos, sociales y culturales en ellas”, cuenta.

Fueron sobre todo las necesidades las que lo llevaron a destacar en la historia política mexicana. “Era lo más accesible para mí, pero me hubiera gustado mucho meterme más en teoría política” confiesa amargamente.

A diferencia de sus colegas académicos, desde hace poco más de 20 años, el Doctor Meyer dio un salto de gran impacto a los medios, y como él lo describe, fue “resultado de un problema personal”: alguien en alguna ocasión le sugirió escribir para el noticiero radio educación en el 1060.

Le propusieron escribir únicamente dos cuartillas sobre lo que él quisiera y un profesional lo leería al aire. Sin embargo, Meyer no aceptó, pues estaba consciente de que la manera de escribir y presentar un problema a un público que es abogado, dentista, taxista, ama de casa o secretaria, es muy distinto a la manera en que se escribe para comunicarse en el medio académico. Comunicarse con colegas y maestros para él era la única experiencia que se puede tener en un mundo tan pequeño, en el que el tipo de lenguaje y la forma de expresión es a veces absurdamente compleja y sofisticada, pues entre más compleja sea la manera de presentar el problema, es mejor. “Y en los medios no es así, porque si no se les entiende, es un fracaso”, dice tajante.

Pero bien dicen que la tercera es la vencida, porque bastó con que le insistieran al especialista en política, para que la tercera vez, dijera que sí.

Y como una especia de salvaguarda esta persona le dijo que no había por qué preocuparse, afirmaba que se trataba de un programa que se oía muy poco y no tenía mucho público e impacto. Nadie se daría cuenta si había alguna equivocación.

Sin embargo, cuando Manuel Barltett estaba enfrente de la Secretaría de Gobernación, por conflictos políticos cerraron el programa. Pero una vez más no tuvo que pasar mucho tiempo para que otra persona le propusiera escribir para un periódico.

“Fue cuando ocurrió lo del fraude electoral y necesitaban a alguien que pareciera que le daba al periódico (Excélsior) pluralidad, aunque estaba básicamente dedicado al apoyo del gobierno y de Salinas, querían a alguien que lo criticara y ese era yo, entonces me pusieron en primera plana y de ahí arrancó realmente esta parte de estar en los medios. Yo estaba muy interesado porque era una manera de salir de mi círculo tan pequeño y también era la posibilidad de compartir mi crítica e insatisfacción con la política mexicana con alguien más, no sólo con mis alumnos y colegas, porque ese es un círculo muy chiquito”.

Meyer encuentra en escribir críticas un tipo de terapia, porque resultó ser como alguna vez le dijo su esposa “que bueno que estás escribiendo con ellos porque aunque pagan 50 pesos, así no tienes que pagar un psiquiatra, nos estamos ahorrando un montón de dinero”.

Para él la escritura hacía que salieran a flote sus disgustos con el país, con lo poco alentadora que resultaba la situación cuando el PRI era el partido de estado y no había otros caminos, después del 68, de la guerra sucia, había una enorme insatisfacción en politólogo hacia el sistema represivo, corrupto y autoritario; fue así que los medios le otorgaron dicha posibilidad porque a diferencia de ahora, no había una censura tan fuerte, el periódico no era un medio que llegara a las masas entonces se podían dar el lujo de poner a gente crítica al frente porque se sabía que no tendría un gran impacto.

Para él, las puerta se abrieron solas: Canal Once, Carmen Aristegui, así como peticiones por parte de universidades públicas y privada en México, Estados Unidos, España, Inglaterra y otras partes de Europa. Su éxito en el mundo editorial con sus obras Liberalismo Autoritario: las contradicciones del sistema político mexicano; Fin de Régimen y Democracia Incipiente: México hacia el siglo XX; El Estado en busca del ciudadano: un ensayo sobre el proceso político mexicano contemporáneo; el espejismo democrático; De la euforia del cambia a la continuidad; y Las Raices del Nacionalismo Petrolero en México; sus cursos se han centrado en cuatro grandes temas: historia del pensamiento político; historia política de México, desde la Independencia hasta nuestros días; historia de la política exterior de México e historia de las relaciones México-Estados Unidos.

Su clave está en la crítica de fondo y no en la justificación del poder, su descarnada manera de investigar y opinar desde el punto de vista más objetivamente posible sobre lo que se está viviendo, se vivió o lo que puede llegar a ser el país, la crudeza de sus aportaciones como analista político y la fidelidad ética a sus principios que mantiene en el salón de clases.






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