MANÍA, UNO DE LOS POLOS DE LA BIPOLARIDAD

Por Diana Karen Kraules Aedo
México (Aunam). De repente la puerta del consultorio 20 dejó escuchar un gran rechinido que seguido de una voz cálida, interrumpió el ritmo de la plática: —Perdón por la tardanza, parece que ya se conocieron, Diana, él es “Mario”, mi paciente— dijo la “doctora Rojas” mientras aquel hombre de ojos esmeralda exclamaba con una sonrisa nerviosa: —Vengo aquí porque recaí hace poco y en este momento estoy en la fase de manía. Mi cara de asombro no pudo disimularse, sin saberlo ya había conocido al paciente bipolar.


Portando una bata blanca llegué al lugar diez minutos antes de que el reloj marcara las dos. Se trataba de un edificio de tonalidades blancas y azules que se diferenciaba de los demás por las letras en dorado que decían: “Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez”.

Al tiempo en que lo observaba, una llamada entró a mi celular: — ¿Diana?, soy la “doctora Rojas”, todavía voy a charlar un poco con “Noelia”, una chica bulímica. No sé si podrías aguardar un poco, sólo camina y en la primera entrada a mano derecha se encuentra la sala de espera, quédate ahí—, contesté con un sí y seguí las indicaciones de la doctora.

El lugar, cuyas paredes de tablaroca imitaban a los ladrillos, era de aproximadamente 10 por cuatro metros, emanaba el característico olor a hospital, poseía dos ventanas por las que se filtraban los potentes rayos del sol recordando el sofocante calor de aquel día, y guardaba 40 sillas cromadas. Decidí sentarme en una de ellas y esperar a que la consulta comenzara. Todo estaba en silencio y el ambiente emitía tranquilidad, incluso a pesar de encontrarse encendida, la pantalla de televisión de alrededor de 32 pulgadas carecía de sonoridad.

Compartíamos la estancia adornaba con macetas color hueso, tres personas, un hombre de alrededor de 25 años, vestido de negro, quien recargado en la pared no despegaba sus ojos del celular, y otro de aproximadamente 35, estaba sentado y traía una playera color verde menta, jeans y zapatos negros, que no paraba de reflejar su ansiedad al golpear sus dedos contra su portafolio azul marino. Este último parecía observarme mucho, me analizaba de pies a cabeza y a los pocos minutos, se cambió de lugar a lado mío.

—Hola, soy “Mario”, ¿eres pasante de psicología o algo así?, lo digo por la bata y por el hecho de que te ves muy joven, yo soy paciente y hoy vengo a terapia—. Al no saber qué contestarle, sólo emané un sí mientras él hablaba de nuevo. —Yo creo que ya no ha de tardar mi psicóloga, normalmente empezamos a la hora, no sé qué le habrá pasado— exclamó mientras reía briosamente.

Le pregunté a qué clase de consulta venía y antes de que pudiera responderme, la “doctora Rojas” interrumpió la charla contestando mi pregunta. Ella es una mujer de aproximadamente 40 años, tiene el cabello chino y tez blanca, portaba una bata y unos anteojos rojos que empujaba con su dedo índice al tiempo que “Mario” y yo nos acercábamos. —Que chistoso que se hayan conocido afuera y no dentro de la terapia— exclamó la doctora mientras sutilmente cerraba la puerta y dejaba apreciar una leve sonrisa.

Aquella puerta azul marino revelaba un consultorio de aproximadamente ocho por seis metros, tenía dos sillas de metal negras y una de plástico blanco improvisada por mi visita. Había un escritorio de madera adornado por una pila de folders de colores, un jarrón de orquídeas artificiales y una laptop.

La terapia dio inicio: — ¿cómo te has sentido “Mario”?, ¿ya mejor después de la plática en grupo que tuvimos hace casi una semana? — exclamó la doctora al tiempo que nos sentábamos en nuestras respectivas sillas. —Sí, ya desde el miércoles retomé el medicamento, dejé de tomarlo porque consideré que ya no lo necesitaba. Desde chico he tenido bastante energía, en la secundaria fui capitán de cinco equipos de deportes diferentes, y actualmente voy a kun fu los fines de semana—dijo orgulloso mientras levantaba las cejas arrugando su frente.

La doctora lo miraba a los ojos y asentía con la cabeza mientras “Mario”, con tono de júbilo, le relataba sus vivencias, —Lo que ocurre es que nunca tengo sueño y yo sé que eso es un síntoma de la manía, pero neta que es impresionante el no sentir cansancio siendo que me levanto a las 3:00 am para abrir el local familiar de la central de abastos—.

La mujer aprovechó el tema de la familia para preguntarle el comportamiento de la suya tras la recaída. En ese momento, “Mario” tomó una pequeña basura de lápiz que encontró en el escritorio y mientras jugueteaba con ella, exclamó:

—El único que me apoya de manera moral es mi hijo de 13. Mi esposa cree que con darme dinero es suficiente, realmente no hay apoyo moral por su parte, y mi hija de 16 se interesa más por sí misma, si no le afecta lo que me pasa entonces ella está bien. El apoyo debe ser por ambas partes, yo cumplo con los pedidos de mi esposa, todos los gastos de nuestros hijos van por mi cuenta, con lo que llego a vender de verdura en la central, les pago sus libros, copias y celulares— expuso mientras fruncía el ceño.

Aquel hombre de tez morena cruzó los brazos y comenzó a acelerar su respiración. Al notar lo anterior, la doctora le ofreció una galleta, mientras de su bolsillo derecho se escuchaba el crujir de una bolsa metálica, “Mario” aceptó el gesto y mostró una tenue sonrisa. Como si hubiera olvidado que estaba yo ahí y apenas lo recordara, el hombre me dijo: —Ya me estoy tomando la olanzapina y el magnesio, así que no te preocupes jovencita, no te haré daño— refirió riendo nervioso entrecubriendo su boca para ocultar la galleta.

La doctora y yo acompañamos su risa, y “Mario” reveló que su enfermedad era genética: — Yo heredé la bipolaridad de mi padre, él sufría también ataques de manía, pero era más depresivo que yo, nunca le diagnosticaron oficialmente la bipolaridad, pero puedo jurar que la tenía. Él murió a los 54 años de un paro cardiaco— dijo al tiempo en que su mirada se perdía en el piso. Mientras la doctora buscaba recuperarla, expuso: —Eres muy inteligente y sé que vas a volver a salir adelante, ya lo habías logrado ¿recuerdas? —.

Esa pregunta despertó la atención del hombre quien, con una gran sonrisa de oreja a oreja, dio por terminada la sesión al exclamar:— Muchas gracias, de hecho no me considero para nada una persona tonta, tengo una licenciatura en derecho, de la especialidad en penal salí con 9.4, de la maestría con 9 y mi tirada en este momento es el dominio de inglés y el doctorado, mi meta es la cátedra y a diferencia de lo que se pueda pensar — refirió mientras me observaba— creo que la bipolaridad y en especial la parte de manía, proporciona al paciente nuevas oportunidades, maneras de superarse, me gusta más verlo así, como un don— expuso.







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