EL DIABLO ACECHA A LA MERCED

Por Alan Antonio Peralta Monroy
Ciudad de México (Aunam). Pasillos cerrados. El piso humedecido por la grasa de la carne. Carne de cerdo, de res o pollo. Cubetas de manteca salpican al desecharlas por las coladeras interiores. Cebollas rodando por el piso. Olores mixtos. A vegetal, a fruta y verdura; el contraste: basura y grasa. El ambiente no es el mismo que hace unos años, se modifica por circunstancias que no esperaban, inesperadas, sin oportunidad de luchar contra el fuego. Las llamas han tocado a su negocio. El diablo merodea, acecha sus puestos.


Gritos y chiflidos cada tres minutos al caminar por el Mercado de la Merced, ubicado al extremo oriente del Centro Histórico de la Ciudad de México. Con toda una historia detrás, el Mercado de la Merced ya distribuía e intercambiaba bienes desde el periodo de la Colonia con los nuevos comerciantes que llegaban de fuera de la Nueva España. En este lugar, la mayoría de los comerciantes han pasado toda su vida aquí, de generación en generación, heredan sus puestos a sus hijos, como el caso de “El Rey de la Piña”.

-¿Y si eres El Rey de la Piña, o qué? ¿Quién te puso así? Le pregunto al hombre de 65 años, de bigote tupido, y su mandil con una piña y una corona bordadas que acreditan su título.

-Pues tú dirás, llevo vendiendo más de 50 años y a todos les encanta. Mis jugos son los mejores. No vas a encontrar piña más fresca que aquí, pruébale.

Agradable, así como otros tantos comerciantes del recinto. Hay tres tipos de comerciantes: los que se la pasan viendo el móvil conectado al enchufe sin fijarse quién está pasando; los que duermen acurrucados en su mercancía; Y los que se acercan a ti a darte pruebas y preguntarte qué es lo que quieres. Unos venden más que otros. Unos tienen más espacio. Otros perdieron la totalidad de su puesto a causa de las llamas.

Detecto diversas zonas chamuscadas por el fuego. No hay puestos. No hay comerciantes. No hay compradores. Así que me aventuro a preguntarle a los más cercanos de las áreas dañadas. El primero es un mesero de un puesto de tacos. Es muy joven, usa un gorro con red para evitar que su larga cabellera caiga en la comida que sirve.

-Oye, ¿no sabes qué pasó aquí? A lo lejos se ve el Metro, pero está todo quemado.

Al mismo tiempo que saca dos cocas de vidrio del refri me dice:

-Pues fue el incendio de hace tres años. Todo eso valió madres.

-¿A ustedes no les afectó? – pregunto pues su puesto está en el rincón del Mercado, de la Nave Mayor.

-Pues no nos llegaron las flamas, pero las ventas bajaron mucho. Ya nadie pasa por aquí, piensan que ya no existe nada de este lado. Los que de verdad sufrieron fueron todos los demás, perdieron todo de un día para otro. Gracias a Dios fue en la madrugada, y no hubo pérdidas humanas.

Destapa las dos sodas y se apresura a dejarlas en la única mesa que estaba ocupada por dos clientes.

En este momento me doy cuenta que toda esa zona en verdad tiene muy pocos clientes. Es un ambiente de silencio, aquí es donde está la mayoría de comerciantes dormidos. Hasta hamacas han instalado para arrullarse mejor. No hay seguridad. En la Nave Mayor hay varios basureros, adentro están los cargadores tomándose su caguama y fumando un porro de marihuana. El olor es inconfundible.

Salgo y le pregunto a una señora que exprime jugos de naranja, de unos 45 años aproximadamente.

-Disculpe, ¿no sabe dónde están todos los puestos que fueron afectados por el incendio?

Con una sonrisa me responde:

-Uy mijo, los pobres tuvieron que irse de aquí, el gobierno les prometió que arreglaría toda esa parte y no ha hecho nada. Ya pasaron tres años. Los más suertudos encontraron un lugar afuera, pero no es lo mismo, tienen un espacio reducidísimo. O caben ellos o cabe su mercancía.

Salgo hacia la acera esperando encontrar algún testimonio de un comerciante que se vio obligado a vender en la calle. No lo encuentro. Pregunto y nadie sabe. Así que cruzo la calle hacia la Nave Menor. En ésta predomina la carne, pescado y abarrotes. Tampoco luce muy atiborrada, así que acudo a un policía, aquí sí aparece seguridad.

-Disculpe, oficial, ¿así está todos los días u hoy hay muy poca gente?

-No, hoy está vacío, tiene mucho que ver que acaba de ser Semana Santa, todos estos puestos eran de pescado, y como les sale tanto ya hasta están de vacaciones. Ven un fin de semana y verás la verdadera Merced.

Parece muy informado y accesible de contestar preguntas, así que le pregunto sobre el hecho trágico:

-Oiga, y, ¿no sabe qué pasó con el incendio? ¿por qué fue? ¿usted estuvo en ese momento?

-Pues los peritos determinaron que fue un corto circuito, y sí, yo estuve muy cerca, me tocó patrullar afuera de Metro Candelaria. Pero no sólo estuve en el último, también en los anteriores. Y ojalá fueran sólo incendios, han tenido que aguantar terremotos y por si fuera poco agrégale el ambiente. Hay personas muy solidarias, pero también está el lado pesado de la Merced, por eso andamos aquí, para mantener el orden.

A pesar de la seguridad en la Nave Menor, eso no impedía que los carniceros brindaran con sus caguamas mientras lavaban el pasillo.

-¿Desde el miércoles ya tomando? – Le pregunto entre risas a un hombre con cerveza en mano, parecía muy simpático.

-Esto no es nada, te aguanto toda la semana, brother. Aquí está la fiesta. –Sus ojos ya estaban brillosos a causa del alcohol.

El Mercado de la Merced ha sufrido diversas catástrofes, en 1988 ocurrió un incendio a causa de un puesto de fuegos artificiales, murieron 61 personas. El siguiente ocurrió diez años después acabando con dos terceras partes de la sala principal. El día 27 de febrero del 2013 fue cuando afectó a más de dos mil locales. Ocurrió durante la madrugada y los daños sólo fueron materiales. El último registro de incendio aparece el 25 de enero del 2014, las causas según el informe oficial fueron un sobrecalentamiento de las conexiones eléctricas.

Los comerciantes del Mercado de la Merced, tanto de la Nave Mayor como de la Menor, han tenido que resolver estas situaciones sin la ayuda de las remodelaciones que les promete el gobierno. Muchos se ven obligados a irse y buscar un nuevo lugar donde instalarse para vender su producto, otros se tienen que quedar a expensas de las bajas ventas.

Pareciera increíble que hasta hace muy poco era el principal mercado mayorista para toda la Ciudad. Con las diversas situaciones que le han ocurrido y la apertura de la central de abastos dejaron de tener este título. Y aunque aún se considera como el mayor mercado minorista tradicional, sus comerciantes opinan lo contario. A lo anterior se suman los problemas de trata de personas y prostitución que se llevan a cabo apenas a unos cuántos metros del Mercado.

Aun así, los locatarios no piensan darse por vencidos. Llegan desde muy temprano para comenzar su día. Los cargadores pasan con chiflidos que hacen retumbar toda la construcción del Mercado. Hay que estar muy atentos, trabajar todos los días y tratar de salir adelante a pesar de las dificultades que aquejan actualmente al Mercado. De lo contrario, en cualquier momento alguien puede gritar:

¡Ahí va el diablo!




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